Ahora y Siempre


¡Robados! Los dos caballos que las misioneras necesitaban para su transporte habían sido robados. Estas señoras habían estado orando con una mujer por su conversión a Cristo en una casa. Cuando salieron a buscar sus caballos, éstos habían desaparecido.

De repente vieron que algunos hombres se acercaban hacia ellas. Uno empezó a buscar su arma en su cinturón mientras que otros recogieron piedras. Empezaron a gritar con ira y las misioneras se dieron cuenta de que las perseguían por su fe en Cristo. Tendrían que huir a pie.

En lugar de temblar de miedo empezaron a regocijarse. “Gloria a Dios”, dijo una de ellas. “¡Hemos sido dignas de padecer afrenta por causa del Señor!” (Hechos 5:41). Subieron la montaña llenas de valor aunque las balas silbaban a su alrededor sin hacerles daño. Los hombres no las siguieron y salieron ilesas.

Una de estas misioneras es mi madre, quien aún hoy día testifica cómo esa adoración levantó una barrera invisible entre ellas y sus atacantes.

Los Efectos de la Adoración

La Biblia nos cuenta de muchos casos similares a la historia que se dio al comienzo de esta lección. En muchas ocasiones la alabanza y la adoración tuvieron que ver con la protección y liberación de los creyentes.

La adoración también puede producir fuerza. En Isaías 40:31 leemos que “los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas.” Los primeros mártires de la iglesia cristiana encontraron fuerzas para enfrentarse a la tortura y la muerte porque alababan y adoraban. Los historiadores nos cuentan cómo los creyentes cristianos fueron llevados al gran coliseo de Roma para ser comidos por los leones. Las multitudes que los miraban no podían comprender cómo estos creyentes podían seguir alabando y cantando, a pesar de que la muerte los esperaba. Ellos encontraron fuerza al dejar de fijar sus ojos en ellos mismos y en sus circunstancias aterradoras. Más bien se concentraron en Dios, en su fidelidad y amor. ¡Sabían que pronto lo verían cara a cara!

Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte; andará, oh Jehová, a la luz de tu rostro. En tu nombre se alegrará todo el día, y en tu justicia será enaltecido. Porque tú eres la gloria de su potencia, y por tu buena voluntad acrecentarás nuestro poder (Salmo 89:15-17).

Así como estudiamos en la lección 2, nuestra razón principal para adorar al Señor se debe a que El es digno. En verdad esa razón nos basta. Pero Dios da generosamente y ha prometido bendiciones adicionales como resultado de la adoración; bendiciones que se realizan y se aprecian en esta vida. Ya hemos hablado de las bendiciones espirituales que recibimos. Son muchas. Nuestro enemigo, el diablo, trata de desalentarnos y triunfar sobre nosotros, pero la Biblia dice que el gozo del Señor es nuestra fuerza (Nehemías 8:10).

¿Cómo obtenemos este gozo? Isaías 12:3 nos dice que el pueblo de Dios se regocija cuando El los salva. A veces el enemigo trata de sembrar dudas y robarnos nuestro gozo. Si le escuchamos y damos lugar al desaliento, nos volvemos débiles. Cuando estamos débiles no oramos como debemos. Quizá aún nos preguntamos si somos salvos o no. Pero podemos recobrar nuestro gozo al decidir que vamos a alabar, a pensar en la bondad del Señor hacia nosotros. A medida que le adoramos, nuestra copa rebosa de gozo nuevamente y somos fuertes otra vez.

Podemos tener suficiente fuerza para enfrentarnos a problemas que bajo otras condiciones nos derrotarían. Leemos que cuando Job supo que había perdido a todos sus hijos, dijo: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). El siguiente versículo dice: “En todo esto no pecó Job.” Su corazón estaba lleno de alabanza y su boca también, porque sabía que Dios tenía todo bajo su control. Su adoración fue la expresión de esa confianza.

Cristo, nuestro ejemplo perfecto, se detuvo junto a la tumba de un amigo: “Padre, gracias te doy por haberme oído” (Juan 11:41). Después de esta oración le restauró la vida al que se había muerto. Los Evangelios nos cuentan de varios casos cuando los enfermos recibieron su sanidad al adorar o se inclinaron ante el Señor en adoración (Mateo 8:2; Marcos 7:25).

El gozo más grande y más permanente que resulta de la adoración consiste en que llegamos a conocer mejor a nuestro amante Padre celestial. Podemos sentir la presencia de Dios de manera muy especial cuando guardamos su mandamiento de adoración. 1 Juan 3:24 nos dice que cuando guardamos los mandamientos de Dios vivimos en unión con El y El con nosotros. A medida que conocemos al Señor, confiamos en El más. Sabemos que su fidelidad nunca fallará. Sabemos que El tiene un plan para nuestras vidas y podemos descansar sabiendo que El tiene todo bajo su
control. Cuán maravilloso es tener la seguridad de que nuestro futuro está en sus manos aquí en la tierra y por toda la eternidad (Salmo 139:7-18).

El dar es otro acto de adoración que ya hemos estudiado. Cuando el apóstol San Pablo recibió regalos de un grupo de creyentes, escribió para agradecerles su generosidad y dijo: Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios. Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús (Filipenses 4:18-19).

Estas palabras indican que el apóstol San Pablo también reconocía el dar como acto de
adoración. Creyó que Dios recompensaría a los que dan. Sus palabras confirman una promesa del Antiguo Testamento que Dios nos ha dado. “Probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10).

Hechos 8 nos cuenta una historia interesante sobre un ofi cial del gobierno de Etiopía, quien había hecho un largo viaje a Jerusalén para adorar. Había gastado tiempo y dinero con el único propósito de estar en la casa del Señor. Mientras viajaba en su carroza de regreso a casa, leía Isaías 53. Dios vio su corazón y mandó a Felipe, el evangelista, para ayudarlo. Felipe se acercó a la carroza y le preguntó si sabía lo que leía. El hombre le dijo: “¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare”? (Hechos 8:31).

Felipe se subió a la carroza y le contó la historia de Jesucristo. El oficial aceptó a Cristo como su Salvador y fue bautizado. Después siguió gozoso su camino (Hechos 8:39). Su hambre espiritual se había saciado y sus preguntas habían sido contestadas como resultado de haber apartado tiempo para adorar. Lo que Dios hizo por el etíope hace 1900 años, lo hará por nosotros hoy. El nos dará las respuestas que necesitamos. Entonces adoraremos al Señor de nuevo, alabándole porque nos ha guiado en el camino correcto, y ha cumplido su promesa (Génesis 24:26).

El Alcance de la Adoración

Hemos llegado a la última sección de nuestro libro sobre la adoración cristiana. Nos hemos referido principalmente a las razones de por qué debemos adorar y cómo la adoración influye en nosotros como individuos y como miembros de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Lo hemos leído, lo hemos entendido y lo hemos experimentado.

Pero hay algunas facetas de la adoración que no entendemos completamente. Una de ellas se encuentra en la historia de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. Cuando entró en la ciudad montado en el asno, los discípulos y la multitud empezaron a gritar “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor!” (Lucas 19:38). Algunos de los fariseos que lo observaban se opusieron a su alabanza. Cristo les contestó: “Os digo que si estos callaran, las piedras clamarían” (Lucas 19:40).

¿Cómo podrían las piedras clamar? No lo sabemos. Pero sí sabemos que Dios podría hacerlas clamar si fuera necesario. El mayor significado de las palabras de Jesucristo estriba en que la alabanza es importante. La adoración no es un rito sin significado, sin vida. Es una fuerza poderosa que puede penetrar la superficie más dura. Si nosotros como “piedras vivientes” no alabamos al Señor, entonces otras clases de piedras tendrán que hacerlo. La alabanza genuina significa tanto para Dios y para su plan eterno. ¡Cuán privilegiados somos al participar en su plan!

Hay otros misterios en la alabanza; uno de ellos es el ministerio de la alabanza en que nos ocuparemos en el cielo. A los niños pequeños les gusta hacer preguntas sobre el cielo. ¿Cómo será el cielo cuando lleguemos allí? ¿Qué haremos? Si se les han muerto sus abuelitos u otros seres queridos, quieren saber exactamente qué les ha pasado. Tratamos de contestarles lo mejor que podemos, pero no encontramos las palabras adecuadas. No sabemos qué decir.

¿Qué dice la Biblia sobre el cielo? No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros (Juan 14:1-2).

El cielo es un lugar que ha sido preparado especialmente para nosotros. El lugar más hermoso de la tierra no se puede comparar con el cielo, porque el pecado no puede entrar allí. El pecado destruye y mancha la creación de Dios. Pero en el cielo todo será puro y limpio. Dios enjugará toda lágrima. No habrá más llanto, ni dolor, ni clamor (Apocalipsis 21:4).

¿Qué habrá allí? Habrá regocijo y alabanza porque nuestra victoria será completa (1 Corintios 15:54). Estaremos para siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:17).

¿Qué haremos? Sin duda el Señor tiene hermosas sorpresas que nos esperan, la mayoría de las cuales El no nos puede revelar todavía. Como mortales nos falta la habilidad de comprender las cosas eternas. Pero podemos estar seguros de dos actividades. Se nos revelan estas dos actividades en Apocalipsis.

TY no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos (Apocalipsis 22:3,5).

¡Adoración! ¿Y por qué no? Cuando todos los seres celestiales estén cantando y alabando al Señor, nosotros desearemos hacerlo también. Cuando veamos a Jesús y comprendamos el precio que pagó por nuestra salvación, estoy segura de que nos hincaremos en amor y adoración. Cuando miremos hacia el futuro y nos demos cuenta de que el cielo es nuestro por toda la eternidad, nuestra gratitud no tendrá límite. Tendremos que alabar.

En la porción bíblica que acabamos de leer, la alabanza ocupó el primer lugar. Estoy segura de que también lo ocupará en el cielo. También tendremos otro oficio. Reinaremos como reyes por los siglos de los siglos (véase Apocalipsis 5:6-10).

Los reyes también tienen oportunidades por los recursos que están a su disposición. Tesoros, más de lo que necesitan, todo está a su alcance. ¿No será así el Dios del cielo, quien nos suplirá todo lo que necesitemos para poder reinar con El? Quizá tendremos la oportunidad de explorar el universo. Quizá sigamos las galaxias con sus miles de millones de estrellas hasta llegar al final de ellas. ¿Quién podrá decir lo que pasará?

Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5:13).