El Fruto del Espirítu en Relación Con Dios

En una de sus conversaciones finales con sus discípulos, Jesús les habló acerca de la importancia de la producción de fruto. Les dijo:

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador . . . Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto” (Juan 15:1, 5).

Jesús usó la analogía de la vid para enseñar acerca de la relación necesaria que debe existir entre el Espíritu Santo y el creyente para que se pueda producir en él la semejanza a Cristo. El Espíritu Santo produce fruto espiritual en nosotros al rendirnos a El. El fruto del Espíritu es el carácter de Cristo producido en nosotros, para que podamos demostrarle al mundo cómo es El.

En una vid, las ramas o los pámpanos dependen del tronco para vivir y la vid necesita los pámpanos para producir fruto. Jesús les dijo a sus discípulos que había venido al mundo para demostrar cómo es el Padre. Dijo que cuando se fuera enviaría al Espíritu Santo para que estuviera con ellos y les ayudara. El Espíritu les revelaría a Jesús. Así como Jesús tomó un cuerpo humano para revelar el Padre al mundo, de la misma manera el Espíritu eterno habita en el creyente para revelar a Cristo al mundo. El apóstol San Pablo les escribió a los corintios: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19-20).

En esta lección estudiará lo que dice la Biblia acerca del fruto del Espíritu, el cual es el carácter cristiano, y cómo es producido en su vida por el poder del Espíritu Santo, para que pueda usted honrar a Dios.

FRUTO IDENTIFICADO

Un carácter semejante a Cristo

El principio de la producción de fruto es revelado en el primer capítulo de Génesis: ‘Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra” (Génesis 1:11). Observe que toda hierba y árbol debía producir fruto según su género.

La producción de fruto espiritual sigue el mismo principio. Juan el Bautista, el heraldo del Mesías, demandó de sus convertidos: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8). En Juan 15:1-16, Jesús subrayó este principio al declarar con claridad que sus seguidores, para desarrollar y mantener vida espiritual, deben producir fruto abundante para Dios.

¿A qué clase de fruto se estaba refiriendo Jesús? La respuesta se da en Gálatas 5:22-23:

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.

En otras palabras, el fruto del Espíritu es el carácter semejante a Cristo; un carácter que revela cómo es Jesús. Es la expresión de la santa naturaleza de Dios en el creyente. Es el desarrollo de la vida de Cristo en el creyente.

Una nueva naturaleza

Gálatas 5:16-26 describe un conflicto espiritual entre la naturaleza pecaminosa y la divina. Este es el conflicto: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (v. 17). La palabra contra significa “opuesto en carácter.”

Cuando el creyente no se rinde al control del Espíritu, es incapaz de resistir los deseos de la naturaleza pecaminosa. Pero cuando el Espíritu toma el control, es como tierra fértil en la que el Espíritu puede producir su fruto. Por el poder del Espíritu puede sobreponerse a los deseos de la carne y experimentar una vida abundante y fructífera.

Para ganar en este conflicto espiritual, el secreto reside en andar en el Espíritu. “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:2425). ¿Cómo lo hacemos? Escuchando su voz, siguiendo su dirección, obedeciendo sus órdenes y confiando y dependiendo de El.

Para demostrar el agudo contraste entre los hechos de la naturaleza pecaminosa y el fruto del Espíritu, el escritor a los Gálatas hizo una lista de ellos en el mismo capítulo (Gálatas 5). Mientras que el Espíritu tenga el control, habite en el creyente y le capacite, naturalmente manifiesta su fruto en él (Romanos 8:5-10). De la misma manera, la naturaleza pecaminosa del incrédulo produce su obra en él. ¿Observa usted aquí el principio de la producción de fruto? Cada uno produce fruto según su género. En Juan 14:16-17 leemos las palabras que dirigió Jesús a sus discípulos: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad.” La palabra otro en este contexto se ha tomado de una palabra griega que sugiere “otro de la misma clase.” El Espíritu Santo es de la misma clase de Jesús. Es la naturaleza del Espíritu Santo para producir un carácter semejante a Cristo en el creyente. La naturaleza de la carne pecaminosa produce impiedad.

La Palabra de Dios es absoluta cuando declara que “los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:21). Estas obras de la carne son características de pecado. “Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí” (Romanos 7:20).

La Palabra de Dios declara con claridad la recompensa de permitir que el Espíritu Santo produzca las características de Cristo en usted. En 2 Pedro 1, San Pedro se refiere a la necesidad de desarrollar las dimensiones espirituales de nuestra vida. Con este desarrollo viene la madurez y la estabilidad, las cuales nos capacitan para vivir por encima de la naturaleza antigua, pecaminosa. Entonces dice él: “Porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:10-11).

Un fruto es una cosa viviente. Si usted ha cedido el control de su vida al Espíritu Santo, El producirá indiscutiblemente en usted el fruto del Espíritu en una cosecha continua y abundante. Como creyente toda la belleza de carácter, genuina y duradera, que adorna su vida, la semejanza a Cristo, interior y exterior, es la obra del Espíritu Santo — “hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gálatas 4:19).

FRUTO ILUSTRADO

La vid y sus pámpanos

En Juan 15:1-17 Jesús usó la planta de la vid y sus pámpanos para ilustrar el tipo de relación que debe existir entre El y el creyente para que éste pueda producir fruto. No se necesita ser experto en jardinería para comprender que lo de mayor importancia en una planta de uvas, o vid, es la calidad del fruto que produce. Esta importancia resalta en la forma en que Jesús se refirió a los pámpanos, o ramas, de la vid:

  1. Algunos pámpanos no producen fruto — ¡éstos deben cortarse! (Juan 15:2). El propósito de un pámpano consiste en producir fruto. Si no lo produce, no tiene ningún valor para el viñador, por lo cual lo corta y lo tira. La nación de Israel ofrece un triste ejemplo de este tipo de juicio. Israel fue diseñado para que fuera la viña de Dios, para que reflejara el amor, la misericordia, la bondad y la gloria de Dios entre las naciones. Pero Israel fracasó y sufrió el juicio. He aquí lo que Dios dijo acerca del fracaso de Israel como su viña:

¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres? Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada (Isaías 5:4-5; Romanos 11:21).

  1. Algunos pámpanos no permanecen unidos a la vid deben ser echados al fuego y quemados. “El pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid” (Juan 15:4). Es imposible que estos pámpanos produzcan fruto, porque no forman parte de la vid.

¿Ha observado que una rama o pámpano quebrado pronto comienza a secarse y a morir? Debido a que está quebrado, es interrumpida la conexión vital a la vida de la vid. Ya no pueden fluir al pámpano los recursos vitales de la vid, sin los cuales la rama o pámpano se seca rápidamente. Entonces las ramas secas son amontonadas y quemadas.

La salvación es una experiencia real de rendimiento en fe al Salvador para convertirse en nueva creación. Es nuestro vínculo con los recursos vitales de Jesucristo. Es una entrega personal a Jesucristo y una relación continua con El. El es la vid, nosotros los pámpanos (Juan 15:5). Estar en Cristo no consiste simplemente en afiliarse a una religión o llevar a cabo ceremonias religiosas o aprender credos religiosos. Es una entrega de su vida a El y un deseo de ser transformado a su imagen por el poder del Espíritu Santo.

  1. Algunos pámpanos producen fruto — deben ser limpiados. “Y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:2). El viñador quiere que los recursos vitales de la vid fluyan hacia el fruto y no a las hojas y ramas muertas. Por tanto, para producir más y mejor fruto es necesario el proceso de la poda del pámpano o la rama.

El plan de Dios para nosotros consiste en que produzcamos mucho fruto. El envía su Santo Espíritu para justificarnos, para vivir en nosotros y santificarnos en el nombre del Señor Jesucristo (1 Corintios 6:11). Ser santificado significa estar separado del pecado y ser apartado para Dios, conformado a la imagen de Cristo (Romanos 8:29). “Todo aquel que lleva fruto, lo limpiará” se refiere a la santificación como se declara en 2 Tesalonicenses 2:13: “Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad.”

¿Por qué es necesario el proceso de la poda, o de podar? Cuando una persona expresa verdadera fe en Jesucristo como su Salvador y nace otra vez del Espíritu, no significa que es hecha perfecta instantáneamente. El creyente comienza así el proceso de ser transformado a una naturaleza semejante a Cristo. Este cambio ocurre cuando el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, comienza a limpiar aquellas actitudes y comportamientos que no son como los de Cristo. El creyente demuestra progresivamente señales crecientes de producción de fruto en su vida espiritual, así como el pámpano progresivamente da señales de producción de fruto mucho antes de que el fruto madure. La poda espiritual desarrolla mayor evidencia de la naturaleza de Cristo, con la cual llega uno a la madurez espiritual.

Condiciones para la producción de fruto

Al observar la enseñanza dada en Juan 15 notamos que contiene por lo menos tres condiciones para una abundante cosecha de fruto espiritual: 1) ser podado por el Padre; 2) permanecer en Cristo; y 3) que Cristo permanezca en nosotros.

  1. Ser podado por el Padre. Como ya hemos visto, el podar, el cortar o limpiar, es necesario para que produzcamos el fruto del Espíritu. El Espíritu Santo en realidad trata con nosotros respecto a nuestro pecado incluso antes de que seamos salvos. Nos convence del mismo, crea en nosotros el deseo de apartarnos de él y produce en nosotros tristeza piadosa y arrepentimiento que conduce a la salvación. (Véase Hechos 2:37, el cual contiene un ejemplo de ello.)

Después de ser salvos, el Espíritu continúa convenciéndonos de aquellas partes de nuestra vida que no son semejantes a Cristo, purifícándonos y haciéndonos santos (1 Tesalonicenses 5:23; Hebreos 12:10-14). En la vida del creyente, la disciplina de la poda es realizada por el Padre a través de circunstancias e influencias que producen una creciente madurez y dependencia del Señor. Hebreos 12:5-6 revela que la disciplina o corrección del Señor demuestra que pertenecemos a El:

Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.

La necesidad de la poda o la limpieza es declarada en Santiago 1:2:

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.

  1. Permanecer en Cristo. Jesús usó la frase permaneced en mí cuando describió la relación entre El y sus seguidores. El dijo: “Permaneced en mí, y yo en vosotros” (Juan 15:4).

La primera frase: “Permaneced en mi,” se refiere a nuestra posición en Cristo. En una paráfrasis bíblica se traduce 2 Corintios 5:17 así: “Si alguno está (injertado) en Cristo, es una nueva creación.” La palabra injertar quiere decir llegar a formar parte de algo. Por tanto, permanecer en Cristo se refiere a nuestra unidad y compañerismo con El como se describe en Efesios 2:6:. “Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentaren los lugares celestiales con Cristo Jesús.” Este versículo significa que Cristo está ahora en el cielo y quienes son salvos están en El en posición. Al meditar en esta importante palabra, “en,” llegamos a la conclusión de que es muy importante dónde estamos. Debemos estar en Cristo así como el pámpano debe estar en la vid. Este injerto o unión de la vida del creyente con Cristo constituye la base por la cual la vida del creyente se hace fructífera.

San Pablo, el gran apóstol, maestro y predicador, el hombre que tenía dos ciudadanías y estaba altamente educado, consideraba su posición en Cristo como lo de mayor importancia en su vida. Por sobre todo, deseaba “ser hallado en él” (Filipenses 3:8-9). San Pablo constituye un ejemplo excelente de la vida transformada que produce el fruto de la naturaleza semejante a Cristo. La evidencia de esta unión fructífera con Cristo se ve en los efectos de su ministerio y escritos. La vida de San Pablo, incluso hasta hoy, continúa ejerciendo influencia sobre la vida y las creencias de los creyentes en todo el mundo.

  1. Que Cristo permanezca en nosotros. La segunda frase: “y yo en vosotros,” se relaciona con mi capacidad de producir fruto o semejanza a Cristo aquí en la tierra. Tiene que ver con mi vida diaria, en la cual manifiesto la perfección moral del carácter de Cristo por el poder del Espíritu. Es la santidad de Cristo que brilla ante el mundo a través de mi vida.

Los jardineros u hortelanos conocen la importancia de que un abundante suministro de la vida de la vid fluya hacia el fruto. Cuando el fruto recibe y retiene los suministros de vida de la vid produce uvas más grandes y mejores. La vida de Cristo que mora en el creyente cambia la naturaleza de éste al permanecer en él ese suministro de vida.

Observe en 1 Corintios 1:2 y Filipenses 1:1 que los santos están en Cristo, pero también en Corinto y en Filipos. La vida cristiana siempre ha sido de esa manera — el creyente está en Cristo, pero también vive en el mundo. Revela a Cristo ante el mundo a través de su vida diaria. Esto significa que Cristo debe vivir en el creyente. Leemos en 1 Juan 2:6 que “El que dice que permanece en él [Cristo], debe andar como él anduvo.” El andar como Jesús es posible sólo a través del poder del Espíritu Santo.

La savia vivificadora de la vid mantiene vivos a los pámpanos y los hace fructíferos. De la misma manera, nuestro Salvador resucitado nos sustenta con su presencia interna en nosotros y a través del Espíritu Santo nos hace experimentar una vida cristiana consistente y fructífera.

¿Recuerda la última petición que Jesús le hizo al Padre en su oración registrada en Juan 17? Consistió en que El estuviera en nosotros (Juan 17:26). Cualquier intento de nuestra parte de imitar la vida de Cristo por nuestros propios esfuerzos resultará en fracaso rotundo. Una vida fructífera es posible sólo a través de esta relación interdependiente: el creyente EN Cristo; Cristo EN el creyente.

FRUTO REQUERIDO

La necesidad de producir fruto espiritual

En Mateo 7:15-23 se registran algunos dichos sorprendentes de los labios de nuestro Salvador acerca de la gran necesidad de producir el carácter cristiano. Los falsos profetas, dijo El, serían reconocidos por el tipo de frutos que producirían: “¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego” (vv. 16-19).

Jesús dijo que habría algunos que echarían fuera demonios en su nombre a quienes nunca había conocido (vv. 22-23). ¿Cómo seria posible? La respuesta es dada en 2 Tesalonicenses 2:9: “Inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos.” Este pasaje declara que es posible que los milagros y los dones del Espíritu sean imitados por Satanás. Pero la verdadera relación de un hombre con Cristo puede ser conocida observando si el fruto del Espíritu o las obras de la carne son producidas en su carácter (Mateo 7:17-18; 1 Juan 4:8). El carácter cristiano no puede ser imitado. Es el resultado natural de que Cristo revele su carácter santo en y a través de nosotros.

El propósito de la producción de fruto espiritual

En la consideración del propósito de la producción de fruto espiritual, tocaremos tres aspectos, los cuales tienen que ver con expresión, discipulado, y gloria.

  1. La producción de fruto espiritual es una expresión de la vida de Cristo. Cada fruto es una expresión de la vida de la planta de la cual procede. De la misma manera, como miembros del cuerpo de Cristo, naturalmente deberíamos expresar toda la belleza del carácter de Cristo en nosotros.

lo para que se siente dentro de un templo por unas cuantas horas cada semana? ¡No! Usted existe para poner en práctica la enseñanza que ha recibido, para revelar a Cristo ante este mundo pecaminoso y perdido. Las personas necesitan verlo a El en las vidas de los creyentes. Cuando observen la profesión de nuestra fe como creyentes, quizá nos convirtamos en la única Biblia que muchos podrán “leer” jamás.

Una vida entregada a Cristo expresa a otros el tipo de amor que El tiene por ellos. Cuando soy una expresión de Cristo, mis oídos oyen sus clamores, mis ojos ven sus necesidades, mis pies me conducen a ayudarles y mis manos se ocupan de lo necesario para cuidarlos. De esta manera me convierto en canal de la vida de Cristo. El les ministra a ellos a través de mi persona. ¿Es usted un canal de la vida de Cristo? ¿Ministra El a otros a través de usted?

  1. La producción de fruto es una evidencia de discipulado. Jesús dijo que deberíamos llevar “mucho fruto,” para demostrar así que somos sus discípulos (Juan 15:8). El dijo que cada alumno bien enseñado es como su maestro (Lucas 6:40). Esto significa que no basta simplemente con aceptarle de manera que pueda uno decir: “¡Vean todos, soy creyente!” El desea que usted produzca mucho fruto. Al hacerlo, prueba que verdaderamente ha aprendido de El, que es su discípulo. Muestra que ha dado los pasos subsiguientes al primero de nacer otra vez y recibir a Cristo. Demuestra que Cristo verdaderamente es el Señor de su vida.
  2. La producción de fruto bendice a otras personas. Primero bendice a quienes reciben el beneficio de la manifestación del carácter de Cristo en su vida, así como también a los creyentes que observan el fruto espiritual en usted.
  3. La producción de fruto glonfica a Dios. Jesús dijo: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto” (Juan 15:8). La producción del fruto espiritual es el resultado de la vida abundante. Cuando permite que la vida en Cristo se manifieste a través de usted, las personas ven los efectos que produce y le dan gloria a Dios (Mateo 5:16).

FRUTO PRODUCIDO

Una cosecha abundante

Las plantas productoras de fruto deben ser cultivadas apropiadamente si se desea que produzcan mucho fruto. El mismo principio se aplica a la vida espiritual. Observemos algunas formas en las que puede usted ayudar a producir una cosecha abundante de fruto espiritual en su vida. Después de recibir al Espíritu Santo como su compañero constante, debe cooperar con El a fin de que pueda producir fruto en usted. Este se puede producir de varias maneras.

  1. Cultive el compañerismo con Dios. Cultivar significa alentar, preparar para el crecimiento. Mucho antes de que aparezcan los primeros retoños o renuevos o de que se vean las señales iniciales, se ha realizado mucho esfuerzo y trabajo preparando la planta para el fruto esperado. El hortelano cultiva cuidadosamente la planta para que sea más productiva. A este proceso de cuidado tierno se le llama cultivo. En nuestra relación con Dios, a través de compañerismo continuo, nuestras vidas son cambiadas y desarrolladas para que den fruto.

Como hijo de Dios, disfruta usted del compañerismo bendito con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (1 Corintios 1:9; 2 Corintios 13:14; 1 Juan 1:3). Puede usted cultivar este compañerismo dedicándole tiempo a Dios en comunión y oración. También lo puede cultivar obedeciendo su Palabra. Cuando Jesús les enseñó a sus discípulos acerca del fruto espiritual, les dijo que permitieran que sus palabras permanecieran en ellos (Juan 15:7). También dijo que permanecerían en su amor al continuar obedeciendo sus mandamientos, en particular su mandato de amarse unos a otros (Juan 15:9-10). Su obediencia a la Palabra de Dios producirá los mismos resultados. Experimentará usted el compañerismo y el amor de Dios y su vida será fructífera debido a su relación con El.

  1. Procure establecer compañerismo con otros creyentes. Un hortelano por lo general agrupa las plantas de acuerdo con el fruto que produce cada una: planta todos los naranjos juntos, todo el maíz en una milpa, etc. Este sistema ayuda en el cultivo y en la cosecha. A través del compañerismo con otros creyentes puede usted ser alentado a experimentar la vida cristiana y a su vez usted puede alentar a otros. Los primeros creyentes experimentaban compañerismo unos con otros todos los días (Hechos 2:46). Con razón sus vidas constituían un poderoso testimonio del evangelio y despertaban la sed de salvación en aquellos que les rodeaban. Cosechaban almas diariamente ya que el Señor añadía cada día a la iglesia los que iban siendo salvos (Hechos 2:46-47).
  2. Acepte el ministerio de líderes piadosos. Dios usa a los líderes para alimentar y nutrir a su pueblo. Efesios 4:11-13 recalca que el propósito de los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores y los maestros en la iglesia consiste en edificar el pueblo de Dios para que madure. La misma verdad es expresada en 1 Corintios 3:6, donde el apóstol San Pablo menciona las diferentes funciones que él y Apolos tenían al ayudar a los corintios: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios.” Al aceptar y aplicar las enseñanzas que Dios le da a través de líderes que El ha llamado, se coloca usted en un lugar de mayor productividad.
  3. Ocúpese en vigilar y proteger. Siempre hay peligros que amenazan a una planta. Una planta saludable puede protegerse mejor a sí misma de estos peligros y puede responder mejor a la vigilancia del hortelano. El creyente necesita vigilar las cosas que pueden destruir su vida espiritual. Los malos hábitos, las actitudes y las suposiciones erróneas, los pensamientos destructivos y los malos deseos deben considerarse como amenazas para el desarrollo espiritual.

Cuando el pueblo de Israel entró en la Tierra Prometida se le ordenó que destruyera a las naciones impías que la habitaban. Ese era el plan de Dios, pero Israel no lo llevó a cabo. Como resultado, los israelitas fueron arrastrados a las costumbres impías de esas naciones (Salmo 106:34-36). Su experiencia constituye una advertencia para nosotros. Hemos de ser cuidadosos para no permitir que actitudes y hábitos malsanos permanezcan o sean formados en nuestra vida. Hebreos 12:15 nos advierte que no debemos permitir que crezca en nosotros ninguna raíz de amargura (odio, rencor). Así como las espinas que Jesús describió en la parábola del sembrador (Lucas 8:14), las actitudes v los malos hábitos pueden estorbarle para llegar a ser el tipo de persona que Dios desea que usted sea.

También necesita estar consciente de que Satanás tratará de oponérsele a usted y de estorbarle para que no se rinda al Espíritu Santo. No quiere que usted haga de Cristo el único y supremo Amo de su vida.

Un camino más excelente

Es difícil en ocasiones diferenciar entre el fruto verdadero y la imitación del mismo. La imitación puede dar la impresión de ser fruto verdadero, pero si trata de comerla inmediatamente se da cuenta de que no lo es.

La misma analogía puede aplicarse a los creyentes. Aparentemente parece difícil distinguir entre una persona que es verdaderamente como Cristo y aquella que simplemente tiene la apariencia exterior de creyente. Quizá demuestre comportamientos similares como la manifestación de dones espirituales, pero la verdadera prueba ocurre cuando el carácter interior de la persona se expresa en su vida diaria. Jesús dijo que sus discípulos verdaderos son conocidos por la calidad del amor que expresan hacia los demás.

¡El fruto del Espíritu es muy importante en nuestras vidas! Los creyentes que vivían en Corinto en los tiempos cuando fue escrito el Nuevo Testamento ejercitaban nueve dones del Espíritu — hablaban en lenguas, profetizaban, hacían milagros. Sin embargo, no tenían el fruto del mismo Espíritu — competían unos con otros en su asamblea local (1 Corintios 11:17-18); se acusaban mutuamente ante las cortes de los inconversos (1 Corintios 6:1-8). Algunos vivían en inmoralidad (1 Corintios 5:1-2). Otros comían la Cena del Señor embriagados con vino. Al escribirles, el apóstol San Pablo fue muy paciente y amoroso. Quería que conocieran al Espíritu capacitador, quien les había dado los dones para edificar la iglesia. Pero más que ello, quería que experimentaran al Espíritu santificador quien podría cambiar su carácter y hacerlos como Jesús.

San Pablo alentó a los corintios a desear con vehemencia los dones del Espíritu, pero concluyó diciendo: “Mas yo os muestro un camino más excelente” (1 Corintios 12:31). El “camino más excelente” es el amor — el amor de Dios como se expresa y describe en 1 Corintios 13. En el mismo leemos que los dones cesarán algún día, pero que el amor continuará y permanecerá (vv. 8-10, 13).

La luz se produce por la mezcla de los siete colores del arco iris, pero es una luz. De manera similar, el fruto del Espíritu se compone de varias cualidades de carácter — pero es un fruto. Este contrasta con los dones del Espíritu. Hay varios dones espirituales y el Espíritu Santo los da a las personas de acuerdo con su voluntad soberana. Una persona recibe cierto don, y otra recibe otro diferente (1 Corintios 12:7-11). Pero el fruto del Espíritu no puede ser separado — es un producto, una sola cosa.

Puede resumirse en la palabra amor. Así como una naranja está cubierta y protegida por una cáscara exterior, el amor es la dimensión unificadora del fruto espiritual.

En nuestra siguiente lección examinaremos el significado espiritual de la palabra amor y en las subsecuentes lecciones estudiaremos las otras ocho cualidades del carácter cristiano que, juntas con el amor, componen el hermoso fruto del Espíritu. Que el Señor le bendiga al continuar su estudio.

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