60 segundos – Odio
Autor: Dave ArnoldEn Proverbios 10:12 leemos:
«El odio suscita contiendas». La infame enemistad del siglo XIX entre los Hatfield y los McCoy empezó con una pelea por un cerdo. Los hombres que iniciaron este amargo odio fueron William Hatfield y Randolph McCoy. Las dos familias lucharon durante casi veinte años, y hubo 12 muertos. El odio no siempre es tan flagrante. Puede ser tan sutil como un insulto sin importancia. Sin embargo, una vez que comienza, puede dañar y destruir gradualmente familias, iglesias y relaciones de por vida.
El odio está prohibido. Levítico 19:17, «No odiarás a tu hermano en tu corazón». Colosenses 3:8, «Quítate… la malicia» («malignidad, mala voluntad, deseo de hacer daño, maldad, depravación»). Edith Cavell, enfermera inglesa en la Primera Guerra Mundial, ayudó a más de doscientos soldados ingleses, franceses y belgas a escapar a Inglaterra durante la ocupación alemana de Bélgica. Fue capturada, juzgada en consejo de guerra y condenada a muerte como espía por los alemanes. Justo antes de su ejecución, le dijo al capellán inglés: «No tengo miedo a la muerte. Estoy dispuesta a morir por mi país. Pero, de pie como estoy, mirando a Dios y a la eternidad, me doy cuenta de que el patriotismo no es suficiente. No debo tener odio hacia nadie».
El odio se llama «asesinato». 1 Juan 3:15, «El que odia a su hermano es un asesino, y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él.» Elmer Rivera llego a casa del trabajo para encontrar una bomba debajo de su cama. Se descubrió que su mujer y el novio de ésta habían colocado el artefacto, que, afortunadamente, no llegó a explotar. El detective Ray Schilke dijo: «Ambos acusados dejaron perfectamente claro que su plena intención era que Elmer muriera». (Su esposa) «no veía el divorcio como una opción». E. Stanley Jones comentó: «Una serpiente de cascabel, si se ve acorralada, a veces se enfada tanto que se muerde a sí misma. Eso es exactamente lo que es albergar odio y resentimiento contra los demás: un mordisco a uno mismo. Creemos que hacemos daño a los demás al albergar esos rencores y ese odio, pero el daño más profundo es para nosotros mismos».
El odio es señal de un corazón engañoso. Proverbios 26:24, 25 dice: «El que odia, lo disimula con los labios, y acumula engaño en su interior. Cuando habla con bondad, no le creas, porque hay siete abominaciones dentro de su corazón». Ajitofel, un sabio consejero del rey David, desarrolló amargamente odio hacia su viejo amigo David, porque éste había cometido adulterio con su nieta, Betsabé (comparar 2 Samuel 11:3 y 23:34). Albergó este odio, negándose a perdonar, y se puso engañosamente del lado de Absolón en una rebelión. En lugar de cumplir sus mortíferas intenciones, su odio acabó con su propia vida. Harry Rimmer dijo: «¡El único dolor y daño permanente que me pueden causar las ofensas cometidas contra mí es el daño irreparable que me hago a mí mismo por odiar a los que me ofenden!».
El odio es vivir una mentira. 1 Juan 4:20,21, «Si alguien dice: “Amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ha visto? Y éste es el mandamiento que tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.»
«¡Ningún hombre es capaz de forzarme tan bajo como para hacer que lo odie!» (Booker T. Washington).