Fe: El Fruto de la Creencia

FAITHFULNESS: THE FRUIT OF BELIEF

La fe está muy relacionada con la fidelidad. La fe es el gran tema de la Biblia. Se menciona primero en Génesis 4, cuando Caín y Abel llevaron sus ofrendas a Dios. Dios aceptó la de Abel, pero rechazó la de Caín. La razón no se menciona en Génesis, pero en Hebreos 11 leemos que la fe de Abel hizo la diferencia (11:4).

No podemos dejar de relacionar a Dios con la fe. Por ejemplo, Dios es el autor de nuestra salvación. Su gracia es su fuente y nuestra fe es el canal para recibirla. Nuestra relación con Jesucristo está basada en la fe: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17). “Porque por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7). La fe es la base de nuestra relación con Dios a través de su Hijo. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).

En esta lección aprenderá que existen diversos aspectos de la fe y uno de ellos es la fidelidad como fruto del Espíritu. Su fe es comprobada por su fidelidad. Está basada en la creencia en Dios y en una profunda confianza interior que le sustentará en toda circunstancia de la vida. Es demostrada por su confiabilidad y consistente vida cristiana. Esta lección le ayudará a examinar su fidelidad al reino de Dios y le alentara a permitir que el Espíritu Santo produzca más de este fruto en usted.

LA FE IDENTIFICADA

Seis tipos de fe

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe . . . (Gálatas 5:22).

Algunas traducciones usan la palabra fidelidad en lugar de la fe como fruto del Espíritu en Gálatas 5:22 y, como estudiaremos, la traducción más precisa es fidelidad. En su sentido más amplio, la fe es nuestra inconmovible creencia en Dios, en el evangelio, por el cual es más bien el tronco que el fruto. El fruto del Espíritu es presentado como cualidades o atributos; la fidelidad es el atributo de quien tiene fe.

Pero antes de entrar en el estudio de la fidelidad como fruto del Espíritu, necesitamos comprender el significado de la palabra fe. Consideraremos seis aspectos de la fe. La fe se expresa de varias maneras:

  1. Fe natural. Todos hemos nacido con fe natural, la cual está relacionada sencillamente con nuestro razonamiento humano. Esta es la fe que usted ejerce cuando aborda un avión. Debe usted creer que el avión está en buena condición mecánica y que tiene todo lo necesario para volar. También debe creer que el piloto tiene la capacitación y la destreza necesaria para hacer volar el aeroplano y hacerlo aterrizar en su destino prefijado. A diario tenemos que ejercer nuestra fe natural de muchas maneras — cuando comemos alimentos preparados por otras personas, cuando cruzamos una calle con tránsito pesado, cuando encendemos la luz, así como en todas nuestras relaciones con los demás, dependemos de ciertas creencias que en el pasado hemos considerado como confiables. En este sentido se puede ejercer fe intelectual o creencia de que Dios existe sin establecer una relación personal con El.
  2. Fe salvadora. Esta fe se imparte al corazón por la Palabra de Dios ungida por el Espíritu Santo: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Esta es la fe que Dios despierta en nuestro corazón cuando oímos el mensaje del evangelio. La parte que nos corresponde es actuar basados en esa fe, confesar nuestros pecados y aceptar el don de salvación de Dios. Cuando el carcelero de Filipos le preguntó a San Pablo: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” el apóstol contestó: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:30-31).
  3. Fe viva. Después de aceptar a Cristo, obtenemos una fe firme, una confianza inquebrantable en Dios, una fe perdurable. Esta fe hace que confiemos en Dios por sobre todo lo que pueda pasar, porque estamos seguros en El. La fe viva nos ayuda para no ser vencidos por nuestras pruebas. Esta es la fe expresada por San Pablo en 2 Corintios 4:13: “Está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual hablamos.”
  4. Don de fe. Esta fe es un don sobrenatural del Espíritu Santo, el cual reparte a la iglesia como desea: “A otro, [le es dada] fe por el mismo Espíritu” (1 Corintios 12:9). Esta fe es ejercida en la iglesia mediante milagros, sanidades y otras manifestaciones del Espíritu de Dios. Esta es la fe de Dios operando a través del hombre.
  5. Fruto de la fe (fidelidad). A diferencia del don de fe, la fe como fruto del Espíritu crece dentro de nosotros (2 Corintios 10:15; 2 Tesalonicenses 1:3). Jesús mencionó esta fe en Marcos 11: 22: “Tened fe en Dios.” Este versículo significa literalmente “Tened la fe que está en Dios” o bien “Tened la fe que Dios tiene.” Esta fe es revelada por una cualidad o actitud de confiabilidad.
  6. Fe como creencias. A lo que se cree, o el contenido de la creencia, se le llama también fe, como en Hechos 6:7: “El número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.” En otras palabras, aquellos sacerdotes aceptaron la doctrina del evangelio: fueron ganados por el poder de las verdades de Cristo. Esta doctrina, estas verdades, se convirtieron en su fe.

La fidelidad definida

Es muy instructivo el estudio de la palabra fiel como se usa en el Antiguo Testamento. La raíz de la palabra es aman, usada en Números 12:7 y significa “construir, apoyar, afirmar, estar fundado permanentemente, confiar, ser veraz, estar seguro de algo.”

De aman se deriva la palabra emun (fe) que se usa en Deuteronomio 32:30 en sentido negativo, al referirse a los israelitas infieles; y la palabra omenah (confianza), como en Exodo 18:21 que habla de escoger hombres dignos de confianza. Nuestra palabra amén (así sea) también se deriva de aman, como se usa en Números 5:22. Por tanto, de estos ejemplos podemos ver que la idea principal de fidelidad en el Antiguo Testamento se relaciona con confianza, firmeza y certeza.

En el Nuevo Testamento la palabra pistis se traduce como fe y su idea central es una persuasión o convicción plena basada en el oír, como se usa en Romanos 10:17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” En Mateo 23:23 pistis se relaciona con confianza o fidelidad.

Es interesante que Jesús haya recalcado que El es la verdad, la cual se ha de afirmar por la doble expresión “amén, amén” usada 25 veces en el Evangelio según San Juan. En nuestra versión de la Biblia se emplea la fórmula “de cierto, de cierto,” mientras que en la Nueva Versión Internacional se usa de varias maneras: “Os doy mi palabra” (Juan 1:51); “Te aseguro que” (Juan 3:3, 5).

La palabra fe se menciona muy poco en el Antiguo Testamento, pero estuvo presente en las vidas de los santos de aquellos tiempos. Hebreos 11:2 dice que “por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos.” Todo el capítulo se dedica al reconocimiento de la fe de los santos del Antiguo Testamento. Fueron salvos por la fe como nosotros hoy, pero ellos fueron salvos por la fe en el Cordero de Dios que habría de venir, mientras que nosotros por la fe en el mismo Cordero que fue sacrificado. Ellos vivían a la sombra de su venida; nosotros vivimos en la realidad (Colosenses 2:17). ¡La única diferencia es que en el caso de una sombra, no siempre se ve la realidad, pero allí está!

Por ejemplo, el libro de Ester es una historia maravillosa de liberación sobrenatural por la mano de Dios, aunque no se menciona el nombre de El. Allí está su “sombra,” aun cuando no se ve El. Esta es una verdad consoladora — aun cuando no lo vemos presente en un curso particular de acontecimientos, allí está listo para librarnos. El Salmo 121:5 promete: “Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha.” La fe se menciona sólo dos veces en el Antiguo Testamento: Deuteronomio 32:20 y Habacuc 2:4. Pero su sombra se ve y se siente en todos los libros del Antiguo Testamento. Esta verdad es confirmada en Hebreos 11. Este capítulo indica claramente también que la fidelidad es el verdadero sentido de la fe como fruto del Espíritu.

Hemos dicho que la palabra pistis se traduce como fe y fidelidad en diversas versiones de la Biblia. La razón es que en nuestra relación con Cristo es necesario considerar dos aspectos. La fe es la relación estrecha de nuestro espíritu con nuestro Maestro, Jesucristo. Por sobre todo es nuestra confianza en El para salvarnos completamente (Juan 1:12; Hebreos 7:25). En segundo lugar, la fe en Cristo produce una entrega total de la persona salvada a su Salvador. El primer aspecto de la fe nos une a Jesús como nuestro Salvador; el segundo nos une a El en total lealtad. “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6). Por tanto, los dos usos principales de la palabra pistis se refieren a creer y a la fidelidad.

En el griego secular o corriente la palabra pistis se usaba comúnmente para referirse a “confianza,” o “confiabilidad,” característica de un hombre confiable. Confiabilidad significa sencillamente “digno de confianza” y se aplica a una persona en quien se puede confiar plenamente. Significa ser fiel a las normas de la verdad y la formalidad en los tratos con los demás. Una persona confiable es aquella de quien se puede depender en que hará lo recto y cumplirá sus promesas. Por tanto, la fidelidad como fruto del Espíritu abarca las ideas básicas de integridad, fidelidad, lealtad, honestidad y sinceridad.

LA FE DESCRITA

La fidelidad de Dios

La fidelidad es un atributo de la Santísima Trinidad. Dios el Padre es fiel: “Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos” (Deuteronomio 7:9; también 1 Corintios 10:13). A nuestro bendito Señor Jesús se le llama “Fiel y Verdadero” (Apocalipsis 19:11). Es el autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2). La fidelidad es un atributo del Espíritu Santo: “El fruto del Espíritu es . . . fe” (Gálatas 5:22).

En muchas partes de la Biblia se da testimonio de la fidelidad de Dios. Examinemos algunas de ellas:

  1. Está vestido de fidelidad. “Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura” (Isaías 11:5). Este es nuestro recordatorio de que la fidelidad forma parte de su ser mismo.
  2. Es fiel para cumplir sus promesas. “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23). La Palabra de Dios está llena de promesas, las cuales son nuestras. San Pedro dice que por su gloria y bondad “nos ha dado preciosas y grandísimas promesas” (2 Pedro 1:4). Si Dios le ha prometido algo, puede apropiarse de esa promesa por la fe y la oración, porque El es fiel.
  3. Dios también es fiel para perdonar. Tenemos esa segura palabra en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” Su perdón no está basado en lo que sentimos, sino en nuestra fe en que cumplirá lo prometido.
  4. Dios es fiel en su llamamiento a nosotros. El primer llamamiento que nos hace es a la salvación, después de servirle, como el llamamiento de San Pedro junto al mar de Galilea. Llama al apóstata a que regrese a El (Jeremías 3:12, 22). Nos llama para revelarnos su plan y voluntad para nosotros, como en el caso de Samuel (1 Samuel 3:10-11). Nos llama a ser santificados y santos (1 Corintios 1:2). Y un día nos llamará para reunirnos con El en el aíre, de acuerdo con su promesa (1 Tesalonicenses 4:13-17). Tenemos además esta promesa en 1 Tesalonicenses 5:24: “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.” ¿Le ha llamado a realizar alguna obra en particular para El? Puede confiar en su fidelidad para hacer lo que ha prometido. Bien podemos decir junto con el profeta: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22-23).

Principios de fidelidad

Romanos 5:1-2 nos dice que, “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes.” De ahí que la fe es la base para la fidelidad y las otras virtudes que componen el fruto del Espíritu. La nueva vida en Cristo es de fidelidad y sinceridad en contraste con la vida pecaminosa antigua. Hay ciertos principios importantes relacionados con la fidelidad los cuales necesitamos considerar en este punto. Estos principios deberían formar el estilo de vida del creyente e influir en todas sus relaciones.

  1. Fe o fidelidad y amor. Gálatas 5:6 dice: “Ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor.” La fe como base requiere amor para su expresión y operación. Así como un esposo y una esposa confirman su amor mutuo por su fidelidad, nosotros confirmamos nuestro amor a Dios por la fidelidad a su Palabra y su voluntad.
  2. Fe o fidelidad y sufrimiento. La fidelidad incluye sufrir por Cristo y con Cristo. En este sentido la fidelidad está relacionada estrechamente con la resistencia, la cual estudiamos en una lección previa. La epístola a los Hebreos fue escrita en un contexto de fiera persecución. Bajo tales circunstancias se prueba verdaderamente la fe. Los elementos de resistencia y sufrimiento se encuentran en Hebreos 6:12: “A fin que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.” La fidelidad como fruto del Espíritu todo lo soporta en cualquier circunstancia.
  3. La fe o fidelidad y los votos. La fidelidad como fruto del Espíritu tiene mucho que ver con la ética moral y la cristiana. Este bendito fruto hace que la norma cristiana sea de responsabilidad en palabra y hecho. En tiempos pasados la palabra de un hombre era de mucho valor y un apretón de manos equivalía a un contrato escrito. Aparentemente ya no es así en nuestros días. Pero el hombre que camina con Dios debe ser diferente, porque el fruto de lealtad, honestidad y sinceridad está en él. El Espíritu Santo le imparte el poder al creyente para ser siempre hombre de palabra — que cumple sus votos. Eclesiastés 5:5 dice: “Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas.” Nadie está obligado a hacer votos o promesas, pero si alguien hace un voto y no lo cumple fracasa en manifestar el fruto del Espíritu. El hombre de Dios, según el Salmo 15:4, paga lo que debe, cumple su palabra y mantiene en alto su honor. Un creyente como este vale mucho más que otros 20 que hablan mucho, pero no sostienen ni cumplen su palabra y por ello nadie confía en ellos. Estos no tienen el fruto del Espíritu.
  4. Fe o fidelidad y lealtad. La fidelidad como fruto del Espíritu nos hace leales a Dios, a nuestro cónyuge, amigos, colaboradores, empleados y patrones. El hombre leal apoyará siempre lo recto aun cuando le sea más fácil guardar silencio. Es leal independientemente de que lo estén viendo o no. Este principio es ilustrado en Mateo 25:14-30. Los siervos fieles que hicieron lo que se les había mandado incluso en ausencia del amo fueron elogiados y recompensados. Pero el siervo infiel fue castigado.
  5. Fe o fidelidad y consistencia. Muchas personas inician un proyecto y nunca lo terminan. ¿Cuántos ha comenzado usted y no ha terminado? ¿Se propone adoptar hábitos buenos como devociones familiares, privadas, estudio bíblico o diezmar y nunca los lleva a cabo? El hacer tantas resoluciones sin cumplirlas es, en cierto modo, un tipo de infidelidad. Es falta de consistencia. El creyente fiel es consistente. Asiste a la iglesia fielmente, cumple lo que promete y hace aquello que se propone hacer. San Pablo exhortó a Timoteo: “Que instes a tiempo y fuera de tiempo” (2 Timoteo 4:2). Este versículo implica consistencia en el desempeño de las responsabilidades que Dios le ha encomendado a uno.
  6. Fe o fidelidad en mayordomía. Un mayordomo administra los asuntos o propiedades de otra persona. Como mayordomos de Dios, nos ha encargado que realicemos su obra de acuerdo con su voluntad. Este es nuestro ministerio para El. La fidelidad como fruto del Espíritu es de capital importancia en el ministerio del evangelio. Esta se implica en las palabras de San Pablo al joven ministro Timoteo: “Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros” (2 Timoteo 1:14). ¿Qué es el “buen depósito” que hemos de guardar como mayordomos llenos del Espíritu? Primero, consiste en compartir el tesoro de Dios, el evangelio de Jesucristo, con los demás. Jesús preguntó. “¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su Señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración?” (Lucas 12:42). Hemos de ser fieles al proponernos ofrecer sana enseñanza bíblica. El apóstol San Pablo exhortó a los corintios a “no pensar más de lo que está escrito” (1 Corintios 4:6). San Pablo estaba tan seguro de que su enseñanza estaba de acuerdo con la Palabra de Dios que dijo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2). De nuevo en 1 Corintios 4:2 San Pablo escribió: “Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel.”

Hemos sido llamados a ser vigías para advertirle al mundo de la destrucción que le espera al pecador impenitente. Ezequiel 3:18 nos advierte: “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano.” Vivimos en una época en la que el hombre busca placer y ganancia egoísta, personal. El mayordomo cristiano es fiel y pone los intereses de su Señor por sobre los demás, trabaja para levantar una cosecha abundante de almas para el reino de Dios.

La fidelidad en la mayordomía incluye el dar nuestro tiempo, talentos y posesiones al Señor, recordar que todo le pertenece a El, que sólo somos sus mayordomos. Hemos de ser fieles con los bienes de nuestro Señor, porque está escrito: “Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?” (Lucas 16:12).

Mateo 25 contiene dos parábolas muy importantes de Jesús en relación con sus mayordomos. Subrayan dos cosas que el Señor desea encontrar en su pueblo cuando regrese: una relación perfecta con El y fidelidad a El.

LA FE ILUSTRADA

Ejemplos bíblicos

José fue un líder extraordinario y fiel siervo de Dios. Prefirió sufrir en la cárcel a serle infiel a su amo. La historia de su gran fidelidad se encuentra en Génesis 37 hasta el 48.

Josué fue escogido para dirigir a los israelitas a la tierra prometida porque era un hombre fiel y digno de confiar. Un ejemplo de su fidelidad se encuentra en Josué 9, cuando cumplió su palabra y se negó a matar a los gabaonitas.

Moisés realizó maravillas en presencia de Faraón, no obstante, Dios estaba listo a matarlo por no obedecer lo que aparentemente era insignificante: circuncidar a su hijo (Exodo 4:24). Aprendió que la fidelidad incluye obediencia total. Desde ese día en adelante Moisés fue obediente, ya que leemos en Hebreos 3:5 que “a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios.” La obediencia de Moisés se refirió a tres cosas: (1) Se negó a ser reconocido como hijo de la hija de Faraón (Hebreos 11:24). En otras palabras, decidió obedecer a Dios en lugar de disfrutar de los privilegios de la realeza. (2) Prefirió ser maltratado junto con el pueblo de Dios. La fidelidad en la obediencia es probada cuando uno hace decisiones que humanamente son dañinas. (3) Salió de Egipto, sin temerle a la ira del rey. La obediencia en ocasiones nos demanda dejar atrás algo. Moisés hizo todo eso porque era fiel siervo de Dios.

David fue un hombre de mucha fe. Es inspirador considerar la forma en que David consideró a Dios y su Palabra, al confiar en su fidelidad para cumplir lo que El había prometido. Cuando David fue coronado rey de todo Israel, Dios le prometió que su casa y su reino permanecerían para siempre. De inmediato “entró el rey David y se puso delante de Jehová” (2 Samuel 7:16, 18). Fueron momentos de bendición espiritual para David, porque después de salir del lugar sagrado obtuvo una gran victoria sobre los filisteos.

La promesa de Dios a David se hizo realidad y el trono pertenece para siempre a la casa de él. Cuando el ángel Gabriel predijo el nacimiento de Jesús, dijo: “Y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:32-33). El nacimiento de Jesús cumplió la fiel promesa de Dios a David.

Los hombres valientes de David. David recibió mucha ayuda en sus batallas de 30 hombres valientes y leales que lo apoyaban y combatían junto con él (2 Samuel 23:8-39). David no los olvidó cuando ascendió al trono de todo Israel. De igual manera, el Señor Jesús — el descendiente más grandioso de David — no olvidará en el mundo a los suyos, a quienes han peleado la buena batalla de la fe como sus testigos.

Daniel fue fiel a Dios aun bajo riesgo de perder su vida. Fielmente continuó practicando sus oraciones diarias y obedeció a Dios en todo lo que hizo, incluso ante fuerte oposición. Sus enemigos trataron de buscarle faltas, pero no encontraron nada de qué acusarlo. Fue fiel a Dios y a su pueblo aun cuando fue llevado cautivo a otra nación. Dios recompensó su fidelidad dándole liberación y honra. Su historia se relata en el libro de Daniel.

El rey Joás tenía tesoreros tan honestos que no se les requería que dieran cuenta de los gastos (2 Reyes 12:15). En otro ejemplo, los guardianes del rey Josías eran también tan honestos que no se les demandaba que rindieran cuentas del dinero que distribuían a los obreros (2 Reyes 22:7). Estos son dos ejemplos tremendos de fidelidad para los empleados en todos los niveles, los cuales son responsables del manejo cuidadoso de los fondos públicos.

Los apóstoles de tiempos del Nuevo Testamento. Antes de ser lleno del Espíritu Santo, San Pedro negó a Cristo ante una criada (Lucas 22:54-60). Pero después de ser capacitado por el Espíritu Santo, confesaba su fe con arrojo en dondequiera que se encontraba — incluso ante las autoridades superiores de Jerusalén (Hechos 4:18-20).

En el libro de Hechos o en cualquiera de las epístolas, encontrará usted muchos ejemplos de la fidelidad de los apóstoles para predicar el evangelio sin temor aun cuando eran perseguidos por ello. El escritor a los Hebreos hace una fuerte declaración de la fe de ellos en el capítulo dedicado a la misma, Hebreos 11. Les recuerda a los creyentes judíos la gran fidelidad de los santos de la antigüedad, muchos de los cuales eran severamente perseguidos y hasta martirizados por su fe. Lo resume todo en esta exhortación:

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante (Hebreos 12:1).

Aplicaciones personales

La fidelidad como fruto bendito del Espíritu es de vital importancia para el creyente en su relación con Dios, con los demás y consigo mismo. Así como la fe constituye la base de nuestra creencia y nuestra comunión total con Jesucristo, la fidelidad es la virtud de la confiabilidad y la formalidad, las cuales hacen que se pueda depender siempre del creyente. Dios busca personas fieles que caminen con El y le sirvan. “Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo; el que ande en el camino de la perfección, éste me servirá” (Salmo 101:6).

Fidelidad a Dios. En Deuteronomio 32, en sus últimas palabras antes de morir, Moisés le advirtió a Israel sobre los diversos pasos trágicos que habían dado contra el Señor. El último fue la infidelidad (v. 20). Tiempo después, el Señor le dijo a Jeremías:

Recorred las calles de Jerusalén, y mirad ahora, e informaos; buscad en sus plazas a ver si halláis hombre, si hay alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la perdonaré . . . Porque resueltamente se rebelaron contra mí la casa de Israel y la casa de Judá, dice Jehová (Jeremías 5:1, 11).

Por su pecado de infidelidad, los israelitas fueron llevados finalmente al cautiverio. Pero se nos asegura en Proverbios 28: 20 que “el hombre de verdad tendrá muchas bendiciones.” Una fe total a Dios, la cual incluye respeto, obediencia y sumisión, constituye nuestra primera línea de defensa contra la infidelidad. Debemos ser fieles a Dios primero antes de que seamos capaces de serlo en otras relaciones.

Podríamos preguntarnos a nosotros mismos: “¿Acaso mi fidelidad a Dios es tan confiable como lo es su fidelidad hacia mí? Estoy vestido de fidelidad? ¿Cumplo a Dios lo que le prometo? ¿Soy fiel en la expresión de mi amor por El y en el cumplimiento de mis votos? ¿Acaso sufro paciente y dispuestamente por la causa del evangelio? ¿Soy fiel y consistente mayordomo? ¿Soy digno de que se me confíe el tesoro que se ha puesto en mis manos?” Estas son preguntas importantes que deberían motivarnos a mayor fidelidad.

Fidelidad hacia otras personas. El fruto de fidelidad producido en nosotros por el Espíritu Santo debería influir sobre nuestras relaciones con todos los que nos rodean. Todos deberán considerarnos como totalmente dignos de confianza: que actuemos, hablemos y nos comportemos de manera que inspiremos confianza. El creyente fiel cumple su palabra, es consistente en su vida cristiana y desarrolla hábitos que le agradan a Dios. Prueba que es fiel en su hogar, que ama a su familia y se esfuerza por el bien de ellos. Es consistente en la educación de sus hijos. Es buen y honorable vecino, patrón o empleado. Es fiel en la asistencia a los cultos de la iglesia y apoya a su pastor. Ministra para suplir las necesidades de los demás, siguiendo el ejemplo de Jesús. El cuerpo de Cristo es fortalecido e impulsado por su fidelidad en todo lo que hace.

Fidelidad para con nosotros mismos. Cierta amiga mía se preparaba para ir a un campo misionero de Sudamérica. En una entrevista por la radio, le preguntaron en qué consistiría su labor. Ella dijo: “Voy a ser lo que digo que soy.” En otras palabras, no iba a pretender ser una fiel mayordoma de Jesucristo, sino que lo sería verdaderamente. ¿Cuántos somos en realidad lo que decimos que somos? Una persona fiel a sí misma no tiene doble ánimo, dos caras. En el Salmo 119:113 David declaró: “Aborrezco a los hombres hipócritas; mas amo tu ley.” Santiago 1:8 dice que “el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.” San Pablo dice que los diáconos deben ser sinceros (1 Timoteo 3:8). La palabra griega que se traduce como insinceridad significa “doble lengua.” En otras palabras, como se dice hoy, “dos caras.” Tales personas dicen diferentes cosas a cada quien, dependiendo de la persona con quien están hablando. Dios desea que seamos lo que decimos que somos y no de dos caras en nuestra devoción a El.

Recompensas de la fidelidad. Se cuenta la historia de cierto ingeniero que empleó a un mayordomo para su negocio de construcción. El ingeniero tenía la reputación de construir casas de la mejor calidad, con los mejores materiales disponibles. Durante varios años el ingeniero y el mayordomo trabajaron juntos, construyendo muchas casas de la más alta calidad.

Finalmente el ingeniero decidió que ya era tiempo de darle a su mayordomo toda la responsabilidad, por lo que le encargó la construcción de una casa por cierta cantidad de dinero. Debía construirla, como siempre, con los mejores materiales disponibles. El ingeniero ya no supervisaría al mayordomo. El mayordomo pensó que si usaba materiales de calidad inferior, la casa se miraría igual, nadie notaría la diferencia. De esa manera se ahorraría una gran cantidad de dinero que guardaría para sí mismo.

Al terminar la casa, el mayordomo invitó orgullosamente al ingeniero para que la inspeccionara. Era muy hermosa y sólo el mayordomo sabía que no había sido construida con materiales de la mejor calidad. ¡Imagínese lo que sintió cuando le dijo su patrón que la casa era un regalo para él por los muchos años de servicio que le había dado! Entonces se dijo a sí mismo: “Si hubiera sabido que la casa iba a ser mía, hubiera usado los mejores materiales disponibles. Pero ya es demasiado tarde, debo vivir en lo que he construido.”

Recuerde que “el hombre de verdad tendrá muchas bendiciones” (Proverbios 28:20). Quien tiene el fruto de la fidelidad en su vida le oirá decir al Señor: “Bien, buen siervo y fiel” (Mateo 25:21). Pero el siervo infiel será lanzado “en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y crujir de dientes” (Mateo 25:30).

Ya casi al final de su tratado sobre la vida en el Espíritu, el apóstol San Pablo le dio este consejo a los gálatas: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:7-8). ¡Las recompensas de la fidelidad consisten en la aprobación del Señor y la vida eterna!

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