El Mensaje de La Predicación

Hemos aprendido por el Nuevo Testamento que la predicación incluyó diferentes métodos para propagar el evangelio. Los creyentes fueron por todo lugar predicando el mensaje de salvación, hablando y conversando acerca de las buenas nuevas. Por medio de sus testimonios personales y la presentación dinámica, ellos hicieron un tremendo impacto en su propia generación. La predicación neotestamentaria también fue un método más formal y estructurado en el cual una persona ministraba por medio de un sermón similar al predicado en nuestros días. Ya sea que hablaran a uno o predicaran a muchos el mensaje de ellos fue el mismo: el evangelio de Jesucristo. Más tarde, Pablo instruyó a Timoteo a predicar la Palabra a los creyentes, y agregó: “Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:2). Este último ministerio sirvió para provocar madurez en los creyentes y ayudarlos a evitar las falsas doctrinas.

En esta lección consideraremos cuatro áreas principales de la predicación en el Nuevo Testamento para la utilización en situaciones de predicación más formales y estructuradas. Las primeras dos, salvación y reconciliación, están relacionadas principalmente con el no convertido, mientras que santificación y esperanza son primariamente para la iglesia. El material para cada tema no está arreglado como un sermón; más bien, son afirmaciones condensadas del contenido importante para que usted desarrolle el sermón a medida que predica toda la Palabra de Dios. Ojalá que este material le sea de utilidad.

EL MENSAJE DE LA SALVACIÓN

De todos los temas de la predicación bíblica, ninguno es más importante que el de la comunicación de las buenas nuevas de salvación. Sin una respuesta al mensaje de salvación no habría razón para los otros mensajes. Jesús ordenó a sus seguidores: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones”, proclamando el mensaje de salvación para testimonio a todas las personas (Mateo 28:19; 24:14). Además, Jesucristo dejó claramente establecido desde el principio: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16; Juan 3:15–21, 36). Nada menos que la vida eterna versus la muerte eterna están en juego cuando el mensaje de salvación es predicado.

Hace años Matthew Simpson capturó la responsabilidad imponente de predicar cuando él escribió en Lectures on Preaching: “Su trono es el púlpito; él está de pie en el lugar de Cristo; su mensaje es la palabra de Dios; alrededor de él hay almas inmortales; el Salvador, invisible, está al lado de él; el Espíritu Santo está sobre los fieles; los ángeles contemplan la escena, y el cielo y el infierno esperan el desenlace. ¡Qué asociaciones, y qué enorme responsabilidad!”

Debe hacerse hincapié en dos asuntos cuando el mensaje de salvación es predicado: 1) que todas las personas son pecadoras, y 2) que Cristo será su Salvador si escuchan y aceptan su provisión de salvación. Sin embargo, muchos no entienden su problema ni qué puede cambiar su situación. Debemos demostrarles que el problema básico es que todos son pecadores.

Las personas son pecadoras

Observe a su alrededor. ¿Qué es lo que ve? Si usted es como la mayoría de la gente, observará un mundo de enfermedad, males, sufrimientos, dolor, odios, violencia, guerras y muerte.

Si lee los periódicos o las revistas, comprenderá que estos problemas son universales. Muchas personas se preguntan: ¿Cuál es el origen de estos problemas? ¿Cuál es la solución? Bueno, la Biblia nos dice que el origen de todos los problemas humanos es el pecado. ¿Pero qué es el pecado? Pecado es el fracaso de vivir de acuerdo con la ley de Dios o quebrantarla deliberadamente. Esto es desobediencia; pero el pecado es más que desobediencia: es exaltarse uno mismo y despreciar a Dios. La exaltación de uno mismo puede ser puesta al ignorar el área espiritual en la vida de uno; rechazar la participación de Dios en sus pensamientos, planes, palabras y acciones. Esta actitud desagrada a Dios, no importa cómo se manifieste. Es pecado.

El pecado de Adán fue heredado a todas las personas porque él fue el representante de toda la raza humana. Cuando él cayó, toda la raza cayó, y todos heredamos la naturaleza pecaminosa. La naturaleza pecaminosa es responsable de la terquedad, rebelión y desobediencia de los hombres hacia la ley de Dios (Gálatas 5:19–21). La naturaleza pecaminosa, entonces, hace que las personas cometan actos pecaminosos.

El resultado del pecado de los hombres es la separación de Dios, y de unos con otros. Las personas están corrompidas debido a su naturaleza pecaminosa. Cada parte de su naturaleza humana —emociones, intelecto y voluntad— ha sido afectada. La raza humana está completamente desamparada e incapaz de salvarse a sí misma. Su mente ha llegado a estar tan corrompida que no puede apreciar las cosas espirituales (1 Corintios 2:14). Para el mundo, las cosas espirituales son absurdas e irracionales. Las personas, sin una comprensión espiritual, no podrán dimensionar las cosas de Dios.

Observamos, entonces, que debido a que el pecado es el origen de los problemas humanos, debemos predicar sermones que tratan con el pecado, sus causas, consecuencias y curación. Puede escoger comenzar con un estudio de la caída del hombre, sus resultados en la humanidad y la provisión de Dios para el pecador en la narración de Génesis (Génesis 1–3). O podría predicar de la epístola de Pablo a los Romanos, especialmente los capítulos 3–8. O puede decidir estudiar el análisis excelente de Santiago acerca de las formas en que obra el pecado para engañar a las personas (Santiago 1:12–15). La tentación de Jesús en el relato de los evangelios provee el conocimiento útil de la actividad de Satanás, quien busca destruir a la gente por medio de la tentación. (Véase también Efesios 6:10–18 y 1 Juan 2:15–17.). Efesios 2:13 presenta claramente el evangelio en un versículo:

  • Dónde estábamos – “lejos”
  • Dónde estamos ahora – “en Cristo Jesús”
  • Qué disfrutamos ahora – “cercanos”
  • Cuándo disfrutamos esto – “ahora”
  • Cómo recibimos esto – “por la sangre de Cristo”

Cristo el Salvador

La segunda parte del tema de la salvación es que Jesucristo es la solución al problema del pecado. Una persona debe nacer espiritualmente de nuevo debido a que el resultado del pecado es la muerte espiritual. Recuerde siempre que cuando predica acerca del problema del pecado debe también incluir el mensaje de esperanza ofrecido por el Salvador. De la misma manera en que las personas nacieron en sus respectivas familias, ellos deben también nacer en la familia de Dios.

El profesor de ciencia y evangelista escocés Henry Drummond solían ilustrar esta verdad recordando a sus alumnos de la universidad que ellos tenían que distinguir cinco reinos en este mundo. Los más bajos de ellos, el reino mineral, no poseen ninguna vida en absoluto. El reino vegetal, el reino animal, y el reino humano todos tienen la vida; y el reino más elevado de todos, el reino de Dios, es la fuente de toda vida. El argumento que Drummond presentó era que ningún reino inferior puede empujar su camino hacia el siguiente reino más elevado, pero cada reino puede alcanzar hacia abajo y subir los otros reinos.

Los minerales no pueden transformarse en plantas, pero las plantas pueden alcanzar el reino mineral y transformar el mineral en vegetal. Los animales comen las plantas y transforman lo vegetal en animal, y la gente come la carne animal y lo transforma en carne humana. En la salvación, Dios alcanza al reino humano y eleva a los pecadores que creen a su reino divino.

Este es lo que Jesús hizo cuando Él vino a la tierra y murió en la cruz. Jesús dijo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:13).

Muchas personas tienen la noción de que ellos tienen que “meterse” en la familia de Dios por medio de prácticas religiosas devotas y buenas obras antes de que ellos puedan entrar en el reino de Dios; pero esta idea es errónea. La verdad es que Dios “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5). Los pecadores no pueden abrirse su propio camino en la familia Dios, de la misma manera que los robots no pueden abrirse camino en la familia humana.

El nacimiento espiritual requiere que la persona se arrepienta de sus pecados (Hechos 2:37–39) y los abandone completamente. También debe depositar su confianza en Jesús para el perdón de los pecados (Hechos 16:30–31), y confesar que Él es el Señor de su vida (Romanos 10:9–10). Cuando las personas aceptan las provisiones de la salvación, ellas nacen de nuevo por el Espíritu de Dios (2 Corintios 5:17). Ellas renacen espiritualmente cuando el Espíritu toma control de sus vidas (Romanos 8:10) y reconocen la comunión que tienen con Dios como sus hijos (Romanos 8:14–16).

Qué alegría es saber que tenemos la libertad de volvernos a Dios, de arrepentimos y creer. La Escritura nos da esta seguridad.

Está claro que se ordena a todas las personas que se arrepientan de sus pecados y se vuelvan al Salvador. Si ellas no fueran libres de responder a este mandamiento, éste sería nada más que una burla a la esclavitud de pecado en que ellas están, y no tendría validez ni verdadero sentido. Sin embargo, con la ayuda de Dios, las personas pueden desear y actuar de acuerdo con los buenos propósitos de Dios: arrepentirse de sus pecados, creer en el Salvador, y aceptar su salvación (Filipenses 2:12–13).

El mensaje de salvación del Nuevo Testamento fue Jesucristo el Señor (Hechos 8:5; Filipenses 1:15). El mensaje del evangelio incluía su nacimiento virginal, su vida sin pecado, su muerte, resurrección y exaltación a la diestra de Dios. La iglesia primitiva no conoció ni predicó otro mensaje. Pablo predicó a Cristo crucificado (1 Corintios 2:2), y Pedro proclamó el nombre de Jesús como el único medio de salvación (Hechos 4:12).

En resumen, el mensaje predicado en el Nuevo Testamento consiste de dos tópicos principales: 1) Cristo Jesús como Señor y Salvador en cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, y 2) una apelación al arrepentimiento, la fe y la confesión del señorío de Jesús. Este modelo de proclamación y apelación puede observarse en diferentes lugares del Nuevo Testamento, incluyendo la parábola de La Gran Cena (Lucas 14:16–24).

Quienes ministraron en los tiempos del Nuevo Testamento daban mensajes de fe basados en los escritos del Antiguo Testamento y en las enseñanzas de Jesús. Luego, ellos apelaban a quienes les escuchaban para que decidieran por fe acerca del mensaje que habían escuchado. Quienes creían eran salvos, y el poder del evangelio quedaba así demostrado (Romanos 1:16–17).

EL MENSAJE DE RECONCILIACIÓN

Del hombre con Dios

Otro aspecto del mensaje de salvación es el de la reconciliación. Reconciliar significa restablecer la comunión o hacer la paz. Las personas entre quienes vivimos y trabajamos son pecadores y por lo tanto enemigos de Dios (Romanos 5:10–11). Como hemos estudiado, las causas del rompimiento de las relaciones entre Dios y el hombre fue el pecado del hombre (Génesis 3:8–10; Isaías 59:2). Pero Cristo murió para quitar sus pecados, los cuales causaron esta hostilidad y separación. Dios tomó el primer paso para corregir el problema y restablecer las relaciones con el hombre: “Siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Además, “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Corintios 5:19). El mensaje de reconciliación, por lo tanto, es el ajuste de diferencias entre Dios y las personas. Ésta vuelve las cosas a su lugar. Por medio de Jesucristo, quienes han sido redimidos pueden caminar con Dios otra vez.

La iglesia, por lo tanto, tenía un mensaje y un ministerio de reconciliación. Como creyente, usted ha hecho la paz con Dios. Ahora, usted, por ser uno que ministra a personas alienadas y en problemas, ha recibido un ministerio de pacificador. Usted debe actuar en nombre de Dios para persuadirlas a que se reconcilien con Dios (2 Corintios 5:18–21).

De humano con humano

Después que una persona es reconciliada con Dios, ella es responsable por el ministerio de reconciliar a los pecadores con Dios (2 Corintios 5:18). De la misma manera en que Dios hacía la paz con el mundo a través de Cristo, así todos nosotros que hemos creído somos desafiados a ser embajadores de Cristo. Y Dios apela a la humanidad por intermedio de nosotros. ¡En este sentido la acción es un imperativo!, o persuadimos a nuestros oyentes a que trabajen activamente para ganar almas o ellos se acomodarán en la inactividad mientras que multitudes a su alrededor se irán a la eternidad sin Dios. Los cristianos inactivos pronto llegan a quedarse sin poder, sin visión; son críticos y divisivos. Su tarea consistirá en mostrar a quienes ministra el privilegio que tienen de persuadir a la gente de hacer la paz con Dios al aceptar a Cristo el Salvador. Las personas a quienes usted ministra pueden ser un cuerpo dinámico y ganador de almas sobre quien descansen las bendiciones de Dios. Pero también puede convertirse en un grupo egoísta y sin visión que pasa por la experiencia de la adoración sin jamás cumplir con las responsabilidades que Dios le ha dado. La reconciliación comienza con usted y Dios. Pero no debe terminar allí. Necesita moverse, sin limitación, hacia otros que no conocen la paz de Dios.

EL MENSAJE DE SANTIFICACIÓN

Un tercer tema de la predicación del Nuevo Testamento es la santificación. Mientras que los temas anteriores trataron principalmente con la experiencia de la salvación de la persona, la santificación está relacionada con el crecimiento y madurez de esta experiencia. Si las personas a quienes usted ministra no escuchan mensajes relacionados con la santificación, ellas sin duda permanecerán como bebés espirituales (1 Corintios 3:1–3), y nunca crecerán a la imagen de Cristo que es la meta de la experiencia cristiana (Romanos 8:29). Este tema, entonces, es de importancia vital en su ministerio de la predicación.

La vida cristiana

Santificar es separar del uso secular o profano y dedicar al servicio santo. Las personas, los lugares, o cosas pueden ser dedicados. De hecho, lo que antes fue un taller o negocio puede ser ahora una iglesia. Como tal, es separado o dedicado a la obra de Dios. Los cristianos son personas que han sido separadas del antiguo camino de vida y dedicadas a una nueva forma de vida.

La vida espiritual comienza cuando una persona experimenta el nuevo nacimiento (Juan 3:1–8), y esta nueva vida en el Espíritu debería crecer, desarrollarse y, con el tiempo, madurar (Juan 15:1–17). Como nuevas criaturas en Cristo, deberíamos tratar de ser como Él, en pensamientos, palabras y acciones (Efesios 4:20–24). Este deseo de ser como Él es nuestra primera reacción a la experiencia del nuevo nacimiento; sin embargo, nuestros antiguos hábitos dejan sus marcas en nosotros e impiden este crecimiento. Nuestra vida anterior tenía la característica de girar alrededor de nosotros mismos debido a que estábamos bajo el control de nuestra naturaleza pecaminosa (Gálatas 5:19–21; Romanos 8:5–9). Pero ahora que nos hemos sometido al control del Espíritu, el Espíritu produce fruto en nosotros (Gálatas 5:2226).

Considere el ejemplo de un bebé. El tiene el potencial para ser un adulto tan pronto como nace, pero él llegará a ser adulto únicamente por un proceso de crecimiento y desarrollo. De la misma manera, como bebés espirituales, tenemos el potencial para madurar espiritualmente. Pero maduramos únicamente cuando caminamos con el Espíritu (Gálatas 5:25) y al crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo (2 Pedro 3:18). Los antiguos deseos humanos deben ser resistidos y muertos a medida que caminamos en el Espíritu. Cada día ratificamos nuestra decisión de vivir para Cristo al seguir los deseos del Espíritu (Romanos 8:5–9).

Los cristianos de Corinto experimentaron un cambio espiritual dramático como resultado de la experiencia del nuevo nacimiento (1 Corintios 6:9–11), pero al continuar caminando en la fe, experimentaron algunas dificultades en el progreso de su infancia espiritual a la madurez espiritual (compare 1 Corintios 3:14 con 6:1–11). Afortunadamente para ellos y para nosotros, el ministerio del Señor por medio de sus siervos provee fortaleza, unidad y dirección, de tal manera que podemos establecernos en la fe a medida que maduramos y progresivamente llegamos a ser más semejantes a Cristo (Efesios 4:10–16).

La Palabra es nuestra guía

El cristiano recién nacido debe ser animado a buscar la santidad. Somos advertidos solemnemente que debemos tratar de vivir una vida santa porque sin santidad “nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14; 2 Corintios 7:1). Esta búsqueda de la santidad nos llevará a la Palabra de Dios. Jesús dijo en su oración al Padre: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Y Pablo declara que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:1617).

La Palabra de Dios revela la presencia del pecado, despierta la conciencia, revela la naturaleza de Dios y el ejemplo de Cristo, muestra la influencia y el poder del Espíritu en nosotros, y representa la autoridad final en todo asunto de enseñanza y práctica relacionada con la vida cristiana. Como tal, la Palabra es absolutamente esencial para la vida cristiana.

Al escuchar y obedecer la Palabra de Dios edificamos nuestra vida cristiana sobre un fundamento sólido, todo lo contrario a lo que hizo el hombre necio que edificó su casa sobre la arena (Mateo 7:24–26). Por medio de la palabra somos limpiados (Juan 15:3; Efesios 5:26), y apartados para Dios (Juan 17:17). No podemos hacer nada mejor que seguir el consejo de Dios a Josué en dar prioridad a la Palabra de Dios en nuestras vidas: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Josué 1:8).

El Espíritu es nuestra ayuda

Hemos visto que el nuevo nacimiento proporciona vida nueva y que la Palabra de Dios es nuestra guía para vivirla. Ahora consideraremos la función del Espíritu Santo en la santificación el cual nos proporciona el deseo interior de vivir la vida cristiana.

Los creyentes del Antiguo Testamento poseían la ley de Moisés como su guía, pero aun ella no les daba libertad del pecado porque la naturaleza humana era débil (Romanos 8:3). Dios nos ha dado su Espíritu de manera que podamos hacer lo que Él desea. Entonces no estaremos controlados por la naturaleza humana (Romanos 8:5–6, 9). El Espíritu en nosotros no sólo nos revela la verdad y nos muestra las demandas de Dios, pero también nos da el poder de obedecer los mandamientos de Dios a medida que nos entregarnos a Él. El Espíritu es quien nos capacita para vivir libres de pecado (Romanos 8:12–13), y producir fruto espiritual (Gálatas 5:22–25). El Espíritu nos produce el deseo interior de hacer lo correcto.

Podríamos comparar la función del Espíritu Santo en la santificación con la de un antagonista en el campo de batalla. Antes del nuevo nacimiento, cuando el antiguo yo controlaba la naturaleza pecaminosa, el pecado gobernaba y no existía vida espiritual. Sin embargo, al ocurrir el nuevo nacimiento, el Espíritu Santo quien llegó para morar en el ser, entró en el conflicto y doblegó la iniciativa al asumir control de la nueva vida. Las personas ceden al Espíritu a medida que este toma control. El terreno ocupado por el antiguo yo, es progresivamente conquistado. Por lo tanto, quienes estamos siendo cambiados por el Espíritu que mora en nosotros, “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen [de Cristo], como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).

El mensaje de la santificación es vital a la manutención y desarrollo de la vida espiritual. Las personas a quienes usted ministre obtendrán gran beneficio de los sermones que predique y que arrojen luz adicional acerca de este tema.

EL MENSAJE DE ESPERANZA

La iglesia del Nuevo Testamento era una iglesia expectante porque Jesucristo había dicho: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2–3).

Los miembros de la iglesia primitiva anticiparon con ansias el regreso del Señor. Ellos creían que no pasaría esa generación antes del regreso de Jesucristo. Esta bendita esperanza purificó sus vidas, añadió un sentido de urgencia al trabajo que hacían, y les dio valor tenaz en medio de la tremenda persecución. Los creyentes sabían que más allá de la vida presente había un tiempo en que darían cuenta de la clase de vida que habían llevado. El juicio venidero les proporcionaba calma y les daba el propósito de vivir en tal forma que podían esperar retribución en lugar de pérdida. Esta esperanza ha servido muy bien a la iglesia por casi 2.000 años y es de tanto valor hoy como lo fue con la iglesia primitiva. Al predicar acerca de este tema, usted dará esperanza en medio de lo que es, aparte de Cristo, un mundo sin esperanza. También animará a llevar vidas cristianas responsables.

Ocupación: Labor y servicio

La iglesia del Nuevo Testamento vivió y laboró con la esperanza en la venida del Señor. La esperanza inspiró la resistencia en quienes sufrían intensas persecuciones (1 Tesalonicenses 1:3; 2 Tesalonicenses 1:4). El apóstol Pablo fue sensible a las necesidades de estos creyentes y los animó con instrucciones específicas acerca de la venida del Señor (1 Tesalonicenses 4:13–18). Usted notará que él no deseaba que los cristianos ignoraran la venida del Señor ni sus responsabilidades mientras esperaban el acontecimiento de este evento. Y, por supuesto, Jesús ya había exhortado acerca de la necesidad del servicio fiel en su ministerio.

El Señor no desea que sus discípulos permanezcan ociosos mientras esperan su venida. Es por eso que los desafió a predicar el evangelio en todas partes (Hechos 1:8). Pablo manifestó también esta preocupación cuando dijo: “Orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada” (2 Tesalonicenses 3:1). No obstante, a medida que el tiempo transcurrió y el Señor no venía, Pablo animó a los creyentes de Tesalónica a que tuvieran ánimo en la esperanza de su salvación final, ya fuera que vivieran o murieran (véase 1 Tesalonicenses 5:1–11). él habló específicamente contra la ociosidad (1 Tesalonicenses 5:14; 2 Tesalonicenses 3:6–12), y tanto él como sus compañeros de trabajo dejaron un ejemplo positivo a los tesalonicenses por su propia labor y esfuerzos mientras ministraron en Tesalónica.

La gente tiende a desanimarse y a fastidiarse cuando no ve el cumplimiento de una promesa. Esto puede llevar a la apatía en relación con el regreso de Cristo a la tierra. Como ministro, usted puede mostrar a la gente que no sólo Jesús prometió regresar sino que también los ángeles testificaron de este evento cuando dijeron: “Este Jesús . . . vendrá” (Hechos 1:11). Pedro hace hincapié en que muchos, en los últimos días, tomarán este evento prometido muy a la ligera (2 Pedro 3:3–9), debido a que no comprenden la razón de la demora. Mientras tanto, debemos prestar atención a las palabras del apóstol Pablo: “Estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano (1 Corintios 15:58).

Santidad de vida

La segunda venida de Cristo es una influencia poderosa para la vida piadosa en este mundo de maldad. Jesús advirtió repetidamente a sus discípulos contra la actitud descuidada hacia su venida. En Marcos 13:32–37, Él les puso su venida en perspectiva:

Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre. Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuando será el tiempo. Es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase. Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad.

Hemos quedado a cargo de su obra: evangelizar este mundo. También hemos sido desafiados a llevar vidas santas y a crecer en nuestro amor los unos a los otros mientras esperamos su venida (1 Tesalonicenses 3:12–13).

Estas responsabilidades son serias y la advertencia es: “Que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día” (Lucas 21:34).

El fundamento de la esperanza cristiana es la venida del Señor. Nuestras responsabilidades, en vista de este hecho, es que debemos estar ocupados en la obra del Señor, vivir santamente, y madurar en la semejanza de Cristo, de manera que podamos mirar hacia su venida sin miedo, turbación ni vergüenza.

Un muchacho fue puesto a cargo de la pequeña granja de su familia mientras sus padres iban a la ciudad para realizar algunos negocios.

Su padre le encargó algunos trabajos y le advirtió que no saliera de la granja. El muchacho terminó pronto todo el trabajo que le habían encargado. A pesar de las advertencias de su padre, él abandonó la granja para visitar a un amigo que vivía en otra granja cercana. Mientras jugaba con su amigo, se desató repentinamente una gran tormenta.

El corrió a su hogar pero para su mal encontró que la tormenta había arrojado mucha agua de lluvia a través de las ventanas abiertas. Una Biblia valiosa de la familia fue dañada por el agua. Cuando vio la Biblia, su corazón se apesadumbró al pensar en el regreso de sus padres. Debido a que no había sido fiel a su responsabilidad, él se sentía avergonzado de enfrentar a sus padres cuando llegaran. De la misma manera, si no somos obedientes a los mandamientos del Señor, nos sentiremos avergonzados cuando debamos enfrentar al Señor en su venida. A esto se refería Juan cuando escribió: “Hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (1 Juan 2:28). La bendita esperanza de la venida del Señor es uno de los motivos más grandes que tiene el creyente para disfrutar una vida pura y productiva (1 Juan 3:3).

Juicio y recompensa

Pablo usa la figura de los juegos de atletismo para describir la vida cristiana (1 Corintios 9:24–27). En relación con esta figura, él compara la recompensa de los encuentros deportivos con la retribución recibida por los cristianos en el tribunal de Cristo. La palabra traducida “tribunal” es derivada de la palabra griega bema, que significa literalmente, en este contexto, “asiento del juicio”. El bema era entonces una plataforma alta donde los jueces se sentaban para observar los juegos y dar los premios. Pablo se refiere a esta plataforma cuando le escribe a los corintios:

Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo (2 Corintios 5:9–10).

El juicio de los cristianos ocurrirá inmediatamente después que hayan sido transportados ante la presencia de Dios. ¡Sólo los cristianos estarán presentes! El propósito de este juicio será evaluar el servicio de cada cristiano para determinar su retribución, y no para evaluar su fe para salvación (Romanos 14:10–12). Usted notará que el mismo Pablo se incluye también en esta evaluación. Las obras que hemos hecho en esta vida serán probadas cuidadosamente. Las cosas hechas con motivos impuros (véase 1 Corintios 13:1–3) son representadas como madera, heno o paja porque estos materiales son perecederos y fácilmente destruidos por el fuego. Y no habrá retribución para estas obras. En la presencia de Dios ellos serán juzgados “útiles únicamente para el fuego”. Sin embargo, las obras o el servicio que ha sido brindado por amor a Dios e interés por su obra son representados por el oro, la plata y las piedras preciosas, porque estos materiales son permanentes y soportarán la prueba de fuego. Él los juzgará como merecedores de retribución (1 Corintios 3:14). Otra vez, es importante señalar que este juicio de los creyentes no determinará si ellos se salvarán o si se perderán; más bien, es para determinar la retribución que recibirán por las obras hechas en esta vida.

Las obras de los creyentes son recompensadas en el tribunal de Cristo. Los inconversos de todos los siglos serán juzgados más tarde en el juicio final. Cuando todos aquellos que no han aceptado a Cristo están ante la presencia de Dios y sus nombres no sean encontrados en el libro de la vida, ellos serán enviados al castigo eterno (Apocalipsis 20:11–15). En vista de esto, somos compelidos por el amor de Cristo a predicar el evangelio a los perdidos antes de que sea demasiado tarde.

En una de nuestras grandes ciudades, un grupo de trabajadores estaba cavando una zanja profunda donde colocarían un nuevo cable telefónico. De pronto, las paredes de la zanja se derrumbaron enterrando a tres de los trabajadores. Inmediatamente, los otros compañeros comenzaron a trabajar para librarlos de la trampa mortal. Se reunió allí una gran multitud de curiosos. Uno de los trabajadores permanecía apartado con muy poca preocupación mientras que sus compañeros trabajaban desesperadamente por liberar los hombres atrapados. Después de algunos minutos, un amigo se acercó a él y le dijo: “Santiago, ¡tu hermano está en esa zanja!” Cuando escuchó la noticia, el hombre se quitó su camisa y saltó en la zanja para salvar a su hermano.

Cuando cada uno de nosotros nos damos cuenta que cada hombre y cada mujer es nuestro hermano y hermana por quien Cristo ha muerto también, no mediremos nuestros esfuerzos con tal de salvarlos. El amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo nos ayudará a amarlos como Cristo los ama. Y ayudaremos a liberarlos de la esclavitud del pecado para traerlos ante la presencia de Dios.

Mientras ministra las verdades concernientes a los privilegios y responsabilidades futuras, usted podrá animar a quienes experimentan vidas cristianas débiles y no efectivas a que cambien mientras aún tengan tiempo. Y, también, podrá animar a quienes están sufriendo por la causa de Cristo a que sean vencedores por su gracia. Los recursos de material para sermones para dar “El mensaje de esperanza” es sin duda grande, porque abunda en las páginas de la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Usted obtendrá beneficios de los estudios cuidadosos que haga en esta área.

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