Dios Recibe al Hombre en su Familia: Adopción
A Luis lo habían descuidado por completo sus padres alcohólicos. Vivía en la miseria, el temor, y pasaba por duras experiencias. Gradualmente se fue endureciendo en su actitud hacia la gente y llenando de amargura hacia la vida. La agencia de ayuda social del gobierno lo había dejado bajo el cuidado de padres adoptivos, pero debido a su condición endurecida nadie deseaba cuidarlo. Muchas familias que conocían su historia tan patética hubieran podido adoptarlo, pero no quisieron. Finalmente, los señores Barrientos decidieron adoptarlo, por lo que se hicieron todos los arreglos legales para completar la adopción. Sin embargo, en esos días esa familia que hubiera podido adoptarlo no pudo hacerlo porque el Sr. Barrientos murió repentinamente.
Finalmente otra familia recibió a Luis en su casa y después lo adoptó legalmente. A su vez, él reaccionó en forma positiva al amor e interés que le mostraron, creció y llegó a la madurez como todo adulto normal, y con el tiempo llegó a ser ministro del evangelio. En la actualidad su vida es una fuente de bendición y consuelo para otros. Pero todo comenzó para bien cuando lo adoptó una familia cuya compasión, amor, recursos y apellido le proporcionaron un lugar de aceptación en la sociedad.
Dios ha hecho lo mismo con nosotros. Porque además de perdonar nuestros pecados y darnos vida por el nuevo nacimiento, nos ha adoptado en su familia como hijos e hijas con todos los derechos y privilegios de la filiación. Lo maravilloso de este acto de adopción consiste en que, conociendo nuestra condición desastrosa, pecaminosa, perdida y rebelde, El estuvo dispuesto a invertir recursos celestiales en nosotros. Nadie podrá jamás dudar que pudo redimimos, lo maravilloso siempre será que estuvo dispuesto a hacerlo. El es nuestro Padre celestial, ¡y nosotros somos sus hijos! ¿Acaso no es, por tanto, digno de nuestra alabanza y devoción eternas?
Bosquejo de la Lección
- La naturaleza de la adopción
- El tiempo de la adopción
- La experiencia de la adopción
Objetivos de la Lección
Al completar esta lección usted podrá:
- Discutir la enseñanza bíblica sobre la adopción en la familia de Dios.
- Describir la relación entre la regeneración, la justificación y la adopción.
- Explicar los medios y los beneficios de la adopción.
- Apreciar el gran amor de Dios y su bondad al adoptarnos en su familia.
LA NATURALEZA DE LA ADOPCION
La adopción, como la regeneración y la justificación, es una obra de Dios que se efectúa en la persona que se vuelve a Cristo. Tiene que ver con la posición de una persona en la familia de Dios y se relaciona con sus privilegios como hijo de Dios. Como hemos visto, el propósito de Dios para el que se vuelva a El consiste en más que librarlo de la esclavitud simplemente. Su meta consiste en constituir hijos e hijas. Pablo declara: “Nos escogió en él antes de la fundación del mundo. . . en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo” (Efesios 1:4-5).
El Significado de la Adopción
La palabra que se traduce como adopción significa literalmente “situar a un hijo”. Se refiere al lugar y condición que se le da a quien no la tiene por naturaleza. La mayoría estamos relacionados con la adopción, por la cual una persona (generalmente un huérfano) pasa a pertenecer a una familia nueva en la que se le trata como hijo natural, con todos los derechos y privilegios que corresponden a esa relación. Sin embargo, el apóstol Pablo usa la idea de la adopción en sentido espiritual. Usa el término adopción para indicar el acto de la gracia de Dios por el cual quien recibe a Cristo se convierte en hijo de Dios. Esta relación del creyente con Dios como hijo es hecha posible por el nuevo nacimiento (Juan 1:12, 13). Sin embargo, su adopción es el acto de Dios por el cual ha sido elevado a la posición de un hijo adulto ante Dios (Gálatas 4:1-7).
Ahora que hemos introducido el concepto de la adopción, hagamos un breve repaso. Sin duda usted recordará que en la regeneración la persona recibe una nueva vida y una nueva naturaleza. En la justificación recibe una nueva condición. Y en la adopción recibe una nueva posición.
La palabra griega traducida como adopción no aparece en la traducción griega del Antiguo Testamento, pero se dan ejemplos de adopción. Estos ejemplos demuestran que ciertas costumbres eran comunes en el período patriarcal. De acuerdo con estas costumbres, una pareja sin hijos podía adoptar a un hijo adulto que les serviría durante la vida y los enterraría cuando murieran. A cambio de este servicio, el hijo adoptivo recibía la herencia, a menos que los padres procrearan un hijo después. En tal caso, el hijo natural se convertía en heredero y el adoptivo cedía (perdía) sus derechos. Esta costumbre quizá ayude a explicar la relación de Abraham y Eliécer (Génesis 15:24). Además, si la esposa no podía concebir, podía proveer una esclava para que ésta concibiera y le diera a luz hijos al esposo (véase Génesis 16:2). Si la esclava concebía hijos, la ley prohibía que la esposa la expulsara. Así se explica la preocupación de Abraham por la conducta de Sara (Génesis 21:11-12).
En el Antiguo Testamento el concepto de filiación es más importante que el de adopción. De igual manera, ser hijo por regeneración divina es de suma importancia, pero no se excluye el concepto de la adopción.
Observamos que la idea de adopción no le era extraña a la gente en tiempos del Antiguo Testamento. Sin embargo, las prácticas de adopción del Antiguo Testamento aparentemente no tienen relación directa con la enseñanza del Nuevo Testamento. Más bien, la costumbre de adopción grecorromana formó el trasfondo del uso que Pablo le dio al término, porque contrastaba la libertad de un hijo en la casa de sus padres con las restricciones de un esclavo.
La adopción era práctica común del mundo grecorromano. Si una pareja no podía procrear hijos, el esposo podía adoptar un hijo que se convertiría en su heredero. El adoptado bien podía tener sus padres naturales, pero esa circunstancia no tenía nada que ver con su adopción. A menudo las familias estaban dispuestas a ceder los hijos para darles mejores oportunidades en la vida. Una vez que el hijo era adoptado, los padres naturales ya no tenían ningún control sobre él, y el padre adoptivo ejercía autoridad total sobre su hijo adoptado. El regulaba las relaciones de su hijo, controlaba todo lo que el hijo pudiera poseer o ganar, y tenía el derecho de disciplinario. Sin embargo, también era responsable de lo que el hijo hiciera, y se le demandaba que le supliera sus necesidades.
Al formar parte de una familia extensa, el hijo adoptado recibía la capacitación necesaria para el éxito en su vida futura. Aprendía a respetar a sus mayores y a asumir responsabilidad. Y por medio de la corrección amorosa, aprendía lecciones valiosas en disciplina que lo preparaban para las pruebas y demandas de la vida. Al madurar, también adquiría las características sociales que lo preparaban para la madurez. Por todos conceptos, la nueva relación familiar le daba grandes ventajas a la hija o hijo adoptado.
Las enseñanzas de Pablo sobre la regeneración, la justificación y la adopción reßejan esta idea de adopción. Describe el proceso por el que Dios toma a una persona, la saca de su antiguo estado y la introduce en su familia por el nuevo nacimiento. La perdona las acciones de su vida pasada y la recibe en su familia como hijo adulto. El hijo adoptado pasa a formar parte de la familia de Dios, con sus privilegios y responsabilidades.
Como resultado, todo su tiempo, posesiones y fuerza deben estar sujetos al control de Dios. La adopción, entonces, es el acto de la gracia de Dios por el cual recibe como hijos e hijas en su familia a quienes aceptan a Jesucristo y les confiere todos los derechos y deberes de la filiación.
La adopción es una enseñanza importante del Nuevo Testamento, aunque se menciona en muy pocos pasajes. Puesto que está relacionada estrechamente con la regeneración, algunos quizá crean que su estudio no tiene importancia. Sin embargo, la adopción es una enseñanza importante de Pablo y una de las más hermosas y conmovedoras del Nuevo Testamento.
Observe que en Romanos 9:4 Pablo se refiere a la relación de Israel con Dios como una relación de adopción. Por orden en que coloca la adopción en este pasaje bíblico, vemos que todas las bendiciones se derivan de esta relación especial de Israel con el Señor. Aquí se refiere específicamente a la nación de Israel. Pero ante la enseñanza del Nuevo Testamento de que la iglesia es el verdadero Israel, podemos observar principios de operación similares en cada caso. En cierto sentido, entonces, nuestra relación especial con Dios constituye la base sobre la que recibimos todas las bendiciones que El nos concede. ¿Cuáles cosas buenas les negará a sus hijos? (Véase el Salmo 84:11.) Pablo responde: “El que no escatimó ni a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Aunque quizá no siempre estemos conscientes de lo que es mejor para nosotros. Dios obra sólo para el bien de aquellos a quienes ama, a quienes ha adoptado (Romanos 8:28). Sin embargo, debemos recordar siempre que las bendiciones recibidas no las merecemos ni nos las hemos ganado.
Como sus hijos adoptivos, debemos reconocer que todos nuestros esfuerzos son indignos del gran amor que ha demostrado al introducirnos en su familia y elevarnos a la posición de hijos. Aún más, los beneficios de la relación continúan mientras que nuestro Padre celestial suple nuestras necesidades.
Los señores Parra adoptaron a un jovencito de otro país. Le pusieron Daniel y, por supuesto, el apellido de ellos al legalizar la adopción. Daniel se adaptó por completo a la vida de su nueva familia y fue tratado con todos los derechos y privilegios de los niños Parra. Los Parra se hicieron responsables de Daniel legalmente. Hicieron posible que recibiera una buena educación media y que asistiera después a la universidad. Como hijo adoptivo, Daniel era bien alimentado y vestido, y, en ocasiones especiales, como cumpleaños o Navidad, se le tomaba en cuenta como a cualquier otro miembro de la familia. En breve, disfrutaba de todos los beneficios familiares gracias a su relación de adopción. Esta es sólo una débil ilustración de la clase de amor que nuestro Padre celestial nos demuestra al salvarnos, haciéndonos herederos de sus promesas y dándonos beneficios diariamente.
EL TIEMPO DE LA ADOPCION
La adopción se lleva a cabo en tres fases. Primera, la del pasado. En Efesios 1:4-6 Pablo dice: “Antes de la fundación del mundo . . . habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado.”
Observe que Dios es la figura principal de la adopción. Esta procede de su amor, según su voluntad, regresa a El en una familia adoptada y termina en la alabanza de su gloriosa gracia. Observe que al final del versículo 4, y en el 5, la decisión de Dios de adoptarnos como hijos desde la eternidad se basó en su amor. Sólo su amor motivó la decisión eterna de adoptarnos. Y puesto que la adopción resulta del libre ejercicio de la gracia de Dios, todo mérito humano queda anulado.
Observamos en este pasaje que aun cuando la adopción ofrece inmensos privilegios, también envuelve responsabilidades: “Nos escogió en él antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). Si decimos que Dios es nuestro Padre celestial, debemos vivir de tal manera que no se avergüence de llamarnos sus hijos. La experiencia de la adopción envuelve más que la simple compra de un boleto para el cielo. Demanda que le permitamos al Espíritu Santo demostrar que somos hijos obedientes al reßejar la gloria de Dios (2 Corintios 4:6). ¿Qué impresión tendría usted de una persona que siempre se viste de blanco, con ropa limpia, pero que nunca se baña? La actitud de esa persona no tendría ningún sentido, ¿verdad? Pero tal actitud sería peor aún si una persona dijera que tiene la justicia de Cristo y viviera de manera indigna de su filiación cristiana.
Pero también tiene una fase presente: Amados, ahora somos hijos de Dios” (1 Juan 3:2). Observe también que Pablo usa el tiempo presente en Gálatas 4:6: “Y por cuanto sois hijos.” La verdad de nuestra filiación presente debería hacer en nosotros varías cosas: Primera, libramos de cualquier duda que abriguemos sobre el futuro. No tenemos que esperar hasta llegar a la presencia de Dios para saber si somos sus hijos. Sabemos ahora mismo por la autoridad de su Palabra y por el testimonio del Espíritu Santo que somos hijos de Dios (Romanos 8:16).
Segunda, debe imprimir en nosotros la necesidad de vivir en este mundo a la altura de los hijos de Dios. El apóstol Juan dice que quienes tienen su esperanza cifrada en la venida de Cristo se conservan en pureza, como El mismo (1 Juan 3:3), mientras que Pablo nos exhorta a que, “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12). La vida piadosa es apropiada para los hijos de Dios.
Examine cuidadosamente Romanos 8:14-17 y Gálatas 4:4-7. Estos versículos se refieren a la adopción como una experiencia presente. Muestran que la adopción nos libra de la esclavitud, nos capacita para dirigirnos a Dios como Padre y nos convierte en sus herederos. Verdaderamente antes éramos esclavos del pecado, de Satanás y de nuestro propio yo. Estábamos llenos de temor, en particular el de la muerte (Hebreos 2:14-15), porque sabíamos que nos esperaba el juicio. Pero Cristo Jesús vino para redimirnos de las cadenas del pecado, dando su vida para pagar el precio de la redención y liberarnos para ser hijos de Dios. Por tanto, ya no tenemos que vivir bajo temor, ni tenerle miedo a la muerte, ni a Dios.
Pero no debemos tenerle miedo a Dios. Esta clase de temor no le agrada a El porque resulta de la culpa y el miedo al castigo. Más bien, al llegar a ser nuestra vida una con Cristo, su amor se perfecciona en nosotros (1 Juan 4:16-19). Entonces podemos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:16).
La adopción nos permite dirigirnos directamente a Dios, llamándole “¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15; Gálatas 4:6). Esta expresión tiene un tono de familiaridad y cariño que emana de nuestro amor, respeto y aprecio por nuestro Padre celestial. Al orar de esta manera, experimentamos su seguridad de que somos sus hijos y de que nos ama. El Espíritu Santo nos guía en adoración apropiada al Padre, y nos capacita para ir al Padre con valor y amor de acuerdo con su voluntad (Romanos 8:15-17, 26-27).
Otro beneficio presente de la adopción consiste en que somos herederos de Dios. Aunque no hemos recibido aún nuestra herencia total, de todos modos somos herederos. Pablo declara que Dios mismo nos ha apartado y ha puesto en nosotros su sello de propiedad, dándonos su Espíritu Santo en nuestros corazones como garantía de que todo está reservado para nosotros (2 Corintios 1:21-22; 5:5). Nos ha dado el Espíritu Santo en nuestra vida como sello de que pertenecemos a Dios. Pablo declara también que la experiencia del Espíritu Santo es sólo un adelanto de las bendiciones del cielo; es el pago inicial, la garantía de que algún día los redimidos heredarán por completo las bendiciones de Dios.
La adopción también tiene una fase futura. En el presente aún no se ha completado. Sin embargo, vivimos con la esperanza de la gloria que obtendremos en la venida de Cristo. Entonces serán nuestros plenamente los beneficios de la filiación.
En Romanos 8:18-23 Pablo describe un cuadro magnífico. Habla con visión profética. Ve a toda la creación en espera de la gloría que se ha de manifestar. En el presente, dice él, la creación está en decadencia. Ansiosamente espera que sea dominado el poder del pecado, que sean eliminadas la decadencia y la muerte, y la liberación de los efectos de la maldición. Nosotros los creyentes, como la naturaleza misma, también anhelamos la libertad del mundo presente con sus limitaciones físicas, dolor y muerte. Ahora mismo nuestro cuerpo va decayendo gradualmente (2 Corintios 4:16). A través de la experiencia del Espíritu Santo, sin embargo, hemos recibido las arras o pago inicial de la gloria futura. Pero anhelamos la realización plena de lo que significa la adopción en la familia de Dios.
La fase final de la adopción será la adopción de nuestro cuerpo. Pablo no se refería a una persona en estado glorificado como un espíritu incorpóreo (2 Corintios 5:1-5). El ser humano en el mundo presente es cuerpo y espíritu; y en la glorificación la persona total será salva. Sin embargo, el cuerpo glorificado ya no estará sujeto a decadencia ni a los impulsos del pecado. Será un cuerpo espiritual glorioso preparado para la vida de una persona espiritual: “Al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:20-21). Véase también 1 Corintios 15:35-54. Cuando se complete nuestra adopción finalmente, nuestros cuerpos experimentarán una transformación maravillosa. Por esta fase futura de adopción, regocijémonos con Pablo de que la vida en Cristo es anticipación gozosa de liberación, renovación, y regeneración que se lleva a cabo por la gloria y el poder de Dios. Refiriéndose al cambio futuro que experimentaremos, Pablo declara que “el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu” (2 Corintios 5:5).
En la adopción, la gracia de Dios ßuye como un río de la eternidad al tiempo y de vuelta a la eternidad. Y su gracia, como una corriente poderosa, nos arrastra hacia la meta de la bienaventuranza, gloria e inmortalidad futuras.
LA EXPERIENCIA DE LA ADOPCION
Medios de la Adopción
Quizá usted se pregunte: ¿Cómo se lleva a cabo la adopción? A lo que yo contesto: Dios realiza la adopción por la agencia del Espíritu Santo cuando la gente reacciona favorablemente a la verdad del evangelio.
La parte del hombre en la adopción consiste en creer en Jesucristo y recibirle. Como ya lo hemos estudiado, sin embargo, este acto de creer se refiere a la persona total: intelecto, emociones, y voluntad. Incluye el conocimiento de la verdad del evangelio (Juan 8:32) y el asentimiento del corazón a ella (Romanos 10:10). Para recibir a Jesús y hacer una entrega total de su vida a El se necesita un acto de la voluntad definido. La fe que demostramos al creer y recibir no produce la adopción; sin embargo, prepara el trasfondo para ella (Gálatas 3:26). Juan agrega que “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
Por supuesto, la parte que le corresponde a Dios en la adopción es la principal. La reacción positiva del hombre a su oferta de salvación le da la oportunidad de comenzar su obra transformadora. En un instante perdona pecados, imparte una nueva naturaleza, da una nueva condición delante de El y concierta una nueva posición en su familia. A medida que el Espíritu Santo hace nuestra filiación real, somos capaces de responder a Dios “Abba, Padre!” (Romanos 8:15) con un sentir de asombro y admiración, pues nuestra nueva relación de adopción, nuestra filiación, no resulta de ningún mérito nuestro. Es sólo el amor y la gracia de Dios lo que nos introduce en su familia, donde no hay diferencia, “no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28), y todos, a través del Espíritu de Cristo en sus corazones, claman juntos “¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6).
La Singularidad de la Adopción
Hemos considerado la salvación como una sola obra de Dios, y hemos usado la ilustración de una reacción en cadena para describir la forma en que los diversos aspectos de la obra se relacionan entre sí. Cada una de las doctrinas de la salvación tiene un significado especial tanto como un significado en relación con las otras. Repasemos brevemente algunas de las similitudes y diferencias que caracterizan a la regeneración, la justificación y la adopción.
Observamos que la adopción y la justificación tienen relación con la administración de la justicia divina; por tanto, son consideradas como actos judiciales. Ambas proporcionan condición o posición: la justificación le da al pecador la condición de absuelto, mientras que la adopción le otorga la posición de hijo adulto (sobre la cual comentaremos después). Y ambas tienen que ver con una relación con Dios.
Sin embargo, el carácter de la relación es diferente. La justificación es una relación entre un Juez justo y un pecador “culpable”; por otro lado, la adopción es una relación entre el Padre y un hijo. La justificación básicamente es legal; en tanto que la adopción es básicamente paternal. La justificación procede de la justicia; la adopción, del amor.
La regeneración y la adopción se relacionan con nuestra posición en la familia de Dios. La regeneración nos introduce en esa familia; la adopción le sigue y nos da la categoría de hijos adultos.
La posición singular que ocupamos en el momento de la regeneración es la siguiente: al ser nacidos de Dios, y por ello su descendencia legítima, somos elevados en relación y responsabilidad a la categoría de hijos adultos. Sin embargo, todas las experiencias de la niñez y la adolescencia, normales en la vida humana, se excluyen de la filiación espiritual. Como resultado, instantáneamente somos libres de tutores o curadores con lo que se nos da la responsabilidad de experimentar la vida espiritual multifacética de hijos adultos en la familia del Padre. En el plano espiritual no existe el período de niñez irresponsable. La Biblia no reconoce distinción de conducta entre quienes comienzan la vida cristiana y los creyentes maduros. Lo que Dios dice al creyente maduro y estable lo dice a todos los creyentes, incluso a los recién convertidos. A menos que no aceptemos del todo estas responsabilidades, por la referencia de Pablo a “niños en Cristo” (1 Corintios 3:1), debemos reconocer que los creyentes corintios eran niños por su carnalidad, y no tanto por el período de tiempo que habían sido creyentes. Como hijos adultos, entonces, de inmediato nos convertimos en herederos de Dios y coherederos juntamente con Cristo Jesús. Y esta categoría privilegiada nos capacita para heredar inmediatamente las bendiciones y beneficios, como lo estudiaremos más adelante.
Bendiciones de la adopción
La adopción produce ciertos beneficios a los cuales hemos decidido llamar bendiciones. Uno de los más grandiosos es el testimonio del Espíritu de Dios a nuestro espíritu, con el cual demuestra que nuestra filiación es real y nos asegura el amor y el interés del Padre por nosotros (Romanos 8: 15). Pero también hay muchos otros beneficios importantes.
Observe que todos estos resultados de la adopción son experiencias presentes. Observe también que se hace hincapié en lo que Dios hace. He aquí algunas provisiones adicionales que resultan de la adopción:
- Nuestro Padre suple nuestras necesidades de sus riquezas en gloria (Filipenses 4:19).
- Nos libra de la esclavitud de la ley (Gálatas 4:4-5).
- Nos libra del temor (Romanos 8:15; 2 Timoteo 1:7).
- Nos acerca a El en compañerismo (1 Juan 1:3).
Al adoptarnos Dios tuvo el propósito de darle gloria a su nombre. En la adopción, El engrandece su gracia y amor. De hecho, todo lo que Dios hace para salvarnos finalmente le da gloria a su nombre. En ningún otro lugar es su gloria más evidente que en las muchas bendiciones derivadas de la adopción.
Evidencias de la Adopción
La adopción básicamente es una obra objetiva, es decir, su realización es ajena a nosotros. Dependemos principalmente de la Palabra de Dios para verificar la realidad de nuestra filiación. Constituye, entonces, la principal evidencia externa de nuestra categoría de adopción. Sin embargo, la adopción se hace evidente en lo que experimentamos en nuestro interior y demostramos en lo exterior.
Aunque no somos perfectos como para dar estas evidencias, creceremos progresivamente en semejanza a Cristo al andar en el Espíritu y ser dirigidos por El (Romanos 8:14-16). Este cambio progresivo dentro de nosotros será una demostración obvia de que somos sus hijos.
El conocimiento de que usted forma parte de la familia de Dios debería llenarle de gratitud y regocijo eternamente. Este conocimiento también debe motivarle a hacer un firme propósito: que por la gracia de Dios, nunca hará algo que deshonre o avergüence a la familia de Dios. Ojalá que usted siempre lleve ese nombre con dignidad y satisfacción, sin olvidar nunca que forma parte de un gran sacerdocio de creyentes cuyo propósito consiste en anunciar las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9).
La doctrina de la adopción me recuerda el caso de Juan y Juanita Murphy, una pareja que no tenía hijos. Los Murphy ya llevaban como diez años de casados cuando se les preguntó si estaban interesados en adoptar a un bebé que estaba por nacerle a una joven que no podría cuidarlo. Se les aseguró que el bebé descendía de una familia distinguida. Los Murphy aceptaron la oferta con mucho regocijo, creyendo que esta era la respuesta a su oración. Con entusiasmo compartieron las buenas noticias con sus amigos. Cuando nació la niña, a quien le pusieron Berta, parecía una bebé perfecta, llena de alegría. Sin embargo, a las pocas horas el médico encargado del parto les llamó por teléfono a los Murphy y les dijo con toda franqueza que la pequeña Berta tenía un defecto en el paladar que se conoce en medicina como palatosquisis. “¿Aún desean adoptarla?”, preguntó el médico. Juan contestó sin vacilación: “¡Sí! Les hemos dicho a todos que la pequeña Berta es la respuesta a nuestra oración, un don de Dios. A pesar de ese defecto, la deseamos y la amamos como si estuviera perfectamente sana. Sin embargo, antes de que los Murphy se llevaran a la bebé confrontaron cierta oposición respecto a la legalidad de la adopción, puesto que vivían en otro estado diferente de donde había nacido la niña. El pastor de los Murphy, quien les había ayudado con los trámites de la adopción, acudió al procurador general, la máxima autoridad legal del estado, para consultarle el caso. El procurador le dijo que si los Murphy se llevaban a la niña a su casa inmediatamente, no tendrían ninguna dificultad legal para la adopción. De inmediato los Murphy se dirigieron al hospital y se llevaron a la pequeña Berta. A los pocos meses sometieron a la niña a una operación para corregirle su defecto del paladar. La operación fue todo un éxito y la pequeña Berta quedó perfectamente normal.
En esta historia observamos una ilustración del amor de Dios quien nos adoptó cuando estábamos perdidos, sin esperanza, desajustados, condenados a morir. Éramos esclavos de la naturaleza carnal, no éramos lo que Dios deseaba que fuéramos. El nos amó y nos atrajo hacia El. Pero aun cuando El nos estaba atrayendo hacia sí mismo, el archienemigo de nuestra alma trató de estorbar esa obra para mantenernos en esclavitud. Pero Dios, por medio de Cristo, eliminó los obstáculos de nuestra adopción por su muerte en la cruz. Ahora somos miembros de su familia: fuimos limpiados, sanados, cubiertos con su justicia, y nos convertimos en beneficiarios inmediatos de sus bendiciones. Por esta transacción que nos ha liberado y nos ha incorporado en su familia podemos regocijarnos por toda la eternidad.