Dios lo envía a ayudar personas del mundo

En la región del África en donde vivíamos, existía un procedimiento sencillo. Una bolsa de sal era suficiente para cancelar todas las deudas. Naturalmente, esta costumbre se originó en una época cuando era difícil encontrar sal. Hoy la sal constituye una parte muy importante de la vida. Se usa para preservar o conservar alimentos. Puede emplearse también para limpiar heridas, y sanar el dolor de garganta. Y, en virtud de su sabor, la empleamos a fin de que las comidas tengan mejor sabor.

El Señor Jesucristo dijo: “Buena es la sal” (Lucas 14:34). También dijo que aquellos que creían en Él eran como la sal: “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mateo 5:13), y advirtió a la gente a fin de que no perdiera esa cualidad.

¿Qué significa esta ilustración? Jesús decía primero que su pueblo tenía que ser diferente. Así como el hombre reconoce la sal por su sabor, así también todos debieran conocer a los creyentes por la manera especial en que viven y por su influencia positiva en la sociedad.

El mundo necesita nuestras cualidades de preservación y pureza, nuestra luz y nuestro mensaje. Debemos ser, hacer y decir todo lo que Dios nos ordena. El propósito que nos anima en la vida es el de representar la gracia y la justicia de Dios al mundo, a fin de que éste conozca a Dios y sea salvo.

La sal preserva: Demostrando el amor de Dios

Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (1 Juan 4:7–8)

No existe la menor duda de que la primera evidencia de que somos hijos de Dios es tener amor. El verdadero amor cristiano, que no es simplemente palabras sino hechos (1 Juan 3:18), tiene un gran impacto. Jesús lo sabía cuando ordenó a sus discípulos que se amaran los unos a los otros, así como Él los había amado: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros” (Juan 13:35).

Sabemos que el amor es necesario para preservar o conservar la vida. Sin embargo, el mundo en que vivimos está privado del verdadero amor. A menudo, la gente del mundo se sorprende cuando ve a hombres y mujeres genuinamente solícitos por el bienestar del prójimo. Un dirigente eclesiástico dijo que si los creyentes de la actualidad demostraran en realidad el amor que ordena la Biblia, la gente acudiría en multitudes a nuestras iglesias. Un escritor cristiano ha declarado que la iglesia debe funcionar como estación de salvamento que proporciona la vida que el mundo necesita. En realidad, Jesús dio a entender que los demás serían convencidos por el amor que mostraran los creyentes entre sí. Él oró diciendo:

Ruego…para que todos sean uno; como tú, oh Padre en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (Juan 17:21)

El amor que Dios ha puesto en nuestro corazón no es solamente para los demás creyentes. Dios ama a todo el mundo, y nos pide que amemos también a la gente de todo el mundo. Nuestro amor es para ellos como la sal. Pablo anima a los creyentes que sean conocidos por su amor fraternal:

Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros, como también lo hacemos nosotros para con vosotros… (1 Tesalonicenses 3:12)

Los grandes mandamientos de Dios consisten en amar a Dios con todo nuestro ser y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. En la parábola del buen samaritano, Jesús enseña que la persona que debemos amar es aquella con la cual nos encontramos, quienquiera que sea, y que nuestro amor debe ponerse en práctica.

¿De qué manera podemos expresar el amor a nuestro prójimo? Al igual que con nuestros hermanos creyentes, necesitamos sentir solicitud por nuestro prójimo y compartir. No nos separamos de los demás, como si no tuviésemos problema alguno. Sencillamente lo que ocurre es que sabemos
que Dios está con nosotros, y podemos comprender y ayudar a aquellos que pasan por dificultades, y no criticarles o abandonarles. El apóstol Pablo escribe:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. (2 Corintios 1:3–4)

Puesto que somos pecadores perdonados, no debemos mantenernos apartados de los demás, motivados por el prejuicio o la justicia propia. A Jesús se lo llamó “amigo de pecadores”, cuando visitó a Zaqueo, demostró su amor, y no tuvo para él palabras condenatorias. No mucho después Zaqueo sufrió un cambio radical, porque Jesús lo había visitado. Juan escribe:

Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. (Juan 3:17)

La sal purifica: Demostrando la justicia de Dios

La gente de este mundo no entiende la justicia de Dios. En consecuencia, los hijos de Dios están en este mundo para continuar la obra de Jesús y dar a conocer la bondad de Dios. Por estos medios, introducen en la sociedad una influencia purificadora: ellos son la sal.

Observamos con anterioridad que las actitudes y la conducta de la mayoría de la gente son el resultado del egoísmo, del orgullo, de la pereza o del deseo de adquirir dinero, disfrutar placeres o popularidad. Fueron esos también nuestros motivos antes de que Cristo nos salvara y nos hiciera
hijos de Dios. Ahora nuestra vida debe caracterizarse por motivos más elevados y acciones más santas. Esto significará el cambiar nuestra conducta pecaminosa. Pablo escribió a los creyentes efesios:

El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (Efesios 4:28–29)

En nuestra vida personal debemos demostrar el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23). Todos podrán reconocer que nuestra conducta es distinta a la de los demás (1 Pedro 2:12). Además, debemos procurar que la honradez, la aplicación al trabajo y la justicia sean rasgos destacados de nuestra colectividad. Cuando el Señor Jesucristo observó que los mercaderes malvados robaban a la gente que adoraba en el templo, se enojó y los echó de ese lugar (Mateo 21:12–13). Jesús sentía solicitud por la justicia y el derecho; odiaba la hipocresía y la mentira en todo. Por esta razón, se opuso a la injusticia de los fariseos.

Calificó a estos hombres que aparentaban ser religiosos de “sepulcros blanqueados”. Procuraban ser buenos por fuera, pero por dentro, estaban llenos de “huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo 23:27–28).

Dios procede contra aquellos que defraudan y mienten. No permitió que el engaño perpetrado por Ananías y Safira quedara sin castigo (Hechos 5:1–11). Procuraron mentir con respecto a cuánto dinero le daban a Dios. Pero el Espíritu Santo le reveló el engaño a Pedro, y Dios los castigó con la muerte. La mentira de ellos constituía una burla al poder de Dios y una deshonra para la iglesia.

Dios no vacila en castigar a los enemigos de Cristo, mediante las palabras de sus siervos. Pensemos en Elimas el mago, que se oponía a Pablo y Bernabé (lea Hechos 13:6–12). Procuró interrumpir la difusión del evangelio con toda clase de maldades, pero Dios lo castigó con la ceguera.

Ahora bien, Dios no procede siempre directamente como lo hizo en los ejemplos citados, pero Él espera que hagamos lo que podemos para corregir las malas acciones. En las Escrituras, Dios reprendió con frecuencia a su pueblo por no defender los derechos de los pobres en su comunidad. Isaías
escribe: “Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías 1:17).

Repetidamente, Dios le habló a su pueblo con respecto a los mismos problemas sociales que preocupan a todos. Impartió claras instrucciones:

Estas son las cosas que habéis de hacer: Hablad verdad cada cual con su prójimo; juzgad según la verdad y lo conducente a la paz en vuestras
puertas. Y ninguno de vosotros piense mal en su corazón contra su prójimo, ni améis el juramento falso; porque todas estas son cosas
que aborrezco, dice Jehová. (Zacarías 8:16–17)

El creyente debe ser un ejemplo de virtud. Como lo recordará por la lección 2, debe ser santo, como su Padre es santo. De manera que debe procurar, hasta donde se lo permita su situación, fomentar el derecho y la justicia en su colectividad. Si quiere profundizarse en el estudio de este tema, Global University ofrece el curso El cristiano en su comunidad.

La sal da sabor: Esparciendo el mensaje de Dios

Es asombroso pensar que Dios nos necesita a nosotros. Sin embargo, ése es su plan. Él ha escogido un pueblo para anunciar las buenas nuevas del evangelio de Jesucristo al mundo. Desde que nos hemos convertido en hijos de Dios, somos la sal de la tierra. Recuerde que la sal no solamente
preserva y purifica, sino que da sabor. El propósito de Dios consiste en que la sal, sus hijos, cubra con su sabor toda la tierra.

El apóstol Pablo dice lo mismo acerca del perfume. Cuando alguien abre un frasco de perfume, la fragancia llena el lugar. Pablo escribe:

Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su
conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden. (2 Corintios 2:14–15)

Podemos aprender muchas lecciones de este pasaje. Observe primero que es el plan de Dios, y no nuestro, de alcanzar al mundo. Como siervos e hijos Dios se nos han impartido órdenes de contarles a los demás acerca de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Recuerde lo que dijo Jesús antes de retornar al cielo:

Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mateo 28:19–20).

La orden de ir y hacer discípulos, enseñarles acerca de Cristo y de la ética cristiana, es seguida de una maravillosa promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días.” Esto subraya la idea de que Dios nos emplea a nosotros. No estamos solos; no tenemos que depender de nuestras propias fuerzas o de
nuestra sabiduría. Tenemos a nuestro fiel Amigo, el Espíritu Santo para que nos ayude. Hechos 1:8 nos recuerda:

Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. (Hechos 1:8)

Al disfrutar de la plenitud continua del Espíritu Santo, somos sensibles a la dirección del Espíritu. Él nos usa para hablar a la gente con la cual nos encontramos, nos proporciona sabiduría para hallar la forma más eficaz de hablarles, según su entendimiento y necesidad. No tenemos que estar nerviosos ni ansiosos: es función del Espíritu Santo y no nuestra, convencer a la gente de que necesita a Jesús como Salvador (Juan 16:8–11).

Nuestra responsabilidad es la de ser usados por Dios. Es ser testigos. Ahora bien, un testigo es una persona que sabe algo por experiencia personal y lo cuenta. Los discípulos de Jesús eran testigos del hecho de que el Señor había resucitado de los muertos (Hechos 3:15). Por todas partes que iban, le
decían a la gente que habían visto de nuevo a Jesús vivo. Luego explicaban el significado de la resurrección de Jesús: que era en realidad el Hijo de Dios; que había muerto por los pecados del ser humano; si la persona creía en Jesús, sus pecados serían perdonados y se convertiría en hijo de Dios.

Sus acciones justas y amorosas son un testimonio al mundo. Pero son un testimonio silencioso. La sal es buena para preservar y purificar, pero si no tiene sabor, no es sal en realidad. Jesús dijo que la sal que había perdido su sabor “no sirve más para nada” (Mateo 5:13). Hasta nuestra buena vida es
inútil para Dios, si el hombre no comprende cómo ha llegado a ser bueno. Tenemos que llevar el mensaje a la gente.

Pedro y Juan sanaron a un cojo junto a la puerta del templo (Hechos 3). Cuando la gente vio lo que había ocurrido se asombró. Pero no quedaron en suspenso por mucho tiempo respecto del milagro. Pedro lo explicó de inmediato: eran el poder de Jesús y la fe en su nombre los que había sanado a
aquel hombre cojo (Hechos 3:16).

El apóstol Pedro presentó a Jesús a otros y nos insta a que hagamos lo mismo:

Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo. (1 Pedro 3:15–16)

Obsérvese que debemos testificar con sabiduría, respetuoso, sin falsa superioridad. Si no ha estudiado aún el curso Evangelismo Personal de Global University, debe hacerlo. Tiene consejos muy buenos y lo ayudará a testificar con sabiduría y eficacia en favor de Jesucristo.

Finalmente, cuando proclame el evangelio en virtud de su testimonio, habrá resultados. Pablo nos dice que nuestra fragancia se esparcirá “en los que se salvan, y en los que se pierden” (2 Corintios 2:15). Afirmamos esto para asegurarle de nuevo que usted no es responsable de que la persona se haga
creyente o no. No puede obligar a nadie a que entre en el reino de Dios. Solamente puede representar a Dios como embajador. Puede demostrar y persuadir. Pero le corresponde a cada individuo el aceptar o rechazar el mensaje de reconciliación.

Así que somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. (2 Corintios 5:20–21)

¡Alabado sea Dios! Usted es ya su amigo. Está compartiendo la justicia de Dios. Su nueva vida en Cristo está siendo puesta en práctica tanto en sus actitudes como en su conducta.