Dios es el modelo para nuestra vida

Un aspecto interesante en la familia es el del parecido entre sus miembros. Por ejemplo, tenemos dos hijos: una niña y un varón. Ambos tienen ojos color café como su padre. El niño tiene pelo crespo como su padre; la niña, cabello lacio como su madre. Por lo general, la gente dice que se parecen, y que son “la figura misma del padre”.

Naturalmente, el parecido de familia puede observarse también en nuestras actitudes y nuestra conducta. Esta mañana, nos molestó mucho porque nuestro hijo, en vez de vestirse se puso a leer. Luego recordamos cuántas veces nuestros padres se enojaron con nosotros a raíz de ese mismo amor por la lectura. A nosotros también nos gustaba la lectura y no siempre escogimos el momento oportuno para leer.

Existe también un parecido de familia que tiene carácter espiritual. El Señor Jesucristo les dijo a los fariseos que pensaban que eran buenos pero que en realidad no lo eran.: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Juan 8:44). Si los creyentes son en realidad hijos de Dios, demostrarán ese parecido de familia en su naturaleza, actitudes y acciones.

Dios tiene carácter

El significado del carácter de Dios

Dios es una persona. Sin embargo, no tiene forma humana porque no es un hombre. Al mismo tiempo, Dios no es solamente una fuerza que funciona en el universo. Sin duda, fue por su poder que el universo fue creado. Pero Dios es más que un poder. Dios posee ideas y propósitos, inteligencia
y emociones. Él piensa, responde y es muy superior a los seres humanos que ha creado a su imagen. Parece casi un insulto afirmar que Dios tiene personalidad, que es un ser personal. Sin embargo, eso es lo mejor que podemos decir. Y todas esas cualidades que le dan personalidad constituyen
su carácter. Dios es maravilloso; el hombre no podrá captar jamás la magnitud del carácter de Dios. Pero Dios ha resuelto mostrarnos su carácter, a fin de que podamos ser como Él e imitar sus maneras.

El universo, que Dios ha creado, nos muestra algo con respecto a su poder e inteligencia ilimitados. Según el apóstol Pablo:

Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. (Romanos 1:20)

Sin embargo, los humanos torcieron la verdad de Dios (Romanos 1:21–25). Muchas religiones nos enseñan que hay un Creador, Dios, pero no poseen un claro entendimiento del carácter divino. Dios mismo tuvo que aclarar ese concepto en formas especiales.

En primer lugar, Dios se reveló a sí mismo en la historia a personas escogidos por Él. Abraham, Moisés, Samuel, Isaías y muchas otras personas, recibieron vislumbres especiales de la naturaleza de Dios. La nación de Israel fue escogida a fin de mostrar los caminos de Dios a los hombres. El Antiguo Testamento registra el conocimiento de Dios que de esta manera le fue otorgado al mundo. Aun cuando el Antiguo Testamento describe cabalmente el carácter de Dios, la mayor parte de la humanidad no tuvo conciencia de Él.

Asimismo, Dios reveló su carácter enviando a su Hijo Jesucristo para que viviera entre los hombres.

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. (Hebreos 1:1–3)

La demostración del carácter de Dios

La revelación de Dios en la persona del Señor Jesucristo, que figura en las páginas de los evangelios del Nuevo Testamento, no contradice de manera alguna la revelación de Dios que nos proporciona el Antiguo Testamento. El Señor Jesucristo, mediante su vida y su conducta, hizo que la naturaleza, los sentimientos y las acciones de Dios fuesen más fáciles de entender para el hombre. El evangelio según San Juan denomina a Jesús “el Verbo” o revelación, y dice de Él  lo siguiente:

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14)

Puesto que Jesús es el Hijo de Dios, pudo hablarle al hombre acerca de Dios. Puesto que comparte la naturaleza de Dios, pudo demostrar el carácter de Dios en las actitudes y acciones. Juan escribe: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”
(Juan 1:18).

Jesús completó la revelación de Dios. Él dio a conocer a todos el carácter de Dios. Más aún, en virtud de su muerte y resurrección, puso a disposición del hombre el derecho de ser hijo de Dios. Por el poder del Espíritu Santo, los hijos de Dios son transformados de gloria en gloria en la misma imagen de Dios. Leamos lo que el apóstol Pablo nos dice:

Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (2 Corintios 3:18)

Gloria es la palabra empleada en la Biblia para describir la presencia maravillosa de Dios. El Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, reflejó esta gloria. (Lea Juan 1:14.) Él brilló en este mundo envuelto en sombras. Y a medida que el creyente se vuelve cada día más como Dios, podrá reflejar su gloria.

La gloria abarca todas las características de Dios. Las que Juan observó más de la gloria de Jesús fueron la gracia y verdad. La gracia nos recuerda la bondad de Dios, puesto que Él es amoroso. La verdad nos recuerda la bondad de Dios, el Dios uno y verdadero, santo y justo. Estas dos partes del
carácter de Dios afectan la ética. Las actitudes y acciones de Dios proceden de su amor y de su rectitud.

Dios es amor

Una de las cosas más difíciles de entender cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador personal es cómo Dios pudo amarnos tanto que permitió que su único Hijo muriera por nosotros en la cruz. No estamos acostumbrados a ver esta clase de amor. Por lo general, el amor que observamos en el mundo es egoísta. El amor de Dios es mucho más elevado que el amor del hombre. Dios, inspirado de su amor divino, se preocupa siempre de lo que es mejor para nosotros. Él está lleno de amor, aun cuando nosotros no lo amamos. Ama al mundo aun cuando éste lo rechaza. Esta clase de amor es activo. Queda demostrado en las actitudes y en las acciones, como nos lo dice 1 Corintios 13:4–7. En la Biblia, la actitud amorosa de Dios se denomina gracia y misericordia.

La gracia es en realidad el amor que anhela lo mejor para el prójimo. La gracia no espera que la otra persona sea lo suficientemente buena como para ser amada, o que nos corresponda el amor. La gracia es una actitud abnegada de cariño y compasión. Pedro escribe de “el Dios de toda gracia,
que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo” (1 Pedro 5:10). Podemos observar la gracia de Dios puesto que Él desea lo mejor para nosotros, aunque éramos pecadores. Pero su amor tuvo que convertirse en acción para rescatarnos del pecado.

Una persona demuestra misericordia cuando hace algo por alguien que no lo merece. ¿Recuerda la historia del buen samaritano? Se encuentra en Lucas 10:30–37. Vio la necesidad del hombre que era un enemigo. Tuvo compasión de él, y le prestó ayuda.

Dios nos ha demostrado gracia y misericordia. Dios nos ama incondicionalmente. Quiere lo mejor para nosotros, y nos proporciona un camino de salvación aunque no lo merecemos.

Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:6–8)

El amor de Dios no es egoísta, ni tenemos que ganarnos dicho amor. Dios quiere que reflejemos su gloria y su bondad. Esto significa que Él quiere que amemos lo que Él ama, y demostremos gracia y misericordia también.

Dios es justo

En la Oficina Internacional de Pesos y Medidas de Sévres, Francia, se conserva una barra de un metal especial. Esta barra tiene exactamente un metro. Esta barra tiene la medida exacta. Sobre esta medida exacta, se basan todas las demás medidas. La mayoría de los países tiene un modelo de esta barra.

Aunque esta barra es la medida perfecta para las mediciones matemáticas, Dios es la medida de toda perfección. Todo lo que hace o dice es justo. Por eso decimos nosotros que Dios es justo. No cambia ni hace lo malo, porque eso estaría en contra de su naturaleza. Dios no se conformará con nada que no sea la justicia cabal en el corazón de aquellos que se asemejan a Él. Puesto que es justo y verdadero, tiene que juzgar a su creación.

Cuando Dios hubo finalizado su obra creadora, Él estuvo complacido con ella y le pareció “bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Pero el hombre pecó. Pablo nos dice con claridad: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). En su justicia, Dios no podía tolerar el pecado de la humanidad, entonces Él proporcionó un medio por medio del cual las personas puede ser justas otra vez. Este es Su Hijo, Jesús.

Se cuenta la historia de un juez muy competente, que basaba sus sentencias en la verdad y la justicia. Cierto día, su propio hijo fue traído ante los tribunales por una falta que había cometido. El hijo admitió que era en realidad culpable. Con lágrimas de amor el juez lo sentenció a la cárcel, puesto que la justicia demandaba el castigo. Luego, el juez se puso de pie, se quitó su toga de juez y caminó hacia donde estaba su hijo. Dirigiéndose a los guardas, les dijo: “Yo cumpliré la sentencia en lugar de mi hijo.”

Como hijo de Dios, usted no es condenado con el mundo. El Señor Jesucristo ha ocupado su lugar y ha cumplido los requisitos demandados por la justicia de Dios. Ahora, en virtud de la justicia divina, usted está libre. Por esta razón, debe proceder con verdad y justicia, con el poder del Espíritu Santo.

Cuando entendemos que el amor y la justicia de Dios son partes de la naturaleza divina, podemos comenzar a comprender cómo esas actitudes afectan lo que Él hace por nosotros. Podemos comenzar a ver cómo Dios espera que nosotros pensemos, sintamos y procedamos de manera que podamos ser más como Él.

Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas 6:8)

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