Todos pueden ser maestros

Algunas de las mayores bendiciones de la vida las recibe el creyente que enseña. Cuando usted ve el gozo que alguien recibe porque ha aceptado al Señor Jesús como su Salvador personal, sentirá también verdadero gozo. Si esa persona se convierte al cristianismo o crece en la gracia del Señor porque
usted le ha impartido enseñanzas, su gozo será aún mayor.

En esta lección verá por qué todos pueden enseñar y deben hacerlo. No podemos decir que no estamos capacitados para enseñar. Es el plan de Dios y él nos ayudará a hacerlo. Si está dispuesto a seguir el plan de Dios, entonces tendrá el gozo de Dios. No hay mayor gozo en la vida que ayudar a otro a hallar la voluntad de Dios para sí mismo. ¡Usted puede hacerlo!

Involucrarse

Sabemos que el maestro de la Palabra de Dios debe ser un creyente. Hay personas que pretenden enseñar la Biblia, pero que no han aceptado a Jesús como su Salvador personal. De manera que no cuentan con la ayuda del Espíritu Santo para entender cabalmente las enseñanzas de Dios. Parte de la labor o ministerio del Espíritu Santo consiste en proporcionarnos comprensión de la Biblia de manera que podamos vivir la comisión que Jesús nos dio de enseñar a otros.

Usted no tiene que saber todo para comenzar a enseñar a los demás. Ninguno de nosotros posee todos los conocimientos que contiene la Palabra de Dios. Pero Dios quiere que enseñemos lo que sabemos. Cuando somos salvos de nuestros pecados, debemos contarles a nuestra familia y amigos lo que Dios ha hecho por nosotros. Este es el comienzo de nuestro ministerio de enseñanza. A medida que crecemos en nuestra vida cristiana nuestra capacidad para enseñar a los demás aumentará también.

Otros dicen: “No puedo enseñar porque no soy perfecto. Soy tan débil en mi vida cristiana. A veces hasta cometo pecados.” Quizá le sea de ayuda saber que los hombres a quienes escogió Jesús para que fuesen sus discípulos no eran perfectos. Esos discípulos imperfectos eran los que enseñarían a otros acerca de Jesús.

Hablemos de algunos de ellos. Los tres que probablemente fueron los amigos más cercanos de Jesús fueron Pedro, Santiago y Juan. Santiago y Juan eran hermanos. Jesús les puso el nombre de Boanerges, vocablo que significa “hijos del trueno” (Marcos 3:17). El nombre fue acuñado porque los discípulos habían discutido entre ellos respecto a quién de ellos sería el más grande. Santiago y Juan le pidieron a Jesús sentarse en los mejores sitios, a su derecha y a su izquierda, en el reino venidero del Señor Jesucristo. Este pedido reflejaba el profundo egoísmo de los hermanos. En otra oportunidad se enojaron muchísimo con los hombres que no les permitían entrar en cierta ciudad. Fue así que le pidieron a Jesús que invocara fuego del cielo para destruir a esos hombres. A pesar de los defectos de los hermanos, Jesús los escogió como sus discípulos.

Además de estos hermanos, a Pedro le costó mucho al principio obrar correctamente. Pedro fue el discípulo que dijo en cierta oportunidad que estaba listo para morir por Jesús. Pero sólo unas pocas horas más tarde él maldijo y negó que jamás había visto a Jesús. Después de su resurrección, Jesús buscó y escogió a Pedro para que enseñase a otros.

Ninguno de nosotros es perfecto. Todos hemos pecado. Pero Jesús nos escogió para que seamos maestros para él, de la misma manera que eligió a los discípulos que a veces cometían pecados. Jesús sabía que no podríamos llegar a la perfección por nuestros propios esfuerzos. Pero sí quiere que
lo obedezcamos a él y no pequemos. Por esta razón nos ha enviado al Espíritu Santo para que nos ayude.

Cuando sabemos que hemos sido perdonados de nuestros pecados, sabemos que Dios nos ama. Este es el mensaje que todo creyente puede enseñar a otros. Dios puede perdonarlos también, y los ama.

Consagrarse

Quienquiera que usted sea, Dios puede emplearlo para enseñar a otros. Pero necesita consagrarse a obedecer su mandamiento de enseñar. El consagrar significa “separar algo para un cierto propósito”. Por ejemplo, Dios llama a algunas personas a ser pastores. Cuando un hombre opta por ser pastor, significa que ha consagrado su vida a esa clase de ministerio.

Todos nosotros necesitamos esta clase de consagración o dedicación al ministerio de la enseñanza. Aunque no llegue a ser maestro de la escuela dominical, no obstante, puede ayudar a los que son maestros. La mejor manera de ayudar consiste en apoyar el ministerio de enseñanza estudiando de buena voluntad y luego obedeciendo las verdades que ha aprendido.

Con respecto a aquellos que sí llegan a ser maestros de la escuela dominical, diremos que esta enseñanza no es una labor de tiempo completo o dedicación exclusiva como la del pastor. Pero cualquiera que sea la enseñanza que impartimos, necesitamos hacer planes y estudiar a fin de prepararnos. Tenemos que dedicarnos a la tarea porque hay ciertas cosas que el maestro necesita saber y hacer.

1. El maestro debe creer que todos necesitan la enseñanza.

2. Debe saber, de todo corazón, que el hombre sin Dios está perdido.

3. Debe saber que el creyente necesita el crecimiento espiritual.

4. Debe saber lo que tiene que enseñar. Esto significa que debe estudiar su Biblia.

5. Debe realizar, en su propia vida, lo que les enseña a otros que realicen.

La enseñanza puede ser un reto, una apelación, un llamado. Toda vez que el creyente enseña en la escuela dominical o en la iglesia, algo más es necesario también. Y ese algo más es el don de enseñar que imparte el Espíritu Santo. Sobre este asunto hablaremos más tarde. Pero el creyente que haya recibido otros dones y no el don de enseñar, aún así debe obedecer el mandamiento de Jesús de enseñar a otros en la vida diaria fuera de la iglesia.

Cuando estamos dispuestos a dedicarnos a la enseñanza, Dios nos ayudará. El salmista escribió: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará” (Salmo 37:5). Dios nunca ha rechazado a nadie que se haya dedicado a obedecer los mandamientos de Cristo.

Aprovechar cada oportunidad

Cuando pensamos en la enseñanza, por lo general pensamos en la escuela dominical. Pensamos en libros, escritorios o púlpitos. Pero en la vida, la enseñanza se necesita en todas partes. Tanto los padres en la casa, como los obreros en el taller, como los dueños de tiendas y los hombres de negocios, todos pueden hallar el modo de enseñar algo a alguien. El creyente, en dondequiera que se encuentre, podrá enseñar a alguien acerca de Jesús.

Cuando estudiamos la vida del Señor Jesucristo, observamos que él enseñó en distintos lugares. Cierta noche, Nicodemo, un dirigente judío, visitó a Jesús para hablar con él. El Señor Jesús empleó esa oportunidad para enseñarle cómo podía ser salvo. En otra oportunidad, Jesús y sus discípulos viajaban por la provincia de Samaria. Jesús se detuvo a descansar junto a un pozo, mientras que sus discípulos fueron al pueblo a comprar alimentos. Al poco rato, vino una mujer a sacar agua del pozo. Jesús entabló una conversación con la mujer, aprovechando la oportunidad para enseñarle acerca del Salvador viviente.

El Señor Jesucristo no enseñaba solamente en la iglesia judía. Enseñaba también en la playa, junto al mar. Enseñaba mientras caminaba con sus discípulos por los caminos. Impartía enseñanza en las casas. Enseñaba allí donde la gente estaba dispuesta a escuchar.

¿Ha leído usted alguna vez versículos de la Palabra de Dios a personas con quienes comía? Quizá se trataba de su familia, o de algunos amigos. El leer unos versículos de las Sagradas Escrituras y hacer un corto comentario puede ser muy provechoso. Esta es una forma de enseñar.

Asimismo, conversar con amigos en el trabajo o en cualquier otro lugar en donde se encuentre con ellos, puede ser motivo de compartir las verdades de Dios con ellos. La mayoría de la gente tiene problemas en su vida. Mientras le cuentan sus problemas, usted puede enseñarles acerca de Dios, que puede responder a la oración y ayudarlos.

Conozco a una mujer que siempre saluda a sus amistades con la siguiente pregunta: “¿Qué ha hecho el Señor para ti hoy?” Por lo general, este saludo abre las puertas para hablar de cosas espirituales. Los creyentes que proceden de esta manera, descubren que se enseñan mutuamente lo que Dios les ha enseñado a ellos.

Desarrollar su don

Tres veces el apóstol Pablo menciona en el Nuevo Testamento los dones del Espíritu. En cada una de estas oportunidades menciona con otros el don de enseñanza. Si nuestro don es hablar el mensaje de Dios debemos usarlo conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza (Romanos 12:6–7).

En la iglesia Dios ha puesto todos los dones en su lugar: primeramente los apóstoles, luego los profetas, y en tercer lugar los maestros (1 Corintios 12:28). Pablo escribió que fue Dios el que dio dones a la iglesia, al constituir a unos como apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros (Efesios 4:11).

El don de enseñanza se necesitaba para edificar la iglesia en los días de los apóstoles, y se necesita también en la actualidad. Pero, de un estudio de estos versículos de las Sagradas Escrituras, entendemos que no todos reciben el don de enseñanza. Hay también otros dones que reciben los creyentes a fin de edificar a la iglesia. Cada creyente puede recibir uno o más de estos dones. Quizá no todos recibamos el mismo don. Aquellos que reciben otros dones deben realizar la labor para la cual el don los prepara. Si el don de una persona es el de servir, así debe hacerlo, o ayudar a otros creyentes en las esferas en que necesitan ayuda. Quizá usted deba hacer una pausa aquí mismo y pedirle a Dios que le revele cuáles son sus dones. Asimismo, podría orar a Dios pidiéndole un don especial.

¿Qué es el don de la enseñanza? Al igual que los otros dones, consiste en una habilidad o capacidad sobrenatural. Es una capacidad otorgada por Dios, para explicar las verdades de Dios. El maestro cristiano no siempre sabe más que otros acerca de la Palabra de Dios, pero tiene el don de enseñar a otros, a fin de que aprendan y crezcan en la vida cristiana.

Es indudable que todos los creyentes pueden ser maestros. El apóstol Pablo les dijo a los creyentes de la iglesia en Colosas: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría” (Colosenses 3:16). En la iglesia, se necesitan especialmente maestros que hayan recibido el don de enseñar.

Todo creyente debe descubrir cuál es su don espiritual y desarrollarlo. Algunos quizá tengan el don de enseñar, pero no lo saben. Si usted tiene deseos de enseñar, haría bien en probarlo. Usted descubrirá que Dios bendice su ministerio de enseñanza y otros se darán cuenta también de ello.

Si usted sabe que tiene el don de enseñanza, póngalo en práctica, úselo. Pablo le aconsejó a Timoteo que usara su don. No sabemos qué don tenía Timoteo, pero lo que le dijo Pablo a él puede aplicarse también a nosotros. Dijo: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Timoteo 1:6). La mejor manera de mantener vivo un don es usarlo en el ministerio en favor de la iglesia. El apóstol Pedro nos dice: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10). A medida que usemos el don de enseñar, o cualquier otro don que Dios nos ha otorgado, ese don crecerá, se desarrollará.
Llegaremos a ser mejores maestros a medida que practicamos la enseñanza y procuramos mejorarla.

Ahora que usted ha completado la primera unidad, usted está preparado para contestar las preguntas de la Evaluación de Unidad Uno. Repase las lecciones anteriores, luego siga las instrucciones que están en la hoja de respuesta. Envíe su hoja de respuesta a la dirección de su oficina de inscripción.

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