No necesita un escritorio

Cuando creemos en Jesús como nuestro Salvador, recibimos un profundo gozo. ¿Recuerda cuando esto le aconteció en su vida? De inmediato usted quería contarle a alguien lo que le había pasado. Usted puede todavía disfrutar del mismo gozo y entusiasmo de compartirlo con otros.

Hemos estado hablando acerca de cómo es necesaria la enseñanza para todos, y por qué es necesaria. Hemos visto cómo usted, sea quien fuere, puede enseñar a alguien. En esta lección, estudiaremos respecto de dos clases de personas a quienes usted puede enseñar en su propia casa. Esta enseñanza
puede proporcionarle un gozo mayor que el que haya experimentado jamás hasta ahora. Tengo la esperanza de que ensayará estas maneras diferentes de enseñar.

Los padres como maestros

Padres bíblicos

La enseñanza de los niños impartida por los padres ha sido siempre una parte importante del plan de Dios para su pueblo. Cuando Moisés le dijo al pueblo de Israel que obedeciera los mandamientos de Dios, les dijo también que enseñaran aquellos mandamientos a sus hijos y nietos. Dijo:

Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos. El día que estuviste delante de Jehová tu Dios en Horeb, cuando Jehová me dijo: Reúneme el pueblo, para que yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán, para temerme todos los días que vivieren sobre la tierra, y las enseñarán a sus hijos. (Deuteronomio 4:9–10)

Moisés les impartió instrucciones a fin de que las contaran a sus hijos y nietos cómo había estado Dios con ellos en el monte Sinaí. Ese fue un acontecimiento importante que les había ocurrido en el pasado. Pero la historia tenía asimismo por objeto ayudarles a recordar obedecer a Dios ahora.

Conforme los padres les contaban a sus hijos estas historias, los hijos comenzaron a aprender que Dios era un Ser real y podía encontrarse con ellos. Un poco más tarde, Moisés le dijo al pueblo de Israel cuándo debían enseñarles a sus hijos y cómo debían hacerlo.

Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. (Deuteronomio 6:6–7)

El enseñar a los hijos constituiría una parte integral de la vida de Israel. No debían simplemente separar una hora por día para que los hijos escucharan la lectura de los mandamientos de Dios. Aunque los hijos debían oír las leyes de Dios, los padres debían hablar con ellos acerca de la bondad de Dios mientras trabajaban y vivían juntos. Los padres no eran los únicos que debían hablar. Debían permitir que los hijos formularan
preguntas a fin de responderles. (Vea Deuteronomio 6:20.)

Muchos años después David escribió: “Generación a generación celebrará tus obras, y anunciará tus poderosos hechos” (Salmo 145:4). Dios quiere que sus obras portentosas se recuerden. Quiere que su pueblo las recuerde. Aprendemos también por estos relatos que Dios bendice al pueblo que lo
obedece. No es suficiente decirles a nuestros hijos: “Haz esto”, o “No hagas aquello.” Necesitan saber también quién lo dijo y por qué.

La vida de los padres

Los niños aprenden observando a sus padres. En sus tareas cotidianas, los padres deben demostrar que obedecen los mandamientos de Dios, por la forma en que se conducen. Los niños verán todo esto y observarán también las bendiciones que reciben sus padres. Aprenderán muy pronto que el obedecer a Dios es necesario y que él proporcionará fortaleza y gozo a aquellos que lo obedecen. Los niños aprenderán que Dios los ayudará cuando se hallen en dificultades y que su poder impedirá que caigan.

El Señor Jesús no solamente enseñó con las palabras, sino también con el ejemplo. Jesús, cuando acompañado de sus discípulos asistió a las bodas de Caná, realizó un milagro, convirtió en vino el agua. Juan nos dice: “Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él” (Juan 2:11). Mediante ese milagro, el Señor Jesús les decía tácitamente a sus discípulos que sentía solicitud por el pueblo y que podía ayudarlo. Cuando sus discípulos vieron ese milagro, creyeron en él.

Para que nuestros hijos aprendan que Dios quiere que amemos a nuestro prójimo, debemos demostrarles que lo hacemos. Hablar mal del vecino o no invitarlo nunca a la casa, no va a demostrar que lo amamos. El apóstol Juan nos habló de la importancia que tiene nuestra conducta cuando escribió lo siguiente: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).

Moisés les dijo a los padres de Israel que debían hablarles a sus hijos respecto de los mandamientos de Dios. Supongamos que su hijo se pelea con otro niño. Como padre, usted puede usar esta oportunidad para enseñarle la manera de Dios de demostrar amor. Por ejemplo, puede hablar con su hijo de lo que la Biblia enseña sobre las peleas.

La lectura de la Biblia en nuestra casa es muy importante. Los niños necesitan saber la Palabra de Dios. En su Palabra descubrimos muchas verdades que nos ayudan a edificar nuestra vida. Debemos dedicar tiempo para hablar acerca de los versículos que leemos. Estos son los momentos cuando los
niños hacen preguntas. El padre sabio y prudente se tomará tiempo para hallar las respuestas.

La necesidad de que los padres enseñen a sus hijos se relata en el libro de Proverbios. A fin de que el niño obedezca el mandamiento de Dios y reciba la bendición prometida, el padre debe enseñarle. En Proverbios 1:8–9, se nos dice:

Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre; porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello.

A la mayoría de nosotros nos gustaría tener un hijo como Timoteo, de quien se nos habla en el Nuevo Testamento. Según lo que el apóstol Pablo le escribió a Timoteo, sabemos que fue enseñado por su madre y por su abuela. Estoy seguro que le enseñaron tanto con las palabras como con el ejemplo. Pablo le escribe a Timoteo: “Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2 Timoteo 1:5).

Los amigos como alumnos

En el libro de los Hechos se nos cuenta la historia de Cornelio, quien envió a buscar a Pedro para que fuera a su casa y le enseñara las buenas nuevas del evangelio. Al día siguiente Pedro llegó a Cesarea, donde Cornelio lo esperaba, junto con familiares y amigos íntimos que habían sido invitados (Hechos 10:24).

Esta fue una de las primeras reuniones de estudios bíblicos celebradas en una casa de que nos habla la Biblia. Cornelio le pidió a Pedro que viniera como maestro. Luego reunió a su familia y a sus amigos para que escucharan lo que Pedro tenía que decir. Dios bautizó a esa gente en el Espíritu Santo, y luego se bautizaron en agua.

En muchos países del mundo un considerable número de creyentes están invitando a sus amigos y vecinos a asistir a los estudios bíblicos que dan en su casa. Si es posible, todos los que asisten a tales estudios bíblicos deben tener una Biblia para leer durante la reunión. Es bueno emplear una guía de estudio que presente preguntas relacionadas con la lección. La gente del grupo responde a las preguntas buscando las respuestas en la Biblia. El dirigente del grupo debe cerciorarse de que todos hallen la respuesta. Todo creyente puede comenzar un estudio bíblico como éste. De esta manera puede enseñar a todos aquellos que vienen a su casa.

Una mujer de Indonesia estudió un curso de la Universidad Global como éste que usted está estudiando ahora. Aceptó al Señor como su Salvador personal. Después quiso compartir su nueva fe con otros, de manera que invitó a su casa a las mujeres que ella conocía para estudiar otras lecciones bíblicas con ellas. Como consecuencia, alrededor de veinticinco personas aceptaron al Señor Jesucristo.

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