Sólo Dios es Digno


Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas (Apocalipsis 4:11.)

Nosotros adoramos a Dios porque El es digno. El ser digno significa “merecer” o “tener un derecho”. La Biblia claramente enseña qué el Señor tiene derecho al primer lugar en nuestros corazones y vidas.

Es malo adorar una piedra, un pedazo de madera tallada, una idea hermosa o a un ángel poderoso? ¿Podremos hacerlo y todavía reservar el primer lugar en nuestros corazones para Dios?

La historia bíblica nos cuenta de personas que creyeron en Dios, pero querían adorar algo que pudieran ver o imaginar en sus mentes. Trataron de ser leales a dos causas a la vez. Pero, al final ofrecieron adoración y obediencia a sus ídolos. Jesús dijo: “Ninguno puede servir a dos señores” (Mateo 6:24.)

Deseamos amar, servir y adorar a un Señor, el único que es digno.

El Gran Poder de Dios

Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, hizo referencia al poder de Dios. El dijo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”(Mateo 6:10). Él nos dio un vistazo del cielo. Allí los ángeles sirven a Dios quien con su sola palabra crea mundos. A veces nos olvidamos de su poder porque vemos que otros poderes aparentemente llevan el control. Pero hemos de recordar que Dios puede permitirle al hombre hacer su propia voluntad por un tiempo, pero Él nunca ha perdido su poder. Apocalipsis 4:10 dice que muchos pondrán su corona (símbolo de poder) a los pies del Señor. Todo el universo lo aclamará como Señor.

El Salmo 98:2 dice: “Jehová en las alturas es más poderoso.” No hay límite de su presencia (Salmo 139:7–10) ni de su conocimiento (Job 28:23-24). Él puede desatar los fuertes vientos o calmar el mar tempestuoso. Por su poder el lirio se abre paso por la tierra y florece tan puro y blanco.

Toda la naturaleza muestra su poder y los ángeles del cielo están listos para hacer su voluntad. Con mayor razón nosotros debemos confiar en su amor y cuidado. Estamos más seguros en El que en cualquier otro lugar. Puede cambiar el curso de la historia y con su mismo poder obrar en nuestras vidas y a través de ellas. A medida que reconocemos su poder y le alabamos por él, aumenta nuestra fe. Nos damos cuenta de lo limitados que verdaderamente somos sin su ayuda, y nos disponemos a recibir de Él.

Quizá usted recuerde haberse puesto una chaqueta o camisa de algún color pálido que parecía estar limpia. Pero, cuando se paró junto a algo muy blanco, se dio cuenta de que su ropa estaba sucia y manchada. ¿Recuerda cómo se sintió?

¿Qué podía él hacer? Era impuro y lo sabía. El clamó: “¡Ay de mí!”

Entonces una de las criaturas tocó sus labios con un carbón encendido del altar y quitó su culpabilidad (Isaías 6:1-6).

¿Qué significaba la visión para Isaías y para nosotros? Que Dios es tan limpio, tan puro y santo que no tenemos derecho de estar en su presencia. Es decir, no tenemos derecho si nos basamos en nuestra propia justicia. No podemos alcanzar el nivel que Dios desea, pero él puede tocarnos y limpiarnos. Entonces no hay nada que temer. No necesitamos sentir temor en su presencia.

Sin embargo, experimentamos otra clase de temor: el temor de Dios que se caracteriza por una profunda reverencia, un gran sentido de respeto. Este no tiene nada que ver con el terror o el miedo. Más bien nos hace darnos cuenta de cuán grande es El y cuán indignos somos nosotros. Esto es lo que significa Isaías 8:13: “A Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor.”

Dios también dijo en Malaquías 3:6: “Porque yo Jehová no cambio.” Es un Dios de poder y de santidad, por lo que podemos confiar en que El nunca cambiará.

Así que, recibiendo un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor (Hebreos 12:28-29).

El Amor Paternal de Dios

Los israelitas que habían vivido durante el tiempo de los reyes y profetas habían aprendido muy bien la primera parte de esta lección. Ellos sabían del gran poder de Dios y de su santidad. Habían visto una columna de fuego por la noche y habían temblado cuando los truenos y relámpagos estremecieron el monte Sinaí. Dependían del sumo sacerdote para que entrara en el lugar santísimo de su tabernáculo o templo e intercediera ante Dios por ellos. Temían acercarse a El.

Pero Dios no quiere que pensemos en El como alguien muy lejano a quien no nos podemos acercar. Ama tanto a la humanidad que mandó a su Hijo Jesucristo para reconciliar el mundo consigo mismo. El pecado lo había cambiado todo como si una pared se hubiera erigido entre Dios y el hombre. El pecado tenía que ser expiado y restaurada la comunión entre Dios y el hombre.

Cristo hizo esto último por medio de su muerte en la cruz. Hebreos 10:19-22 dice:

Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe.

¿Qué piensa usted cuando oye las palabras “Dios, el Padre”? ¿Piensa en un juez duro, un líder cruel, o un dictador? ¿Lo hacen sentirse nervioso o miedoso?

Algunas personas experimentan este sentir debido a una niñez muy triste o a la memoria de un padre cruel. Dios conoce todos nuestros pensamientos y con mucho cuidado nos ha hecho saber que su amor es aun mayor que él dé un padre o una madre terrenal; superior al del mejor padre sobre la tierra. El rey David, inspirado por el Espíritu Santo, dijo: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá” (Salmo 27:10). Aunque David había crecido en un hogar seguro, sabía que el amor humano podía fallar. Pero el amor de Dios nunca fallará.

En el Salmo 103:13 leemos: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen.” Podemos pensar en el más cariñoso de los padres terrenales y comparar a Dios con ellos, pero en un grado mucho más alto.

El niño que confía recurre a su tierno y amante padre cuando siente temor y necesita seguridad. Va a su padre cuando necesita ayuda, cuando tiene hambre, cuando está solo, cuando experimenta problemas. Va a su padre cuando necesita alguien con quien hablar y compartir lo que ha ocurrido en el día. O quizá no desee hablar, sino simplemente estar cerca de su padre escuchando, por si acaso su padre tiene algo que decirle.

Dios quiere que nosotros experimentemos esta misma relación de padre a hijo. Quiere que nos sintamos seguros al acudir a El. El apóstol San Pablo sabía esta verdad y escribió:

Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (Romanos 8:15).

Cuando San Pablo escribió estas palabras, usó el término arameo Abba para referirse al Padre. Este era el nombre que usaban comúnmente los niños cuando se dirigían a sus padres terrenales. Su equivalente en español sería “papito”.

¿Qué nos indica lo anterior sobre la adoración? Dios nos ama tanto que desea establecer la relación más estrecha posible con nosotros. En verdad El es digno de toda la alabanza y la adoración que le podamos dar. Cuando fallamos en la adoración a nuestro Señor, nos hacemos daño a nosotros mismos. Peor aún, le hacemos daño a nuestro amante Padre celestial. Quizá debamos hacernos unas preguntas: ¿Me comporto con el Señor como si fuera un extraño? ¿Lo ignoro y sigo mi propio camino? ¿O empiezo cada día en comunión con El y alabanza a El?

Si usted no pudo contestar como lo hubiera deseado, puede inclinar su cabeza ahora mismo y pedirle perdón a Él. Él lo está esperando.

A medida que usted entra en comunión y adoración gozosa con Dios, lo sentirá muy cerca. Y cuanto más lo adore, más fácil le será practicar la adoración, ya que se convierte en parte integral de su vida, 0una vida más rica y más plena.

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