60 segundos – Los Escudos de la Tierra
Autor: Dave ArnoldLeighton Ford declaró: «El verdadero liderazgo significa recibir poder de Dios, y usarlo bajo el gobierno de Dios para servir a la gente a la manera de Dios».

En el Salmo 47:9, está la declaración, «Los escudos de la tierra pertenecen a Dios». La palabra «escudos» significa «magistrados». Webster define «magistrados» de esta manera: «Un funcionario civil facultado para administrar y hacer cumplir la ley: el presidente de los Estados Unidos es llamado a veces el primer (o principal) magistrado». La Septuaginta lo traduce: «Los fuertes de la tierra». La idea es que todos los gobernantes de la tierra pertenecen a Dios, sirven bajo Su autoridad y son Suyos.
Son presentados por una doble relación:
1. Hacia arriba – «Pertenecen a Dios». Derivan su dignidad sólo por estar sujetos a Él. Deuteronomio 17:19 dice que deben tener una confianza reverente en Dios, y 2 Samuel 23:3 instruye que deben gobernar en el temor de Dios. Dios dijo de Faraón: «Yo te he levantado» (Éxodo 9:16). Nabucodonosor, el rey de Babilonia, es definido por Dios como «Mi siervo» (Jeremías 25:9), y Cristo advirtió a Pilato: «No tienes poder alguno contra Mí, a menos que te haya sido dado de arriba» (Juan 19:11). Sir Robert Peel, dos veces primer ministro de Inglaterra,fue encontrado un día orando sobre un legajo de cartas. Su amigo se disculpó por molestarle en sus devociones privadas. «No», dijo Peel,» estas son mis devociones públicas. Sólo estaba entregando los asuntos del Estado en manos de Dios, pues yo mismo no puedo manejarlos.»
2. Hacia abajo – «Los escudos de la tierra». Su deber es servir y proteger al pueblo con carácter e integridad. Cuando la pequeña Wilhemina fue coronada Reina de Holanda, la feliz niña, demasiado joven para darse cuenta de la gravedad de la ocasión, con miles de personas aclamándola, fue incapaz de asimilarlo todo y preguntó: «Madre, ¿toda esta gente me pertenece?». Su madre sonrió y dijo: «No, mi querida niña, ¡tú perteneces a toda esta gente!».
«El que quiera gobernar a otros debe ser primero señor de sí mismo, y sólo es señor de sí mismo el que es consciente y habitualmente siervo de Dios» (Alexander Maclaren).
