La enseñanza cristiana es importante

En la Lección 1, estudiamos acerca de la enseñanza cristiana como ministerio. Hablamos acerca de la diferencia entre enseñar, predicar y testificar. Aprendimos también que Jesús nos ordenó impartir enseñanza. Nos dio un Libro de texto y un Ayudador y nos dijo a quiénes debíamos enseñar.

En esta lección, estudiaremos la historia de la enseñanza en la Biblia. La enseñanza era importante en la vida de la gente del Antiguo Testamento. El ministerio de la enseñanza continuó a través del Nuevo Testamento. Necesitamos que se nos enseñe la Palabra de Dios en la actualidad, tanto como lo
necesitaba la gente en la época bíblica. El corazón del hombre es pecaminoso, y su única esperanza reside en oír el mensaje de Dios. Podemos ser ejemplos para los demás aprendiendo este mensaje.

Los maestros de la ley

La enseñanza fue ordenada

Dios enseñó a personas como Enoc, Noé y Abraham. La enseñanza espiritual comenzó en realidad cuando Dios escogió a la nación de Israel. Los israelitas habían de ser una nación muy distinta de los pueblos impíos que vivían a su alrededor. A los israelitas, Dios les dijo: “Yo Jehová vuestro Dios, que os he apartado de los pueblos” (Levítico 20:24).

Al igual que todos nosotros, los hebreos necesitaban saber cómo debían vivir. Nadie puede vivir sin ciertos reglamentos o leyes. Esos reglamentos y leyes nos ayudan a saber lo que debemos hacer y lo que debemos evitar. Dios ha puesto en nuestro corazón algunas de sus leyes.

Dios les dio a los israelitas las leyes que necesitaban. Lea Éxodo 24:12 para recordar lo que Dios le dije a Moisés. Observe cuál fue la razón que Dios dio para las leyes. Dijo que eran para instrucción o enseñanza del pueblo. Moisés debía enseñar las leyes al pueblo.

Moisés obedeció a Dios. En Deuteronomio 4:1 les dijo a los israelitas:

Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres os da.

Moisés les dijo también que no debían añadir nada a estas leyes, ni tampoco quitarles nada. Debían obedecer los mandamientos de Dios que Moisés les había dado. Ellos debían enseñar estas leyes a sus hijos. De esta manera, el conocimiento de las leyes de Dios sería transmitido a cada nueva generación. Abraham pasó el conocimiento de Dios a su hijo Isaac, pero Moisés debía enseñar a una nación. Ellos no tuvieron el ejemplo inmediato de la experiencia personal de Abraham en seguir a Dios.

De nuevo en Deuteronomio 6:1, Moisés le dijo al pueblo: “Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase.” Moisés comenzó el ministerio espiritual de enseñanza en el Antiguo Testamento cuando obedeció ese mandamiento. Ese ministerio
ha continuado hasta nuestros días. Conforme usted estudia el Antiguo Testamento, aprenderá estas verdades que Dios les enseñó a los israelitas por intermedio de Moisés.

La enseñanza fue bendecida

Cuando los sacerdotes siguieron el ejemplo de Moisés, Dios bendijo a la nación de Israel. Las leyes mostraban a la gente cómo vivir vidas limpias y saludables. Las leyes mostraban también cómo presentar sacrificios por sus pecados, cómo adorar a Dios, y cómo tratarse los unos a los otros. Todas estas cosas eran importantes para la felicidad de ellos. Moisés le dijo al pueblo que si obedecían la ley, los pueblos de otras naciones sabrían que eran sabios. En Deuteronomio 4:7–8, Moisés dijo:

Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?

Cuando Josafat ascendió al trono de Judá, procuró librarse de la adoración idólatra. (Lea 2 Crónicas 17:7–9.) ¿Procuraría usted que la gente adorara al Dios verdadero, leyéndoles la Biblia? Aquellos hombres enseñaron la ley de Dios al pueblo de Judá. Cuando así lo hicieron, el temor de Jehová cayó sobre las naciones limítrofes. En vez de declararle la guerra a Josafat, las otras naciones le trajeron obsequios.

Dios cumplió su promesa. Cuando su pueblo enseñó y obedeció sus leyes, Dios lo bendijo. Los mantuvo en su propia tierra y los protegió de sus enemigos.

Los maestros de los caminos de Dios

La enseñanza fue necesaria

La nación israelita necesitaba urgentemente la enseñanza. En aquella época, la gente era igual que hoy. Es difícil hacer lo correcto siempre. Quizá queremos hacer lo justo, pero descubrimos que hacemos lo malo. Somos débiles cuando quisiéramos ser fuertes.

Samuel sabía que era así con respecto al pueblo de Israel. Había sido su juez y profeta durante muchísimos años. Pero luego el pueblo resolvió que quería ser como las otras naciones gobernadas por un monarca. Samuel no quería hacerlo porque Dios era el rey de ellos. Pero Dios dirigió a Samuel para que hiciera rey a Saúl.

Samuel sabía que los israelitas necesitaban recibir más enseñanza, a fin de que pudieran vivir como Dios quería que vivieran. Después del nombramiento de Saúl como rey, Samuel le dijo al pueblo: “Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto” (1 Samuel 12:23).

El aprendizaje de las leyes de Dios nos ayudará a no pecar contra Dios. David dijo: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11).

La enseñanza fue rechazada

El pueblo de Israel no obedeció siempre a Dios. Hubo épocas cuando los israelitas rechazaron las leyes de Dios, o se apartaron de ellas. Cuando eran desobedientes, Dios no podía bendecirlos.

Joás es un ejemplo del que rechaza la ley de Dios. Cuando ascendió al trono de Judá, la Biblia nos dice que “Joás hizo lo recto ante los ojos de Jehová todo el tiempo que le dirigió el sacerdote Joiada” (2 Reyes 12:2). Pero no siguió obedeciendo las instrucciones que le impartió el buen sacerdote. Lea 2 Crónicas 24:17–22 en su Biblia. Observe el cambio experimentado en Joás. ¿Por qué le permitió al pueblo abandonar la adoración a Dios y volverse a los ídolos? ¿Qué hizo Dios?

Joás escuchó las palabras del pueblo en vez de escuchar la voz de los sacerdotes que enseñaban las leyes divinas. Puesto que Dios amaba al pueblo, envió profetas para advertirles. Pero Joás y el pueblo hicieron dar muerte al sacerdote. Dios castigó a Joás y a la gente porque habían pecado. Permitió que el pueblo fuese derrotado en una batalla, y que Joás perdiera la vida.

Es muy importante que escuchemos y obedezcamos la enseñanza de la Palabra de Dios. Necesitamos saber su Palabra si queremos vivir como Dios quiere que vivamos. Si rechazamos su Palabra, perderemos sus bendiciones.

El gran maestro

La enseñanza fue planeada

El Señor Jesús se consideraba un maestro. Estaba siempre dispuesto a enseñar en las sinagogas (las congregaciones judías) y en muchos otros lugares también. Los cuatro evangelios nos dicen que Jesús enseñaba.

Jesús les dijo a sus discípulos que él era maestro. En su última conversación sostenida con ellos antes de su muerte, les dijo: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy” (Juan 13:13).

El Señor Jesús permitió también que otros lo llamaran Maestro. Nicodemo se presentó a Jesús cierta noche y le dijo: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro” (Juan 3:2). El Señor Jesús no le respondió a Nicodemo que estaba equivocado, sino que le dijo: “De cierto, de cierto te digo…”
(Juan 3:3). Mediante estas palabras, el Señor Jesús le decía a Nicodemo, que como maestro, hablaba la verdad.

El Señor Jesús, durante su ministerio, hacía honor a la enseñanza. Jesús tenía un método para enseñar. Cierto día, al hablar con los judíos, Jesús dijo: “Y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo” (Juan 8:26). Jesús decía sencillamente que sus palabras procedían de su Padre. Él obedecía el plan de Dios al enseñar.

La gente que oía enseñar a Jesús sabía que su enseñanza tenía una cualidad diferente. Al final del Sermón del monte, Mateo nos dice: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7:28,29).

Tanto la manera como enseñaba Jesús como lo que dijo acerca de sí mismo, demuestran que el Señor se consideraba a sí mismo un maestro. Y sin embargo, es más que maestro. Es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Si la enseñanza era tan importante para Jesús, debe serlo también para usted y para mí. El es nuestro ejemplo.

Los maestros eran enseñados

Los doce hombres que siguieron a Jesús fueron llamados discípulos. Discípulo quiere decir “uno que estudia, que aprende.” Aprendían de Jesús mientras transitaban por los polvorientos caminos de Palestina. Aprendían mientras presenciaban los milagros que hacia Jesús, y escuchaban
cuando él les hablaba a las multitudes que lo seguían. Toda vez que Jesús enseñaba, los discípulos estaban allí. Aprendían tanto su mensaje como sus métodos.

El ministerio de Jesús en favor de estos discípulos era en su mayor parte un ministerio de enseñanza. Después de realizar un milagro, o de haber ejercido su ministerio en favor de las multitudes narrándoles una historia, el Señor Jesús se llevaba a los discípulos a un sitio aislado en donde podían hablarle sin interrupciones.

Cierto día, el Señor Jesucristo sanó a un joven atormentado por un espíritu maligno. Cuando el Señor Jesús y los discípulos quedaron solos, éstos le preguntaron por qué no habían podido ellos echar fuera el espíritu malo. “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (Marcos 9:29). El Señor Jesús utilizó las preguntas de los discípulos como oportunidad para enseñarles algo.

Marcos nos dice luego: “Habiendo salido de allí, caminaron por Galilea; y no quería que nadie lo supiese, porque enseñaba a sus discípulos” (Marcos 9:30–31). El Señor Jesús sabía que era muy importante impartir enseñanzas a sus discípulos. Muy pronto dejaría en manos de ellos la obra que él hacía. Necesitaban aprender muchas cosas. A su partida, Jesús dijo a sus discípulos que enseñaran a otros. A tales creyentes también se les llamaba discípulos (Lea Hechos 6:1–2, 7).

Esta es la forma en que el mensaje del evangelio ha llegado hasta nosotros. Una persona comunica la Palabra de Dios a otra mediante la enseñanza. Es ahora nuestro turno de enseñar a otros. Pero antes de poder enseñar a otra persona, nosotros mismos tenemos que aprender.

Tenemos la Palabra de Dios, la Biblia, de la cual podemos aprender. Asimismo, hay pastores y maestros en la iglesia que nos pueden enseñar. Mientras usted aprende más acerca del valor de la enseñanza, aprenda todo lo que pueda de la Biblia misma y de su pastor.

Maestros de la palabra

La enseñanza fue continuada

Los apóstoles creyeron en Jesús y aceptaron su mandamiento de enseñar. Siguieron asimismo su ejemplo. La iglesia del libro de los Hechos se convirtió en una iglesia dedicada a la enseñanza.

Aun después de que los apóstoles fueran azotados por los dirigentes religiosos judíos y conminados a no predicar más el evangelio de Jesús, siguieron enseñando. El libro de los Hechos nos dice: “Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hechos 5:42).

El apóstol Pablo, quien fundó muchas iglesias, ejercía el ministerio de enseñanza. En compañía de Bernabé, el apóstol Pablo residió durante un año en Antioquía. Mientras vivieron allí, enseñaban a la gente en la iglesia. Pablo permaneció en Corinto durante un año y medio, enseñándole al pueblo la Palabra de Dios. También estuvo durante tres años en Éfeso, en donde impartió enseñanzas al pueblo, tanto en casas particulares, como en público.

La iglesia primitiva tuvo como fundamento tanto la enseñanza como la predicación. Los apóstoles sabían muy bien que era importante que los nuevos convertidos aprendieran acerca de Jesús y sus mandamientos.

La enseñanza fue recompensada

Pablo le escribió a la iglesia de Corinto lo siguiente: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros” (1 Corintios 12:28).

Los maestros figuran junto con los pastores en este pasaje de las Sagradas Escrituras. Su pastor es también maestro. Así es como Dios lo planeó. Dios lo bendecirá a medida que aprende del pastor.

La enseñanza tiene su recompensa. Da como resultado iglesias sólidas con creyentes que saben y comprenden la Palabra de Dios. Los creyentes que reúnen estas cualidades edifican la iglesia. En el libro de los Hechos, crecía el número de creyentes mientras los apóstoles continuaban predicando
y enseñando acerca de Jesús. Más y más personas se hicieron creyentes cuando oyeron la enseñanza de la Palabra de Dios.

¿Quiere usted que crezca su iglesia? ¿Quiere que sus amigos y parientes acepten al Señor Jesucristo como su Salvador personal? La enseñanza de la Palabra de Dios lleva a la gente a los pies de Jesús. Esta es la tarea de mayor significado que podemos realizar para los demás.

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