Por qué estudiar la Biblia
Proverbios 2:1–5 dice:
Si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios.
Quizá usted se acuerde de ocasiones cuando no llovió, cuando por la sequía no encontraba agua ni para su familia ni para sus animales. Quizá usted cavó profundamente en busca de alguna fuente escondida. Cuando a uno le hace falta algo tan importante como el agua, se esfuerza para conseguirlo.
Cuando estudia la Palabra de Dios para obtener sabiduría y conocimiento de Dios, usted tiene que esforzarse mucho, profundizarse en las Escrituras, con la misma intensidad con que buscaría el agua. Si usted es diligente en su estudio de la Biblia, encontrará el agua de vida.
Cristo se refirió al agua, a fin de ilustrar la necesidad que tenemos de Él en nuestras vidas. Él dijo:
Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. (Juan 4:14)
Para gozar de esta experiencia de beber el agua de vida, debe uno estudiar la Biblia día tras día. Esta lección explica por qué estudiamos la Biblia.
La voluntad de dios
Si usted ama a una persona, desea estar con él o ella todo el tiempo. Quiere saber todo lo que le sea posible acerca de esa persona. Anhela comprender sus pensamientos e identificarse con sus sentimientos. Quiere agradarle. Al aumentar su amor hacia esa persona, a través del trato personal, usted se vuelve más completo y más satisfecho.
La voluntad de Dios para nosotros es que le amemos a Él por sobre todas las cosas. Cuando verdaderamente amamos a Dios, deseamos pasar tiempo con Él, a fin de conocerlo más. Podemos hacer esto al leer y estudiar su Palabra. De esta manera nuestro amor aumenta.
Nuestra relación con Dios depende de cómo le obedezcamos. No podemos obedecerle a menos que sepamos cuáles son sus mandamientos. La Biblia nos exhorta a dedicar toda nuestra atención a nuestra tarea, para que podamos comprender la Palabra de Dios y enseñársela a otros (2 Timoteo
2:15). Cristo Jesús mencionó la importancia de conocer la Palabra de Dios. Él dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Al usar nuestras mentes para buscar el significado de la Palabra de Dios, estamos cumpliendo una parte del gran mandamiento de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37). Es decir, para
hacer la voluntad de Dios, tenemos que estudiar su Palabra. De esta manera aprendemos a amarle más y a la vez aprendemos sus mandamientos.
En el Salmo 119, el rey David escribe acerca de aprender la ley de Dios. La palabra “ley” en este Salmo se refiere a los consejos y mandamientos dados en las Sagradas Escrituras. David repite una y otra vez que el aprender y el obedecer van de la mano. Dice: “Entonces no sería yo avergonzado, cuando
atendiese a todos tus mandamientos” (v. 6). La obediencia produce la comprensión y la sabiduría para entender el significado de la Palabra de Dios. Luego podemos aplicarla a nuestras vidas y enseñársela a otros.
Se nos dice en 1 Pedro 2:2 que hemos de desear, “como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación”. El apóstol Pablo, en Colosenses 3:16, escribe: “…la palabra de Cristo more en abundancia…” en nosotros. Así como el alimento tiene que
entrar en nuestro cuerpo para fortalecernos, la Palabra de Dios tiene que entrar en nuestro espíritu para nuestro crecimiento espiritual.
Es más fácil estudiar la Palabra de Dios cuando pedimos la ayuda del Espíritu Santo. Dios espera que estudiemos su Palabra. Por ello nos dio el Espíritu Santo, para enseñarnos. Cristo dijo a sus discípulos:
Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir (Juan 16:13).
Nuestras necesidades
Dios nos creó. Por ello se interesa por nosotros. Conoce nuestras necesidades incluso mejor que nosotros mismos. Un maestro artesano conoce su producto mejor que cualquier otra persona. Si algún producto no funciona, se lo devolvemos al artesano para que lo repare. Él hace que funcione de nuevo y sea útil.
Nuestras vidas están quebrantadas. Nos dominan nuestros malos hábitos. No seguimos a Dios como debemos. Nos hace falta una reparación: ser enseñados, corregidos y reformados. La Palabra de Dios es el único instrumento capacitado para repararnos. En 2 Timoteo 3:16–17 leemos:
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
Dios empieza a reparar nuestras vidas cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador personal. Nos limpia del pecado y nos da un nuevo comienzo. Nos instruye sobre la forma de llegar a ser como Cristo. Las enseñanzas de la Biblia nos guían en nuestro crecimiento. Describen la voluntad de Dios para nosotros en nuestro diario vivir.
Conforme la Palabra de Dios nos repara, suple muchas necesidades en nuestra vida. Nos ayuda a saber la verdad en cuanto a nuestra salvación. Nos enseña cuál es nuestra herencia en Cristo. Nos da fortaleza y poder a través de Cristo. Enseña cómo ser lleno del Espíritu Santo. Provee el gozo y la paz que provienen de Dios. Nos instruye sobre cómo vivir en santidad.
Hebreos 4:12 nos dice:
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
La Palabra de Dios nos muestra cuando nuestros deseos se oponen a la voluntad de Dios. Nos ayuda a conformar nuestros pensamientos con los de Él. Nuestros deseos y pensamientos están en el centro de nuestra vida espiritual de la misma manera en que las coyunturas y los tuétanos son esenciales para la vida física. Mientras más leemos y estudiamos la Biblia y escuchamos la enseñanza del Espíritu Santo, más podemos comprender y hacer la voluntad de Dios. Obtenemos propósito en la vida y la sabiduría para decidir correctamente. La Biblia dice acerca de la Palabra de Dios: “La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples” (Salmo 119:130). Este alumbramiento nos guía en nuestra vida diaria. Nos ayuda a comprender el retorno de Cristo y nuestra vida eterna en el cielo. El alumbramiento de la Palabra de Dios nos transforma a la imagen de Cristo. Mientras estudiamos, nos despojamos “del viejo hombre con sus hechos” y nos revestimos “del nuevo” (Colosenses 3:9–10). Entonces la
semejanza de Cristo puede resplandecer a través de nosotros en un mundo perdido que lo necesita. Cuando verdaderamente conocemos a Dios, nuestro espíritu se une con su Espíritu, quien es la fuente de vida. De esta manera se suple nuestra mayor necesidad: la necesidad de vida.
Nuestra actitud
La Biblia es distinta de todos los demás libros. Debemos abordar la Palabra de Dios con una actitud de obediencia. El apóstol Pablo se preocupó por la desobediencia de la iglesia de Corinto y les escribió una carta (1 Corintios) para aconsejarles. Les explicó que no estaban creciendo espiritualmente debido a sus contenciones y otras malas actitudes. Él dijo:
De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? (1 Corintios 3:1–3)
Nuestra actitud debe incluir la disciplina. No podemos esperar que Dios nos revele sus verdades a menos que nos esforcemos por aprender. Jesús dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7). Es decir, debemos dedicarle tiempo para un estudio concienzudo.
Ahora bien, para que nuestro estudio cambie nuestra vida, debemos estar dispuestos a aprender. Debemos estar dispuestos a recibir la instrucción de nuestro Padre celestial. Tanto el rey David como el profeta Isaías confesaron a Dios su necesidad y deseo de recibir la instrucción. El salmista escribió: “No me aparté de tus juicios, porque tú me enseñaste. ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.” (Salmo
119:102–103). Isaías registra:
Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. (Isaías 50:4)
Cuando estamos dispuestos a aprender nos acercamos humildemente a la Palabra de Dios. No debemos de gloriamos en nosotros mismos. Dios nos ha creado tal como somos. Dios nos ha unido con Cristo Jesús, y Dios ha hecho que Cristo sea nuestra sabiduría. A través de Él somos justificados con Dios, llegamos a ser el pueblo santo de Dios y somos libertados. Por ello, la Biblia dice: “El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1:30–31).
Nunca podremos aprender todo lo que contiene la Palabra de Dios. Pero seguimos aprendiendo a medida que el Espíritu Santo nos revela la verdad de Dios. Seguiremos aprendiendo aun en el cielo, porque la Palabra de Dios no pasará.