El Hombre se Vuelve a Dios: Conversión
Se cuenta la historia de un jovencito que huyó de su casa porque no le gustaba la responsabilidad que sus padres le asignaban. Debía cortar leña y amontonarla para llevarla dentro de la casa conforme la fueran necesitando. Después de juntar su ropa y otras cosas se fue de su casa. Pero el dinero se le terminó muy pronto, ensució toda su ropa, y pasó mucho frío y penurias por dormir al aire libre.
Finalmente se sintió tan triste que decidió llamar a su casa. Ansiosamente escuchó cuando su padre contestó el teléfono, tratando de percibir cómo se sentía en relación con él. Con cierta vacilación le preguntó: “Papá, ¿me perdonarás? ¿Podría regresar a casa?” Su padre respondió: “Hijo, te amamos mucho y te hemos extrañado. Por supuesto, queremos que regreses a casa pero cuando vengas pasa por donde está la leña, corta unos troncos y tráela a la casa.”
Pocos días después el padre regresó a su casa por la tarde y encontró a su hijo cerca de la leña cortando troncos con toda diligencia. Pero su actitud era muy diferente ya que sonreía mientras se esforzaba por cumplir su responsabilidad. Fácilmente se podía notar que había experimentado un cambio. ¡Era una persona transformada! En esta lección estudiaremos la parte que le corresponde al hombre en su conversión, la cual inicia la experiencia de la salvación. Es una experiencia dinámica que nos transforma a la imagen de Cristo y nos hace reaccionar con gozo a sus deseos.
Bosquejo de la Lección
- La naturaleza de la conversión
- La conversión en la Biblia
- La experiencia de la conversión
Objetivos de la Lección
Al completar esta lección usted podrá:
- Explicar la relación del arrepentimiento y la fe con la conversión.
- Identificar los medios de la conversión.
- Hacer una lista de por lo menos cinco resultados de la conversión.
LA NATURALEZA DE LA CONVERSION
En nuestro estudio de la experiencia de la salvación, nos referimos a la conversión. Quizá usted se haya preguntado en qué forma la conversión difiere de la salvación. Consideremos el siguiente ejemplo. Observamos que un borracho muy conocido deja de embriagarse, de apostar, de frecuentar lugares de vicio y pecado. Ahora le repugna todo lo que antes le agradaba, y le agrada lo que antes le repugnaba. Quienes le conocen dicen: “Se ha convertido; es un hombre diferente.” Sencillamente están describiendo lo que ven desde el punto de vista humano (exterior). Pero desde el punto de vista divino diríamos que Dios lo ha perdonado y le ha hecho nueva criatura. La conversión subraya la actividad positiva del hombre en la experiencia de salvación.
Definición de la conversión
La conversión puede definirse como el acto por el cual nos volvemos del pecado hacia el Señor Jesucristo para el perdón de pecados. Además, somos salvos de nuestros pecados y librados de la pena del pecado.
La palabra traducida como conversión significa “volverse”, “dar toda una vuelta”. Este acto incluye más que un simple cambio de parecer, actitud o valores morales. Envuelve cada elemento del ser de una persona: sus deseos, estilo de vida, voluntad, espíritu y perspectiva de la vida. Es un cambio espiritual completo. Según Juan 5:24, en ese acto de conversión se “ha pasado de muerte a vida”.
El cambio espiritual experimentado en la conversión a través de Jesucristo no es el mismo que producen otros tipos de conversión. Por ejemplo, yo puedo convertirme a un punto de vista diferente de política, religión o moralidad, sin participar en la entrega total que se requiere de quien muere al pecado y vive para Dios (Romanos 6:1-14). Pablo explica este cambio de la conversión cristiana al observar que “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Volvamos a la ilustración narrada al principio de la lección; observe tres pasos importantes de la conversión. Primero, debe uno considerar cuidadosamente el error de su forma de vivir. Este es un paso muy importante en la preparación porque sólo hasta que uno reconoce la necesidad de cambio siente la necesidad de la conversión. Segundo, uno debe volverse a Dios decisivamente. Este es el paso de acción. Tercero, debe haber obediencia, porque la conversión significa una vida transformada.
En esta ilustración introductoria, vimos el paso de preparación: la consideración cuidadosa de su forma de vivir; el paso de acción: la vuelta decisiva hacia el hogar; y finalmente, observamos el cambio completo que se hizo evidente en la vida del jovencito al asumir sus responsabilidades obedientemente.
Relación con el Arrepentimiento y la Fe
La conversión está relacionada estrechamente con el arrepentimiento y la fe. De hecho, en ocasiones la conversión se usa para representar a uno o ambos, por lo que representa todas las actividades por las cuales nos volvemos del pecado hacia Dios. Recordará usted que el arrepentimiento nos vuelve del pecado y produce tristeza por éste al dirigirnos hacia la cruz. El arrepentimiento no busca una excusa por el pecado sino que admite libremente los pecados cometidos y las actitudes contrarias a la ley dc Dios. La fe es la actividad positiva por la cual nos volvemos hacia Dios. Vemos hacia Dios quien ha provisto la cruz como remedio para la enfermedad del pecado que nos aßige. Y nosotros ponemos nuestra vida y destino en sus manos. Cuando nos arrepentimos y creemos, entonces nos convertimos.
Elementos de la Conversión
Como lo hemos observado ya, una persona es un ser total. Generalmente hablando, lo que una persona hace es el resultado de lo que es en su totalidad: intelecto, emociones y voluntad. Cada uno de estos elementos se relacionan tanto con el arrepentimiento y la fe como también con la conversión. Una persona no puede convertirse si no sabe lo que está haciendo. Tampoco puede convertirse si no tiene sentimientos respecto a lo que está haciendo y no se inclina hacia la conversión. Obviamente, no puede convertirse si no lo desea.
LA CONVERSION EN LA BIBLIA
La conversión es una experiencia maravillosa por la que pasamos al comenzar nuestra vida cristiana. Basados en nuestra experiencia individual debemos decirles a otros qué nos ocurrió y cómo nos ocurrió. Pero la única medida de la conversión verdadera es la Palabra de Dios. Esta es la norma objetiva por la cual juzgamos si nuestra conversión es genuina o no.
Uso de la palabra conversión
Ya hemos estudiado que la palabra conversión se refiere a un cambio radical o transformación de la vida. Las palabras más comunes que se usan en la Biblia para referirse a tal cambio tienen las mismas ideas de los idiomas bíblicos originales. En algunas ocasiones se refiere al simple cambio físico (Hechos 9:40). En otras, indica un cambio de énfasis (Hechos 13:46). Sin embargo, entre los diversos usos de la palabra, un uso común se refiere al cambio espiritual. En 1 Samuel 10:6 observamos que cuando Saúl fue transformado “en otro hombre” tal conversión envolvió un cambio espiritual definitivo. (Véase también Marcos 4:12; Salmo 51:13; y Lucas 22:32.) En Hechos 3:19, cuando Pedro desafió a la gente: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados”, de nuevo observamos la idea del cambio espiritual.
También existe la idea de alejarse de Dios. A ésta se le llama conversión negativa o apostasía (Jeremías 2:7). Otro ejemplo de un cambio de lo bueno a lo malo y sus efectos lo presenta 2 Pedro 2:22, donde el apóstol compara la apostasía con los perros que se vuelven a su vómito.
Aunque hemos usado un buen número de ejemplos de la forma en que la palabra conversión se emplea en la Biblia, se refiere principalmente a que la persona se vuelve a Dios y que El le perdona sus pecados.
Ejemplos de Conversión
Nuestra experiencia de conversión no tiene nada que ver con una religión. Tiene relación con la persona. Para ser creyentes, no se nos pide que reconozcamos los Diez Mandamientos, ni cierto credo de la iglesia, ni el Sermón del Monte. Más bien se nos desafía a que creamos en una Persona y a aceptarla como Señor de nuestras vidas, a creer que ha resucitado y vive (Romanos 10:9-10). En cierta reunión juvenil una señorita le preguntó al orador cristiano acerca de la necesidad de una experiencia de encuentro personal con Cristo. “Me resulta difícil aceptarlo. Si una persona cree en el fascismo, ¿acaso no es fascista? Si cree en el comunismo, ¿no es comunista? Bien, yo creo en el cristianismo, ¿acaso no soy creyente por ese simple hecho?” El orador le contestó: “No necesariamente. He observado que usted trae un anillo de compromiso. ¿Cree usted en el matrimonio?” “Por supuesto”, contestó la chica, “Muy pronto me voy a casar.” Entonces él dijo: “¿Por cuáles razones cree usted en el matrimonio y se va a casar?” Ella le dijo: “El matrimonio le provee seguridad a una mujer, además de hogar y familia”. El orador se volvió hacia las otras jovencitas y les preguntó: “¿Cuántas de ustedes creen en el matrimonio?” Con muy pocas excepciones, casi todas contestaron afirmativamente. El orador continuó: “Muy bien, esta charla está resultando muy interesante. Todas ustedes creen en la institución del matrimonio. Y puesto que yo soy ministro licenciado, puedo celebrar ceremonias matrimoniales de acuerdo con las leyes de nuestro gobierno. Esta señorita dice que si alguien cree en el fascismo, es fascista; si cree en el comunismo, es comunista; si cree en el cristianismo, es creyente. Puesto que la mayoría de ustedes me han dicho que creen en el matrimonio, permítanme pronunciarlas casadas desde este momento.”
La audiencia respondió con una sonora sonrisa. Entonces el orador preguntó: “¿Qué tiene de malo este razonamiento?” Otra joven dijo: “Señor, usted sabe muy bien que el matrimonio no es una filosofía como el fascismo o el comunismo; es una relación personal”. Entonces dijo el orador: “Ese es mi punto precisamente. El cristianismo no es sólo una filosofía, porque para ser creyente se necesita establecer una relación personal con el Señor Jesucristo, que es una persona viviente.” La conversión cristiana, entonces, es singularmente diferente de los otros tipos de conversión.
En Hechos 16:13-15 se da un bello ejemplo de conversión con todos sus aspectos. En esa ocasión, Lidia, una gentil temerosa de Dios, es decir, que adoraba al Dios de Israel sin aceptar todas las leyes ceremoniales de los judíos, asistía a una reunión de oración. Pablo les predicó las buenas nuevas de Jesús. Ella puso atención al mensaje, el Señor abrió su corazón y ella respondió alegremente. Después dio evidencia de su cambio al ser bautizada y ofrecer su hospitalidad al grupo de Pablo.
En este ejemplo vemos algunas de las maravillas de la provisión de Dios para atraer a la gente hacia sí mismo. Aunque Lidia era una buscadora diligente, necesitaba mayor conocimiento acerca de la salvación, y Dios suplió esa necesidad. Al orar, Dios la llevó a una posición de confrontación con el evangelio. Por tanto, la oración constituye un medio de importancia para que ocurra un cambio espiritual. Su experiencia nos muestra que además de ser sincera y aparentemente religiosa, una persona debe experimentar un cambio espiritual decisivo, si desea ser un creyente convertido en verdad. Observe también cómo el Espíritu Santo y la Palabra de Dios obran para que ocurra la conversión. Y, finalmente, observe que tanto la responsabilidad del Espíritu Santo como la del hombre entran en juego para que se lleve a cabo la conversión.
El carcelero de Filipos ofrece otro ejemplo de conversión cristiana (Hechos 16:16-34). En este segundo caso aprendemos que Dios usa diversos medios para captar la atención del pecador. En ciertas ocasiones puede hacerlo por medio de desastres naturales, como terremotos o tormentas. Otras veces puede que use crisis personales o serios problemas hogareños. Estas experiencias que causan fuerte impacto en los pecadores los ayudan mucho a comprender su necesidad espiritual y a buscar una solución. Observe que el evangelio constituye la solución divina para la necesidad del pecador (v. 32). Es el instrumento de la conversión. Observe además que la convicción de pecado conduce a la conversión sólo cuando el sentido de culpa y pecado del pecador se vincula con la fe en el Señor Jesucristo (v. 31). De nuevo observamos que la verdadera conversión cristiana produce buenas obras.
Un tercer ejemplo de conversión, el de Pablo, nos ofrece otros principios de conversión cristiana. Hechos 9:1-31 revela hechos acerca de la conversión de Pablo, algunos de los cuales son muy diferentes de los ejemplos anteriores. Un hecho importante sobresale entre los acontecimientos milagrosos relacionados con su experiencia de conversión: en ocasiones ciertas circunstancias extraordinarias acompañan la experiencia de la conversión, pero no siempre. No es correcto asumir que la conversión siempre ocurrirá junto con un terremoto, una luz brillante del cielo, o alguna otra señal porque el milagro de la conversión es el más grandioso del mundo.
En la experiencia de Pablo observamos que aun cuando una persona pueda estar altamente capacitada, tener grandes habilidades naturales y ser muy sincera en su religión, puede estar muerta espiritualmente y necesitar la conversión. El caso de Pablo demuestra que una persona puede tener mucho celo por Dios, el cual no se basa en el conocimiento ( Romanos 10:2), puede ser sincera, pero estar equivocada. Puesto que tal persona ignora el evangelio y está profundamente arraigada en su religión y tradición, reacciona fieramente contra el evangelio. Sin embargo, cuando comprende la verdad de que Jesús es Señor, su conocimiento iluminado establece una base sólida para su conversión. Finalmente, la conversión de Pablo demuestra que Dios no quiere que ninguna persona se pierda, sin importar nivel social, intelectual o económico. En el milagro de Pablo observamos que la gracia de Dios puede transformar a un perseguidor en predicador.
LA EXPERIENCIA DE LA CONVERSION
Los medios de la conversión
Es de suma importancia que comprendamos lo que involucra la conversión. Algunos dicen que Dios lo hace todo; otros dicen que el hombre lo hace todo. Es necesario que comprendamos el equilibrio bíblico. Estudiaremos este tema con mayor profundidad en la lección 5: “La voluntad de Dios en la salvación.” Veremos la importancia de la libre voluntad del hombre en la experiencia de la conversión; veremos también que Dios impulsa al hombre hacia El. Necesitamos equilibrar nuestros puntos de vista de modo que no neguemos la libre voluntad del hombre, ni limitemos la soberanía de Dios. Recordemos esta verdad al estudiar los medios de la conversión.
Las Escrituras, por tanto, muestran los aspectos divino y humano de la conversión. Dios siempre respeta la voluntad del hombre. Cuando creó al hombre y le dio una personalidad, Dios le dio la capacidad de reaccionar positivamente a su oferta de salvación y volverse totalmente a El, o rechazarlo y alejarse por completo. Dios comienza el proceso que produce conversión a través de la Palabra y el Espíritu Santo. Pero debemos reaccionar positivamente al llamado del Espíritu a través de la Palabra y la experiencia de la conversión. Recuerde: nuestra reacción positiva al llamado de Dios a través del evangelio no tiene ningún mérito. Dios respeta nuestra voluntad y por ello nos llama a volvernos a El.
Cuando nos volvemos a Dios, sencillamente le permitimos que traspase el umbral y tome el control de nuestras vidas (Apocalipsis 3:20). Probablemente podamos ilustrarlo mejor de la siguiente manera. Cuando el Señor entra en nuestras vidas, nos encausa en un nuevo rumbo. Antes de que El entre, somos como pilotos sin capacitación en la cabina de mandos, por lo que corremos el peligro de un accidente fatal. Pero cuando nos volvemos a El, le permitimos que tome los controles. De esta manera vemos que la gente se vuelve a Dios, y Dios se vuelve a la gente en la forma de verdad y justicia. Es correcto orar como lo hizo el salmista: “Restáuranos, oh Dios…” (Salmo 85:4), y es a la vez apropiado que Dios nos pida volver a El. Observe que, aunque el Señor está a la puerta y llama, nosotros debemos abrirla. Dios nunca la fuerza para entrar en nuestras vidas.
El instrumento que Dios usa para efectuar la conversión es la predicación del evangelio. El Espíritu Santo usa la Palabra para convencernos de pecado y producir fe (Romanos 10:17). Debemos arrepentimos, creer en el Señor Jesucristo y convertirnos. En este proceso Dios es glorificado y nosotros; redimidos. No hemos limitado la soberanía divina ni nuestra libre voluntad .
El apóstol Pablo declaró que este mensaje era el del Cristo crucificado (1 Corintios 2:2). Sabemos que predicó acerca del significado de la muerte y resurrección de Cristo (1 Corintios 15:3-4). Su mensaje incluyó muchas referencias a la obra del Espíritu Santo (véase Romanos 8. 1 Corintios 12 y 14). Pero en su mensaje evangélico Pablo recalcó la muerte expiatoria de Cristo Jesús y la proclamó, no con demostración de su propia capacidad oratoria, sino en el poder del Espíritu Santo. Los resultados de este mensaje no reßejaron el poder del hombre, sino el de Dios (1 Corintios 2:1-5; 1 Tesalonicenses 1:5; 2:13).
Propósito de la conversión
El propósito de la conversión puede considerarse como doble: volverse o alejarse de la mala forma de vivir, del pecado y de la muerte eterna (Ezequiel 33:11; Mateo 7:13), y también consiste en volvernos al camino angosto que lleva a la vida eterna (Mateo 7:14). El más alto propósito de Dios radica en sacarnos del pecado para volvernos hacia El. En la conversión damos el primer paso hacía la vida eterna. Por tanto, comenzamos una nueva forma de vida.
La conversión nos capacita para vivir de acuerdo con nuevos principios de vida basados en la Palabra de Dios. Podríamos decir que nuestra meta en este punto consiste en hacer que nuestra vida se conforme a la transformación interna que hemos experimentado. Nuestra posición en Cristo como pueblo de Dios se convierte en un poderoso testimonio a otros porque nuestro estado (nuestro comportamiento en la vida diaria) se conforma a ella. Observe que el apóstol Pablo describe el proceso continuo de crecimiento en semejanza a Cristo que comienza en la conversión: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloría en la misma imagen” (2 Corintios 3:18). Sí, en la conversión experimentamos un cambio radical. Antes nuestros intereses eran netamente terrenales; ahora que nos hemos vuelto a Dios son celestiales, miramos hacia arriba y reßejamos la imagen de Cristo a otros. Por ello nos convertimos en cartas vivientes que llevan el mensaje de Dios a todas las personas (2 Corintios 3:2).
Resultados de la Conversión
Después de recibir al Hijo de Dios como Señor y Salvador, aprendemos algo del alcance de esta transacción: “Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Juan 5:11-12). Uno de los resultados inmediatos de la conversión, entonces, es la salvación de la muerte espiritual (Santiago 5:20). Sin embargo, somos más que simples pecadores salvos, como veremos después. Al tiempo de la conversión pasamos a formar parte de la familia de Dios: “Amados, ahora somos hijos de Dios. . . (1 Juan 3:2). Además, nuestros pecados han sido borrados, no sólo cubiertos para que se descubran después. De hecho, el salmista dice: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmo 103:12). Isaías refuerza esta verdad: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones. . . y no me acordaré más de tus pecados” (Isaías 43:25).
Como miembros de la familia de Dios, establecemos nuevas relaciones. Nos unimos a otras multitudes al pie de la cruz de Cristo, y juntos como pueblo convertido formamos un gran compañerismo. De hecho, a ello hemos sido llamados (1 Corintios 1:9). Juan dice que la comunión de la cual disfrutamos “es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1:3). El compañerismo que Adán perdió cuando cayó fue restaurado a través de la muerte de Cristo. Aún mas, al vivir en comunión diaria con El, recibimos beneFicios adicionales: “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). ¡Cuán hermosa transacción! Cambiamos nuestro lugar en un mundo pecaminoso por un lugar en la gloria eterna; dejamos la pobreza del mundo por las riquezas de la gracia divina; dejamos el camino ancho de destrucción y entramos en el angosto, donde nos espera el Padre con los brazos abiertos. ¡Todo esto y el cielo nos están esperando!