¿Sabía Cristo el plan de Dios?

La carpintería tenía un letrero colgado a la puerta: “Pase usted”. Era un negocio familiar, atendido por el padre y su joven hijo que era el aprendiz. El negocio tenía buena reputación porque el carpintero y su hijo eran cuidadosos en la fabricación del diseño exacto escogido por el cliente.

El aprendiz era especial y se veía muy prometedor. Su única limitación parecía ser su juventud. Lo que hacía, lo hacía bien; pero todavía tenía mucho que aprender. Lo que hacía que este aprendiz fuese tan sobresaliente era su habilidad para poner toda su energía en su trabajo. Cuando los demás se veían arrastrados al pecado, el hijo del carpintero se veía resuelto en hacer lo bueno a causa de un deseo interior.

¿Podría esta descripción representar lo que Cristo era en su niñez? Cuando Cristo llegó a ser hombre se sometió a la limitación de la vida natural. Cuando era apenas un bebé su vida corrió peligro, sus padres tuvieron que huir para protegerlo. Aunque era el eterno Hijo de Dios, Herodes pudo
haberlo matado. Como Dios el Hijo, Cristo sabía el plan de la eternidad. Pero al venir a ser hombre, decidió participar como hombre de la experiencia humana del aprendizaje y de la comunicación con Dios mediante la oración.

Conforme estudiemos su vida, aprenderemos más acerca de lo que significa descubrir y seguir el plan de Dios.

Cristo aprendió a través de limitaciones

Cristo llegó a relacionarse bien con la limitación. ¡El Dios de la Creación (Juan 1:3) se limitó a la misma carne que había creado! Voluntariamente limitó su conocimiento, presencia, y poder. El se permitió aprender mediante la experiencia.

Experimentó la limitación y la frustración de la infancia al ser sumiso a sus padres. Su niñez fue normal; no hay razón para pensar de otra manera. Sin duda que se le dio a conocer la disciplina en su temprana edad. Aun al crecer solamente se le concedió una disminución gradual de la limitación.

De una posición de completa igualdad con el Padre aceptó otra que incluía la limitación de la obediencia.

El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2:6–8)

No hizo lo que Él quiso sino lo que Dios deseó (Juan 5:19, 30). Aprendió por propia experiencia que el hombre está sujeto a una variedad de presiones reales. Los deseos naturales (no pecaminosos) podían decir una cosa, sin embargo, la voluntad del Padre podía decir otra.

Durante su tentación, sintió flaquear la esencia misma de su vida humana, sin embargo, estaba seguro por su decisión de que no convertiría las piedras en pan (Lucas 4:1–4). ¡Cuán grandiosa experiencia del Creador de la vida para compartir!

Cristo aprendió conforme crecía

Cristo creció en conocimiento y comprensión. La Biblia registra algunos aspectos específicos de su vida en los que esto sucedió. En Lucas 2:40 se presenta su temprano crecimiento. Debió de haber sido evidente que el favor de Dios reposaba en Él, porque la Biblia dice que estaba
lleno de sabiduría en su temprana edad. Sin embargo, Él no realizó ningún milagro sino hasta que principió su ministerio en Galilea.

Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él. (Juan 2:11)

Cuando Él tenía doce años de edad, sus padres lo llevaron al templo a la fiesta de la Pascua (Lucas 2:41–42). En la sociedad judía Él estaba alcanzando la edad cuando se le consideraría adulto en asuntos religiosos. Sin embargo, todavía debía continuar sumiso a sus padres.

Probablemente en esta época Cristo estaba sintiendo cierto tipo de presión que también nosotros experimentamos al crecer. Con frecuencia se plantea la interrogante: ¿Cuándo comienza una persona a tomar la dirección de su propia vida y a aceptar la responsabilidad de sus propias decisiones?

Debió de haber existido una conciencia espiritual creciente o una conciencia divina en la vida de Cristo; quizá aun más allá de su edad. Una cosa es clara: esta creó una tensión en su vida. Se halló a sí mismo atraído a permanecer en el templo aunque todavía bajo la dirección de sus padres (Lucas 2:43–51).

Es interesante observar que en Lucas 2:40 se dice que Cristo estaba lleno de sabiduría y en Lucas 2:52 que crecía en sabiduría. Según estos versículos parece que aun la sabiduría como don está relacionada con el grado de madurez y desarrollo. La sabiduría que llenaba a Cristo como niño
necesitaba desarrollarse junto con su crecimiento mental y aun espiritual.

Sin duda que Cristo aprendió en aquel tiempo algo acerca del plan o la voluntad de Dios para Él. Al comenzar a comprender su filiación con el Padre, halló su lugar apropiado en el templo. No obstante, la voluntad de Dios para Él incluía a María y a José, y algunos años más de su disciplina y
enseñanza. Él no vio el cuadro completo a los doce años, pero respondió de acuerdo con su edad para hacer lo que sabía. El hecho es que Jesús no había recibido aún toda la preparación necesaria por parte de Dios, y por lo tanto debía esperar antes de iniciar su ministerio.

Así como crecemos en la comprensión de los hechos, así creció Cristo. Vio desde muy temprano su ministerio; pero creció en su comprensión.

Cristo aprendió al orar

Cristo no sólo aprendió al crecer, sino también al orar. La oración fue su lazo consciente con el Padre, así como lo es para nosotros. Aunque la Biblia no dice nada acerca de su hábito de oración como joven hasta la edad de treinta años, es evidente por su vida de oración durante sus tres años de ministerio que era un hábito desarrollado desde temprano. ¿Qué pudo haber aprendido del plan de Dios mediante la oración?

Disciplina

Cristo se sometió a la disciplina de la oración. La oración no es un ejercicio fácil; el deseo de la carne raras veces lo apoya. De hecho, las victorias espirituales que se obtienen a través de la agonía del espíritu a menudo se obtienen con el precio del sufrimiento de nuestros cuerpos. Nuestra carne tiende a no tomar parte en esa clase de esfuerzo.

Este principio se revela claramente en la experiencia de oración de Cristo en Getsemaní. Allí lo vemos, a pesar de su percepción espiritual, en medio del proceso dinámico de rendirse a la invariable voluntad del Padre.

Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. (Mateo 26:39)

Su clamor fue el de un hombre que está aprendiendo los caminos de Dios. En medio de aquella tensión, de aquella agónica oración, su cuerpo humano llegó al punto de la postración y sudó como gotas de sangre (Lucas 22:44).

El cuerpo humano siempre busca la comodidad física. Sus deseos no lo llevan a uno a orar, a interceder. Cristo aprendió bien esa verdad, aunque tenía una perfecta naturaleza humana, sin mancharse por la maldición que vino por el pecado de Adán.

Dependencia

Cuando Cristo oró también aprendió a depender del Padre. Cada nueva dirección de su ministerio fue precedida por extensas sesiones de oración. Cuando estaba seleccionando a sus discípulos, pasó la noche en oración. Aunque no están registradas las palabras de aquella oración, notamos que tenía confianza el día siguiente conforme llamaba a los doce que había escogido (Lucas 6:12–16).

Se nos permite escuchar la oración que hizo cuando se acercaba al tiempo de su padecimiento y muerte (Juan 17). En ella vemos el alcance de su relación personal con el Padre. Su oración fue tan directa, tan personal, que casi podemos imaginarnos el Padre allí. Cristo recordó al Padre su relación mutua y cómo le había confiado aquellos que le había dado. Fue una oración de dependencia total.

Comunicación efectiva

Cristo también aprendió que la oración es el medio eficaz y suficiente para comunicarse con el Padre. Cuando Él oraba, algo sucedía. Mientras era bautizado en agua, oró y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma (Lucas 3:21–22).

Él reprendió a los discípulos por su falta de oración cuando no pudieron librar a un muchacho de un espíritu maligno que lo oprimía (Marcos 9:19, 28–29). Él dijo que la victoria venía por la oración. Su poder testifica de sus oraciones.

Él oró en la resurrección de Lázaro (Juan 11:38–44). Constantemente buscó el poder y la dirección del Padre mediante la oración. Aprendió que la oración como medio era eficaz y suficiente para comunicarse con Dios.

Cristo aprendió por experiencia

Cristo aprendió por la experiencia. Existe un diferente tipo de conocimiento que uno posee cuando ha experimentado algo que el que se posee sin experimentarlo.

La santidad de Dios se caracteriza por la separación. Como Hijo de Dios, Cristo no vino a juntarse con los pecadores sino con el hombre. Su objetivo era participar de la experiencia humana, pero mantener su santidad.

¿Qué podía aprender Cristo mediante la experiencia de ser hombre, que Él no supiera realmente?

Victoria sobre la tentación

Cristo aprendió mediante su experiencia de tentación. No sólo la observó. Sintió un poder bajo Él que podía hacer todo excepto forzarlo a hacer lo malo. Observémoslo mientras experimentaba la tentación en el desierto (Lucas 4:1–13).

Él fue dirigido por el Espíritu al desierto y durante cuarenta días no comió. Durante los cuarenta días se enfrentó a diversas tentaciones de Satanás. Al tiempo en que se enfrentó a las tres tentaciones que se registran en la Biblia (que probablemente fueron las últimas y las finales), tenía hambre, estaba cansado y físicamente débil. Estaba experimentando sus limitaciones humanas. Algunos de los hechos que estuvo tentado a hacer parecen no ser completamente malos, especialmente el de convertir las piedras en pan.

Toda la esperanza del mundo para toda la eternidad dependía de que Cristo fuese capaz de saber y seguir la voluntad del Padre a pesar del hambre, del cansancio, del agotamiento, o de cualquier otra circunstancia. Esa clase de conflicto es la experiencia de la tentación.

Compare la victoria de Cristo con los fracasos de otros. Esaú había estado cazando por algunas horas cuando el olor de la sopa de Jacob fue mayor de lo que él podía resistir (Génesis 25:27–34). Israel sólo había estado unos días en el desierto cuando quisieron regresar a Egipto por un poco de comida de la clase que deseaban (Éxodo 16:1–3).

Cristo aprendió mediante la experiencia. Conoció la fragilidad del cuerpo y la mente natural. También aprendió de la suficiencia del poder de la Palabra de Dios para combatir la tentación. Él se compadece de la debilidad, pero no acepta el pecado (Hebreos 4:15).

Obediencia

Cristo aprendió la obediencia a través de su experiencia de padecimiento. Una cosa es para el Hijo someterse al Padre en el paraíso del cielo. Pero para el hombre es otra cosa ser obediente en la tierra. La obediencia del hombre es la sumisión a Dios cuando todas las fuerzas del mundo natural están en su contra, cuando el poder de la Creación caída está en su contra, cuando todo el poder de Satanás está en su contra.

Esta clase de obediencia se aprende mediante el sufrimiento (Hebreos 5:8). No hay otra forma. No mal interpretamos la Biblia cuando decimos que fue necesario que Cristo se hiciera humano para experimentar lo que experimentamos, para obedecer como nosotros debemos obedecer.

Porque, ¿qué podía significar la oposición para el todopoderoso? ¿Qué podía significar la muerte para la vida misma? ¿qué podía significar el dolor para Jehová el Sanador? ¿Qué podía significar cualquier necesidad al que tiene recursos ilimitados? ¿Puede una persona medir el efecto que cause al
océano el sacarle un vaso de agua?

Sin embargo, para Cristo, la encarnación—el hacerse hombre—fue la experiencia misma de limitación. Fue la forma en que aprendió a obedecer la voluntad de Dios como hombre.

Cristo era el Hijo de Dios antes de que viniera a la tierra. Sabía todo antes de venir, pero fue un conocimiento diferente el que llevó cuando regresó al cielo para ser nuestro gran sumo sacerdote y representarnos ante el Padre (Hebreos 12:2).

¡Qué estímulo! ¡Qué ejemplo! Cristo ha ido adelante de nosotros. Él aprendió a seguir el plan de Dios para Él. Cristo es victorioso.

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