Las Iglesias Adoran a Dios


Todo lo que hace la iglesia apunta por lo menos en una de tres direcciones: hacia arriba, hacia Dios en adoración; hacia adentro, hacia su propio crecimiento; o hacia afuera, hacia el mundo para compartir las buenas nuevas.

El edificio de la iglesia ha sido algunas veces llamado una “casa de adoración”. Este nombre es adecuado porque su función principal consiste en proveer un lugar para que unida la gente adore al Señor.

El hombre fue creado para adorar. Si no adora a Dios, adorará alguna otra cosa: el dinero, la fama, el placer, la naturaleza, los ídolos, o a ¡sí mismo! Pero nunca estará satisfecho hasta que aprenda a adorar a Dios.

Jesús nos enseñó que nuestro Padre celestial desea nuestra adoración. Enseñó que todas las huestes de1 cielo lo alaban continuamente, y que desea nuestra adoración porque de esta manera estamos en comunión con él.

La Adoración Conjunta

Es la mañana del domingo. María, una recién convertida, ha llegado con su novio, Timoteo, por primera vez a un servicio de adoración de su iglesia. Timoteo es también un recién convertido, pero su ventaja estriba en que tiene antecedentes cristianos. Las preguntas de María despiertan su interés.

“Pero, ¿dónde está Dios?”, pregunta María mirando a su alrededor. “¿Cómo puedo adorar si no hay imagen ante la cual me pueda postrar?”

“María, tú no necesitas una imagen para adorar a Dios”, responde él. “Acostumbrabas arrodillarte ante las imágenes, pero no con un amor sincero. Dios es Espíritu. No lo podemos ver con nuestros ojos naturales. Pero cuando nacemos de nuevo y tenemos su Espíritu en nosotros, podemos adorarlo en espíritu y en verdad (Juan 4:24). Eso es lo que él busca. Amalo y alábalo en tu corazón mientras cantamos y en todo lo demás que hagamos.”

La gente ahora entona con regocijo cantos acerca de la grandeza de Dios y su amor. Algunas veces, mientras cantan, dan palmadas. María no está acostumbrada a eso, pero pronto ella misma se encuentra sonriendo ¡y dando palmadas también! Entonces el director de cantos invita a la gente a que se saluden unos a otros. Varios extienden sus manos a María y le dan la bienvenida. Ella ya no se siente como una extraña. Se siente más cerca del Señor y más cerca de los demás.”¡Es como una gran familia feliz!”, le susurra a Timoteo.

Es verdad que un creyente puede y debe adorar a Dios en todo tiempo y todo lugar. Sin embargo, el adorar juntos también es muy necesario para las personas.

Los seres humanos no fueron creados para permanecer aislados. Se necesitan mutuamente. Los carbones encendidos permanecerán en esa condición mientras estén juntos; pero un carbón separado de todos los demás se apagará rápidamente. Cuando los creyentes se reúnen, comparten y se ayudan mutuamente, ¡crecen juntos y unidos fuertemente! Se ayudan entre sí a “arder en fuego para Dios”.

No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca (Hebreos 10:25).

 El Señor ordenó que nos reuniéramos, y también prometió que bendeciría a quienes le obedecieran. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).

Los creyentes están unidos al “cuerpo de Cristo”, con Jesús como su cabeza. El Señor desea que su cuerpo sea una unidad, con todas las partes trabajando juntas, en armonía. La manera de lograrlo consiste en reunirnos en un tiempo y lugar fijos para la adoración de manera que su Espíritu Santo pueda unirnos como un todo.

La Adoración Con La Música

El canto colectivo es saludable para el cuerpo porque lo alivia de tensiones. También puede proporcionar salud. Edifica la fe. Y además, brinda compañerismo o la unidad necesaria para la verdadera adoración en el cuerpo de Cristo.

Los cantos especiales entonados por una o más personas, o por un coro, constituyen otra manera de adoración. Los creyentes deben recordar que es a Dios a quien hay que glorifi car y no a los cantantes. Dios no sólo nos proporciona voces para cantar, sino también ¡nos da el motivo!

El pueblo de Israel, en tiempos del Antiguo Testamento, cantó Salmos. El himnario que utilizaron fue el libro de los Salmos. Ellos consideraron el canto como un medio de adoración muy importante.

Los cristianos primitivos también cantaron pasajes bíblicos. Luego, gradualmente, fueron agregando himnos y otros cantos. El apóstol Pablo instruyó a la iglesia a hablar entre ellos “con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efesios 5:19).

Nuestros cantos pueden ser expresiones de alabanza agradecida a Dios, nuestros testimonios con música. Las palabras deben glorifi car a Dios. También la gente que las canta. La Palabra de Dios dice: “El que sacrifica alabanza me honrará” (Salmo 50:23).

La gente sacrifi caba animales antes de la venida de Jesucristo; pero como Jesús murió por nosotros, tales sacrifi cios ya no son necesarios. En lugar de ello le ofrecemos al Señor los sacrifi cios de oración y alabanza. Lea Hebreos 13:15.

El canto colectivo en la iglesia al que María y Timoteo asisten es acompañado por un piano y un órgano. Los miembros de una orquesta ejecutan diferentes instrumentos. La música conmueve a María quien exclama: “¡No me imaginaba que una orquesta podía tocar en una iglesia!”

“Ellos adoran al Señor con sus talentos”, replicó Timoteo. “El pueblo del Antiguo Testamento alabó al Señor con toda clase de instrumentos. Lee estas palabras extraídas del himnario de la Biblia:

Alabadle a son de bocina; Alabadle con salterio y arpa. Alabadle con pandero y danza; Alabadle con cuerdas y fl autas. Alabadle con címbalos… Aleluya (Salmo 150:3-6).

A la música se le ha llamado el lenguaje universal. Es el medio que reúne a la gente en adoración.”

La Adoración por medio de la Oración

Poco después, los creyentes comenzaron a orar juntos. “¿Por qué cierran sus ojos?”, susurró María.

“Para olvidar lo que les rodea mientras hablan con Dios”, respondió Timoteo. “Ellos adoran en oración.”

María escucha a la gente decir: “¡Alabado sea el Señor!” “¡Gracias, Jesús!” Algunos levantan sus brazos en adoración y el tono de las voces se eleva cada vez más. Todo se le hace un poco extraño para María.

“Te acostumbrarás”, le aseguró Timoteo. “En una iglesia como ésta las personas acostumbran orar todas juntas. Cada persona ora individualmente al Señor. En la oración le adoramos individualmente al agradecerle y al alabarle.”

Después de unos momentos de oración conjunta, el pastor le pidió a un hombre que orara. María se sorprendió de que él no leyó una oración; con todo, oró muy bien. Cuando concluyó, muchos dijeron: “¡Amén!”

“¿Qué significa eso?” pregunta María.

“Amén es una palabra hebrea que signifi ca: ‘Así sea’. Decimos amén cuando estamos de acuerdo con lo que se ha dicho”, explicó Timoteo.

La adoración al Señor en oración era muy común en la iglesia primitiva. Leemos que estaban “perseverando unánimes cada día… alabando a Dios” (Hechos. 2:46-47). La Biblia también nos dice que los creyentes “alzaron unánimes la voz a Dios” (Hechos 4:24).

Nuestro amor por el Señor se satisface en la adoración y la comunión con El. Deberíamos tratar de que la adoración en oración fuera signifi cativa, viviente y dinámica, tanto como lo fue en la iglesia primitiva. De otra manera llegará a ser sin sentido, sin vida y vacía. La iglesia debe continuar como una “casa de oración” (Marcos 11:17).

La Adoración en el Dar

María se queda pensativa cuando el pastor anuncia:

“Adoraremos al Señor con nuestros dones: los diezmos que le pertenecen a El y nuestras ofrendas.”

“¿Cómo podemos adorar al Señor con el dinero?” preguntó ella.

“Cuando damos lo hacemos porque amamos a Dios y estamos agradecidos. Esa es una manera de adorar”, respondió Timoteo. “Luego te explicaré más.”

Mientras los ujieres pasaron los recipientes de las ofrendas, la orquesta ejecutó un himno de adoración al Señor. La gente, mientras tanto, alabó al Señor suavemente. María se dio cuenta de que el dar puede ser una experiencia gozosa y un medio de adoración cuando se hace para el Señor.

Más tarde supo que en algunas iglesias la gente camina hasta el frente del templo para presentar sus donativos. Pero no importa el método empleado, un diez por ciento de todo lo que ganamos pertenece a Dios (Levítico 27:30, 32). Este es conocido como nuestro diezmo. Todo lo que demos por sobre esa cantidad será nuestra ofrenda. Esta, también, debe ser un acto de adoración. Lea Proverbios 3:9-10 y 1 Corintios 16:2.

La Adoración por medio del Espíritu Santo

La congregación canta suave y reverentemente, muchos con sus manos levantadas. María se da cuenta que algunos lo hacen con lágrimas en sus ojos. Timoteo explica que las lágrimas no se deben a la desdicha, sino que las derraman porque aman al Señor. Entonces María escucha cantar en palabras que no comprende. Pareciera que las voces se mezclaran en una armonía diferente, pero aun así, hermosa.

“Esto es lo que Pablo quiso decir cuando manifestó: ‘Cantaré con el Espíritu’”, susurró Timoteo (1 Corintios 14:15). María sintió paz y descanso en su corazón a consecuencia de ello.

Cuando los sonidos fueron menguando, el pastor se levantó para dirigirse a ellos. La adoración y la alabanza preparó la atmósfera perfecta para que él predicara la Palabra de Dios.

Un gran líder de la iglesia del siglo V, llamado Agustín dijo una vez: “Oh, Dios, tú nos has hecho y nuestros corazones no descansarán sino hasta que encuentren reposo en ti.” Un efecto de la adoración por medio del Espíritu Santo consiste en que la gente encuentra descanso espiritual y satisfacción en Dios por medio del culto. Es un descanso y una satisfacción que ellos pueden llevar consigo al mundo de trabajo, de juegos, de preocupaciones y alegrías.

Otro efecto de la adoración en el Espíritu Santo es la libertad y el alivio verdaderos. Cuando nos rendimos al Espíritu Santo, él trae liberación de temor, preocupación, resentimientos, egoísmos, odio y de toda clase de herida emocional. Jesús llega a ser más precioso y real para la gente cuando lo adora en Espíritu. Además, les ayuda a obtener un sentimiento mayor de unidad porque “donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17).

Un tercer efecto maravilloso de la adoración en el Espíritu es la sanidad de nuestros cuerpos. Esta puede su una fortaleza gradual o, también, algo dramático. La evangelista Hattie Hammond nos contó de una interrupción desacostumbrada en una de sus reuniones. Una mujer, boqueando, casi sin poder respirar, fue llevada en una camilla. Un envase de químico había explotado en su cara, quemándola y dejándola ciega, y los amigos la llevaron rápidamente a la iglesia para que hicieran oración. La señorita Hammond iba a orar por ella, pero entonces se detuvo.

Volviéndose hacia la congregación, dijo: “¡El Señor me pide que los invite a adorarle! ¡Vengan, vengan todos! ¡Adorémosle! ¡Adoremos a Jesús!”

¿Qué era lo que hacía? ¿Por qué le decía a la gente que adorara en vez de orar por la mujer que se moría? Pero a medida que la gente respondía en alabanza al Señor, una ola de adoración los invadió. ¡Era el movimiento del Espíritu Santo! Entonces, de pronto, elevándose por sobre las voces de alabanza, se escuchó el sonido de otra voz, elevándose en un hermoso himno en el Espíritu. Para su sorpresa, la señorita Hammond descubrió que ese himno procedía de la ¡mujer que estaba en la camilla! ¡Dios la había sanado completamente mientras la gente adoraba en el Espíritu!

Quizá usted aún no ha presenciado algo tan dramático como esto, pero hay calidad curativa en la verdadera adoración en el Espíritu. El apóstol Pablo sintetizó la adoración por medio del Espíritu Santo al decir “en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús” (Filipenses 3:3).

Mientras ellos obedecieron esta enseñanza, las iglesias verdaderamente llegaron a ser casas de adoración. El edifi cio de la iglesia no es lo más importante. Muy bien su iglesia puede ser una hermosa catedral o sólo un humilde edifi cio, pero el propósito principal de su existencia será para la adoración de Dios el Padre, Dios el Hijo (Jesús), y Dios el Espíritu Santo.

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