¿Qué diremos con respecto a Jesucristo?

En las lecciones anteriores, hemos intentado animarlo a usted a proseguir este curso de una manera reflexiva, ofrecerle algunos “indicadores” que señalan hacia Dios, y ayudarlo a percibir a Dios como un Ser que tiene personalidad. Hasta aquí hemos hablado acerca de Jesucristo sólo en forma muy breve. Pero en esta lección intentaremos examinar con más detalle a este Hombre y sus afirmaciones. Presentaremos lo que hemos decidido aceptar como evidencia suficiente para creer que El fue lo que dijo que era, y que esas afirmaciones son importantes para nuestra situación aquí y ahora.

La perspectiva cristiana de la vida es positiva. Es un “Sí”; está llena de propósito. Como creyentes en Cristo creemos que hemos hallado la respuesta para el significado de la vida por medio de Jesucristo, al aceptar el hecho de que El es lo que dijo ser. Esto es como salir uno de la caverna a un sol brillante. De repente, ahí está la luz. Disminuyen los sentimientos sin base, vagos e incómodos. Los creyentes en Cristo tratan de comunicar este
maravilloso descubrimiento a otros en términos que hagan que las personas quieran tener un encuentro “Yo — Tú” con Jesucristo.1

En diciembre de 1971, a los 87 años de edad, el escritor y predicador, doctor E. Stanley Jones, renombrado a nivel mundial, sufrió un ataque de parálisis. Durante cinco horas estuvo acostado totalmente impotente. Llamaron a su hija para que estuviera junto a su lecho de enfermo. Cuando ella llegó, la reconoció y le indicó que quería decirle algo importante.

“Hija — le dijo con una frágil voz casi imperceptible —, yo no puedo morir ahora. Tengo que vivir para completar otro libro: The Divin Yes (El sí divino), (Jones, página 7).2 Con duro trabajo y gran dificultad se terminó el manuscrito, pero sólo con la ayuda de un grabador y reproductor de cassettes, puesto que él no podía ver ni escribir bien. El libro fue publicado en 1974, dos años después de su muerte.

El título del libro viene de las palabras del apóstol Pablo cuando dijo: “Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, . . . no ha sido Sí y No; mas ha sido Sí en él; porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén” (2 Corintios 1:19, 20). (Es decir, en El está el Sí que confirma todas las promesas de Dios.)

El doctor Jones, después de una vida completa de servicio como ministro evangélico, la mayor parte de ella en la India, y luego de experimentar una parálisis, aún pudo escribir con firme convicción las siguientes pálabras:

Por fin, entonces, el Sí divino ha resonado por medio de El. Jesús es el Sí . . . que hay un Dios, un Padre que sostiene el universo y cuida toda la creación; que este Padre se manifestó en la Persona de Jesucristo, y que la vida puede ser absolutamente cambiada; que nuestra vacuidad puede llegar a ser plenitud, cuando todo lo recóndito de nuestro ser interno y de nuestras vidas externas sea invadido por el Espíritu Santo (Jones, p. 21).

DESARROLLO DE LA LECCION

“¡Quiero que Dios extienda su mano hacia mí, que descubra su rostro, que me hable!” Esta es la plegaria de uno de los personajes en el Séptimo Sello de Ingmar Bergman.

La literatura tiene muchas expresiones elocuentes que revelan la desesperación del hombre, y su sentimiento por el hecho de estar solo en el universo. Tal vez uno de los ejemplos más vivos procede de la poderosa pluma de Shakespeare, cuando coloca las siguientes palabras en la boca de Macbeth, al
tener noticia de la muerte de su esposa:

¡. . . Fuera, fuera, breve luz!
La vida no es sino una sombra andante, un pobre actor Que se pavonea y se consume en su hora de escenario,
Y luego no se oye más. Es un cuento
Contado por un idiota, lleno de ruido y furia,
Que no significa nada (Macbeth, Acto V, Escena V).

Precisamente, este curso fue escrito para que nos dirija hacia este mismo sentimiento de la desesperación del hombre.

En la primera lección intentamos estructurar un argumento suficientemente fuerte para que usted se entregue a un honesto estudio de este material. En la segunda lección, el propósito fue el de mostrar que hay muchos indicadores que señalan hacia Dios y establecer que se puede hablar mejor de Dios como una Persona que como un Fuerza. Ahora tenemos que considerar a la Persona de Cristo.

En efecto, Dios se ha revelado. El hombre no está solo en el universo. Dios no sólo nos ha hablado por medio de la naturaleza, sino que también ha extendido su mano hacia nosotros por medio de su Hijo, Jesucristo. El (Cristo) es “el resplandor de su gloria (la de Dios), y la imagen misma de su
sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1:3). Las palabras “la imagen misma de su sustancia” son traducción de un término griego que también se traduce carácter. Los antiguos griegos utilizaban esta palabra para describir el grabado en la cara de una moneda, un sello, un estampado. Así que, cuando el escritor bíblico usa esta expresión, está diciendo que Cristo es la exacta representación
de la naturaleza de Dios. El estuvo con nosotros en el tiempo y en el espacio, y es parte de la historia humana. Por tanto, es de suma importancia considerar la Persona de Jesucristo cuidadosa y reflexivamente.

LA DIVINIDAD DE JESUS

La enseñanza cristiana ortodoxa sostiene que Jesucristo es divino, nació de una virgen, realizó obras sobrenaturales, murió en la cruz para salvar a todos los hombres, completó su plan redentor al resucitar de entre los muertos y ascender al Padre, y ahora reina como Señor de señores y Rey de reyes. ¡Qué doctrina! No sólo la iglesia, sino el mismo Jesús hace estas afirmaciones.

Ahora consideremos esto por un momento. Estas son afirmaciones fantásticas. Quedamos reducidos a cuatro posibles respuestas, ante estas sorprendentes afirmaciones: O Jesús fue un personaje legendario, o un mentiroso, o un lunático, o el Señor.

¿Fue El un personaje legendario?

La teoría según la cual Jesús y su ministerio son leyendas, es la más seria objeción a la divinidad de Cristo, pero es sostenida por unas pocas personas. Tiene varios grupos de seguidores, pero primariamente se expresa de dos maneras. Algunos hacen una declaración categórica: “Los historiadores en la actualidad ya han rechazado del todo la idea de que Jesús sea histórico” (McDowell, p. 83.)3

Otros, sin embargo, como Avrum Stroll, profesor de filosofía de la Universidad de California, son más sutiles. Este afirmó: “Probablemente existió un Jesús, pero se han entretejido tantas leyendas en torno a él, que les resulta imposible a los eruditos averiguar nada respecto al verdadero personaje” (Montgomery, 1969, p. 37).

En esta declaración se acusa a los seguidores de Jesús de darle al mundo un cuadro falso de El. Se hace que suene razonable esta acusación, por cuanto el pueblo de la Palestina del primer siglo estaba esperando a un “Mesías”, o libertador, que les habían prometido sus profetas a través de la historia. Se supone que los discípulos de Jesús introdujeron las posteriores reclamaciones de deidad para El. El profesor John W. Montgomery señala algunas razones por las cuales esta idea no es aceptable (Montgomery, 1965, pp. 66-72).

En primer lugar, había una gran diferencia entre la idea que tenía la mayor parte de los judíos con respecto al Mesías y el cuadro mesiánico que pintó Jesús de sí mismo. Simplemente El no fue el tipo de persona que ellos esperaban. Hubiera sido un candidato pobre para sus expectativas.

En segundo lugar, los apóstoles y seguidores de Jesús fueron hombres de normas éticas elevadas. La preparación que ellos tenían los hubiera hecho sicológica, religiosa y éticamente incapaces de tratar de hacerlo a El una deidad. Por ejemplo, el nombre de Dios era tan reverenciado que los judíos ni siquiera lo pronunciaban, mucho menos lo hubieran atribuido a una persona corriente. Conociendo sus profundas tradiciones en este sentido desde los siglos antiguos, es difícil creer que ellos hubieran inventado tal cuento.

En tercer lugar, las evidencias históricas de la resurrección de Cristo, no podrían haber sido una invención de sus seguidores fanáticos, como un intento para elevar a Jesús a la deidad. La vida de Jesús fue registrada en el transcurso de pocos años después de su muerte. No había transcurrido suficiente tiempo para dar lugar a que el mito y la leyenda surgieran en los manuscritos primitivos. Por lo menos dos de los libros acerca de su vida fueron relatos escritos por testigos oculares (el de Mateo y el de Juan). Los otros dos escritores ciertamente tuvieron acceso a documentos escritos por testigos oculares y a otras fuentes primarias.

El hecho es que los discípulos de Jesús se describen en el Nuevo Testamento como hombres difíciles de convencer, abiertos a la duda. Ciertamente, ellos no eran de ese tipo de hombre como para concebir aquella especie de leyendas con respecto a Jesús que pudieran convencer a gran parte del mundo durante casi dos mil años de que Jesús es divino. Aunque ésta es una seria acusación, tiene que ser descartada por inadecuada e imposible.

La creencia de que no hubo ningún Jesucristo histórico, simplemente pasa por alto la abundancia de evidencias relacionadas con su existencia. F. F. Bruce, profesor de Crítica Bíblica y Exégesis de la universidad de Manchester, Inglaterra, expresa la debilidad de tal enfoque cúando dice:

Ciertos escritores pueden entretenerse con la ilusión de un Cristo mitológico pero no pueden darse ese lujo frente a la evidencia histórica. La historicidad de Cristo es tan axiomática para el historiador imparcial, como es la historicidad de Julio César. No son los historiadores los que propagan los cuentos de un Cristo mitológico (Bruce, p. 116).

¿Fue El un mentiroso?

¿Engañó Jesús intencionalmente al pueblo? Esta acusación no parece razonable para la mayoría de las personas. Aun los que no creen en la deidad de El, usualmente sí creen que El fue un buen hombre. Lo admiran como hombre de normas éticas y morales elevadas, un gran maestro, un importante filósofo moralista y un gran ejemplo que se debe seguir.

Thomas Paine (1737 – 1809), un británico que se hizo norteamericano, atacó vigorosamente al cristianismo en su libro The Age of Reason (La era de la razón). Sin embargo, este fuerte oponente al cristianismo, dijo con respecto a Jesús:

Nada de lo que aquí se dice puede aplicarse, aun con la más distante falta de respeto, al carácter real de Jesucristo. El fue un hombre virtuoso y amable. La moralidad que él predicó y practicó fue de la clase más benevolente; y aunque se han predicado sistemas similares de moralidad otras veces, por Confucio y por algunos de los filósofos griegos muchos años antes . . . y por muchos hombres buenos en todas las edades, él nunca ha sido superado por nadie (Foerstes, pp. 200, 201).

Jesús fue el más grande moralista que el mundo haya tenido jamás. ¿Podía al mismo tiempo ser engañador o charlatán? ¿Engañaría intencionalmente un hombre “bueno” a las masas, afirmando ser Dios hecho hombre, si en efecto no lo era? El declaró vehementemente a los de su generación que el diablo es un mentiroso y padre de los mentirosos, y que los que mienten son hijos del diablo (Juan 8:44). El mismo afirmó ser el Hijo de Dios. Si se rechaza la afirmación que El hizo en el sentido de que El era Dios, toda su vida, su ministerio, su enseñanza y su reputación tienen mucho menos significado para nosotros hoy.

Pero su vida, ministerio, enseñanza y reputación, todos sustentaron sólidamente su afirmación de que El era divino. El dijo de sí mismo:

¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras (Juan 14:10, 11).

Jesús no tuvo la reputación de ser un mentiroso. Tal acusación no puede ser sostenida. La sana filosofía ética no la sustentaria.

¿Fue Jesús un lunático?

De la única manera como una persona pudiera aceptar a esús como un gran moralista, pero no como el divino Hijo de Dios, sería creyendo que El fue un desequilibrado mental, o tal vez que El se engañaba a sí mismo. Esto no parece ser una conclusión razonable, pues no existe la probabilidad de que una persona desequilibrada mentalmente llegue a la posición de ser colocada entre los hombres más grandes que jamás hayan vivido.

Sin embargo, hay algunas personas importantes que han decidido creer de ese modo. Una de tales personas fue Alberto Schweitzer (1875 – 1965), el famoso médico humanitario y filósofo. En su libro Quest for the Historical Jesus (Investigación sobre el Jesús histórico), él tomó la posición de
que Jesús tuvo una honesta incomprensión de su naturaleza.Pensó que era necesario, entonces, vindicar a Jesús de la acusación de que fue un enfermo siquiátrico. Su disertación modica, presentada a la Universidad de Estrasburgo en 1913, se tituló “Estudio Siquiátrico de Jesús”. Intentó demostrar que el Jesús humano “podía ser mentalmente sano y, sin embargo, pensar de sí mismo como el escatológico Hijo del Hombre, que
habría de volver al fin de la era, con las huestes celestiales, a juzgar al mundo” (Montgomery, 1965, pp. 63, 64).

La obra del doctor Schweitzer fue un intento honesto y humano de explicar a Jesús dentro del contexto histórico de las cosas. Sin embargo, el hecho de que su explicación es insuficiente se evidencia por la falta de eruditos y otras personas que sigan o acepten su tesis acerca de Jesús.

Simplemente no podemos evitar la conclusión de que Jesús fue un enajenado mental, si enseñó que El mismo era el encarnado Hijo de Dios y, sin embargo, no lo era. Pero en vista de la validez de las enseñanzas de Jesús, no podemos aceptar que ¡El estuvo mentalmente desviado! En efecto, lo cierto es lo opuesto. El siquiatra J. T. Fisher ha hecho las siguientes afirmaciones gráficas con respecto a Jesús:

Si tomáramos la suma total de todos los artículos autorizados que hayan sido jamás escritos por los más calificados sicólogos y siquiatras sobre el tema de la higiene mental; y si los combináramos y refináramos y extrajéramos de ellos el exceso de palabras . . . y les encomendáramos a los poetas
existentes más capaces que expresaran concisamente estos pequeños fragmentos, inalterados de puro conocimiento científico, obtendríamos una burda e incompleta suma del Sermón del Monte (Mateo 6-8). Y al compararlos, esta suma sufriría inmensamente. Casi durante dos mil años, el mundo cristiano ha tenido en sus manos la respuesta completa para sus inquietos e infructíferos anhelos. Ahí . . . reposa el programa detallado de acción para una vida humana con éxito, optimismo, salud mental y contentamiento (Fisher, p. 273; citado por Montgomery, 1965, p. 65).

¿Es Jesús verdaderamente el Señor?

Si a Jesús no se lo puede acusar de ser un mito inventado por sus entusiastas seguidores exagerados, ni de ser un mentiroso, ni un desequilibrado mental, entonces sólo nos queda una alternativa: El tuvo que ser lo que El dijo que era: el Cristo, el Hijo de Dios e Hijo del Hombre.

Cuando Jesús estuvo en el Aposento Alto con sus discípulos, les dijo muchas cosas. Una de ellas fue la siguiente: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy” (Juan 13:13). Ahora tenemos la responsabilidad de solidarizarnos con las afirmaciones de Cristo, con las perplejidades y dificultades de ellas. Pero la cuestión final que tenemos delante se puede declarar simplemente: ¿Es Jesucristo el Señor, o no? Una
persona tiene que estar totalmente convencida de este hecho, tanto intelectual como emocionalmente, antes de comprender el pleno impacto de Jesucristo en su vida personal.

Mientras Jesús siga siendo sólo una curiosidad intelectual que está fuera de nosotros, no hay contacto personal con el Dios viviente. El paso decisivo está en aceptarlo como Señor, conocerlo personal y experimentalmente .

Hemos tratado de demostrar aquí que las evidencias que existen a favor de Jesucristo son intelectualmente sanas. El registro de los cuatro Evangelios nos revela su perfección, su naturaleza impecable y su humildad. Tenemos amplia evidencia adicional proveniente del impacto histórico que a través de los siglos ha producido su mensaje intemporal, confirmado con el sello o autoridad divinos y con milagros. Dondequiera que ha ido el cristianismo, ha llevado consigo un encarecido respeto hacia el individuo y un sentimiento de responsabilidad en el servicio a Dios y a los demás.

En todo el Mundo Occidental, cada vez que se ve un calendario, cada vez que se anuncia una fecha, cada vez que se acuña una moneda, se da testimonio de Aquel que es el Factor fundamental en toda la historia. Nuestros años los denominamos: antes de Cristo (a. C.) y después de Cristo (d. C.). Su nacimiento es anunciado así por ateos y aguósticos, creyentes y no creyentes, sólo en esta forma (Menzies, p. 88).

Las evidencias históricas, éticas, sicológicas y experimentales se inclinan claramente en favor de que Jesús es el Señor. Algunas personas pueden rechazar las evidencias a causa de las demandas que envuelven. Pero, cuando usted decide por su propia cuenta quién fue y quién es Jesús, tiene que haber honestidad moral.

El siguiente diagrama resume esta sección y describe gráficamente las variadas alternativas que hay con respecto a la identidad de Jesús.4
Considérelo cuidadosamente. ¿Puede usted aceptar que sus afirmaciones fueron ciertas? Si puede aceptarlo, todavía le queda por hacer la decisión más importante.

LA RESURRECCION DE JESUS

Todas las religiones principales del mundo, excepto cuatro, tienen sus orígenes en proposiciones filosóficas. Estas cuatro se basan en la influencia de una personalidad, de un fundador. Son el judaísmo, el budismo, el islamismo y el cristianismo. Abraham, el padre del judaísmo, murió unos 1900 años a. C. El relato original sobre la muerte de Buda está registrado en el Mahaparinibana Suta, y declara que cuando él murió, fue “una muerte absoluta en la cual no quedaron restos de ninguna clase”. Mahoma, el fundador del islamismo, murió en el 632 d. C., a la edad de 61 años. Su tumba es visitada regularmente por los fieles peregrinos. Dentro de la enseñanza ortodoxa del judaísmo, del budismo, y del islamismo, no hay afirmación textual en el sentido de que sus fundadores resucitaran corporalmente (McDowell, pp. 180-182). ¡En el cristianismo sí hay tal afirmación!

Cristo es único en este respecto, pues El no sólo enseñó que moriría en la cruz, sino también que resucitaría luego de tres días. Todo esto sucedió tal como El lo había predicho. Los hombres dignos de confianza que registraron la vida de Jesús fueron testigos oculares, junto con muchos otros, de la verdad de la resurrección de Jesucristo. Su resurrección es el milagro de los milagros del Nuevo Testamento. Es también el milagro más significativo de toda la humanidad en todos los tiempos.

Se han hecho intentos elaborados para desaprobar o desacreditar este insólito hecho histórico. Algunos han dicho que Jesús realmente nunca murió, sino que simplemente se desmayó por el dolor de la tortura. Según otra idea, que es tan antigua como la misma resurrección, el cuerpo de Jesús fue
robado de la tumba por sus amigos y seguidores (Mateo 28:13). Otros enseñan que los enemigos de Jesús hurtaron su cuerpo. Otro enfoque más sofisticado sostiene que la tumba no estaba en realidad vacía, sino que los seguidores de Jesús recibieron una visión sobrenatural de Cristo, y la resurrección fue simplemente la conciencia del Espíritu de Cristo que quedó en ellos. Dicho esto en otros términos equivalentes, realmente no fue una
resurrección corporal, sino espiritual.

Una cuarta teoría afirma que los seguidores de Jesús estaban tan agobiados por el dolor, y su deseo de ver a Jesús vivo era tan intenso, que experimentaron alucinaciones o fueron víctimas de ilusiones ópticas. Otros han dicho que el cuerpo de Jesús nunca estuvo en la tumba, que el cadáver nunca fue propiamente sepultado, sino que fue lanzado a una fosa común junto con los cadáveres de los criminales que fueron ejecutados con Jesús. Algunos creen que sus discípulos y leales seguidores simplemente fueron a una tumba equivocada.

Todas estas nociones que tratan de explicar la resurrección, descartándola, tienen que ser rechazadas. ¿Por qué? Por lo menos por cuatro razones principales.

Primera, estas teorías proyectan una amplia gama de explicaciones que se excluyen mutuamente y son incongruentes con el registro histórico.

Segunda, no hay bases razonables para acusar a los seguidores de Jesús de ser mentirosos, ladrones, mentalmente desequilibrados, o estúpidos.

Tercera, la resurrección de Jesús está atestiguada en el Nuevo Testamento por más de 500 personas que lo vieron en varias apariciones posteriores a la resurrección. El apóstol Pablo escribe: “Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen (murieron)” 1 Corintios 15:6).5

Cuarta, los seguidores de Cristo dicen que ellos tienen la verdad, la luz, la vida y el poder. Es ilógico decir que estas mismas personas tratarían de lanzar sobre el mundo un gran fraude como la resurrección de Jesús, si en efecto no ocurrió realmente. Además, muchos de los testigos oculares se dejaron llevar hasta la muerte, antes que negar el hecho de que Jesús había resucitado de entre los muertos. Ellos no hubieran entregado sus vidas por defender algo que ellos mismos sabían que era un engaño. La resurrección ocurrió en realidad. No es un fraude, sino un hecho verdadero.

Digamos algo más con respecto a otra de las muy interesantes evidencias que prueban la deidad de Jesucristo, como también acerca de los hechos que rodean su muerte. Uno de los medios que Dios utilizó en el Antiguo Testamento para educar a su pueblo en sus caminos, fueron los profetas a los
cuales se les dio mensajes de Dios para el pueblo. Estos mensajes incluyeron decenas de profecías, dadas a través de los siglos, por algunos de los voceros de Dios con respecto al prometido Mesías o Libertador que habría de venir. Todas las predicciones acerca de su nacimiento, vida, ministerio, muerte y resurrección se cumplieron perfectamente en Jesucristo.

Podríamos decir muchísimo más sobre la resurrección. Tal vez usted la puede estudiar posteriormente leyendo algunas de las obras que se enumeran al fin de esta lección. Permítaseme resumir esta importante sección con las palabras de un erudito en el Nuevo Testamento, el doctor Bernard Ramm:

El creyente en Cristo acepta la resurrección de Jesucristo como un hecho histórico. Le parece concebible a causa de su teísmo cristiano; la razón de ello se halla en su teología cristiana; y su historicidad está probada mediante un inquebrantable y extenso testimonio a partir de las predicciones del Antiguo Testamento, pasando por las páginas del registro del Nuevo Testamento, y llegando hasta la historia de la Iglesia que se halla en los
escritos de los Padres de la Iglesia y en las primeras doctrinas (Ramm, p. 193).

EL PROPOSITO DE JESUS

Si Jesucristo es el Hijo de Dios, y si El murió en la cruz y resucitó de los muertos, ¿cuál es el verdadero propósito y significado de esta obra? Bueno, en el mismo corazón del cristianismo reside un encuentro personal con Jesucristo.

Tal vez la manera más clara de comprender el propósito de la venida de Jesús al mundo consiste en echar una mirada a una de las formas clásicas de encuentro entre Jesús y otra persona. Consideremos la lenta transformación del carácter de uno de los primeros seguidores de Jesús: Simón, un pescador galileo.

Simón era un pescador de oficio, curtido por el sol. Era precipitado, vehemente e impulsivo acostumbrado a la interperie. Su hermano Andrés lo presentó a Jesús. Cuando se conocieron, Jesús le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Juan1:42). Jesús supo inmediatamente la transformación que sufriría Simón y lo indica al cambiarle el nombre por el de Pedro, que significa roca. Jesús
sabía que Simón sería transformado de un hombre emocional e impulsivo al Pedro que llegaría a ser sólido como una roca.

Esta es la manera como ve Jesús a toda persona. El ve y conoce sus debilidades; y El hace planes para, cuando esa persona se convierta a El, hacerla fuerte, íntegra y saludable. Así es como El me ve a mí; y así lo ve a usted.

Usted puede decir: “Yo no he aceptado a Jesús. ¿Cómo puede El conocerme?” Bueno, permítame decirle que hasta los más íntimos pensamientos suyos son como un libro abierto para El. Puede haber secretos escondidos para el resto del mundo, pero no hay nada escondido para El. Jesús nos conoce, a mí y a usted. Jesús conoce el curso de la vida de toda persona que ha nacido; y trata, con esperanza, de llamar su atención en algún punto. ¡El hecho de que usted haya llegado hasta este punto en el estudio no ha sido accidental! Siga usted la experiencia que Pedro tuvo con Jesús.

¿Cómo se produjeron los cambios en la vida de Pedro? Básicamente hubo tres pasos.

Primero, hubo un acto de la voluntad por parte de Pedro. El hizo un acto de entrega consciente a Cristo. Posteriormente, hubo ocaciones en que cometió errores. El no fue perfeccionado de una vez. Hubo ocasiones en que habló fuera de tiempo, actuó con demasiada premura, hizo promesas temerarias; sin embargo, él se había entregado a Cristo, y continuó siguiendo, creyendo y confiando en Jesús. Lentamente comenzó a entender, a cambiar, en la medida que la influencia de Cristo llegó a ser más fuerte en su vida.

Segundo, Pedro comprendió que él tenía que aceptar a Cristo intelectualmente, sin vacilación ni reservas. Primero rindió su voluntad (el corazón), y luego sus emociones (sentimientos) a Jesús. Pero Pedro comprendió que tenía que hacer lo mismo con su intelecto y su razón. No dejó de pensar, ni tampoco cometió “suicidio intelectual”. Pero sí determinó confiar en Cristo, a pesar de las cosas que no comprendía, de las perplejidades personales, o de las objeciones aparentemente lógicas. Esto es lo que Jesús llamó fe. El enseñó que si alguno podía tener fe sólo para creer, aun sin ver a Jesús, entonces la seguridad, el discernimiento y la comprensión vendrían después (Juan 20:29).

Tercero, Pedro le rindió a Jesús plena e indiscutible obediencia por el resto de su vida. Esta es la prueba final de la entrega. Es la voluntad de seguir a Cristo sin saber el curso exacto del camino, sin esperar que sea siempre fácil.

Esto es lo que Dietrich Bonhoeffer (1906–1945) llamaría discipulado (Bonhoeffer, p. 36). Este fue un teólogo alemán joven, pero sumamente estimado, cuyos escritos se han traducido a muchos idiomas.

El encuentro con Jesús es costoso. Significa que usted tiene que someter su propia voluntad a la de Dios. Pedro puede haber comenzado a seguir a Jesús sin comprender las plenas implicaciones de lo que estaba haciendo. En la medida en que se hicieron más grandes los problemas a que se enfrentaba, descubrió que su fe también había crecido. También halló que, a pesar de las dificultades, la vida era mejor cuando estaba entregada a Cristo.

Este fue el propósito de la venida de Jesús: que los hijos de los hombres lleguen a ser hijos de Dios, para lo cual el Hijo de Dios se hizo Hijo del Hombre. Dios quería tener hijos que participaran en su vida y actividad para siempre, y éste fue el método que El escogió para cumplir su propósito. Todas las personas, en la misma forma como Pedro, pueden ser transformadas bajo la poderosa y, sin embargo, tierna influencia de Jesucristo (véase 2 Corintios 5:17).

MAS SOBRE EL DISCIPULADO

El objetivo de esta lección no es simplemente llevarlo a usted a que mueva la cabeza afirmativamente como indicación de que acepta el hecho de que hubo un Jesús histórico que aún es lo que afirmó ser. El asentimiento intelectual no es suficiente. El hecho de que usted crea en Jesús como creería en César o en Pilato es algo que no llegaría a nuestra meta.

César y Pilato están muertos. Esta es la razón por la cual no hay problema en que uno esté a favor de ellos o en contra de ellos. Pero Jesucristo está vivo. “Todavía hay personas que lo aman y que lo odian. Hay una pasión de amor por Cristo y otra pasión por destruirlo. La furia de tantos contra El es una prueba de que no está muerto” (Bowie, p. 8).6 Esta es la razón por la cual, tan pronto como uno entiende plenamente a Jesús, es imposible tener una actitud indiferente hacia El.

Tenemos que inclinarnos ante su autoridad y aceptar su enseñanza. Tenemos que permitir que nuestras opiniones sean moldeadas por las suyas, que nuestros puntos de vista sean acondicionados a los suyos. Y en esto se incluyen las enseñanzas de El que no son agradables y que están fuera de moda (Stott, p. 210).

Cuando somos llamados a seguir a Cristo, ése es un llamamiento a una exclusiva adhesión a El. De modo que el discipulado significa adherencia a Cristo. El cristianismo no es simplemente un conocimiento amplio de información religiosa, sino conocer a Jesucristo como Señor y rendirle lealtad.

¿A usted le parece difícil creer en Jesús? Tal vez se deba a que usted se resiste a rendirse a El. No sea usted como todos los arroyos de la montaña, que siguen el curso por el sitio en que hay menor resistencia. Bonhoeffer fue ahorcado porque su consagración cristiana estaba en conflicto con el régimen. El habla de “gracia barata” y “gracia costosa”. “La gracia barata es aquella que no tiene discipulado, que no tiene cruz, que no tiene a Jesucristo, viviente y encarnado” (Bonhoeffer, p. 36).

Cristo habla de negarse uno a sí mismo, de reconciliarse con el prójimo, de servir a otros, de comprometerse uno intensamente en la vida y de luchar por el bien y en contra del mal, y aun más, de sufrir, si es necesario. El discipulado significa lealtad al Cristo triunfante, sin importar cuál sea el costo; pero no como un ermitaño que se aparta de la sociedad. Significa tomar posición a favor de la verdad en medio del ruido y de la fetidez del mercado público.

¿Qué valor le concede usted a la gracia barata, a la experiencia superficial, a la adoración casual, y a los discípulos que son menos que leales? De este tipo de “cristianos” ha habido muchísimos. Esta es una razón por la cual no se toma en serio al cristianismo. Infortunadamente, algunos que afirman ser cristianos, no lo toman suficientemente en serio para sí mismos. El llamamiento de Cristo es a un discipulado pleno: a que se le dé a Jesucristo la voluntad, el intelecto y las emociones de un modo intencional y consciente. Que Cristo sea el Señor de todo.

UN DESAFIO

C.S. Lewis presenta un desafío muy claro, que resume bien esta lección:

Un hombre que sólo fuera un hombre, no podía decir las cosas que dijo Jesús y ser, no obstante un maestro de moral. O se trata de un loco — en el mismo nivel del que se cree Napoleón —, o se trata del demonio en persona. Hay que escoger entre estos dos conceptos. Este hombre es el Hijo de Dios; o es un loco o algo peor. Podemos encerrarlo en un asilo, podemos esputarlo o matarlo como si fuera un demonio; o podemos caer a sus pies y
llamarlo Señor y Dios. Pero no vengamos con una condescendencia petulante a decir que él es un gran instructor del mundo. El nos ha vedado esa expresión. No ha permitido que se le considere así (Lewis, pp. 59, 60).

Demasiadas personas están dispuestas a despachar al cristianismo con un movimiento de la mano para despedirlo, por ninguna otra razón que no sea el hecho de que no están dispuestas a hacer frente al desafío de Cristo. Ahora mismo, cuando usted se enfrenta a la Persona de Cristo, no tenga temor
de las implicaciones morales de aceptarlo en su vida. No dé la vuelta hacia la noche de la desesperación, rechazándolo, hasta que haya examinado y considerado completamente las evidencias. Hay muchas personas que tienen miedo o pereza para hacer esto. Hay un temor escapista de hacer frente al desafío de las normas cristianas de conducta y de discipulado. Parece más fácil, más cómodo, salir corriendo.

Jesucristo vino para traer reconciliación entre el hombre y Dios. Con ese espíritu de reconciliación, Jesús ha invitado a toda persona, en todas partes, sin miramientos de raza, color, tradición, conducta pasada o problemas corrientes: todos están invitados a acudir a El.

Entonces, ¿por qué la gente quiere relegar a Jesús a un libro cerrado, y pasar junto a El como si El no tuviera nada significativo que ofrecer? Cualquiera que sea la razón, no haga usted eso, por favor. Más bien, hágase una profunda introspección y haga la siguiente oración, con lo cual dará otro paso hacia El:

Padre, no dejes que quede satisfecho
al considerar a Jesús
sólo como un gran maestro.
Nunca dejes que El sea para mí menos
que mi mejor Amigo,
mi eterno Salvador,
mi infalible Fortaleza,
mi inmortal Esperanza,
Y permite que siempre se manifieste
lo que Jesús significa para mí (Gesch, p. 60)

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