Lo que la Iglesia hace para Dios

En la lección 6, estudiamos cómo los cristianos se ayudan mutuamente en el cuerpo de Cristo. En la lección 7, tocamos nuestras responsabilidades hacia los incrédulos. La iglesia debe ministrar a los suyos y a otros. Además, debe rendir un servicio especial a Dios.

En la lección 1, aprendimos que uno de los propósitos de Dios para la iglesia consiste en que ésta le glorifique a Él. ¿Cómo puede la iglesia glorificar a su Señor? ¿Qué debe hacer la iglesia para obedecer al Señor? Estos son algunos de los temas que estudiaremos en esta lección.

Los cristianos que saben orar deben poner en práctica ese conocimiento. La oración es tanto un servicio a Dios como un privilegio nuestro. Usted sabe que debe adorar a Dios y le gusta hacerlo, pero en ocasiones se ocupa demasiado en otras tareas.

Si usted es cristiano, ha experimentado ya el gozo de la obediencia al Señor y se siente culpable cuando no le obedece. La obediencia honra a Dios. ¡Démosle honra a Él!

Actos especiales de adoració

En nuestra primera lección aprendimos que uno de los propósitos de la iglesia consiste en alabar a Dios. Los cristianos dan gloria a Dios con su vida piadosa, pero también lo hacen a través de la adoración. Adorar significa rendir respeto, honor y obediencia. Adoramos cuando le damos gloria a Dios por sus bondades. Como Pablo escribió a la iglesia de Éfeso: “Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6; véanse también 12 y 14).

La Biblia dice que todos los creyentes son como sacerdotes que ofrecen oración y alabanza a Dios: “Vosotros también… sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5). El sacrificio que la iglesia ofrece es de alabanza: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:15).

También alabamos a Dios con el canto. Todo el libro de Salmos contiene cánticos. Uno de ellos dice: “Cantad a Jehová, bendecid su nombre” (Salmo 96:2). Quizá Pablo pensaba en este pasaje al escribir a la iglesia de Colosas “…cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Colosenses 3:16).

La Biblia registra otra forma de adorar a Dios: al ofrendar. En efecto, el dar es un acto de adoración. En su carta a la iglesia de Filipos, Pablo les da gracias por la ofrenda: “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Filipenses 4:18). Gracias a las ofrendas de los cristianos, se suplen muchas necesidades. Y porque las necesidades son suplidas, la gente da gloria a Dios.

Hemos de ser cuidadosos en este punto. La verdadera adoración no consiste sólo en cantar, orar y dar. Estas son las señales externas de nuestra adoración. La verdadera adoración es espiritual. Bien podemos asistir a una reunión evangélica y cantar sin ofrecer verdadera adoración a Dios.
“Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). La adoración no es sólo forma ni ritual. Pablo escribió a la iglesia de Filipos: “en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:3). Tengamos cuidado de no confundir nunca las actividades relacionadas con la adoración con su realidad espiritual.

El bautismo de creyentes

Cuando expresamos amor a Dios, hacemos lo que le agrada a Él. Nuestro amor y alabanza son mejores que las ceremonias. Sin embargo, Cristo ordenó que observáramos dos ceremonias: el bautismo y la Santa Cena. A estas dos ceremonias ordenadas por Cristo se les llama ordenanzas. Consideremos primero el bautismo.

Cuando alguien se convierte a Cristo, desea contar a todos lo que le ha ocurrido. Por el bautismo puede hacerlo notorio a todos. Generalmente el pastor prepara todo para celebrar la ceremonia en un lago, un río o arroyo. Al nuevo creyente se le sumerge en el agua y se le saca de inmediato. Esta es una figura de lo que Cristo ha hecho por el creyente. Por medio del bautismo, el cristiano se identifica con la muerte y la resurrección de Cristo. Pablo se lo explicó a la iglesia de Colosas:

Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que se levantó de los muertos. (Colosenses 2:12)

Entonces el bautismo es una señal para los demás de que nuestra vida antigua y pecaminosa ha quedado sepultada y de que disfrutamos de nueva vida en Cristo Jesús. El bautismo no es algo que se hace a los incrédulos para convertirlos en creyentes. Tampoco salva a nadie del pecado No es como un conjuro mágico. En la iglesia primitiva los que creían en Cristo eran bautizados. Cuando el Espíritu Santo descendió por primera vez a la iglesia, Pedro predicó y recalcó la importancia de la fe en Cristo, y “los que recibieron su palabra fueron bautizados” (Hechos 2:41).

Después Felipe llevó el mensaje de Cristo a Samaria. La Biblia dice: “Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres” (Hechos 8:12).

Cristo nos ordenó que bautizáramos a los nuevos creyentes: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Tenemos el deber de obedecerle.

La Santa Cena

El Señor también nos ha ordenado que observemos la Santa Cena. Durante su última ocasión cuando comió con sus discípulos, dijo: “Haced esto en memoria de mí” (1 Corintios 11:24).

Así como el bautismo, la Santa Cena es también una ordenanza. No es una ceremonia vacía. Cuando participamos de la Santa Cena, honramos a Cristo. Cuando participamos de la copa y del pan, mostramos lo que Cristo ha hecho en favor de nosotros. Pablo dijo que al participar los creyentes anuncian la muerte de Cristo (1 Corintios 11:26). Al participar demostramos nuestra unidad con Cristo. El sacramento nos ayuda a recordar que Cristo murió por nosotros.

Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.” De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:19–20).

Nadie debe aceptar los elementos de la copa y el pan sin antes aceptar a Cristo como Salvador.

Con esta acción, no sólo nos identificamos con Cristo sino también con los demás. Con ella se muestra la unidad del “cuerpo de Cristo”. Pablo dijo:

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. (1 Corintios 10:16–17).

La Santa Cena demuestra nuestra fe en la muerte de Cristo y en la unidad de la iglesia. Pero también nuestra fe en la venida de Cristo por su iglesia.

La iglesia ejerce el ministerio de obedecer y glorificar al Señor. Esta obra no terminará sino hasta que Cristo venga por su iglesia. Hasta ese día, la iglesia debe mostrar a creyentes y a inconversos lo que es la voluntad de Dios. La iglesia testifica al perdido y fortalece a los creyentes.

La iglesia primitiva hizo todas esas cosas. Cada vez que leo Hechos 2:46–47 mi corazón se llena de bendición:

Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.

¿Puede decirse lo mismo de mi iglesia en mi comunidad? ¿O de la suya? Dios desea usarnos para ayudar a la iglesia. Quiere que hagamos nuestra parte.

Todo cristiano necesita a la iglesia. “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos” (Hebreos 10:25). La iglesia es tan importante para Cristo que dio su vida por ella (Efesios 5:25). Hagamos nuestra parte en la iglesia del Señor.

Al terminar nuestro estudio, espero que ahora comprenda mejor a la iglesia; su importancia en la tarea de ganar a otros para Cristo; el valor de ella para usted; la parte que le ha correspondido en el plan de Dios. Dele gracias a Dios por su iglesia, el cuerpo de Cristo. Pídale que le muestre cómo puede usted participar mejor en la iglesia y formar parte de ese plan divino para el cuerpo de Cristo.