Dios le da reglas de conducta

Para obtener una licencia de conducir, usted debe aprobar primero un examen sobre señales de tráfico y reglamentos de tránsito que el conductor debe saber. Si seguimos las reglas del tránsito no tendremos tantos accidentes. Tampoco tendremos dificultades con la policía que se preocupa de que las leyes de tránsito del país se obedezcan. A veces, nos gustaría conducir por encima del límite de velocidad especificado. Pero, las leyes sobre velocidad en las carreteras existen para evitar excesos de velocidad que podrían ser peligrosos.

En la familia tenemos también reglas. Los niños necesitan reglas de conducta. Los hijos se sentirán más seguros si saben lo que se espera de ellos. Si desobedecen una regla, deben esperar ser castigados. La disciplina es buena si se administra con amor.

Dios, el Creador de todos los hombres, tiene también reglas o leyes. Desea que sus hijos sepan todas sus leyes y las cumplan. Por esta razón Él nos reveló sus leyes por medio de Moisés y de Jesucristo, su Hijo.

Reglas de hombres

Las reglas de Dios tienen que ver con el orden público. Dios quiere que el pueblo y las familias vivan juntas en paz y armonía. Le ha permitido al hombre desarrollar sus sistemas políticos. Quizá vivamos en una tribu con un cacique, o en una monarquía en donde reina un monarca, o en una república dirigida por un presidente. Todos ellos son dirigentes que promulgan reglamentos o leyes, que gobiernan nuestra sociedad. No todos los dirigentes o leyes son buenos según el criterio de Dios, pero Él quiere que los respetemos.

El apóstol Pablo nos lo dice en Romanos 13:1–3: Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella.

Las autoridades están para prevenir el mal y castigar a aquellos que quebrantan las leyes. Pablo nos dice que ya que las leyes castigan el mal, proceden como siervas de Dios. Debemos obedecerlas, no solamente por el temor, sino “por causa de la conciencia” (Romanos 13:5).

Pablo dice asimismo que el pagar impuestos es asunto de conciencia: Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. (Romanos 13:6–7)

El primer deber del creyente es hacia el reino de Dios. Como ciudadanos libres del reino celestial, debemos ser buenos ejemplos para los incrédulos, obedeciendo a las autoridades y pagando nuestros impuestos. Pedro nos anima diciendo: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana”
(1 Pedro 2:13).

El Señor Jesucristo es un ejemplo maravilloso de la obediencia a las autoridades. Aunque era el Rey de reyes pagó impuestos para no ofender a la gente (lea Mateo 17:24–27). Cuando sus enemigos procuraron hacerlo caer en una trampa mediante preguntas sobre los impuestos, el Señor Jesucristo les suministró este buen consejo: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21).

Mandamientos de Dios dados por Moisés

Las leyes promulgadas por el hombre pueden ser buenas o malas. Prestan servicios en la sociedad para la cual fueron promulgadas. Sin embargo, la ley de Dios es perfectamente buena y apropiada para todos en todas partes. El salmista exclamó: “Justo eres tú, oh Jehová, y rectos tus juicios. Tus
testimonios, que has recomendado, son rectos y muy fieles” (Salmo 119:137–138).

Dios le dio leyes a su pueblo por intermedio de su siervo Moisés. Dios reveló su perfecta ley a la nación hebrea a la cual había escogido, cuando le dio sus mandamientos a Moisés en el monte Sinaí. Lea Éxodo 19 al 31. Algunas de las más importantes leyes de Dios, están en los Diez Mandamientos.

En Deuteronomio 5, Moisés les habla de estos reglamentos a la gente para que los comprendieran y obedecieran (versículo 1). Quería que supieran que estos reglamentos o leyes eran la base del pacto de Dios con su pueblo. Dios seguiría bendiciéndoles si no desobedecían las leyes (versículos 32–33).

Aun cuando somos el pueblo de Dios del nuevo pacto por medio de la muerte de Jesús, aun así debemos conocer y obedecer los Diez Mandamientos. Son para todo el mundo. Sin ellos, no podremos tener una sociedad buena, próspera y sana. Estudiémoslos brevemente:

1. No adorarás a ningún dios, sino al Señor.
2. No te harás imágenes para adorarlas.
3. No usarás el nombre de Dios para fines malvados.
4. Guardarás el día de reposo.
5. Respetarás a tu padre y a tu madre.
6. No cometerás asesinato.
7. No cometerás adulterio.
8. No robarás.
9. No acusarás a nadie falsamente.
10.No desearás la mujer de tu prójimo, ni sus bienes.

Dios le dio a su pueblo estos reglamentos o leyes a fin de que vivieran en paz y prosperidad. Les dio estos mandamientos porque es un Padre bondadoso y amoroso.

Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga. Guardarás, pues, los mandamientos de Jehová tu Dios, andando en sus caminos y temiéndole. (Deuteronomio 8:5–6)

La nación israelita no siempre obedeció estas leyes, por lo cual fue castigada. Pero la nación israelita no fue peor que otros pueblos. Todos, hombres y mujeres, han pecado contra Dios, desobedeciendo uno o más de los Diez Mandamientos. Hasta los hombres más religiosos han fracasado en algún punto.

En el Evangelio de Marcos se cuenta que un joven religioso se presentó ante Jesús cierto día y quería saber lo que tenía que hacer para recibir la vida eterna. Jesús le preguntó acerca de los últimos cinco mandamientos, y el hombre le respondió con orgullo que los habla obedecido. A continuación, el
Señor Jesús, amorosamente, lo invita a que se despoje de sus riquezas y lo siga. La Biblia nos dice que el joven se alejó triste porque era muy rico (Marcos 10:17–22). Nos imaginamos que amaba más las riquezas que la obediencia al Hijo de Dios. Sin comprenderlo, quebrantaba el primer mandamiento.

Indudablemente, Dios tiene un elevado nivel de conducta para su pueblo. Ninguno de nosotros podemos cumplir por nosotros mismos, las leyes de Dios. El apóstol Pablo expresó nuestro problema en Romanos 7:21–25. Aunque sabemos que las leyes divinas son justas y deseamos hacer el bien, no
podemos vencer nuestra naturaleza humana. ¡Felizmente, Dios tiene la solución para nuestro problema!

Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (Romanos 8:3–4)

Jesús, el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios, cumplió todos los mandamientos de Dios (Mateo 5:17). Por medio de su muerte, se nos perdonan nuestros fracasos, y por su Espíritu, aprendemos a obedecer las leyes de Dios.

Enseñanzas de Jesús

Cierto día, un maestro se aproximó al Señor Jesucristo y le hizo una pregunta difícil sobre las leyes de Dios: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (Mateo 22:36). El Señor Jesús no escogió uno de los Diez Mandamientos. En cambio eligió del Antiguo Testamento un mandamiento de Dios que abarca a los primeros cuatro: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5).

Si usted ama a Dios lo adorará a Él solamente, no usará impropiamente su nombre, y hará todo para agradarle. El amor es el motivo que inspira nuestra obediencia a todas las leyes. Por esa razón, el Señor Jesucristo, al responderle al maestro, añadió un segundo gran mandamiento que se halla en el Antiguo Testamento. Este mandamiento abarca los últimos cinco mandamientos: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

(Levítico 19:18). Amar al prójimo significa desear lo mejor para él. Este es el amor del Espíritu.

Cuando el Señor Jesús se preparaba para dejar a sus discípulos, Él les instruyó: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Les prometió enviarle el “Consolador”, el Espíritu Santo, para que les enseñaría a obedecer (Juan 14:16–17, 26). Luego les dijo:

Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos. (Juan 15:12–13)

El amor de Jesús es práctico. Él dio su vida para salvarnos. Ahora, la regla o mandamiento que todos los discípulos deben obedecer es que hagan algo también. El apóstol Pablo entendió esta verdad cuando escribió: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2).

Debemos demostrar nuestro amor por el Señor Jesucristo haciendo buenas obras en favor de los demás. ¿Recuerda que en la lección 1, la intención de Dios para con sus hijos era que hicieran buenas obras? Ahora observamos que es el mandamiento de Jesús.

El amor manifestado en obras es la regla central del reino de Dios. Pero hemos visto que el carácter de Dios es algo más que amor. Él es también justo. El amor que se manifiesta en obras debe proyectarse en la dirección justa. Jesús impartió muchas enseñanzas respecto del amor y la justicia. El Sermón del monte, que se encuentra en Mateo 5 al 7, nos habla de algunas de sus enseñanzas.

En este sermón, el Señor Jesucristo les habló a sus discípulos acerca de los elevados niveles de justicia a que debían aspirar. No solamente debían de abstenerse de hacer lo malo. ¡Ni aun debían albergar en su corazón pensamientos malos! Por ejemplo, el Señor Jesucristo nos dice que el obedecer el mandamiento referente a no cometer adulterio, no es suficiente. Sus discípulos no debían ni aun albergar en sus corazones pensamientos malos (Mateo 5:27–28). El Señor Jesús no queda satisfecho si solamente hacemos cosas buenas para nuestros amigos. No; Él nos dice que amemos a nuestros enemigos y oremos por ellos “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:43–45).

Los mandamientos del Señor Jesucristo significan una nueva forma de vida. Nuestras ofrendas y nuestra oración deben hacerse en privado, y no para hacer alarde de nuestra “generosidad”. Todos debemos hacerlo por amor de Dios, y no para que la gente nos alabe. Debemos hacer las cosas no en
forma hipócrita, es decir, buenas sólo en apariencia. Jesús les dice reiteradamente a sus discípulos que Dios está interesado en los motivos y en las actitudes, tanto como en las acciones.

Directrices de los apóstoles

Después de la ascensión del Señor Jesucristo, sus apóstoles salieron a predicar las buenas nuevas de la salvación a todos, en todas partes. Algunos eran judíos, sabían que Dios era santo, y que les había promulgado las leyes para ayudarlos a evitar el pecado. Aprendieron fácilmente la ley del amor que les dio Jesús. Pero otros procedían de países que no entendían el carácter de Dios. Los apóstoles tenían que impartirles enseñanzas más básicas. Esta gente tenía su propia religión y necesitaba aprender una nueva forma de vida. La antigua forma de vida era pecaminosa y los apóstoles tenían que enseñarles a estas personas los mandamientos de Jesús.

Hallamos en la Biblia las enseñanzas de los apóstoles. Ellos enseñaban como Jesús enseñó. Le explicaban al pueblo cómo los mandamientos de Dios podían ayudarlo a resolver sus problemas. Por ejemplo, Juan el apóstol enseñó el mandamiento de creer en Jesús y amarse los unos a los otros. Él escribió: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).

Santiago sentía la misma solicitud. Animó a todos a que hicieran lo justo, obedeciendo “la ley real” (Santiago 2:8), que es el mandamiento de amar al prójimo. Luego lo aplicó a la vida de ellos. “Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores”
(Santiago 2:9). La discriminación, el preferir o rechazar a una persona por su raza, sexo o estado social, es contraria a la ley del amor. El cristianismo tiene la virtud de cambiar nuestras actitudes hacia las personas, y lo que hacemos para ayudarlas. La Epístola de Santiago nos dice:

La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos, y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo. (Santiago 1:27)

El apóstol Pablo había sido esclavo de las reglas del hombre antes de convertirse en cristiano. Él comprendió que esas reglas no podían salvarlo; la salvación no es el resultado de nuestros propios esfuerzos (Lea Efesios 2:8–9). Y sin embargo, cuando hemos aceptado el don de la salvación por medio de Jesucristo, tenemos la responsabilidad de vivir una nueva clase de vida. El apóstol Pablo nos advierte:

Que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:17–18, 23–24)

El apóstol Pablo nos proporciona muchos consejos en la epístola a los Efesios. Tenemos aquí unas cuantas de esas directivas de ayuda, para vivir la vida cristiana mediante el poder del Espíritu Santo. Puede hallarlas en los capítulos 4, 5 y 6 de la epístola a los Efesios.

1. Sea siempre humilde, amable y paciente.

2. Demuestre su amor mediante la tolerancia mutua.

3. No mienta más. Diga la verdad.

4. Deje de robar y comience a trabajar.

5. Ayude a los pobres.

6. No use palabras hirientes, sino solamente palabras de aliento.

7. No dé lugar a la amargura o al enojo; sea bondadoso y tierno.

8. Perdonaos los unos a los otros.

9. No viva una vida de inmoralidad sexual, o de indecencia o de avaricia.

10.Trate de aprender aquello que agrada a Dios.

11. No se embriague con vino, sino sea lleno del Espíritu Santo.

12.Dé siempre gracias a Dios en todo.

13.Someteos los unos a los otros.

14.Las esposas deben sujetarse a sus esposos como al Señor.

15.Los esposos deben amar a sus esposas como Cristo amó a la iglesia.

16.Los niños deben obedecer a sus padres.

17.Los padres deben tratar a sus hijos de tal manera que no los hagan enojar; deben educarlos según la disciplina e instrucción cristianas.

18.Póngase la armadura de Dios.

19.Ore en toda ocasión, según le dirija el Espíritu Santo.

¡Qué directivas más maravillosas! Esta no es una lista de lo que no debemos hacer. Es una lista positiva y activa de buenas obras que podemos realizar. Si hacemos lo bueno no seremos solamente más felices, sino que nos pareceremos más a nuestro Padre celestial. Ese, como nos recuerda Pablo, es el propósito de vivir nuestra vida según la ley del amor:

Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragrante. (Efesios 5:1–2)

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