Las Iglesias Predican la Palabra


La Palabra de Dios ocupa un lugar de prominencia u honor en las iglesias que reconocen la autoridad de ésta. Los pastores de esas iglesias predican fi elmente el mensaje de la Palabra de Dios a la gente. Sus sermones están llenos de sus verdades.

El apóstol Pablo, el experimentado evangelista y fundador de muchas congregaciones, le dio preeminencia a la predicación. Estimuló a Timoteo, su joven ayudante, a predicar el mensaje (2 Timoteo 4:2). También escribió acerca de los ancianos que trabajaban con tesón en la predicación (1 Timoteo 5:17-18).

No hay sustituto para la predicación de la Palabra de Dios. Su mensaje debe ser dado tanto a los creyentes en la iglesia como a los inconversos fuera de ésta. Las opiniones y creencias de todos los hombres deben ser corregidas y juzgadas por sus enseñanzas.

En esta lección aprenderá usted acerca del mensaje que es predicado. También descubrirá por qué se predica este mensaje y los efectos que produce sobre la vida de quienes responden a éste.

El Mensaje Debe Ser Predicado

—Algún día me gustaría ser predicador como nuestro pastor —le dijo Timoteo a María después de la reunión del domingo por la mañana.

—¿Por qué? —preguntó María.

—Porque pienso que debe de ser hermoso que Dios me proporcione un mensaje de su Palabra para comunicarlo a la gente —dijo Timoteo. —Además, hubo un Timoteo en la Biblia que fue predicador.

—¡Tú puedes! —le animó María —Sé que puedes porque alguien dijo que todos debemos predicar o hablarle de Jesús a la gente.

Predicar es proclamar un mensaje de tal forma que requiere ser escuchado. Su propósito es persuadir a la gente a confi ar en Jesús como Salvador y Señor. El apóstol Pablo hizo hincapié en la necesidad básica del hombre y la gracia de Dios que suple esa necesidad. Por supuesto, esto significa que su mensaje proclamó las buenas nuevas de salvación por medio de la fe en Cristo.

El mensaje debe ser cristocéntrico. Pablo escribió a la iglesia de Corinto: Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis… Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras (1 Corintios 15:1, 3).

El mensaje debe ser bíblico, que incluya toda la Escritura, y debe responder a las necesidades del hombre total: cuerpo, alma, y espíritu. Este ofrece salvación al alma del hombre, sanidad a su cuerpo y mente, y el bautismo en el Espíritu Santo para infl amar su espíritu. Además, el evangelio ofrece la gloriosa esperanza de la segunda venida de Cristo. ¡Qué mensaje!

Este mensaje no sólo incluye la vida de Cristo tal como es narrada en los Evangelios, sino también la acción que se registra en el libro de los Hechos. Cuando predicamos al Cristo resucitado, recordamos su promesa de enviar el Consolador (Juan 14:16). Esta promesa se cumplió cuando el Espíritu Santo fue derramado el día del Pentecostés. Un mensaje bíblico incluye toda la Biblia.

La predicación de este mensaje no es únicamente para pastores de tiempo completo o evangelistas que predican formalmente. Millones de creyentes comparten el evangelio informalmente. Así lo predicó la iglesia primitiva. Los laicos, esparcidos por la terrible persecución, huyeron a Antioquía de Siria. Predicaron allí el evangelio a los gentiles (personas que no eran judías), y les contaron las buenas nuevas acerca de Jesús. Un gran número de personas creyeron y se volvieron al Señor como consecuencia de ello. Estos laicos fundaron una nueva iglesia, la primera entre los gentiles (Hechos 11:19-21).

Un ejemplo actual de la predicación laica proviene de la Costa de Marfi l, Africa Occidental. Granjeros y maestros llenos del Espíritu, durante la temporada cuando no trabajan, dedicaron varios días a la semana a la evangelización. Los grupos fueron a varios puntos de predicación bajo la dirección de sus pastores africanos. Divididos en pequeños equipos, compartieron las buenas nuevas con las familias sentadas bajo las sombras de los árboles. Los nativos, al escuchar el evangelio de labios de personas que eran como ellos, aceptaron a Jesucristo como Salvador. El resultado fue que se establecieron muchas iglesias nuevas.

Las iglesias no sólo predican este mensaje en sus santuarios sino también en las casas, en los mercados, en campañas de evangelización celebradas en carpas y auditorios, en cárceles y hospitales, en hogares de ancianos o en instituciones de salud mental. Hemos predicado a bordo de barcos de carga, en casas de piedra en villas montañesas, en casetas ubicadas en calles llenas de transeúntes, y en elevados edificios de departamentos en ciudades orientales.

La Predicación de la Palabra produce Fe

Observamos el ministerio de Pablo al establecer la iglesia de Corinto. “Y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados” (Hechos 18:8). Primero, tuvieron que escuchar la Palabra de Dios. El escuchar la Palabra les impartió fe en sus corazones, y por medio de la fe en Jesucristo fueron convertidos.

Esta es la palabra de fe que predicamos… Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (Romanos 10:8, 17).

El apóstol Juan escribió su Evangelio con el propósito específi co de que sus lectores pudieran creer, y de que por medio de la fe de ellos en Cristo Jesús, el Hijo de Dios, pudieran tener vida (Juan 20:31).

Cierto africano, después de predicar el mensaje del evangelio invitó a los oyentes a que aceptaran a Cristo. Varios se convirtieron. Un hombre, sin embargo, parecía estar muy angustiado. El ministro le habló bondadosamente y le leyó Isaías 53:6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino.”

El hombre exclamó: “¡Ese soy yo! He vivido en forma terrible. ¡Sólo merezco la perdición!”

“No se desespere”, le dijo el predicador. “Escuche la otra parte del versículo.” Entonces leyó: “Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” “¿ Entiende lo que quiere decir? Dios puso el castigo por nuestros pecados sobre Jesús el Salvador quien murió en el Calvario en nuestro lugar. ¿Cree esta verdad?”

“Eso es lo que dice la Biblia.”

“Entonces, ¿dónde está el castigo por nuestros pecados?” le preguntó el predicador.

“Jesucristo lo ha llevado.” Después de expresar estas palabras, el hombre levantó su rostro y exclamó con alegría:

“¡Oh, gracias a Dios! ¡Soy libre! ¡Jesucristo llevó mi castigo!”

La fe salvadora de este hombre surgió al escuchar la Palabra de Dios y creer en ella.

La Predicación de la Palabra Fortalece a los Creyentes

Cuando Jesucristo se enfrentó a la tentación utilizó la Escritura como arma para derrotar a su enemigo. Para nosotros, también, la Palabra de Dios es como “la espada del Espíritu” (Efesios 6:17) a fi n de obtener la victoria. Una de las tentaciones a que se enfrentó el Señor después de ayunar le sobrevino de esta forma:

Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mateo 4: 3-4).

Jesús derrotó al diablo con esta afi rmación. Y esa declaración nos demuestra cuán importante es la Palabra de Dios para nosotros, más importante que nuestra comida diaria.

Debemos comer si queremos crecer y conservar nuestra fortaleza física. Debemos alimentarnos de la Palabra de Dios si deseamos crecer espiritualmente y tener fortaleza para resistir la tentación.

El salmista lo expresó de esta manera: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel de mi boca” (Salmo 119:103). Hechos 8:8 nos dice que después de la predicación de Felipe en Samaria hubo “gran gozo en aquella ciudad”.

A todos nos agrada estar gozosos, pero la alegría produce más que un sentimiento de bienestar. “El gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Nehemías 8:10). Reconocemos, al mirar retrospectivamente, que la fuente de su gozo está en su Palabra.

Su Palabra nos proporciona el mensaje de la gracia de Dios, su favor divino (Efesios 1:6). El apóstol Pablo, al dejar Efeso después de tres años de ministerio en ese lugar, comprendió que la gente confrontaría nuevos problemas. Por ello los alentó con las siguientes palabras:

Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedifi caros y daros herencia con todos los santifi cados (Hechos 20:32).

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