¿Es suficiente con ser cristiano?

En el negocio de Tomás González se experimentaba el buen éxito y el progreso. A él no le importaba el arduo trabajo y exigía lo mismo de sus empleados. No toleraba la pereza y no titubeaba en recriminar a un empleado que no estuviera produciendo suficiente. Y Tomás era cristiano.

Era muy activo en su iglesia y ejercía el mismo celo en sus responsabilidades en ella que en su trabajo y negocio. Sin embargo, muchas veces sintió que su forma de hacer las cosas ofendía a otros cristianos. Con frecuencia los sermones parecían hablar contra sus acciones aunque aparentemente
elogiaban los resultados de dichas acciones. Tomás se vio forzado a admitir que aunque podía defender sus acciones como correctas, a veces en lo interno no se sentía bien. De una cosa estaba seguro: había un conflicto dentro de él que no había sido resuelto.

Quizás usted se haya preguntado: ¿Cuál es mi verdadero yo? ¿Soy lo que la Biblia dice que soy, o soy lo que siento que soy? Aun cuando estudiamos la Biblia es difícil entender lo que somos. ¿Somos soldados o pacificadores? ¿Valientes o mansos? ¿Pacientes o agresivos? En esta lección compararemos
lo que la Biblia dice que somos con nuestra propia experiencia y nuestras acciones. Descubriremos lo que Dios considera que es importante. Luego estudiaremos la forma en que realmente podemos llegar a ser lo que Dios espera que seamos. Esta es nuestra verdadera meta.

Como nos considera Dios

Lo que dice la Biblia

Escuchamos a algunos cristianos decir que están “en Cristo”. Tal parece un lenguaje de ficción o fantasía. Sin embargo, en realidad la Biblia describe nuestra posición.

En Efesios 1, se nos dice que tenemos bendiciones en los lugares celestiales (v. 3). Que somos santos y sin mancha (v. 4). Que hemos sido escogidos para ser el pueblo de Dios según el propósito de su voluntad (v. 11). En el capítulo 2, leemos que se nos dio vida con Cristo y que se nos ha resucitado con Él en los lugares celestiales (vv. 5–6). Dios nos ha hecho lo que somos (v. 10), y somos conciudadanos con el pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios (v. 19).

Hallamos estas mismas ideas en 1 Pedro 2:9. Leemos que somos pueblo escogido, real sacerdocio, y nación santa. Además, hay muchas otras descripciones. ¿Cuáles mejores nombres o títulos se podrían sugerir?

Lo que experimentamos

Con todo, en nuestra experiencia actual aún libramos una batalla. Estamos sujetos al cansancio, al hambre, a la sed. Tenemos sueños y anhelos. Nos sentimos impulsados interiormente y en el exterior nos atrae algo. La tentación a pecar no ha sido eliminada. Cuando creemos que hemos vencido en una esfera, hallamos que la batalla sólo ha cambiado a otra.

Algunos de nosotros como hijos de Dios no estamos en perfecta armonía con otros creyentes. Experimentamos temor, hostilidad, frustración. Parece como que Dios nos da nombres con significados que alcanzan el cielo. Nos identificamos bien con nuestros límites, pero estos están más identificados con la tierra que con el cielo.

Además, nuestras acciones parecen brotar más de nuestra naturaleza terrenal que de la celestial. Sería fácil si al orar sólo una vez se resolvieran todos los problemas. Pero en cambio hallamos a menudo que nuestras oraciones no resuelven ningún problema. Todavía nos enfrentamos a la tentación y a la frustración.

¿Cómo se relacionan estas dificultades con la búsqueda del plan de Dios para nuestra vida? Es relativamente fácil hacer decisiones para la “vida”, como por ejemplo si ser maestro, pastor, o médico. Pero la voluntad de Dios implica algo más que simplemente hacer este tipo de resoluciones. Incluye todas nuestras acciones. La verdadera dificultad radica en cómo hacer lo que ya sabemos que debemos hacer.

Damos importancia a las cosas que no son importantes y tratamos las cosas importantes como si no lo fueran. Nuestras relaciones se tornan complicadas. Nuestras metas nos demuestran que experimentamos vacilación. Cuando se nos dificulta tomar decisiones para la vida se debe a que las
que hacemos a diario no son buenas. De lo anterior se hace evidente que el saber acerca de nuestra posición en Cristo no es suficiente si no se relaciona con nuestras actitudes y acciones.

Lo que Dios ve

Después que los hijos han crecido, con frecuencia los padres sólo recuerdan los buenos tiempos de los primeros años de sus hijos. Las dificultades de su crianza se han olvidado; las noches de vigilia, las enfermedades infantiles, los vómitos, el entrenamiento para ir al baño, todos los momentos “desagradables”. Solamente se evocan los momentos de cercanía y afecto. Con frecuencia un niño a quien fue difícil educar se le recuerda como un ángel. ¿Es esta la forma en que Dios nos ve, a través de ojos prejuiciados? ¡De ninguna manera!

Dios tiene una norma inflexible y absoluta de justicia. Nos llama “santos”, “sus hijos”, “sacerdotes”. Cuando Dios nos ve, nos mira tal como somos. Ve nuestros apetitos naturales—que no son pecado—pero, también ve la antigua y pecaminosa naturaleza, la cual tarda uno toda una vida en conquistar. Ve el egoísmo que se manifiesta en muchas formas. Ve los comienzos que a menudo terminan en resultados no muy satisfactorios.

Dios vio que Noé tenía fe suficiente como para sobrevivir al diluvio (Génesis 7:6–10), pero también lo vio ebrio (Génesis 9:20–21). Dios vio la fe de Moisés (Éxodo 14:13–14) y también su enojo e impaciencia cuando golpeó la roca (Números 20:11–12). Dios vio a David escribir grandes salmos o cantos de alabanza y adoración (2 Samuel 22, Salmo 18), pero también lo vio con Betsabé (2 Samuel 11). Vio las inconsecuencias de Pedro (Mateo 16:17, Lucas 22: 54–62) y la impaciencia de Pablo con Juan Marcos (Hechos 15:37–40). ¿Cuál de los Doce fue fiel a Cristo en sus momentos de sufrimiento? ¡Ninguno! Cristo estuvo solo (Mateo 26:56).

Santos imperfectos y débiles. ¡Pero no obstante santos! Dios nos ve tan claramente como vio a los personajes de la Biblia. Si nuestra vida estuviese escrita en tan vívidos detalles como la de ellos, resaltaría el mismo patrón. Él lo ve.

Lo que es importante para Dios

Ya hemos considerado lo que la Biblia dice que somos y los hechos de nuestra experiencia diaria. Sin embargo, ¿qué es importante para Dios? ¿Le concede mayor valor a nuestra posición como santos o a nuestra conducta? Para contestar estas preguntas, se deben considerar dos aspectos.

La obra de Cristo

Dios concede prioridad o mayor valor a la obra de Jesucristo: su justicia, su perfección, su obediencia. Tanto la Biblia como la razón lo indican claramente.

El mensaje de la salvación consiste en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros; el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Él es la causa, entretanto que nuestro acercamiento a Dios es el efecto. ¡Su justicia causa nuestra justicia!

Así que cuando Dios nos llama santos (y no nos sentimos o comportamos como santos), no está viendo un cuadro falso.

Está viendo el resultado final de un proceso; la causa del cual es ya clara y completa, y cuyo efecto está ya perfectamente asegurado. Dios no está limitado al tiempo en el sentido de necesitar desarrollo de conocimiento. Él ve el final (o el proceso) desde el principio. Dios ve el final en el principio.

Es alentador considerar la causa de nuestra salvación. Colosenses 1:15–27 expresa claramente la prioridad de la obra (y persona) de Cristo en el plan de Dios. Cristo nos ha rescatado; nuestra redención se halla en Él. Cristo es la imagen visible del Dios invisible; es el creador de todas las cosas. Él
es desde antes de todo y sostiene todo. Él tiene el primer lugar (prioridad) en todo, incluyendo lo que Dios ve. Él es la causa, realmente:

A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas
de la gloria de este misterio entre los gentiles;
que es Cristo en vosotros, la esperanza de
gloria. (Colosenses 1:27)

Su respuesta

El resultado de la causa (Cristo y su obra) está asegurado: ¡La santidad se ha consumado, la gloria de los hijos de Dios se ha revelado!  Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. (Romanos 8:19)

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. (1 Juan 3:1–2)

Si el tiempo que se necesitó para el proceso no se toma en cuenta (puesto que Dios no está sujeto a él), entonces la causa y el efecto acontecieron juntos. Es decir, que ante Dios, ya somos lo que seremos.

La seguridad es grandiosa, sin embargo, la participación de usted es importante. Usted sigue siendo importante, no por añadir a la obra de Cristo, sino por permanecer en el proceso.

Si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro. (Colosenses 1:23)

Reconocemos la diferencia entre aquello a lo que Dios nos llama y lo que consideramos que somos. Nuestra meta es clara: su causa, su plan cumplido en nosotros. Pero ahora debemos descubrir cómo podemos cooperar para hacer que el concepto de Dios sobre nosotros llegue a ser una realidad en nuestra experiencia. Debemos descubrir cómo podemos ser los santos que somos.

El cumplimiento de las expectaciones de Dios

La lucha, la batalla de la experiencia cristiana, las tensiones de la vida cristiana, todo surge porque estamos tratando de encontrar una respuesta a esta pregunta: ¿Cómo podemos elegir diariamente el plan de Dios para nosotros?

La mayoría de las instrucciones del Nuevo Testamento se relacionan con esta pregunta. Sus pasajes que nos dicen cómo convertirse en cristiano son cortos; sus pasajes que se refieren a la forma de actuar como cristiano son comparativamente largos.

La capacidad de cambiar proviene de dos reservas básicas de fortaleza. La primera es la realidad de la obra de Cristo que vence la ley del pecado y de la muerte. La segunda es el poder esencial del bien para vencer y sustituir el mal.

Cristo fue victorioso sobre el pecado

La primera razón de que podemos cumplir con el plan de Dios para nuestra vida radica en que Cristo ya obtuvo la victoria sobre el pecado. Este ya no ejerce dominio sobre nosotros. Tiene influencia, pero no dominio.

¿Qué tan real fue la victoria y la obra de Cristo? Su obra no fue una idea o un pensamiento. Fue un hecho real; sucedió en determinado tiempo y lugar. Fue una batalla real. Hubo verdadera sangre derramada, una muerte real, resurrección real y una victoria real. Fue real porque el poder del pecado era real.

En la historia de la humanidad, nadie ha escapado del poder de la ley del pecado. Pablo escribió: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

Esta es suficiente prueba de su realidad. Mas aunque hay evidencia que prueba la realidad de esta ley, hay también evidencia que prueba la victoria de Cristo sobre ella. La resurrección fue atestiguada durante cuarenta días por mucha gente (Hechos 1:3; 1 Corintios 15:3–8). No hubo duda. ¡Cristo
había resucitado!

El poder del pecado se basaba en la caída de Adán. La victoria sobre el pecado se obtuvo mediante la obediencia de Jesucristo.

Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos (Romanos 5:18–19)

Esta victoria es la “vida” que triunfa sobre la “ley”, la esperanza sobre la desesperación, el propósito de Dios sobre la insensatez del hombre, el amor sobre el antojo.

Usted puede gozar de justicia y libertad respecto de la ley del pecado porque, en un sentido verdadero, Cristo murió por su pecado. Él fue su sustituto. El método de Satanás para tentarlo consiste en desanimarlo, hacer que usted dude de la realidad de su victoria. Utiliza la amenaza, la acusación, el
engaño. ¡Pero usted es libre!

Dios vence el mal

La segunda razón de que es posible que cumplamos con el plan de Dios para nuestra vida radica en que el bien (de Dios) triunfa sobre el mal (de Satanás). La Biblia revela esta verdad al decirnos cómo vencer la antigua o pecaminosa naturaleza que causa tantos problemas.

Las prácticas pecaminosas no sólo terminan, son reemplazadas. El pecado no es creativo; es pervertidor. Es decir, que el uso indebido de energía, habilidades, y acción puede cambiarse al recto uso. La Biblia nos da algunos ejemplos para mostrar el bien que sustituirá al mal. Estas buenas obras no son meras acciones superficiales; son expresiones de la nueva naturaleza que reemplaza la antigua. Nuestra participación en la lucha entre la carne y el Espíritu se concreta a reemplazar el mal con el bien.

La antigua naturaleza vive en la falsedad (el don de Satanás, el padre de la mentira). La nueva naturaleza se expresa a sí misma en la verdad. Por tanto, debemos dejar la mentira y reemplazarla con la verdad.

Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. (Efesios 4:25)

Este proceso muestra un patrón que se halla en toda la Biblia. Satanás siempre ha tratado de poner una mala acción en el lugar de lo bueno. Esta acción produjo la Caída (Génesis 3). Hemos de poner una buena acción en el lugar del mal.

Actuar correctamente no significa autojustificarse. Significa usar el poder de nuestra mente y voluntad a favor de la nueva naturaleza que ha sido creada en santidad. Mientras que Dios obra en aquellas áreas que están más allá de nuestro alcance, nosotros dirigimos nuestro poder y habilidad lejos de hacer lo malo para hacer el bien y dejar que se exprese “Cristo en nosotros”. Este es el proceso de llegar a ser (y todos estamos en ese proceso todavía).

Cuando aceptamos el hecho de que nos hallamos en ese proceso, seguirán algunos resultados. Hallaremos más fácil aceptar a otros que también se hallan en el proceso. Entenderemos mejor nuestras batallas. Seremos fortalecidos al resistir la tentación y al saber cómo responder. Utilizaremos
el poder del hábito, que Satanás usa con frecuencia, para fortalecernos más en vez de debilitarnos. Es decir, que desarrollaremos buenos hábitos para sustituir los malos de nuestra naturaleza pecaminosa.

Es posible cumplir con lo que Dios espera de nosotros. Podemos triunfar porque Cristo obtuvo la victoria sobre el pecado y el poder de su vida en nosotros puede vencer el mal con el bien.

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