Dios quiere que cuide de sí mismo

El automóvil es un vehículo de complicado mecanismo. Sabemos algo del motor, de la transmisión, de la dirección. Podemos lavarlo y encerarlo. A veces, hasta sabemos cambiarle un neumático que se nos ha pinchado. Pero en realidad nunca hemos aprendido mucho del mecanismo y funcionamiento del automóvil. ¿Qué haría usted si tuviese que hacer una reparación de importancia al automóvil? Podemos conseguir el manual de
reparaciones publicado por la fábrica. En este libro, el personal que fabricó su automóvil explica cómo funciona cada una de sus partes y cómo hacer que el automóvil funcione como debe. A veces, quizá las instrucciones nos parezcan extrañas, pero podemos confiar en sus consejos. Después de todo, fueron ellos quienes diseñaron y construyeron nuestro automóvil. Deben saber a ciencia cierta montar y reparar el automóvil.

Los seres humanos son mucho más complicados que un automóvil. Sin embargo, aquel que creó a todos los hombres, los entiende. Ha impartido instrucciones y consejos sobre cómo vivir la vida como corresponde. A veces, algunos piensan que el Creador es injusto o extraño en lo que dice. Piensan que sus instrucciones son irrazonables y sus consejos anticuados. Y sin embargo, ¿no es Él quien debe saber qué es lo mejor para el hombre?

Como creyentes, tenemos confianza en que Dios sabe lo que es bueno para nosotros. Estamos también seguros de que, en los vaivenes de la vida, Él quiere lo mejor para nosotros. Sus reglamentos y principios son para nuestro beneficio. Son para que nos desarrollemos, creciendo a la imagen de Dios.

Cuatro maneras en que Dios espera que usted crezca

La Biblia nos revela muy poco acerca de la juventud de Jesús y sus primeros años de adulto. Y sin embargo, ese período está abarcado por estas palabras de profundo significado: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).

El ejemplo sentado por el Señor Jesucristo es importante. Él alcanzó la madurez prestando atención a cuatro esferas principales de su personalidad: mediante el ejercicio y el trabajo alcanzó fortaleza física (el cuerpo); mediante el estudio y la meditación cultivó su mente (sabiduría); mediante
la oración y el oír la Palabra de Dios desarrolló una fina percepción espiritual (favor con Dios); y demostrando amor y solicitud llegó a ser aceptable en lo social y emocional (favor con los hombres).

Si hubiese descuidado su desarrollo físico, no hubiera podido andar por los caminos de Palestina o soportar el dolor del Calvario. Si no hubiese demostrado interés por los demás, no hubiera podido llegar a ser un amigo íntimo de los pecadores y compañero entrañable para sus discípulos. Si no hubiese desarrollado su capacidad intelectual, no hubiera asombrado a todos los hombres con su entendimiento; hasta sus enemigos sabían que nadie había hablado jamás como Él (Juan 7:46). Si hubiese descuidado la comunión con su Padre celestial, no hubiera llegado a saber la palabra y voluntad perfecta de Dios. Pero el Señor Jesús hizo todo esto. Fue el hombre perfecto. Fue íntegro en todas las cosas. Fue santo.

La palabra santidad viene de la palabra integridad o salud. Jesús era un hombre sano, íntegro y santo, y Pablo nos dice que debemos ser como Él.

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;…sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo. (Efesios 4:11–13, 15)

Pautas bíblicas para el crecimiento

Pautas para su cuerpo

Dios nos dio un cuerpo maravilloso. Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo. Es parte del cuerpo de Cristo, así Pablo nos exhorta: “Glorificad, pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20). Honramos a Dios al cuidar de nuestros cuerpos. Tenemos aquí de nuevo los principios de la mayordomía y el servicio. Con anterioridad, el apóstol dijo: “Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1 Corintios 6:13).

Dios ha creado un cuerpo que tiene necesidades. Pero Él ha provisto para dichas necesidades. Por ejemplo, el matrimonio es una provisión divina para la satisfacción de las necesidades de carácter sexual del hombre y de la mujer. Pablo les aconseja a aquellos a quienes Dios no ha llamado a vivir solteros, a que se casen y satisfagan las necesidades de carácter sexual.

Desagradan a Dios la inmoralidad y perversión sexuales. Son pecados contra nuestro cuerpo (1 Corintios 6:18), que Dios quiere que sea santo y útil para su servicio.

El mismo principio de respeto hacia nuestro cuerpo podemos aplicarlo al comer y al beber. El Señor Jesucristo ayunó y oró. Pero también disfrutó de buenas comidas entre sus amigos (aunque sus enemigos lo censuraron por ello). El capítulo 14 de la epístola a los Romanos nos dice que no tiene
virtud especial el comer ciertos alimentos particulares, o el no comerlos. “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).

Teniendo en cuenta estas importantes normas, el creyente maduro escoge lo que comerá y beberá. Está consciente de que todo exceso es pecado, porque maltrata el cuerpo. Por esta razón, el apóstol Pablo previno contra el beber o el comer en exceso. Por ejemplo, aconsejó: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18).

Glorificamos a Dios manteniendo nuestros cuerpos en sujeción. Un cuerpo que no está en sujeción, puesto que usa bebidas alcohólicas o drogas heroicas, o tabaco o marihuana, desagrada a Dios. El respeto por nuestro cuerpo como templo de Dios queda demostrado en el fruto del Espíritu llamado templanza o dominio propio. Mediante la ayuda que nos presta el Espíritu Santo, resolvemos mantener santos y limpios nuestros cuerpos, a fin de que el Espíritu de Dios resida en ellos.

Jesús estaba siempre ocupado haciendo el bien. Cuando los hombres lo criticaron Él les dijo que imitaba a su Padre celestial: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17). El trabajo físico es bueno para el hombre. Es un buen ejercicio para el cuerpo. Quizá su trabajo no le permite usar sus músculos. Luego entonces, debe tomarse tiempo para ejercitar el cuerpo. “El ejercicio físico trae algún provecho” (1 Timoteo 4:8, Nueva Versión Internacional), dijo el apóstol Pablo, quien a veces empleó a atletas y a boxeadores como ejemplos de disciplina. El correr, el caminar, el andar en bicicleta, el trabajar en el jardín o la huerta, son buenos ejercicios para aquel que trabaja mayormente en su oficina tras un escritorio.

Sin embargo, aunque el trabajo y el ejercicio son importantes, Dios nos llama también a descansar. Incluso Él hizo del descanso una parte de su creación. El día séptimo es el día de descanso y recreación. Tanto los pastores como los obreros cristianos que trabajan con tanto ahínco el domingo,
necesitan recordar: Dios requiere un día de descanso. Jesús mismo necesitaba tranquilidad y descanso. Lo mismo ocurrió con sus discípulos. Cierta vez, había tanta gente que acudía a Jesús, que ni éste ni sus discípulos tenían tiempo para comer. Así, Jesús dijo: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco…” (Marcos 6:31).

El servir a Jesús abarca momentos de refrigerio. Jesús invita a todos sus obreros:

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11:28–29)

Pautas para su mente

Es evidente que no toda la labor que desarrollamos para Dios, ni todo el servicio que le prestamos a Él es de carácter físico. Pero servimos a Dios y a otras personas empleando nuestra mente. Imagínese que su hijo tuviese pereza mental. Aunque dotado de una inteligencia normal, no quiere aprender. En vez de ir a la escuela con los demás niños, se queda sentado sin hacer nada. ¿Se sentiría feliz con un hijo así? Naturalmente que no. Si el niño estuviese enfermo o sufriese una anormalidad mental, usted lo comprendería. Dios le daría amor, compasión y paciencia. Pero si el niño, por su terquedad, permaneciese ignorante e inactivo, usted tendría razón para inquietarse.

Algunos hijos de Dios sufren de pereza mental. Al igual que el mayordomo que no empleó el dinero, no hacen nada con las riquezas que Dios les ha dado. No aprenden nunca a escuchar la voz de Dios; nunca aprenden a dirigirse a Él en oración, y nunca estudian la Palabra de Dios. Creen todo lo que los demás les dicen (aun cuando se trata de doctrinas erróneas acerca de Dios).

¿Conoce a personas como éstas? Si las conoce necesita ayudarlas. Usted debe edificarlas en la fe (Romanos 15:2). Enséñeles estas lecciones sobre cómo el creyente alcanza sabiduría y madurez:

1. Ayúdeles a aprender a orar. No necesita emplear palabras profundas o elevadas, sino simplemente expresar necesidades de agradecimiento compartidas sencillamente con Dios nuestro Padre (Véase Filipenses 4:6.).

2. Ayúdeles con el estudio bíblico. En primer lugar, necesitan adquirir conocimientos sobre los caminos de Dios, las verdades relacionadas con Jesús y su reino. Necesitan también saber cómo aplicar ese conocimiento, porque eso es sabiduría.

Mediante el estudio y la puesta en práctica de las verdades divinas, adquirirá sabiduría. El salmista se preguntó a sí mismo cómo ser feliz y tener una vida pura. Se respondió diciendo que era empleando su mente para estudiar los estatutos y caminos de Dios.

En tus mandamientos meditaré; consideraré tus caminos. Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras. (Salmo 119:15–16)

Ahora bien, el salmista era poeta y pensador. Podía escribir con bellas palabras los pensamientos inspirados de Dios. Dios le había dado la facultad de emplear las palabras con elocuencia y belleza. Él se habla perfeccionado en este don. Entendía el arte de escribir poemas que le gustarían a su propio pueblo.

Ese es el aspecto creativo de la mente humana. Dios es creativo. Le ha dado al hombre una mente creativa. El creyente, que quiere ser como su Padre el Creador, debe demostrar creatividad. Cuando Moisés levantaba la tienda o carpa sagrada, el tabernáculo, Dios le dio ayudantes especiales. Eran hábiles artesanos y artífices. Con respecto a uno de ellos nos dice la Biblia:

Mirad, Jehová ha nombrado a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo ha llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte. (Éxodo 35:30–31)

La habilidad para narrar cuentos, hablar bien, componer poemas, entonar canciones, pintar cuadros, hacer diseños, tallar la madera o cincelar la piedra, escribir un drama o representar en él, explicar las Sagradas Escrituras con sencillez y corrección, ver qué labores se necesitan realizar, y saber
hacerlas, todo ello es un don del Espíritu de Dios. Y a nosotros se nos han otorgado dones para usar y desarrollar para gloria de Dios y el bien de la iglesia.

¿Qué dones posee usted? ¿Conoce los cantos y poemas que son patrimonio de su pueblo? Estudie más y pídale a Dios la ayuda para crear buenas canciones y poemas. ¿Puede tocar un instrumento musical? Practique con ahínco y a conciencia. La buena música glorifica a Dios. Quizá ha llegado el momento de estudiar a fin de crear nueva música en su cultura. La iglesia de su país necesita himnos que le hablen al pueblo mediante una música y poesía que entiendan. Recuerde lo que dijo Pedro sobre la mayordomía:

Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. (1 Pedro 4:10)

Pautas para su espíritu

Cuando Jesús era niño, “la gracia de Dios era sobre él” (Lucas 2:40). Jesús creció hasta llegar a ser un hombre adulto, y Dios se complacía en Él. Durante su bautismo, una voz procedente del cielo, dijo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia” (Lucas 3:22). No solamente había crecido Jesús en sabiduría humana y fortaleza, hasta llegar a ser hombre, sino que también habla desarrollado su comprensión de los caminos de Dios. Sabía que era el Hijo de Dios; sabía también lo que Dios quería que él hiciera. Estaba preparado en todo para realizar lo que Dios le habla dicho. Esto agradó a Dios.

Cuando sus enemigos pusieron en tela de juicio su identidad, Jesús les dijo que algún día lo sabrían. Y añadió:

Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada. (Juan 8:28–29)

El Señor Jesucristo no dijo ni hizo nada que no procediese de un mandamiento que Dios le había dado. Por esta razón, estaba siempre seguro de la presencia y aprobación de Dios en cada palabra o acción. Aprendió la voluntad de Dios y procedió según ella, aun cuando fuera difícil. Recordemos su oración en Getsemaní: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39).

El crecer en el favor divino procede del aprender a decir sinceramente esa oración. Constituye hallar los caminos de Dios (esos reglamentos y principios), para todos sus hijos, y ponerlos en práctica. Constituye descubrir la voluntad especial de Dios para su vida, y proceder según esa voluntad.

En la Lección 3 estudió cuatro métodos que emplea Dios para ayudarnos a saber lo que Él quiere que seamos. ¿Los recuerda? Una conciencia purificada; la Palabra de Dios; los ejemplos de Jesús; las directivas del Espíritu Santo. Estos cuatro métodos trabajan en armonía mientras buscamos la voluntad de Dios inspirados por nuestro deseo de agradarle.

Los judíos de Berea, a quienes Pablo les predicó de Jesús, constituyen un buen ejemplo para nosotros.

Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así. Así que creyeron muchos de ellos y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres. (Hechos 17:11–12)

Observe cómo estas personas leyeron las Escrituras:
1. Con diligencia (“con toda solicitud”)
2. Continuamente (“cada día”)
3. Con un propósito definido (“para ver”)
4. De buena voluntad (“creyeron”)

Si quiere crecer en lo espiritual, el creyente debe también estudiar la Palabra diariamente, buscar la voluntad divina y prepararse para ponerla en práctica.

Además del estudio personal de la Biblia, el creyente tiene a su disposición otro don de Dios que le prestará ayuda: pastores y maestros. Estos hombres, en virtud de su estudio y experiencia, comparten con otros creyentes un discernimiento que se les da en la Palabra de Dios. Presentan el mensaje de Dios a fin de edificar o fortalecer al pueblo (Véase Efesios 4:11–16).

Aquellos que aceptaron al Señor Jesucristo el día de Pentecostés se dieron cuenta de que necesitaban instrucción de parte de aquellos con mayor instrucción en la fe. “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).

Estos creyentes aprendieron de los apóstoles a quienes les había enseñado Jesús, y eran llenos del Espíritu Santo. Los creyentes en la actualidad necesitan maestros y pastores que sepan la Palabra de Dios y estén llenos del Espíritu Santo.

Las Sagradas Escrituras nos dicen que debemos obedecer y sujetarnos a tales dirigentes (Hebreos 13:17), y estar agradecidos por sus enseñanzas (Gálatas 6:6).

Pero no son solamente los pastores quienes enseñan en la iglesia local. Puesto que la iglesia es el cuerpo de creyentes, todos ellos deben ejercer el ministerio de animar y testificar. Mediante nuestra conducta y nuestras palabras, podemos enseñarnos mutuamente. El apóstol Pablo nos hace la
siguiente exhortación:

La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia
en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. (Colosenses 3:16)

Cuando los creyentes se reúnen, pueden compartir sus conocimientos acerca de los caminos de Dios. Un ejemplo bíblico impresionante de lo que acabamos de decir se relaciona con el talentoso predicador Apolos. Aunque sabía las Sagradas Escrituras y los hechos acerca de Jesús, al parecer no estaba lleno del Espíritu Santo. De manera que Priscila y Aquila “le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios” (Hechos 18:26). El ministerio de Apolos fue transformado en virtud de este acto de compartir.

Es importante observar también la humildad de Apolos. Tenía un espíritu dispuesto a aprender. Aceptó las instrucciones que le impartieron otros, aunque era un predicador importante y elocuente. Si nos oponemos a la enseñanza, no aprenderemos de la Palabra de Dios ni de lo que otros puedan enseñarnos. Debemos estar preparados para obedecer.

¿Recuerda la ilustración del manual de reparaciones con que comenzamos esta lección? ¡Qué absurdo sería si leyera el manual y luego me negara a hacer lo que él dice! Podríamos decir lo mismo de la Palabra de Dios. Para agradar a Dios, para alcanzar su favor, tenemos que obedecerle, así como lo hizo nuestro Señor Jesucristo. Por mucho que hayamos crecido viviendo para Dios, la Biblia nos dice que aún queda lugar para el crecimiento:

Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más. (1 Tesalonicenses 4:1)

Pautas para sus relaciones sociales

Jesús era un hombre popular entre la gente. Las madres traían a sus hijos para que el Señor impusiera las manos sobre ellos para bendecirlos (Marcos 10:13,16). Los hombres dejaban sus casas y trabajos para seguirle durante su ministerio. Aunque tenía muchos enemigos, no fue porque fuese cruel, orgulloso o malvado. Fue porque “desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos” (Lucas 7:30), y lo despreciaron como “amigo de publicanos y de pecadores” (Lucas 7:34).

Los primeros creyentes eran como su Maestro. Se preocupaban de los enfermos y pobres. Comían juntos “con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo” (Hechos 2:46–47).

¿Podemos vivir de tal manera que agrademos tanto a los hombres como a Dios? El apóstol Pablo parece decir que estas cosas se oponen:

Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. (Gálatas 1:10)

Aquí el apóstol Pablo nos habla de adaptar su enseñanza, el inmutable evangelio de Cristo, a los deseos de hombres pecadores. Así también, no podemos cambiar nuestras creencias ni nuestro comportamiento justo para agradar a otros. Debemos obedecer en primer lugar a Dios. Por el amor a Dios, obedecemos las leyes que promulgan los hombres, como nos dice el apóstol Pedro: “Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos” (1 Pedro 2:15).

Somos testigos ante los demás a través de nuestras buenas obras. Pablo se sentía feliz de encomiar a los creyentes de Tesalónica por su amor fraternal. Los anima a hacer aún más:

Y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada. (1 Tesalonicenses 4:11–12)

Aumenta la estima que otros sienten por nosotros cuando trabajamos silenciosamente y bien, puesto que entonces no somos ni problema ni carga. Además, debemos demostrar solicitud por los demás mediante nuestro comportamiento. Pablo quería que los creyentes anduviesen sabiamente para con los que no eran creyentes, y que sus palabras fuesen siempre agradables e interesantes (Colosenses 4:5–6). Le imparte instrucciones a Tito para que le recuerde a la gente que debe sujetarse a los gobernantes y autoridades y estar lista a hacer el bien, cuando da este buen consejo:

Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres. (Tito 3:1–2)

Pablo establece un contraste entre la vida que vivimos ahora, y la que vivimos antes de ser hijos de Dios; antes nos dice que:

Nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. (Tito 3:3)

Aunque les demostremos a los demás nuestro cariño mediante el respeto y la dulzura, no siempre los ganaremos para Cristo. Pero muchos reconocerán nuestra solicitud y no hallarán en nuestro comportamiento una excusa para criticar el evangelio. La prueba de nuestras buenas acciones no consiste en si la gente dice cosas buenas de nosotros ahora, sino si tiene que reconocer nuestra bondad ante Dios mismo.

Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras. (1 Pedro 2:11-12)

Siguiente lección