Dios Declara Inocente al Hombre: Justificación

Pedro era un niño inquieto, por lo que le causaba muchos problemas a su maestra en el salón de clases. Llenó de borrones las páginas limpias de su manual de trabajo y le dificultó mucho a la maestra corregir los ejercicios. Llegó el día cuando los padres de familia visitarían las aulas para observar los trabajos de los alumnos. Ese día Pedro acompañó a sus padres durante su visita a la escuela. Cuando estaban por llegar a su aula, casi ni quería entrar. Sus padres se adelantaron y él escuchaba con ansiedad fuera del aula mientras que sus padres hablaban con la maestra. Finalmente, sin poder resistir mas, entró en el aula y comenzó a observar los trabajos de sus compañeros.

¡Su manual de trabajo estaba lleno de borrones! Se sintió muy mal y avergonzado. Pero cuando lo vio, notó que sólo tenía páginas limpias. Ninguna tenía garabatos. Cuando ya se retiraban sus padres, le preguntó a la maestra, una creyente ejemplar, qué había sucedido. Ella contestó: “Corté todas las páginas echadas a perder, porque quiero ayudarte. Olvidaré lo que ha pasado y consideraré como si nunca hubieras cometido un error o actuado mal.”

El niño quedó muy impresionado por el espíritu amoroso de su maestra. Ese acto de amor cambió totalmente su vida. Esta historia nos presenta un bello cuadro del amor de Dios al perdonar a los hombres y tratarlos como sí nunca hubieran pecado. En esta lección estudiaremos la justificación como un aspecto de la salvación.

LA NATURALEZA Y EL SIGNIFICADO DE LA JUSTIFICACION

Continuamos nuestro examen de la actividad de Dios en la salvación con el estudio de la justificación. Esta demostración de la gracia y la misericordia de Dios se relaciona con nuestra posición delante de El. En la cadena de la experiencia de salvación, deben estudiarse juntas la regeneración y la justificación. Las dos ocurren al mismo tiempo. Cuando Dios por su Espíritu regenera a una persona, también la justifica y la declara recta y libre de la pena de sus pecados. Aún más, la trata como si nunca hubiera pecado. Este es un cuadro excelente del amor y la gracia que nos deben impulsar a responder en devoción y amor a Dios.

Su naturaleza

La pregunta de Job, “¿Y cómo se justificará el hombre con Dios? (Job 9:2) y la del carcelero de Filipos, “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30) levantan una de las preguntas más grandes de la vida: ¿Cómo puede un pecador estar bien con Dios y estar seguro de su aprobación delante de El? La respuesta se halla en el Nuevo Testamento, en particular en la epístola a los Romanos, la cual presenta el plan de salvación de manera muy completa. El tema de Romanos se encuentra en el capítulo 1, versículo 16 y 17. Puede resumirse como sigue: El evangelio es poder de Dios para la salvación de la gente, porque explica la forma en que el pecador puede cambiar de posición delante de Dios para estar bien con El.

Las Escrituras también enseñan que la justicia de Dios hace dos cosas: juzga y salva (1 Juan 1: 9; Romanos 3:24-26). Su justicia demanda juicio del pecado. Pero a la vez provee la forma para que a los pecadores culpables se les declare: “¡Inocentes!” y ya no estén bajo juicio. Esta provisión se hace por la obra de propiciación que estudiamos en la lección 1.

Estos versículos de Romanos y 1 Juan nos enseñan que Dios no pasa por alto su norma moral de rectitud cuando justifica a la gente. El mantiene su justicia. Por mucho tiempo aparentemente Dios pasó por alto el pecado (Romanos 3:25). Pero la obra de Cristo en el Calvario demostró que no estaba ignorando el pecado. Sólo estaba deteniendo pacientemente su justo juicio, porque sabía desde la eternidad lo que su amor había provisto.

Entonces, a su debido teimpo, Cristo vino para demostrar que a través de la cruz se mantiene la justicia de Dios aun cuando al pecador se le declara “¡Inocente!” Porque en Cristo el pecador arrepentido recibe la justicia de Cristo y por ello es declarado justo (Romanos 3:26).

Su significado

El significado principal de la palabra justificación se refiere a una declaración de justicia. Es una obra objetiva cuya ejecución es ajena a nosotros. No se relaciona con nuestro estado espiritual (ya se trate de madurez o de inmadurez); más bien, se relaciona con nuestra categoría delante de Dios. La justificación significa, entonces, que por ser justo Cristo, Dios nos declara justos cuando por la fe experimentamos la salvación a través de la obra expiatoria de Cristo en la cruz. Gracias a El, tenemos la posición de justos delante de Dios.

En el Antiguo Testamento cuando una persona era justificada se decía que “se conformaba” a la ley de Dios. Sin embargo, en el Nuevo Testamento la justicia de Jesucristo se nos acredita en nuestro favor.

Recuerde que debido al pecado el hombre perdió su verdadera relación con Dios. Y como resultado, sufrió de culpa, condenación y separación (Génesis 3:1-24). La justificación restaura al hombre a su verdadera relación con Dios. En Romanos 8 observamos que esta restauración incluye

  1. La provisión para que la culpa sea removida acreditándole a la humanidad la justicia de Cristo: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (8:33).
  2. La provisión para que la condena sea removida por el perdón de pecados: “¿Quién es el que condenará?” (8:34).
  3. La provisión para que sea removida la separación: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (8:35).

Vemos entonces que, en la justificación, la actitud de Dios hacia el pecador cambia radicalmente, debido a la relación del pecador con Cristo. Pero la justificación incluye mucho más que el perdón de pecados, la eliminación de la condenación y la restauración ante Dios: ¡También eleva a los ofensores culpables a la posición de justos delante de Dios! La siguiente comparación ilustra este concepto tan importante. Un gobernante perdona a cierto criminal. Incluso le restaura sus derechos como ciudadano que había perdido al ser sentenciado. Sin embargo, no puede devolver al criminal su antigua posición en la sociedad, como si nunca hubiera quebrantado la ley. Como resultado, el criminal es una persona marcada. Lo que necesita por sobre todo es que sea restaurado para recibir el favor y el compañerismo de la sociedad como si nunca hubiera cometido un crimen. Porque sólo de esta manera puede ser aceptado en su sociedad.

Pero cuando Dios justifica a un pecador, borra su pasado con todos sus pecados y ofensas. Aún más, trata a la persona como si nunca hubiera pecado y, además, la declara justa en su presencia. Hemos de observar, sin embargo, que la justificación es más que una declaración: es también una posición que recibe la persona justificada sobre la base del sacriÞcio de Cristo. La justicia de Cristo en realidad se aplica o se acredita a la persona redimida, y es considerada como justa. ¡Cuán hermoso pensamiento! Sólo de esta manera puede un Dios justo justiÞcar al impío. Puesto que Cristo ha llegado a ser la justicia del pecador (1 Corintios 1:30), éste, el pecador redimido, es elevado a la posición de persona justa.

Todo ha sido posible porque Cristo llevó las ofensas del pecador sobre sí mismo en el Calvario, y estos pecados le fueron atribuidos a El (2 Corintios 5:21). Alguien ha dicho: “La justiÞcación es primero una resta: la cancelación de los pecados; segundo, es una suma: la imputación de justicia.”

Lea la breve carta de Pablo a Filemón en el Nuevo Testamento. Al leerla, trate de localizar una ilustración de la justiÞcación.

¿Observó usted que en el versículo 18 Pablo dice que le ponga en su cuenta sí acaso Onésimo le debía algo a Filemón? De esta manera Onésimo quedaba libre de toda deuda. El derecho de Pablo y la cálida relación con su amigo Filemón se le acreditarían a Onésimo.

Su relación con la ley

El apóstol Pablo dice que nadie es justiÞcado delante de Dios por las obras de la ley (Romanos 3:20). Esta declaración de ninguna manera menosprecia la ley, pues ésta es santa, justa y buena (Romanos 7:12). SigniÞca que la ley no fue dada con el propósito de justiÞcar a la gente, sino de proveer una norma de justicia. La ley fue dada a Moisés por Dios para que la nación de Israel comprendiera claramente lo bueno y lo malo (Exodo 20). El Antiguo Testamento registra la historia de la nación judía y su repetida desobediencia a la ley.

Consideremos tres razones de por qué la ley no puede justiÞcar a una persona. Primera, porque no tiene el poder para cambiar la naturaleza humana débil y pecaminosa. La ley puede detectar el pecado y diagnosticar nuestra condición pecaminosa, pero no puede proveer una solución para remover la causa del pecado. La ley es como una regla que mide la longitud de una tela, pero no la aumenta:

“Porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). Como un espejo, la ley puede revelar nuestra corrupción e impiedad, pero no puede limpiarnos de impureza. Podemos mirarnos todo el día en un espejo, pero no sólo por mirarnos limpiaremos nuestra cara sucia. La ley nos muestra cuál es la norma de justicia de Dios. También nos muestra nuestras incapacidades y faltas, así como la forma en que no nos conformamos a la ley de Dios. Pero no puede cambiarnos.

S

Así como el sacerdote y el levita abandonaron a su suerte al hombre atacado por ladrones, la ley nos deja sin esperanza, indefensos (Lucas 10:30-37). No tiene poder para ayudarnos a recuperarnos de nuestra mala fortuna. ¡Sólo Cristo, el Buen Samaritano, puede hacerlo!

Segunda, la ley no puede justiÞcar porque no puede ser cambiada. Ofrece justo castigo al que desobedece la ley, pero no sabe de misericordia. Para ser justiÞcado por la ley, el hombre tendría que guardarla sin cometer jamás un solo error (Gálatas 3:10; Santiago 2:10), y nuestra naturaleza humana corrupta no puede hacerlo.

Tercera la ley no puede cambiar el pasado ni limpiar la corrupción interna de los descendientes de Adán. Quizá una persona decida de pronto comenzará a guardar la ley perfectamente. Desde ese momento en adelante quizá su vida sea aceptable ante Dios, pero no así su pasado. Toda la vida debe ser recta delante de Dios. Sólo la sangre de Cristo puede limpiar sus pecados del pasado y crear una nueva naturaleza dentro de ella.

Por estas razones, Pablo dice que la ley no puede justiÞcar a nadie (Gálatas 2:21). Debería quedar bien claro para nosotros que la ley no fue dada para aliviar, sino para revelar.

Por tanto, la ley fue necesaria para proveer una norma de justicia. Fue dada para revelar el pecado de la gente, su naturaleza pecaminosa y su incapacidad, para que pudiera ser dirigidas hacia la gracia. Aunque la ley no puede darle salvación a una persona, puede conducirla hacia el Salvador: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a Þn de que fuésemos justiÞcados por la fe” (Gálatas 3:24).

La relación entre guardar la ley y la justiÞcación puede compararse con un viaje en avión. El avión es un medio para un medio. El pasajero no tiene la intención de quedarse a vivir a bordo; más bien, desea llegar a su destino. Cuando llega, sencillamente baja del avión con sus maletas. La ley fue dada para llevar a Israel a un destino especíÞco, el cual consistía en creer y conÞar en la gracia salvadora de Dios. Pero cuando vino el Redentor, el pueblo de Israel estaba tan ciego espiritualmente que actuó como una persona que se niega a bajar del avión después de llegar a su destino. Muchos de los judíos se negaron a levantarse de sus asientos del “avión” del antiguo pacto (la ley) a pesar de que el Nuevo Testamento declara que “el Þn de la ley es Cristo” (Romanos 10: 4).

En Gálatas 3:24-25 Pablo explica la relación entre guardar la ley y la justiÞcación. Ilustra la relación con el uso de la Þgura de un tutor que enseña, entrena y disciplina a su niño alumno hasta que cumple la edad legal de herencia. La ley fue el medio usado por Dios para mostrar a su pueblo su condición indefensa, la norma de justicia de Dios y su incapacidad para cumplir los requisitos de la ley. Pero ahora, desde el Calvario, Dios ha revelado que el hombre puede establecer una buena relación con El por la fe en Cristo, quien ha cumplido las demandas de la justicia. Ya ha sufrido la pena por el pecado y su justicia se nos ha acreditado a nosotros. Cristo ha cumplido la ley y somos justiÞcados gratuitamente sobre la base de su gracia y justicia (Romanos 3:24).

Su contraste con la regeneración

Observará usted que algunas características de la justiÞcación y la regeneración ocurren internamente. Otras ocurren externamente. Por ejemplo, la justiÞcación ocurre externamente porque ocurre ante el trono de Dios, desde donde se nos declara justos. La justiÞcación es la decisión de Dios respecto a nuestra condición delante de El. Es lo que Cristo hace por nosotros. La justiÞcación cambia nuestra relación con Dios.

Como lo hemos observado anteriormente, la justiÞcación y la regeneración ocurren al mismo tiempo. Sencillamente son diferentes aspectos de la misma obra. Sin embargo, la regeneración es la obra de Dios interna. Se relaciona con nuestro estado y la transformación de nuestra naturaleza. Tanto la regeneración como la justiÞcación son obras instantáneas.

FUENTE DE LA JUSTIFICACION

Muy dentro de la naturaleza humana reside la idea de que el hombre debe hacer algo para merecer la salvación. En la iglesia primitiva algunos maestros judíos cristianos enseñaban que los pecadores podían ser salvos por fe además de guardar la ley. Desde aquel entonces esta idea errónea ha circulado en algunas áreas de la iglesia cristiana. Ha tomado la forma de autocastigo, realización de peregrinaciones sagradas, llevar a cabo ritos religiosos, y el pago de dinero para recibir perdón de pecados. En las religiones paganas también la gente trata de agradar a sus dioses con las obras de sus manos. La razón que dan para sus esfuerzos de merecimiento es la siguiente: “Dios no puede ofrecernos su gracia porque no somos rectos; por tanto, necesitamos ser rectos para que Dios pueda ofrecernos su gracia.”

Martín Lutero también tenía esta idea errónea; por ello trató de lograr su propia salvación por medio de la autonegación. Su clamor: ¡oh, Lutero!, ¿cuándo serás lo suÞcientemente piadoso como para que Dios te dé su gracia? representa el clamor de millones. Pero, por Þn, encontró la verdad básica del evangelio. El Señor es un Dios de gracia y desea hacer que la gente sea recta. La justiÞcación, por tanto, no se obtiene por las obras de la ley ni por ninguna otra obra humana: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5).

La Biblia no sólo dice que no somos justiÞcados por las obras, sino que también condena el intento de ser justiÞcado de esta manera. Esta es la enseñanza clara del apóstol Pablo en su epístola a los Gálatas.

Pablo claramente se opone a la justiÞcación por las obras, pero algunos preguntarán: ¿Acaso no enseña Santiago que la justiÞcación se obtiene por obras y no sólo por fe? Para resolver este problema, lea Santiago 2:18-26 cuidadosamente.

Observe que Santiago no condena la fe salvadora. Habla contra una fe inactiva y puramente intelectual. Santiago declara que la fe inactiva no puede justiÞcar; por tanto, insiste en la fe activa, es decir, una fe que se debe demostrar por las obras. Pablo insiste en que las buenas obras no nos justiÞcan (Tito 3:5). Declara que somos justiÞcados por la fe (Romanos 3:21-22) y no por las obras. Alguien ha dicho: “No somos salvos por fe y obras; más bien, somos salvos por la fe que obra.”

Quizá podamos comprender mejor la diferencia de enfoque entre Santiago y Pablo si tomamos en cuenta contra quién contendían. Pablo luchaba contra la idea de que el hombre es justiÞcado por la fe además de guardar la ley. Santiago, por otro lado, luchaba contra quienes enseñaban que los creyentes, por ser justiÞcados sólo por la gracia, no están obligados a guardar las demandas de la ley o a sufrir la pena por su infracción. Quienes sostenían este punto de vista decían que el creyente queda libre de toda ley moral y puede ignorarla, con lo cual se alentaba una moralidad débil y muy baja.

Por tanto, Santiago y Pablo no se contradecían, más bien, eran como dos soldados que peleaban dándose la espalda el uno al otro contra un enemigo que atacaba por ambos lados. Pablo peleaba contra los que dependían de la ley para la salvación, mientras que Santiago peleaba contra los que creían que la salvación les permitía ignorar la ley.

Pablo elogia la clase de fe que pone su conÞanza sólo en Dios, mientras que Santiago condena la fe inactiva que es sólo asentimiento intelectual. Pablo rechaza las obras sin fe, mientras que Santiago elogia las acciones con las cuales se demuestra que la fe es genuina. La justiÞcación que predica Pablo se reÞere al principio de la vida cristiana. Santiago, por otra parte, al hablar de justiÞcación se reÞere a la vida de obediencia y santidad que es la evidencia externa de la salvación de una persona.

La Biblia enseña claramente que la fuente de la justiÞcación es la gracia gratuita de Dios. La Biblia también enseña que la obra expiatoria de Cristo constituye la base de nuestra justiÞcación, porque somos “justiÞcados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). La gracia de Dios y la cruz de Cristo constituyen la fuente y la base de nuestra justiÞcación.

La palabra gratuitamente de Romanos 3:24 tiene el signiÞcado extenso de “sin razón o causa”. Es decir, que recibimos la gracia de Dios no como resultado de algo que hacemos para merecerla, sino como regalo, un favor inmerecido que no puede pagarse o ganarse. Las buenas obras o el servicio cristiano no constituyen un pago por la gracia de Dios. Sin embargo, son la expresión práctica y normal de nuestra devoción y amor a Dios.

Debe usted estar consciente del peligro de mal entender la gracia. Quizá la siguiente ilustración le ayude a comprender con mayor claridad su signiÞcado.

Cierto hombre y un juez eran muy amigos. Un día, acusaron a aquel hombre de un crimen y fue sometido a juicio en la corte donde su amigo presidía como juez. Después de oír la evidencia el juez pronunció el veredicto: “Culpable. Se le impuso una multa de 4.000 dólares.” El hombre se sorprendió de que su amigo el juez no torciera la ley para librarlo de la acusación, sino que, por el contrario, le impuso una pena muy alta. Sin embargo, al salir el juez de la sala, le dio un cheque suyo al oÞcial para pagar la multa total de su amigo, el acusado. A Þn de conservar la integridad de la ley, el juez pronunció el veredicto. Pero la compasión por su amigo lo impulsó a proveer la cantidad necesaria para satisfacer la pena por el crimen de su amigo.

La gracia no signiÞca que Dios es tan amoroso que pasa por alto el pecado y evita el justo juicio. Como santo y justo gobernador del universo, Dios no puede tratar el pecado levemente, porque tal actitud no va con su santidad y justicia. Pero su gracia se revela en que El mismo, por la expiación de Cristo, satisÞzo la pena por el pecado; por tanto, puede perdonar al pecador justamente. Su perdón de pecados descansa en la justicia estricta: “El es Þel y justo” (1 Juan 1:9). La gracia de Dios se demostró al proveer la expiación por la que justiÞca al impío arrepentido y al mismo tiempo aÞrma su ley santa e inmutable.

LA EXPERIENCIA DE LA JUSTIFICACION

Ilustraciones de la justiÞcación

En Romanos 4 el apóstol Pablo discute la experiencia de dos hombres que dan ejemplo sobresaliente de la justiÞcación. Lea este capítulo rápidamente y observe en particular los versículos 6-8.

Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado (Romanos 4:6-8).

Observe que en esta ilustración no se ve la fe sin obras, sino mas bien la fe independientemente de las obras. En este contexto, (vv. 1-9) a las obras no se les da preeminencia, sino a la fe. “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justiÞca al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5).

Esta clase de fe, sin embargo, tiene obras que le acompañan como evidencia de su vitalidad. Pablo describe la raíz de la justiÞcación, la cual es la fe independientemente de las obras. Y, como lo hemos estudiado, Santiago escribe sobre el fruto de la fe, el cual son las buenas obras. El fruto da testimonio de la clase de raíz que lo produce. En esta analogía debemos recordar que la fe es la raíz que produce buenas obras; las buenas obras, que son fruto, no producen la raíz, la cual es la fe.

En este maestro tratado de la justiÞcación, Pablo usa a Abraham como un segundo ejemplo para ilustrar la justiÞcación por la fe independientemente del ritual. Pablo dice que Abraham fue justiÞcado por la fe (Génesis 15:6) antes de que fuera circuncidado (Génesis 17:10-14). Además, dice que Abraham no fue justiÞcado por guardar la ley. “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe” (Romanos 4:13).

De estas ilustraciones observamos que el modelo de Dios para la justiÞcación es el siguiente: hemos de acercarnos a El como estamos y recibir lo que nos ofrece.

Alcance de la justiÞcación

En la lección 1 evaluamos los pasajes que se relacionan con el alcance de la expiación y llegamos a la conclusión de que era ilimitado. Pero cuando hablamos del alcance de la justiÞcación, es diferente. La justiÞcación se limita a los que reciben a Cristo. Cada persona debe apropiarse de la obra de Cristo (Apocalipsis 3:20). Sin embargo, podemos decir que la provisión de justiÞcación es ilimitada, pero la apropiación de ella se limita a los que aprovechan esa provisión.

En cierta ocasión acusaron a un joven de un crimen y fue condenado a muerte. Su madre se entrevistó con el gobernador del estado para que interviniera y le concediera el perdón a su hijo. Después de considerar el caso con mucho cuidado, el gobernador le concedió el perdón. El alcaide de la cárcel recibió el perdón y fue rápidamente a la celda para informarle al joven. Sin embargo, el preso rebelde no quería entrevistarse con nadie, ni siquiera con el alcaide, aunque éste lo había intentado varias veces. Por tanto, la ejecución del joven fue programada para cierto día. Mientras se dirigía a la sala de la ejecución se le informó que el alcaide había tratado de entrevistarse con él para ofrecerle el perdón del gobernador. Sólo hasta entonces, cuando ya era demasiado tarde, comprendió la magnitud de su situación; moriría, aunque bien hubiera podido quedar en libertad si hubiera aceptado el perdón. De la misma manera, en la justiÞcación todos los que se apropian o aceptan la oferta por creer en lo que Cristo ha hecho por ellos son justiÞcados gratuitamente.

Los medios de la justiÞcación

Como ya hemos estudiado, ni la ley ni las buenas obras justiÞcan a la persona, por tanto, la gente necesita la justicia de Dios. El don de la justicia de Dios se ofrece gratuitamente (Romanos 3:24). Pero este don debe ser aceptado. A las preguntas: ¿Cómo se acepta el don de la justicia? y ¿Cuáles son los medios de la justiÞcación?, contestamos con una respuesta sólida y bíblica:

  1. “El hombre es justiÞcado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).
  2. “La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en El” (Romanos 3:22).
  3. “JustiÞcados, pues, por la fe” (Romanos 5:1).
  4. “Noé . . . fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7).
  5. “Para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia . . . sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:8-9).

La fe, entonces, es la mano que se estira para tomar lo que Dios ofrece. No es la base de la justiÞcación, sino la condición. Alguien ha observado que no hay más mérito en esta clase de fe que en la del mendigo que extiende su mano esperando recibir algo. La fe nunca se presenta como el precio de la justiÞcación, sino como el medio para apropiársela.

Puesto que la fe es el medio de la justiÞcación, deben aclararse algunos errores. Primero, es eliminado el orgullo de la justiÞcación propia y el esfuerzo propio, puesto que las personas caídas no tienen la capacidad de bondad o de justicia. Tito 3:5 dice: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia.” Segundo, también se elimina el temor de que estamos demasiado débiles y que somos demasiado pecaminosos como para experimentar nuestra salvación. La fe es importante y poderosa porque une a la persona con Cristo. En unión con Cristo una persona tiene el motivo y el poder para una vida de justicia: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:27). “Pero los que son de Cristo han cruciÞcado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). Pablo expresa su gratitud por la vitalidad de la fe de los creyentes de Filipos: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).

La fe, la cual es el medio de la justificación, se despierta en una persona por la inßuencia del Espíritu Santo, generalmente cuando se proclama la Palabra de Dios. La Biblia dice que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). La fe se afianza de la promesa de Dios y se apropia la salvación. Conduce a la persona a confiar en Jesús como su Salvador y sacrificio aceptable por sus pecados. Esta confianza en el Señor Jesucristo le da paz a su conciencia y la esperanza de vida eterna. Puesto que la fe es viva y espiritual, llena a la persona de gratitud hacia Cristo y rebosa de buenas obras.

Los resultados de la justificación

Son muchos los resultados de la justificación. Uno de ellos consiste en que al quedar resuelto el problema del pecado, la persona entra a formar parte de la compañía de los bienaventurados y participa de beneficios inmediatos: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (Salmo 32:1). Veremos que también hay muchos otros beneficios.

La salvación, el don de Dios más grandioso, nos hace nuevas criaturas en Cristo. Pablo declara en 2 Corintios 5:18-21 que:

Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

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