Lo que la Iglesia hace para sí misma

En la última lección estudiamos la comparación de la iglesia con el cuerpo. Estudiamos que los creyentes pueden ser diferentes y aun estar unidos. Terminamos con la consideración de lo que podemos hacer por otros.

En esta lección continuaremos con el mismo tema. Pesa sobre nosotros la responsabilidad de otros creyentes. Si no compartimos con ellos ni los fortalecemos, los dañamos. Les robamos la ayuda que necesitan. Esta lección deberá ayudarle a realizar su parte en el cuerpo de Cristo.

Esta lección es personal. Usted debe aplicársela. Debe descubrir su deber y realizarlo. Aprenderá mucho sobre la iglesia. Pero de nada le servirá esta lección si no practica lo que aprende. Pídale a Dios que le ayude a hacerlo.

La iglesia que comparte

Los cristianos primitivos “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42). La palabra compañerismo significa “amistad, ayuda y compartimento”. Este compartimiento es personal y brota de lo profundo
del alma.

Cuando Pablo estaba preso, no disfrutaba del compañerismo. En su carta a la iglesia de Filipos, Pablo se refirió mucho al compañerismo. Ahí habla de la comunión (compañerismo) del evangelio (Filipenses 1:5); de la comunión (compañerismo) del Espíritu (2:1); de la participación (compañerismo) en el sufrimiento (3:10); en dificultades (4:14); y en compartimiento (4:15).

La iglesia que fortalece

Los términos compañerismo y edificar están relacionados. En el primero se recalca la idea de “estar juntos”. El segundo significa “edificar o fortalecer”. Los creyentes no sólo deben estar juntos, sino también ayudarse mutuamente.

Aunque cada creyente tiene la responsabilidad de edificarse a sí mismo en la fe (Judas 20), debe también edificar a otros. Cuando los cristianos se reúnen, cada uno puede hacer algo para ayudar al otro. (Véase 1 Corintios 14:26). Este proceso de edificación nunca se completa. El apóstol Pedro advirtió: “Guardaos. . . creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:17–18).

Refiriéndose a la iglesia, Pablo dijo: “Cada uno mire cómo sobreedifica” (1 Corintios 3:10). En ocasiones los cristianos tratan de edificar la iglesia sólo por ambición u orgullo pero la obra de cada quien será probada.

¿Cómo pueden los creyentes ayudar a edificar la iglesia? La Biblia sugiere algunas respuestas. Una de ellas consiste en procurar la paz en la iglesia. “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (Romanos 14:19). Otra forma consiste en alentarse y amarse mutuamente
(1 Tesalonicenses 5:11; Efesios 4:16) Quizá la mejor forma consista en reflejar a Cristo, o ser como Él: “Arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe” (Colosenses 2:7).

La iglesia que santifica

La palabra santificar se relaciona con el término santo que significa: “ser apartado para Dios”. Los santificados han sido apartados para Dios. Deben ser santos como Dios es santo (1 Pedro 1:16). A la iglesia se le llama “un templo santo” (Efesios 2:21). El Espíritu Santo ha sido dado a la iglesia (1 Juan 2:20).

En cierto sentido, la iglesia es perfecta en Cristo. Pero en otro, sigue adelante a la perfección. La santificación no es una sola experiencia ni una ceremonia. Es Cristo preparando a su iglesia. En Efesios dice:

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. (Efesios 5:25–27)

La Biblia dice que hemos de hacer todo lo que podamos para purificarnos, o limpiarnos del pecado: “Así que… limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1).

Por otro lado, Dios es quien nos purifica. La verdad es que si nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos condenados por el Señor. Es decir, que si examinamos nuestra vida y corregimos nuestros actos pecaminosos, Dios no nos condenará por tales acciones (1 Corintios 11:31–32).

En Hebreos 12:5–11 dice que la corrección divina debe animarnos. Nos enseña a respetar a Dios nuestro Padre (12:9). Es para nuestro bien y para nuestro crecimiento en santidad (12:10). Por tanto, hemos de someternos a la corrección divina.

Si nuestros hermanos o hermanas en Cristo hacen lo que no es correcto, debemos tratar de ayudarles. No debemos hablar de ellos con otros, sino dirigirnos a ellos individualmente. Hemos de amar a todos y tratarlos como sabemos que Dios nos trata a nosotros.

En ocasiones los incrédulos no aceptan a Cristo porque observan mucho pecado dentro de la iglesia. ¡Jamás debiera ocurrir tal situación! Pablo aplicó la instrucción de Cristo a la iglesia de Corinto (1 Corintios 5:6–8, 11–13). Cada creyente debe hacer su parte para que la iglesia se conserve limpia de pecado.

 

Siguiente lección