Amor: El Fruto Excelente

“Mas el fruto del Espíritu es amor . . .” (Gálatas 5:22). El escritor inspirado comienza su presentación del fruto del Espíritu con el amor. Tiene que ser el primero, porque sin amor no pueden existir los otros frutos.

El amor en su concepto más sublime se personifica en Dios. La mejor y más corta definición del amor es Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios fue revelado a la humanidad por su Hijo Jesucristo: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1).

¿A quién amó Jesús tanto que voluntariamente dio su vida por ellos? ¿Por personas perfectas? ¡No! Uno de sus discípulos le negó; otro dudó de El; tres de los que pertenecían a su círculo íntimo se quedaron dormidos mientras que El agonizaba en el huerto. Otros dos deseaban ocupar altos puestos en su reino. Uno de ellos le traicionó. Y cuando resucitó de entre los muertos algunos no creían que había resucitado. Con todo, Jesús los amó hasta el grado máximo de su amor. Fue abandonado, traicionado, desilusionado, y rechazado ¡y a pesar de todo siguió amándolos!

Jesús desea que amemos a los demás como El nos ama a nosotros. “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12). Nunca nos sería posible cumplir este mandato a través de nuestro limitado amor humano. Pero al desarrollar el Espíritu Santo la semejanza de Cristo en nosotros, aprendemos a amar como El nos amó.

En esta lección estudiará usted el significado del amor como el fruto del Espíritu y la forma en que se manifiesta en la vida del creyente. Puede usted amar incluso como amó Cristo, al desarrollarse en usted el fruto del amor.

AMOR IDENTIFICADO

Tipos de amor

¡El amor es la dimensión excelente del fruto espiritual! Jesús no dejó ninguna duda de ello cuando les dijo a sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan l3:34-35).

¿A qué tipo de amor se refería Jesús? Por lo menos hay tres tipos de amor los cuales consideraremos brevemente:

1. Amor ágape. La palabra griega ágape significa “amor libre de egoísmo; amor profundo y constante,” como el amor de Dios por la humanidad. A este amor divino se refiere el versículo de Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Este amor perfecto y sin igual abarca nuestra mente, emociones, sentimientos, pensamientos — todo nuestro ser. Este es el tipo de amor que el Espíritu Santo desea manifestar en nuestra vida al entregarnos nosotros totalmente a Dios. Es un amor que nos hace amarle y obedecer su Palabra. Este bendito amor fluye de Dios hacia nosotros y regresa de nuestros corazones a El en alabanza, obediencia, adoración y servicio fiel. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Es el tipo de amor que Jesús demostró en cada paso que dio desde el pesebre hasta la cruz. Es amor ágape el amor descrito en 1 Corintios 13.

2. Amor filia (fraternal). De acuerdo con 2 Pedro 1:7, el segundo tipo de amor es el llamado afecto o amor fraternal. Este fruto es amistad, amor humano, el cual es limitado. Amamos si somos amados. Lucas 6:32 dice: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman.” El amor o el afecto fraternal es esencial en las relaciones humanas, pero es inferior al amor ágape porque depende de una relación recíproca; es decir, somos amigables y amables con aquellos que son amigables y amables con nosotros.

3. Amor eros (físico). Otro aspecto del amor humano que no se menciona en la Biblia, pero que se implica fuertemente, es eros. Este es amor físico, el cual emana de los sentidos, los instintos y las pasiones naturales. Constituye un aspecto importante del amor entre esposos. Pero debido a que está basado en lo que uno ve y siente, eros puede ser egoísta, temporal y superficial. En su aspecto negativo llega a ser lujuria. Este es un tipo inferior de amor debido a que se abusa del mismo con frecuencia.

El mayor de ellos es ágape — el divino amor de Dios manifestado en la vida de Jesús. Este amor tiene tres dimensiones:

  1. La dimensión vertical — amor a Dios.
  2. La dimensión horizontal — amor al prójimo.
  3. La dimensión interior — amor hacia uno mismo.

Lucas 10:27 dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” ¡Este es amor ágape!

Amor a Dios — la dimensión vertical

Amar a Dios constituye nuestro mayor deber y privilegio. ¿Cómo debemos amar a Dios? ¡Con todo nuestro corazón, alma, fuerza y mente! La palabra corazón, como se usa en la Biblia, no se refiere al órgano físico que bombea la sangre a todo nuestro cuerpo. Se refiere a nuestro ser interior, a nuestro espíritu y alma. Hemos de amar a Dios hasta el grado máximo de nuestra mente, intelecto, voluntad, fuerza y emociones.

Cuando amamos a Dios con amor ágape, el cual es un aspecto del fruto del Espíritu, también amamos todo aquello que es de El y todo lo que también El ama. Amamos su Palabra, a sus hijos, su obra, su iglesia. Amamos a la oveja perdida y estamos dispuestos a sufrir por ella. “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él” (Filipenses 1:29). Cuando sufrimos por Cristo, voluntariamente aceptamos la persecución para darle la gloria a El y revelar su amor al hombre pecaminoso. Cuando sufrimos con Cristo, sentimos lo que El sintió por el pecado y el pecador, como se describe en Mateo 9:36: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.”

Aprendemos a practicar el amor ágape por el ejemplo de Jesús. Es el tipo de amor que Jesús enseñó y practicó. El dijo:

“El que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:21). Se nos dificulta comprender el amor de Jesús. El apóstol San Pablo se refiere al mismo en Efesios 3:17-19:

Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.

Esta es la oración de San Pablo en favor de los creyentes efesios. Aquellos santos ya estaban cimentados en las verdades más grandiosas de la Palabra de Dios que San Pablo les había enseñado, pero mediante el amor debían aprender más. Aquí observamos que el amor conduce al amor: ¡arraigados en amor, comprender el amor, conocer el amor!

¿Experimenta usted amor ágape a Dios? La prueba de ese amor es la obediencia. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama” (Juan 14:21). “El que me ama, mi palabra guardará . . . El que no me ama, no guarda mis palabras” (Juan 14:23-24). En este mismo capítulo Jesús dijo que El enviaría al Espíritu Santo para enseñarnos todas las cosas y recordarnos todo lo que Jesús enseñó. El Espíritu Santo nos revela el amor de Dios para que podamos conocerle mejor. Conocerle mejor equivale a amarle más. Mediante el Espíritu Santo somos arraigados y cimentados en amor, recibiendo así la capacidad para rendirnos con mayor plenitud a El, mientras produce en nosotros la imagen de Cristo. Nuestra sensibilidad a su dirección es una expresión de obediencia, la cual le agrada a Dios.

Amor a mi prójimo — la dimensión horizontal

No podemos amar a nuestro prójimo con amor ágape si no amamos a Dios primero. El Espíritu Santo produce en nosotros el fruto del Espíritu que nos capacita para cumplir el segundo gran mandamiento de la ley: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). El apóstol San Juan recalcó la importancia del amor ágape hacia los demás:

Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor . . . Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros . . . Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1 Juan 4:7-8, 12, 20).

Cuando Jesús exhortó a un experto en la ley a amar a Dios y a su prójimo, diciendo: “Haz esto, y vivirás,” el intérprete experto le preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?” Puede usted leer la respuesta de Jesús en Lucas 10:30-37.

Amor hacia mí mismo — la dimensión interior

Quizá le parezca extraña la sugerencia de que el amor ágape incluye amor por uno mismo. Pero permítame recordarle que amar con amor ágape consiste en amar como Cristo amó. Debe verse a usted mismo como El le ve — como pecador salvo por la gracia, como ser humano creado a su semejanza, para darle a El la gloria. Este no es un amor egoísta, de conveniencia propia, sino un amor que se entrega a sí mismo, el cual reconoce que la mayor felicidad y realización personal se encuentran mediante la obediencia y la devoción a Jesucristo.

Cuando Jesús dijo que deberíamos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, reconoció que es muy natural para nosotros suplir nuestras necesidades de alimento, abrigo, compañerismo, libertad del dolor y todas las otras necesidades de la vida. Si me corto un dedo, la tendencia natural es de cuidarlo para que no me siga doliendo. El amor ágape nos impulsa a preocuparnos por nuestro “yo” espiritual, a buscar primero el reino de Dios y su justicia, porque reconocemos que nuestra vida eterna es de mayor importancia que nuestra vida terrenal. El creyente que se ama a sí mismo con amor ágape no sólo suplirá sus necesidades personales de salud física, educación, profesión, amigos y otras cosas semejantes, sino que también permitirá que el Espíritu Santo desarrolle su naturaleza espiritual mediante el estudio de la Palabra de Dios, la oración y el compañerismo con otros creyentes. Deseará que el fruto del Espíritu se manifieste en su vida, conformándole diariamente más y más a la imagen de Cristo.

A muchas personas se les dificulta amarse a sí mismas debido a errores del pasado. Abrigan sentimientos de culpa y condenación. Pero el amor ágape que proviene de Cristo provee perdón total de todo pecado que hayamos cometido. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:1-2). ¡Cuán gloriosa seguridad! Podemos vernos a nosotros mismos como Cristo nos ve, limpios del pecado, purificados por su sangre preciosa, con una nueva naturaleza que su Espíritu nos ha dado. Podemos amar lo que hemos llegado a ser mediante su gracia y trasmitir ese amor a los demás.

Estas tres dimensiones del amor son interdependientes la una de la otra. Usted no puede amar a su prójimo si no ama a Dios. Si desprecia a su prójimo, no ama a Dios. Si se odia a usted mismo, no puede mostrar el debido interés por las necesidades de sus prójimos, porque no tiene el interés debido por sus propias necesidades.

Si no obtenemos el amor ágape del Espíritu Santo, quizá amemos lo que no debemos amar. Efesios 5:10 dice: “Comprobando lo que es agradable al Señor.” ¿Cómo lo hacemos? ¡Por el Espíritu Santo! Sin El puede uno amar más la alabanza de los hombres que la de Dios (Juan 12:43); amar los asientos de preferencia (Lucas 11:43); amar más las tinieblas que la luz (Juan 3:19); amar a la familia más que a Jesús (Mateo 10:37). La persona que pone a Jesús primero en su vida descubrirá que por el amor ágape su amor por su familia aumentará también.

AMOR DESCRITO

El amor y los dones espirituales

El capítulo 13 de 1 Corintios explica más acerca del amor como fruto del Espíritu. Como discurso sobre el amor, este capítulo no tiene igual, ya que define tanto lo que es como lo que no es.

Ha resultado muy apropiado que este capítulo, en el cual se describe el fruto del Espíritu, se haya colocado entre los dos capítulos principales que tratan sobre los dones del Espíritu 1 Corintios 12 y 14. El apóstol San Pablo deseaba subrayar que debe existir equilibrio entre nuestro servicio cristiano (dones) y nuestra vida cristiana (fruto). En 1 Corintios 14:1 se nos impulsa a procurar los dones del Espíritu sin ignorar la primacía del fruto del Espíritu: “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales.” Debido a que los dones se relacionan con el servicio y el fruto con la vida espiritual, queda claro que el uno no puede sustituir al otro. Algunos creyentes quizá demuestren hermosos dones, pero dejan de manifestar el fruto del Espíritu. De ahí que, por no poseer una vida de semejanza a Cristo, tienen la tendencia de desacreditar el uso de los dones del Espíritu.

Otros se van al extremo opuesto: tratan de practicar una vida intachable delante de la iglesia y el mundo con un carácter como el de Cristo, pero no procuran los dones espirituales. Los dones del Espíritu son sobrenaturales en su operación. El Espíritu Santo los concede a la iglesia para la edificación y para glorificar a Dios. Sin la operación de los dones, al creyente le falta el poder necesario para edificar y fortalecer a la iglesia. Los dones del Espíritu y el fruto del Espíritu deberían ir de la mano, equilibrados en la vida cristiana. El uso de los dones espirituales debe ser el resultado del fruto del Espíritu manifestado en la persona.

Donald Gee sugiere que este equilibrio está indicado por el hecho de enumerar los nueve dones del Espíritu de 1 Corintios 12:811 y los nueve frutos del Espíritu de Gálatas 5:22-23. Además, el gran capitulo sobre el amor se ubica entre los dos que tratan sobre los dones espirituales y forma parte integral del tema.

Para un estudio subsecuente de los dones espirituales, le recomiendo el curso del ICI de este programa: Los dones espirituales, por Robert L. Brandt.

En 2 Timoteo 1:7 se declara la relación entre el amor, el poder y el dominio propio. No debemos ser tímidos en el ministerio, sino que debemos depender del poder del Espíritu Santo para hacer que el ministerio sea más efectivo. Además, debemos ministrar en amor. Existe la tentación de llenarnos de orgullo cuando ocurre una demostración del poder de Dios a través de nuestra vida. El amor genuino a Dios y al prójimo nos hace estar conscientes de que ese poder tiene el propósito de glorificarle sólo a El y capacitarnos como siervos de los demás.

La naturaleza del amor ágape

Examinemos brevemente la descripción del amor que hace San Pablo. La persona que posee el amor ágape demostrará estas características:

1. La persona que tiene amor es paciente. Este es amor pasivo, paciente, constante. El amor paciente nunca pierde la esperanza. Es el amor de una persona lo que la hace perseverar al lado de un enfermo o ser amado mes tras mes o año tras año. Es el amor de una persona que ministra al cónyuge inconverso y ora por su salvación sin cesar. Es el amor demostrado por el padre al hijo pródigo, quien regresó al hogar después de malgastar su vida y su herencia (Lucas 15:20). El amor ágape es paciente.

2. La persona que tiene amor es bondadosa. Cierto autor le llama a la bondad amor activo. Cristo dedicó gran parte de su vida a demostrar bondad. Alguien dijo: “Lo máximo que puede hacer el ser humano por su Padre celestial es ser bondadoso con los otros hijos de Dios.” Cuando uno ama a alguien, lo natural es desearle el placer. Esto se logra mediante actos de bondad. La tarea más insignificante, la función menos placentera se convierte en experiencia gozosa si se realiza por amor a una persona. La naturaleza del amor ágape consiste en ser bondadoso.

3. La persona que tiene amor no envidia a los demás. Una persona llena de amor no se siente celosa por el éxito de los demás. Se regocija cuando les sucede algo bueno a sus compañeros de trabajo, a sus hermanos en la fe o incluso a sus enemigos. No codicia las pertenencias de su prójimo (Exodo 20:17).

4. La persona que tiene amor ágape no es jactancioso u orgulloso. Henry Drummond dice que la humildad consiste en sellar uno sus labios y olvidar lo que ha hecho.

5. La persona que tiene amor como el de Cristo no es grosera. La Biblia dice que el amor “no hace nada indebido” (1 Corintios 13:5). Es natural que una persona llena de amor sea cortés, que muestre consideración hacia los demás. No trata de llamar la atención sobre sí misma.

6. La persona que tiene amor está libre de egoísmo. No busca lo suyo, sino que alegremente cede sus derechos. Jesús dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). Jesús enseñó a sus discípulos que “si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos” (Marcos 9:35).

7. La persona que manifiesta amor no se irrita fácilmente. Drummond señala que la ira del hermano mayor en la historia del hijo pródigo (Lucas 15), fue originada por el celo, el orgullo, la falta de amor, la crueldad, la auto-justificación, la sensibilidad extrema y la determinación necia de volver a su padre contra su hermano menor (vv. 28-30). Estas no son las características de una naturaleza cristiana.

8. La persona que ama no guarda rencor. Tampoco anda en busca de los errores de los demás ni se ofende cuando otros le hacen daño. No sospecha de la motivación de otras personas, sino que espera siempre lo mejor de todos.

9. La persona que tiene amor verdadero no se deleita en la injusticia, sino que se regocija en la verdad. El amor ágape es honorable, veraz y evita la apariencia misma del mal.

El apóstol San Pablo concluye su descripción de las características del amor diciendo que éste “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:7).

San Juan, el anciano apóstol, escribió lo siguiente (1 Juan 3:16-18):

En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.

La primacía del amor

“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13). El amor es eterno — “El amor nunca deja de ser” (13:8). La fe concluirá su misión algún día cuando llegue a ser realidad en la gloria de Dios (Hebreos 11:1). La esperanza, también, concluirá su misión cuando obtengamos lo que hemos esperado por tanto tiempo.

De acuerdo con 1 Tesalonicenses 1:3, la fe nos impulsa a la acción, el amor a trabajar y la esperanza a perseverar. En los versículos 9 y 10 vemos el resultado: la fe trae salvación, el amor produce servicio y la esperanza espera el retorno de Jesús. Cuando llegue ese día, el amor permanecerá e irá con nosotros a la eternidad.

AMOR EN ACCIÓN

Amor colectivo

Los creyentes de Colosas. Los colosenses experimentaban entre ellos el crecimiento del fruto del Espíritu (como en todos los creyentes, por la naturaleza de la vida y la relación cristiana). San Pablo recibió la noticia del amor de ellos mientras estaba preso en Roma, por boca de Epafras, ministro cristiano de Colosas. San Pablo menciona dos veces su amor (Colosenses 1:3-5, 7-8).

Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos . . Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de Cristo para vosotros, quien también nos ha declarado vuestro amor en el Espíritu.

Porque poseían el amor del Espíritu, San Pablo sabía que eran candidatos para producir más y más fruto: “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra” (Colosenses 1:10). Este es “amor activo.”

Aun cuando los Colosenses manifestaron el amor ágape, San Pablo les recordó la importancia del amor en todas sus acciones:

Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto (Colosenses 3:12-14).

La iglesia de Efeso. Probablemente ninguna otra congregación de tiempos del Nuevo Testamento recibió más enseñanza paulina que la de Efeso. Por tres años el apóstol San Pablo enseñó a los creyentes las grandes verdades del evangelio (Hechos 20:20, 27, 31). San Pablo reprendió a otras iglesias en sus cartas, pero no a los efesios — sólo les envió advertencias y desafíos. Pero con el paso del tiempo, los efesios se volvieron indiferentes o tibios y descuidaron su devoción al Señor. En Apocalipsis 2:4 encontramos la voz amorosa de Jesús reprendiéndolos:

Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras (vv. 4-5).

Al dirigirse a los creyentes de esa iglesia, el Señor Jesús los elogió primero por su arduo trabajo, sana doctrina y perseverancia. Pero habían perdido su devoción profunda hacia El. Ya no le amaban como antes. Su arduo trabajo, su doctrina y su firmeza estaban vacíos sin el amor. El amor ágape es lo más importante que una iglesia puede darles a sus miembros y a los que no tienen a Cristo. Es lo más importante que la iglesia puede darle a Dios. Sin amor, sólo queda rutina, formalismo, intolerancia y desinterés.

Amor individual

María de Betania. Esta piadosa mujer demostró un amor total por su Salvador. Quizá presintiendo que Jesús visitaba su casa por última vez antes de la cruz, le adoró en forma conmovedora. Su historia se narra en Juan 12:1-8. No le importó el alto costo del perfume que empleó para ungir los pies de Jesús en esa memorable ocasión. El amor ferviente es agradecido y sacrificial. Judas, hombre de corazón frío, criticó a María por lo que había hecho, pero su profunda devoción ha quedado como ejemplo para nosotros hasta hoy. María dio todo lo que tenía para demostrar su amor a su Salvador.

San Juan el apóstol. San Juan amaba a Jesús en verdad. Siempre estaba cerca de su Maestro: durante la cena de la Pascua se sentó junto a Jesús; fue el único discípulo que permaneció con las mujeres al pie de la cruz (Juan 19:25-26). Con frecuencia se refería a sí mismo como al discípulo á quien Jesús amaba (Juan 13:23; 19:26). Aquí se enseña una lección: el amor aborda a la persona amada. Las epístolas de San Juan son mensajes de amor. Por ejemplo, lea 1 Juan 3:11-18; 4:7-19; 2 Juan 1-6; 3 Juan 1-6. ¿Desea amar como amó San Juan? Manténgase cerca de su Salvador, ámele como El le ama a usted y haga lo que le agrada a El.

El apóstol San Pedro. En Juan 21:15-17 se narra la historia de una importante conversación entre Jesús y San Pedro. Para poder comprender este pasaje, es necesario diferenciar entre los dos tipos de amor que se usan aquí, el amor ágape y el amor filia.

Agape es la palabra griega que significa amor sin egoísmo, desinteresado, como el amor de Dios.

Filia es la palabra griega que significa afecto o amor fraternal.

Jesús insistía en que el apóstol considerara la profundidad de su amor por el Maestro. La primera vez le preguntó de esta manera: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” [amor ágape]

Pedro le contestó: “Si, Señor, tú sabes que te amo.” [amor filia]

Luego Jesús le preguntó a Pedro otra vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” [amor ágape]

Otra vez Pedro le contestó: “Si, Señor, tú sabes que te amo.” [amor filia]

La última vez que Jesús le hizo la pregunta, usó la misma palabra que Pedro había usado: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” [amor filia]

A pesar de que San Pedro se entristeció, con toda seguridad aprendió que su amor por el Salvador debía ser devoción total si deseaba cumplir el mandamiento del Salvador: “Apacienta mis ovejas” (v. 17). Jesús le estaba diciendo a San Pedro: El amor es primero, después el servicio. Todo lo demás en la vida espiritual es resultado del amor: la oración, el estudio bíblico, el servicio cristiano, el compañerismo, la adoración. ¿Cuán profunda es su devoción a su Salvador? ¿Le ama más que a cualquier otra cosa? ¿Puede usted contestar: “Sí, Señor, te amo por sobre todas las cosas, con devoción razonada, intencional, espiritual, como ama uno al Padre?” Eso es lo que El desea de usted.

San Pedro y San Juan probaron su profunda devoción a su Señor después en su ministerio, cuando defendieron valerosamente su fe ante el sanedrín. Hechos 4:13 dice: “Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.” Conocerle equivale a amarle. ¡Amarle equivale a servirle!

El amor de Jesús. No podríamos concluir esta lección sin mencionar algunos de los muchos ejemplos del amor ágape perfecto de Jesús.

Henry Drummond dice que si contemplamos el amor de Cristo amaremos. Reflejaremos el carácter de Cristo y seremos transformados a la imagen de El. Al observar este Personaje perfecto, esta Vida perfecta, al mirar el gran sacrificio que hizo al entregarse por toda la vida y en la cruz del Calvario, le amaremos con toda seguridad. Y al amarle seremos más y más como El. ¡Ojalá sea usted inspirado por el amor de Jesús y desee ser como El!

Como hemos dicho antes, el amor ágape abarca todo el fruto del Espíritu mencionado en Gálatas 5:22-23. En las lecciones restantes en este curso estudiaremos los otros ocho aspectos del fruto espiritual y veremos la forma en que se pueden aplicar a nuestra vida.

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