Normas para la Adoración


¿Por que cae la lluvia hacia abajo y no sube hacia arriba? ¿Por qué no se levanta el sol en el oeste y se pone en el este? ¿Por qué respiramos aire y no agua? Estas no son preguntas necias. Los científicos han buscado las respuestas por muchos años. Ellos han descubierto que nuestro universo y todo lo que hay en él está gobernado por leyes que lo mantienen en orden. Sin este orden no habría lluvia, ni crepúsculos, ni aun vida. Estas son las “leyes de la naturaleza”. Los creyentes sabemos que estas son “leyes de Dios”, establecidas para gobernar el universo.

Así como el universo estaría en un caos absoluto sin el gobierno y las leyes de Dios, nuestras vidas internas no pueden estar en orden si no somos guiados por las normas que El ha establecido. A estas normas internas se le llama el gobierno moral de Dios. Son pasos espirituales o condiciones que se deben cumplir para agradar a Dios. Por ejemplo, nadie puede ser salvo si no se ha arrepentido ni ha aceptado a Cristo.

Dios también ha establecido normas en su Palabra para guiarnos en nuestra adoración. Ya hemos estudiado algunas de éstas. ¿Recuerda usted las tres cualidades internas que el adorador debe tener? Estas las estudiamos en la lección 1 y aprendimos que son humildad, obediencia y amor. También hemos estudiado diversas formas de expresar nuestra adoración: por medio de oración, servicio y música. En esta lección estudiaremos cómo podemos prepararnos para una efectiva adoración cristiana.

Preparación Interna

La preparación adecuada para adorar comprende tres pasos importantes: limpieza, pureza y orden. Los estudiaremos en este orden, aunque cada condición tiene que ver con la otra en lo relacionado con nuestros pensamientos y actitudes.

Limpieza

Ser limpio ante Dios significa estar ante El sin pecado. Por supuesto, es posible únicamente cuando Dios mismo nos ha perdonado y nos ha lavado de todo pecado.. David buscó tal ayuda cuando oró:
Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado (Salmo 51:1-2).

Cierta señora fue a la iglesia aunque padecía un terrible dolor de cabeza. Cuando el pastor sugirió que oraran por ella, ella contestó: “No, no pueden orar por mí, porque regañé a mis hijos, innecesariamente esta mañana.” El pastor le recordó que ella podía pedirle perdón a Dios, aceptar a Cristo y obtener justificación ante El. La mujer lo hizo y fue sanada instantáneamente. Quizá aun mayor que su sanidad física fue el comprender que ella podía ser limpia ante Dios con sólo pedirlo.

¿Significa lo anterior que podemos hacer lo que nos plazca porque el perdón se obtiene con sólo pedirlo? Permitamos que 1 Juan 3:9 nos dé la respuesta. “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” Juan nos recuerda que el creyente no puede pecar voluntariamente sin afectar su condición ante Dios. Cuando peca, tiene que arrepentirse en oración. Pero, aun más, cuando amamos a Cristo y nos damos cuenta del precio que El pagó por nuestra salvación, deseamos mantenernos limpios, y, como dice la Biblia, sin mancha de pecado.

Pureza

El apóstol San Pablo dijo que hacía todo lo posible por alcanzar su meta. “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). En Hechos 24:16 él dijo: “Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.” Pero, ¿cómo podemos tener siempre una conciencia limpia? Algunos creyentes se han hecho esta pregunta y después han tenido tanto miedo de ofender a Dios que han vivido agobiados por el temor constantemente. Han cometido el error de tratar de escudriñar sus propios corazones. Es como tratar de limpiar una casa oscura con una pequeña y débil linterna. No se ven claramente los lugares que en verdad necesitan limpieza y su débil reflejo produce sombras sobre lo que ya está sin mancha. Salmo 139:23-24 nos dice quién debe escudriñar nuestros
corazones.
Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.

Cuando le permitamos al Señor examinar nuestros corazones, lo hará sin condenarnos. El entiende nuestras debilidades humanas. Pero a pesar de ello, es santo y justo y no puede tolerar el pecado. Así que podemos estar seguros de que nos hará saber si se interpone alguna barrera entre El y nosotros. Además nos dirá lo que debemos hacer respecto a ello. Por eso nos ha dado su Palabra, para guiamos e instruirnos, para llevarnos por un camino claro.
Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira (Apocalipsis 22:14).

La mayoría de los pecados mencionados se pueden ver claramente; se identifican con facilidad. Pero la práctica de la magia y la adoración de ídolos pueden tener formas que pasan inadvertidas. Aun pueden parecer como un juego, algo “sólo para divertirse”. Deuteronomio 18:9-13 menciona prácticas que se parecen a algunas de hoy, como la lectura de naipes u hojas de té para adivinación, consultar espíritus o estudiar horóscopos. Si usted tiene libros o cualquier objeto que se ha usado en alguna práctica de éstas debe quemarlos. Aunque usted nunca los haya usado personalmente, es
mejor deshacerse de ellos, porque el diablo puede usarlos para tratar de hacerlo caer más tarde

Muchos pecados, tal como la mentira, son tan obvios que aun un niño pequeño los reconoce. Pero el enemigo, el diablo, quiere hacer que el creyente caiga en estos otros también. La tentación ataca cuando es posible que una pequeña mentira nos pueda sacar de una dificultad, o hacernos ganar dinero.

Pero no debemos permitir que estas posibilidades nos atemoricen. Dios nos ha dado sus promesas y ha dicho que es fiel para no dejarnos caer, fiel para presentarnos sin mancha y con alegría ante su presencia (Judas 1:24).

Orden

Ya hemos hablado de una conciencia limpia y pura. Ahora usaremos la palabra orden para hablar de las cosas pequeñas que en sí no son malas si se hacen en su tiempo y lugar adecuado, pero que, si se hacen fuera de orden, pueden impedir una comunión íntima con el Señor.

He aquí un ejemplo: cierta señora cristiana usaba su talento para tejer como una manera de ayudar a otros. Tejió suéteres para niños, calcetines de lana para pescadores y trabajos manuales que pocas otras señoras sabían hacer. En ocasiones en las noches de tormentas leía su Biblia y después tejía hasta muy tarde. Pero después dejó de asistir a la iglesia porque quería tejer. Afortunadamente, el Espíritu Santo fue fiel en mostrarle el peligro antes de que fuera muy tarde y volvió a poner a Dios en el primer lugar de su vida. Se dio cuenta de que podía ir a la iglesia y siempre le quedaría
tiempo para tejer.

Muchas actividades son inofensivas en sí, pero podrían robarnos tiempo e impedir nuestra relación con Dios. No es malo tejer, leer, jugar o miles de otras actividades si no permitimos que tomen el primer lugar en nuestra vida. Ese desorden nos estorba o entorpece nuestra habilidad de adorar a Dios de todo corazón. El es el único digno del primer lugar en nuestras vidas. Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:1-2).

El culto racional mencionado en estos versículos es la verdadera adoración. La Versión Popular de la Biblia traduce el primer versículo así: “Les ruego por la misericordia de Dios que se presenten ustedes mismos como ofrenda viva, consagrada y agradable a Dios. Este es el verdadero culto que deben ofrecer.” Cuando tenemos como propósito adorar a Dios de todo corazón, sabremos lo que es bueno y agradable para El. El nos ayudará a diferenciar entre lo dañino, lo que no es dañino, pero tampoco esencial, y lo que es verdaderamente bueno. Lo que nosotros tenemos que hacer es disciplinarnos, estar siempre de acuerdo con lo que Dios quiere. Cuando hacemos esto, todo lo demás toma su lugar debido.

Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad (Filipenses 4:8).

Expresión Externa

Hemos hablado del trasfondo de la verdadera adoración, un corazón correcto ante Dios, y de que el resultado, por supuesto, son acciones correctas. Si amamos a Dios y a nuestro hermano, no queremos hacerle daño; hacemos todo lo posible por ayudarlo.

Pero ciertas cosas en la expresión de nuestra adoración externamente quizá levanten
interrogantes en nuestra mente. ¿Debemos ofrecer sacrificios como lo hacían los judíos en el Antiguo Testamento? ¿Debemos inclinarnos ante imágenes de los apóstoles u otros santos? ¿Es irreverente palmear en la iglesia?

Algunas de las cosas que hacemos forman parte de nuestra cultura; y la cultura en sí no es mala. Dentro de cada sociedad hay ciertas costumbres aceptables en la adoración que han llegado a formar parte de las prácticas de la iglesia y de su vida cristiana. Si no contradicen la Sagrada Escritura, no son erróneas. Claro que para el Señor tampoco son esenciales. Pero influyen sobre nuestro modo de adorar.

Haciendo estos factores a un lado, la Biblia nos ha dado normas para la adoración. A
los adoradores del Antiguo Testamento les dieron reglas muy estrictas que debían observar, especialmente en relación con los sacrificios. Nosotros no observamos estas normas hoy en día porque los sacrificios eran símbolos o “cuadros” de lo que habría de venir. La muerte del corderito y el esparcimiento de su sangre eran símbolos de lo que haría Cristo. El es el Cordero de Dios que derramó su sangre en el monte Calvario por los pecados del mundo. Nosotros no cumplimos con el rito del sacrificio ahora porque ya no es necesario. Pero sabemos lo que significaba y por ello podemos mirar a Cristo para aceptar su completo y perfecto sacrificio hecho por nosotros. Ahora bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal. . . Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros . . . es mediador de un nuevo
pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna (Hebreos 9:1, 11, 15).

El Nuevo Testamento recalca que se debe adorar únicamente a Dios. San Juan, el apóstol amado, cuenta como él se inclinó para adorar a un ser celestial, pero fue detenido con las palabras: “Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios” (Apocalipsis 19:10).

Cuando Cristo murió en la cruz, abrió el camino para que todo creyente tuviera los mismos privilegios de un sacerdote. Todos podemos ir directamente a Dios y adorarle. “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 1:5, 6).

Tenemos la libertad de adorar a Dios de todo corazón, y esa adoración se puede expresar de muchos modos diferentes. En lecciones anteriores tratamos sobre la oración, la música, cantar, esperar y la adoración con nuestras acciones. ¿Habrá acaso otros modos de expresar nuestro amoral Señor? ¿Qué pasa durante nuestras devociones privadas o si estamos con otros creyentes y la alabanza surge en nuestros corazones?

El Espíritu Santo nos guía en nuestros momentos de adoración. Cuando estemos en grupo experimentaremos momentos de canto y palmearemos de gozo. Así está escrito en la Sagrada Escritura (Salmo 47:1). La Biblia también nos dice que levantemos nuestras manos en adoración. Mirad, bendecid a Jehová, vosotros todos los siervos de Jehová, los que en la casa de Jehová estáis por las noches. Alzad vuestras manos al santuario, y bendecid a Jehová (Salmo 134:1-2).

La Biblia dice que el rey David danzaba, cuando se traía el arca de Jehová a Jerusalén, “con toda su fuerza delante de Jehová” (2 Samuel 6:14). Seguramente estaba tan lleno de gozo que no pudo contener su alegría y lo tuvo que expresar físicamente

El Señor desea que sintamos libertad en nuestra adoración y nuestra alabanza sincera. El Espíritu Santo quiere moverse en nosotros para glorificar al Padre. El usará nuestra personalidad porque nos ve y nos reconoce como individuos.

Nosotros también hemos de recordar que no todo el mundo es como nosotros. Una persona quizá no sea tan expresiva en sus sentimientos como otra. Un hombre sentado y en silencio bien puede estar escuchando al Señor, elevando su espíritu a lugares celestiales en comunión con Cristo. Alguien se quedó perplejo por la acción de una señora que con sus pies muy a menudo bailaba y marcaba el ritmo de la música, aunque pocas veces se movía de donde estaba. Después se enteró de que ella tenía siete hermanos y hermanas, y de que todos los otros habían nacido cojos. ¡Con razón muchas veces expresaba su alabanza a Dios por medio de la danza! Todos estos que hemos mencionado expresaban su adoración a Dios con diferentes acciones externas, pero cada uno adoraba con sinceridad y de todo corazón.

Nuestra alabanza no será irreverente y no causará ofensa si seguimos la norma dada en Romanos 12:10: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” Había respeto mutuo entre las personas, hacia sus culturas, sus personalidades y su caminar con el Señor.

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