Adoración es Sirviendo a Otros


Mi abuela había ido a la casa de una señora para testificar de Cristo. La señora le gritó a mi abuelita: “¡No regrese a mi casa nunca. No quiero oír más sobre Cristo!”

Cuando mi abuelita me contó el incidente, le dije: “Esa mujer fue muy grosera contigo, abuelita. Pero ya hiciste tu parte al testificarle y ya no debes hacer más.

“Ya hice más”, replicó ella. “Le preparé una torta de manzana y se la llevé.”

Aprendí una importante lección con esas palabras. Muchas veces había visto a mi abuela adorar al Señor en oración, levantando sus manos mientras cantaba: “Daremos la gloria a Cristo, y contaremos de su maravilloso amor.” Pero ese día me di cuenta de que ella hacía mucho más que testificar y adorar en palabras o en canto. Adoraba al Señor con sus acciones. Si decimos que amamos a Cristo, nuestros hechos también tienen que mostrar ese amor.

Servicio Total

“¿Cuándo NO trabaja usted para el Señor?”, preguntó el joven. “Seguramente tiene días libres de vez en cuando.”

El hombre pensó que el cristianismo es algo que se hace, pero el ser creyente no es un trabajo de ocho horas diarias; es una vida nueva. Nuestro servicio a Dios forma parte de nuestras vidas, así como el respirar lo es para el vivir. No queremos servirle sólo con parte de nuestros talentos o tiempo, ni sólo cuando nos sentimos dispuestos a ello, sino siempre, con todo el corazón, mente y cuerpo. El servicio total consiste en decir: “Aquí estoy, Señor. Usame en todo tiempo, en todo lugar y bajo cualquier circunstancia.” Recuerde que Romanos 12:1 dice que estamos ofreciendo adoración verdadera cuando estamos dedicados a su servicio.

El ejemplo supremo de dedicación total es Cristo Jesús. El tuvo que comer, dormir, hacer ejercicio y descansar tal como cualquiera de nosotros. Pero su corazón y mente siempre estaban listos para realizar la obra de su Padre (Juan 15:10). Siempre estaba ocupado sirviendo a otros.

El Señor ministró espiritualmente a las personas. Les enseñó, oró por ellas y aun lloró por ellas. Se preocupó por sus necesidades físicas también. Nunca rechazó al enfermo o afligido.

Cierto día resucitó al hijo de una pobre viuda de Naín, quien no tenía a nadie más que la sostuviera económicamente. Incluso preparó pescado para que los discípulos cansados y hambrientos, quienes habían trabajado arduamente toda la noche, pudieran desayunar.

El Señor ministró al abandonado y al marginado con sólo estar con ellos. Aceptó invitaciones a cenar con hombres y mujeres que no eran amados por su comunidad. Fue amigo de pecadores. Jesús, el Hijo de Dios, sirvió a su propia creación: la humanidad.

¿Podemos nosotros hacer menos? No, nuestra meta tiene que ser semejante a la de Cristo. Quizá el Señor no le haya dado el ministerio de servir por medio de la enseñanza o la predicación, pero usted tiene la habilidad de ser un cristiano compasivo y amoroso. Todos necesitamos saber que a alguien le interesa nuestro bienestar y el cuidado suyo podrá ayudar a alguien a darse cuenta de que Dios también le cuida.

La adoración por medio del servicio significa ofrecernos a nosotros mismos, todo lo que somos, todo lo que tenemos. Significa dar de nuestro tiempo y habilidades. Podemos expresar una palabra cariñosa, dar una sonrisa amigable o visitar a los enfermos en el hospital. El Señor quiere que estemos dispuestos a compartir con otros que están necesitados. No importa si somos ricos o pobres, que padezcamos necesidad o no; tenemos que estar listos para dar y compartir como nos guíe el Señor.

La Biblia no dice: “Testificad.” Dice: “Seréis testigos” (Hechos 1:8). Si usted quiere ser testigo en toda acción y obra, incline su rostro y lea esta oración al Señor.

“Querido Padre, deseo adorarte no sólo en palabras, sino también en todo lo que hago. Antes de reaccionar ante cualquier situación o hacer cualquier decisión, te pido que tu precioso Espíritu Santo me diga lo que es agradable a ti. Entonces, Señor, ayúdame a seguir tus instrucciones. Permite que tu amor brille en mí de tal manera que otros quieran ser como Jesús también. Amén.”

Actitudes en el Servicio

Cuando el profeta Samuel quería ungir a un joven apuesto como rey de Israel, el Señor lo detuvo con estas palabras: “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

Nuestra apariencia externa incluye tanto nuestras acciones como nuestros rasgos físicos. A veces nuestras acciones no son lo que quisiéramos que fueran. Quizá nos hayan asignado algo que hacer y no resultó como lo hubiéramos querido. Pero nos consuela el saber que Dios ve nuestros corazones y sabe lo que en verdad queremos hacer para El.

El Señor también ve si nos estamos ocupando en lo relacionado con la vida cristiana sin verdadero interés en lo que estamos haciendo. Aun las acciones más buenas no cuentan como adoración si nuestras actitudes no son correctas. La Biblia nos da pautas para pensamientos y motivos apropiados, algunas de las cuales estudiaremos ahora.

Primero hablemos de servir al Señor con alegría y no sólo porque es un deber. El dar y el compartir pueden convertirse en una experiencia alegre. La Biblia dice que más bienaventurado es dar que recibir. El dar en el nombre del Señor constituye el privilegio del creyente.

Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra (2 Corintios 9:7-8).

Dios da abundantemente. Las flores y los bellos atardeceres son dádivas de Dios. La Biblia dice que El da generosamente para nuestro gozo (1 Timoteo 6:17). A medida que damos con alegría, cada vez nos es más fácil dar generosamente, como Romanos 12:8 dice, que el que reparte lo haga “con liberalidad”. No damos sólo para apaciguar una conciencia que nos molesta, sino como sentimos que el Señor quiere que demos.

Podemos dar con alegría y generosamente, pero la Biblia también toca otro tema que tiene que ver con el dar. Lo presentaremos en forma de una historia. Imaginémonos que usted ha recibido algo de dinero adicional y el Señor le ha puesto en su corazón la idea de que debe darlo a una pequeña misión ubicada en las afueras de la ciudad. Usted lo da con alegría y generosidad. Después usted oye cómo algunos miembros se regocijan por la forma en que Dios suplió sus necesidades, pero no mencionan su nombre. Lo dicen como si el dinero les hubiese llovido del cielo y no hubiera intervenido usted. ¿Cómo se sentiría usted?

Probablemente la reacción natural sería de resentimiento. A todos nos gusta recibir crédito por lo que hacemos. Esta actitud humana no tiene nada de malo. Pero Jesucristo nos dijo cómo dar para que pudiésemos recibir una recompensa aun mayor.

Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público (Mateo 6:3-4).

El Señor se refirió a la humildad, al dar sin orgullo, libre del deseo de la alabanza humana. El dar como para el Señor es la clase de generosidad que El recompensa.

Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir (Lucas 6:38).

Parte de nuestra recompensa la podemos recibir aquí en la tierra. Pero la recompensa mayor nos será dada aquel día cuando estemos ante el Señor y nos dé las gracias por todo lo que hemos hecho por El. El nos dio un vislumbre de ese día en Mateo 25:34-40.

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, le dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mateo 25:34-40).

¿No es ese un pasaje de la Biblia hermoso? Aunque usted haga algo por alguien que no le dé gracias, o sea ingrato, no importa. El Señor que todo lo ve recuerda y toma en cuenta su bondad como si fuera hecho para El. Al considerar nuestras recompensas eternas, nos es más fácil dar con alegría, generosidad y humildad. El Señor nos ayudará si a veces nos parece difícil. El nos dará la gracia y la fortaleza que necesitamos.

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