Lo que Dios quiere que usted sea y haga

¿Ha aprendido a andar en bicicleta? Si así es, usted sabrá que para aprender tuvo que hacer muchas cosas al mismo tiempo. Tuvo que pedalear y guiar el manubrio, mientras mantenía el equilibrio y obedecía las leyes de tránsito. Estas son cosas que el ciclista experto hace sin pensar, pero usted no podía hacerlas al principio.

¿Cómo aprendió a andar en bicicleta? Lo más probable es que le ayudó alguien que ya sabía andar en bicicleta. Quizá le explicó lo que tenía que hacer, y de qué manera obedecer las leyes de tránsito. Quizá subió la persona en la bicicleta y le demostró en forma práctica lo que tenía que hacer. Cuando
usted subió a la bicicleta, ¿se cayó? El ciclista, que ya sabía andar en bicicleta, probablemente lo ayudó sosteniendo la bicicleta hasta que usted adquirió un sentido del equilibrio como el de él.

Dios quiere que todos seamos como Él. Pero no podemos comenzar a vivir así, por nuestras propias fuerzas, cuando lo aceptamos como nuestro Salvador. Esta lección nos demuestra cómo Dios, el Experto, puede ayudarlo a ser cada día más semejante a Él.

Una conciencia que lo ayudará

Toda persona tiene conciencia. Es el conocimiento interior de lo que es bueno y justo. Aun antes de ser creyente, la conciencia le proporcionaba ciertas directivas o conocimientos sobre lo bueno y lo malo. En su fuero interno tenía la sensación de que sabía lo que debía o no debía hacer. Si se guió por su conciencia, probablemente evitó muchos pecados, y quizá realizó muchas buenas obras. El apóstol Pablo explica lo que acabamos de declarar cuando habla de los gentiles, que no sabían las leyes de Dios, pero hacían a veces cosas buenas guiados por esa sensación interior. El apóstol nos dice:

Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos. (Romanos 2:14-15)

La conciencia es un don de Dios para ayudarnos. Podríamos decir que es el sentido del equilibrio espiritual. Pero al igual que nuestro equilibrio natural, nuestra conciencia es limitada e imperfecta. El mejor acróbata o ciclista se cae a veces porque le falla su equilibrio. Así también, los mejores hombres caen en el pecado porque su conciencia no es suficiente para guiarlos. Algunos invalidan su conciencia por negarse repetidamente a escucharla. La Biblia nos habla de personas que tienen “cauterizada la conciencia” (1 Timoteo 4:2).

Pero la conciencia de los creyentes no es así, ya que al haber nacido de nuevo tienen una nueva mente y conciencia. El escritor de la epístola a los Hebreos nos anima a mostrar que la muerte de Cristo limpia nuestra conciencia.

¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (Hebreos 9:14)

Puesto que el Señor Jesucristo purifica nuestro corazón y nos perdona, nuestra conciencia no nos culpa más de pecados pasados. En cambio, nuestra conciencia se convierte en un instrumento del Espíritu Santo para asegurarnos que nos comportamos bien. El escritor de la Epístola a los Hebreos pide oración diciendo: “Orad por nosotros; pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo” (Hebreos 13:18).

Una conciencia tranquila es una conciencia limpia (1 Pedro 3:16). El consejo del apóstol Pablo a Timoteo constituye un gran motivo de ánimo y a la vez una seria advertencia: “Manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos” (1 Timoteo 1:19).

La Biblia que lo guiará

En la lección pasada estudió acerca de la Biblia como uno de los medios por los que Dios se reveló a sí mismo. Recuerde que el Antiguo Testamento relata el trato de Dios con individuos y con la nación de Israel. Dios escogió demostrar su carácter y sus caminos de esa manera. El Nuevo Testamento
contiene el relato de la forma como Dios se reveló a sí mismo más plenamente, en Jesucristo. Los evangelios narran la historia de Jesús y proporcionan su enseñanza. Los Hechos continúan la historia; las epístolas explican la enseñanza; el Apocalipsis nos relata el fin victorioso de la historia.

Cuando la Biblia tiene tantas cosas importantes que relatarnos, es fácil observar por qué necesitamos toda la Escritura. Y sin embargo, hay muchas personas, hasta creyentes, que no entienden por qué Dios ha puesto a nuestra disposición su Palabra. El apóstol Pablo responde:

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia. (2 Timoteo 3:16)

Dios nos dio las Sagradas Escrituras para enseñarnos la verdad respecto del verdadero Dios, y nuestra nueva vida en Cristo. De esa forma, no viviremos ignorando sus expectativas. La enseñanza de la Biblia nos guiará. Todos los conocimientos que tengamos de la Biblia no nos servirán de mucho si no dejamos que cambien nuestras actitudes y nuestra conducta, a fin de ser semejantes a Dios.

El salmista tenía profundo respeto por la Palabra de Dios. Él escribió: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino. Juré y ratifiqué que guardaré tus justos juicios” (Salmo 119:105-106). La Biblia es la guía infalible para el cristiano. Ella contiene instrucciones, reglas que obedecer, y patrones de conducta que nos ayudan a comportarnos en forma ética.

Finalmente, la Biblia nos proporciona ejemplos: personas verdaderas que obedecieron a Dios, o se rebelaron contra sus reglamentos. No existe la más mínima duda con respecto a cuál comportamiento quiere Dios que imitemos. Los buenos ejemplos nos inspiran a realizar obras que agradan a Dios;
los malos ejemplos son una advertencia con respecto a sentimientos y acciones que desagradan a Dios.

La Palabra de Dios es muy práctica y real. Si queremos vivir según Dios quiere que vivamos, tenemos que ser prácticos y conocer la Palabra de Dios. El conocer la Palabra de Dios requiere un deseo de obedecer y disciplinamos para el estudio. El salmista escribe:

Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza. En tus mandamientos meditaré; consideraré tus caminos. Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras. (Salmo 119:14–16)

Un Salvador que le señalará el camino

El ejemplo más valioso que nos ofrece la Biblia es el Señor Jesucristo mismo. Probablemente, usted les dice a otros que Jesús es su Salvador. Tal vez piensa constantemente en Él como su Señor. Esto es justo y bueno. ¿Cómo podría experimentar la nueva vida sin la salvación? ¿Cómo podría seguir viviendo sin tener a Dios al frente de la situación? Solamente Jesús puede salvar y guardar cuando le pedimos que entre en nuestro corazón. Jesús es Cristo y usted es cristiano. El vocablo significa sencillamente que usted es un seguidor de Cristo, uno de sus discípulos. Un discípulo es aquel que aprende a pensar y a proceder como su Maestro.

¿Ha participado alguna vez en un juego que consiste en imitar lo que hace el que lo dirige? Una persona realiza varias cosas: salta, camina, corre, y los otros tienen que imitar sus movimientos. El que no los puede imitar o el que tarda más en hacerlo, pierde. Este juego se basa en la imitación.

La idea de imitación se halla presente en la Biblia. Pablo escribe: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). Él también exhorta:

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús…y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2:5,8)

El Señor Jesucristo demostró su carácter en la obediencia. El apóstol Pedro hizo un resumen de esta verdad cuando predicó que Jesús “anduvo haciendo bienes y sanando…porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38). Pedro conocía el carácter de Jesús porque había estado con Él.

Recuerde, también, cómo los miembros del concilio estaban asombrados de ver el valor de Pedro y Juan, sobre todo dado que estos discípulos eran hombres ordinarios sin ninguna educación. El concilio se dio cuenta entonces que Pedro y Juan habían sido compañeros de Jesús (Hechos 4:13).

Esto muestra la importancia de estudiar los ejemplos bíblicos. No es suficiente con saber de las historias de Jesús que lee los evangelios. Usted tiene que copiar los ejemplos piadosos de Jesús y otros en las Escrituras. Esto no será fácil. Sin embargo, Pedro afirma: “Pues para esto fuisteis llamados;
porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21).

Dios ciertamente quiere que seamos cada día como Él, pero al igual que Pablo, sabemos que no hemos alcanzado todavía ese nivel (Filipenses 3:12). He aquí una promesa maravillosa:

Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. (1 Juan 3:2–3)

El Espíritu Santo que lo guiará

Muchos hijos de Dios no han hecho progreso alguno en ser como Cristo. Al parecer, no pueden vivir alejados de los viejos pecados y antiguos hábitos. Se arrepienten sinceramente, pero continúan cayendo. Sin embargo, nuestro maestro experto, el Espíritu Santo, está dispuesto a ayudarnos. Debemos pedirle su ayuda cada día, y así avanzar con confianza, pareciéndonos a Jesús cada día más.

Los discípulos de Jesús fueron sus seguidores durante tres años. El Señor Jesús les enseñó muchas cosas y demostró su enseñanza por el ejemplo. Pero sabía que cuando se fuese, necesitarían ayuda. Así les hizo una promesa: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el
Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15:26). Jesús dijo con anterioridad: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26).

El Espíritu Santo nos enseña, pero asimismo nos trae a la memoria lo que hemos aprendido. Nos hace recordar versículos bíblicos cuando los necesitamos (Véase Marcos 13:11). Su función consiste en dirigirnos a toda verdad (Juan 16:13), y eso abarca la manera como vivimos. A medida que dejamos que el Espíritu Santo nos ayude, podemos vencer los deseos de nuestra naturaleza humana. La naturaleza divina se manifestará en nosotros, solamente si seguimos las directivas del Espíritu Santo. Lea cuidadosamente lo que escribió el apóstol Pablo al respecto:

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley…Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (Gálatas 5:22–23, 25)

El Espíritu Santo debe ejercer dominio sobre nuestras vidas. ¿Significa que no tenemos que hacer esfuerzo alguno para nada? ¡De ninguna manera! Significa que debemos seguir los caminos de Dios. Debemos pensar en nuestras actitudes y acciones, y pedirle al Espíritu Santo que las cambie a fin de que seamos como Cristo. Esto significa conducirnos a toda verdad.

¿Nos parece difícil? Piense por unos momentos en lo que Dios ha hecho ya por usted. Fue el Espíritu Santo quien lo ayudó a que se hiciera creyente. El Espíritu Santo le impartió vida. Por el poder del Espíritu Santo se convirtió en hijo de Dios. Comprobó que Dios era una realidad y que le perdonó
sus pecados. Su conciencia fue renovada. Recibió una meta en la vida. Todos los días, Dios el Padre responde a sus oraciones. Y todo ello porque el Espíritu Santo se manifiesta en su corazón. Y no solamente en usted, sino en todos los demás hermanos creyentes.

No tenemos razón alguna de temer al fracaso. Lo que nos dice la Biblia puede convertirse en una verdadera experiencia personal para nosotros:

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (Romanos 8:14–16)

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