La Perfección de la Naturaleza del Hombre: Santificación
A la mayoría de las personas les gusta oír historias en las que se incluye una lucha entre un héroe (el hombre bueno de la historia) y un villano (el hombre malo). El bueno siempre hace lo recto, y el malo siempre hace lo indebido. Cuando el héroe está ganando, nos sentimos contentos. Si parece que el villano va ganando, deseamos que el héroe controle pronto la situación. Esta clase de historia siempre termina con la victoria del héroe por sobre el villano.
Todos hemos nacido con una naturaleza pecaminosa, impía. La naturaleza pecaminosa es el “villano” u “hombre malo” en nuestra vida. Es esa parte nuestra que nos impulsa a hacer lo malo. Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador recibimos una nueva naturaleza espiritual. Podríamos llamarle a ésta el “héroe” o el “hombre bueno” de nuestra vida. Cuando permitimos que esa naturaleza antigua, pecaminosa, nos controle, debilitamos nuestra nueva naturaleza y fortalecemos la antigua. Pero si permitimos que el Espíritu Santo nos controle, fortalece nuestra nueva naturaleza y somos capaces de vencer las tentaciones de la antigua naturaleza. Como el villano de la historia, la antigua naturaleza nunca puede ser vencida por completo en esta vida, pero se debilita más y más hasta que ya no ejerce control sobre nosotros. Al fortalecerse nuestra nueva naturaleza, somos más y más como nuestro Salvador, Jesucristo.
El proceso por el cual llegamos a ser mas y más como Cristo se llama santificación. Se hace posible por medio del nuevo nacimiento, o la experiencia de conversión. Se desarrolla al ceder nosotros al Espíritu y permitir que nuestra nueva naturaleza controle nuestra vida. En esta lección estudiaremos la forma en que se lleva a cabo este proceso, y lo que podemos hacer para permitir que esta nueva naturaleza sea el “héroe” que nos ayuda a ganar en la lucha contra el pecado y a llegar a ser como Cristo.
LA NATURALEZA DE LA SANTIFICACION
Los creyentes experimentamos tres “muertes”. Primero, somos víctimas de la condenación debido a nuestra muerte en pecado (Efesios 2:1; Colosenses 2:13). El pecado nos ha corrompido y nos ha llevado a la condición de muerte espiritual o separación de Dios. Segundo, participamos en una muerte por el pecado en la justifcación. Puesto que Cristo cumplió en la cruz la sentencia por nuestro pecado, la Palabra de Dios dice que fuimos crucificados juntamente con El. Lo que El hizo por nosotros se cuenta como si lo hubiéramos hecho nosotros (2 Corintios 5:14; Gálatas 2:20). Como resultado somos considerados legalmente libres de la pena del pecado si creemos y aceptamos lo que El hizo por nosotros. Finalmente, debemos experimentar la muerte al pecado (Romanos 6:11). Lo que es verdad para nosotros debe ser hecho realidad en nosotros. Después de la muerte a la pena del pecado debe seguir la muerte al poder del pecado. Esta “muerte” se realiza por el poder del Espíritu Santo que habita en nosotros (Romanos 8:13).
La santificación se relaciona con despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo (Efesios 4: 22,24). El hombre viejo es la naturaleza corrupta con la cual nacemos todos. El nuevo hombre es la nueva naturaleza que obtiene una persona en la regeneración. Cuando Pablo habla de despojarse de este hombre viejo, no quiere decir que ese hombre viejo es destruido; más bien, que es sustituido por el nuevo. Cuando habla de vestirse uno del nuevo hombre, quiere decir que la persona nacida de nuevo debe comenzar a ejercitar las características del nuevo hombre: “Entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia.” Aún más, encarga a los nacidos de nuevo que vivan “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviera queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3: 12-13).
Nuestro viejo hombre es esa disposición que nos gobierna, con la capacidad de servir a Satanás, al yo y al pecado. Pero el nuevo hombre, que el Espíritu ha producido en nosotros, nos da la capacidad para servir a Dios y al prójimo, y pronunciarnos en favor de lo recto.
La santificación se refiere a morir a las obras del viejo hombre, es decir, nuestras acciones pecaminosas (Colosenses 3:5; Romanos 8:13), para que ya no sigamos más en pecado. También comprende el principio de una vida santa que fue implantada en la regeneración. De esta experiencia espiritual resulta una vida caracterizada por la fe en Jesucristo; una nueva conducta que se distingue por nuevas normas, metas y motivos; y una vida sobria, recta y piadosa.
Podemos comparar el proceso de crecimiento espiritual con la savia de un árbol. Al elevarse la savia, hace que caigan las hojas secas que tercamente han seguido pegadas al árbol a pesar del frío y de las tormentas. De la misma manera, el Espíritu Santo hace que nos despojemos de las imperfecciones, los deseos terrenales y los hábitos del viejo hombre para que podamos experimentar una vida de dedicación y entrega total a Cristo.
El significado de la santificación
La enseñanza del Nuevo Testamento sobre la santificación se basa en la obra de Cristo por nosotros y en nosotros. Es decir, debido a que nos eligió, llamó, regeneró, justificó y adoptó, reaccionamos con una vida recta. Observamos, entonces, que la santificación se relaciona estrechamente con todas las doctrinas de la salvación. Es el resultado lógico de todas ellas.
Observe en Efesios 2:8-10 las diversas doctrinas que hemos considerado:
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios [elección]; no por obras [justificación], para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya [elección], creados en Cristo Jesús [regeneración] para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano [preordenación) para que anduviésemos en ellas.
El significado literal de santificar es “hacer santo o consagrar”. Pero el signiicado básico de las palabras traducidas como santificación o santidad es “separar o apartar”, en particular de lo profano o secular (mundanal). Las palabras bíblicas usadas se refieren al carácter, lo cual muestra la relación tan estrecha entre ser apartado y la santidad personal.
Cuando se refieren a la santidad de Dios algunos ven una doble separación. Consideran a Dios como separado de sus criaturas y creación, altamente exaltado (Exodo 15:11; Isaías 40:25-26; 57: 15). Aunque su obra maestra se ve en toda la creación, El está muy por sobre ella. Nada puede compararse con El. Por ello algunos se refieren a su santidad majestuosa, la cual se refiere a su exaltación sobre todo lo creado. Entonces consideran a Dios como “separado del pecado”. No puede tolerar el pecado en ninguna forma. Por ello demanda que obedezcamos sus leyes morales. Si verdaderamente somos de El, debemos ser puros en pensamiento, palabra y acción (Salmo 24: 3-4). Esta separación del pecado se refiere a su santidad ética, la cual significa que está totalmente separado del pecado.
Si usted entrara en un cuarto en el que hubiera luces intensas, cada pieza de su vestuario sería muy visible. Si vistiera un traje blanco y tuviera una mancha, los demás la notarían inmediatamente. Pero si saliera del cuarto y caminara en lo oscuro, ¿quién notaría la diferencia? De la misma manera, mientras más nos acerquemos a Dios más conscientes estamos del pecado y mayor es nuestro deseo de ser santificados o apartados para su servicio. Este concepto de ética bíblica sirve de base para nuestra comprensión de la enseñanza bíblica sobre la santificación. La santificación es la obra de la gracia de Dios en nosotros por la cual somos renovados en nuestro ser total a la imagen de Dios. Al progresar esta obra de gracia, somos capacitados para vencer nuestra naturaleza pecaminosa más y más, y vivir rectamente.
Vemos entonces que, aun cuando Dios está separado del pecado, no se separa de las personas pecaminosas. Envió a su Hijo, que tomó la forma de hombre para redimir al ser humano. Por tanto, cuando Pedro dice que debemos santificar al Señor en nuestros corazones, comprendemos que debemos reverenciarle como Dios y Señor (1 Pedro 3:15). El significado básico de la palabra santificación, por tanto, explica por qué puede decirse que los creyentes—como se dijo de los corintios quienes eran culpables de faltas muy serias—son santos o personas santas. Pablo reconoció que aun cuando los corintios habían sido apartados por la conversión, necesitaban madurar en la fe.
De la misma manera podemos comprender por qué a las cosas inanimadas en ocasiones se les llama santas. Son santas porque han sido apartadas para el uso sagrado. Debemos recordar que, como se usa aquí, una persona o cosa es santa porque está separada.
La santificación implica más que la separación del pecado y las cosas que corrompen. Habla de la dedicación a Dios. Quien es separado de la esclavitud del pecado pero no se dedica a Dios, es como un barco que se ha soltado de sus amarras y no tiene mecanismo de control.
En la santificación nos dedicamos plenamente a cumplir los propósitos santos para los que hemos sido apartados. Al hacerlo, somos hechos santos progresivamente. En este proceso de santificación se incluye la separación, la dedicación y la purificación.
Dios es el autor del proceso de santificación. Debido a su santidad nosotros entendemos la necesidad de la santificación. Dios desea santificar por completo todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. Su propósito consiste en que estemos libres de toda mancha para la venida de nuestro Señor Jesucristo (véase 1 Tesalonicenses 5:23).
Como hemos estudiado, en la santificación nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo por el poder del Espíritu Santo. Es decir, quedan bajo sujeción nuestra vida pecaminosa y la vida egoísta. “Hacemos morir” esa parte nuestra que se rebela contra Dios y la santidad. Además, tratamos de expresar la nueva vida que hemos recibido en Cristo Jesús. Esta nueva vida es el nuevo hombre o nueva naturaleza. Lo que Pablo llama despojarse y vestirse (Colosenses 3:9-10) son experiencias continuas de nuestra vida. No son experiencias de crisis que ocurren “de una vez para siempre” en la vida cristiana.
Al examinar la enseñanza bíblica sobre la santificación, observe cómo abarca cada área y relación de su vida, tanto humana como divina.
- Observe cómo actúa una persona respecto a Dios. Actúa con reverencia (Proverbios 1:7) y amor a Dios (Mateo 22:37). Se somete gozoso a la voluntad de Dios y trata de conformar su voluntad a la de El (Hebreos 13:20-21). Aun más, anhela compañerismo y comunión con Dios (1 Juan 1:3) y trata de hacer todo para la gloria de El (1 Corintios 10:31).
- En lo relacionado con Cristo, la santificación resulta en autonegación al reconocer el señorío de Cristo (Mateo 16:24), y adoptarlo como nuestro ejemplo (1 Pedro 2:21). Como Pablo, debemos proseguir para llegar a ser transformados a su semejanza (Filipenses 3:8-10) con mayor plenitud cada día. Si fracasamos, sin embargo, podemos acudir a El para solicitarle limpieza (1 Juan 1:9).
- Respecto al Espíritu Santo, la santificación incluye vivir bajo la dirección del Espíritu y actuar bajo su control (Romanos 8:4-5) y cuidarse de no contristarlo (Efesios 4:30) ni apagarlo (1 Tesalonicenses 5:19).
- En lo relacionado con el pecado, la santificación produce en nosotros odio y tristeza por el pecado (Romanos 7:24). Y al operar su gracia en nosotros nos enseña que “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12), y también produce en nosotros el deseo de quedar totalmente libres del pecado.
- Finalmente, en relación con otros, la santificación nos capacita para manifestar el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). Al vivir uno en el Espíritu, entonces, El produce el fruto de esta relación.
Se usa gran variedad de términos para describir la santificación. Entre las descripciones más comunes están: la vida más profunda, la vida victoriosa, la vida en el plano superior, santidad, y un corazón puro. En este punto debemos llamar la atención a una característica importante de la palabra santificación: no significa lo mismo para todos los grupos religiosos. Por ejemplo, algunos enseñan que la santificación es lo mismo que el bautismo en el Espíritu Santo (ser llenos o recibir el Espíritu Santo). Pero como veremos más adelante, estos términos relacionados con el bautismo del Espíritu Santo no se refieren a la santificación.
En ninguno de estos pasajes se indica que la experiencia de recibir, ser lleno de, o ser bautizado en el Espíritu Santo se refiera a la santificación. El bautismo del Espíritu da poder para testificar, valentía espiritual y la capacidad para predicar con efectividad. Es acompañado por el hablar en otras lenguas, lo cual es señal de que ha ocurrido la experiencia. La experiencia de ser lleno del el Espíritu Santo inßuirá en la separación de la persona para Dios y su conformidad a la imagen de Cristo. Sin embargo, no es la misma experiencia de la obra progresiva de la santificación que continúa en el creyente desde el nuevo nacimiento hasta que comparezca en la presencia del Señor.
Dos aspectos de la santificación
En esta sección consideramos uno de los conceptos más importantes de nuestro estudio de la santificación. Es de vital importancia para nosotros comprender que la santificación es tanto posicional como experimental; es decir, es una posición que ocupa el creyente en relación con Dios, y una experiencia continua en la vida. La santificación es tanto instantánea (o repentina) como progresiva. La santificación posicional o repentina no se relaciona con la espiritualidad de una persona ni tampoco tiene grados. Es decir, una persona no es más santificada que otra. Santificación posicional significa un cambio de posición por el que un pecador corrupto es transformado en adorador santo. Es una obra terminada, porque Cristo Jesús se ha convertido en nuestra santidad o santificación (1 Corintios 1:30). Por otro lado, la santificación progresiva se relaciona directamente con el desarrollo espiritual de la persona. Aún más, en la santificación progresiva sí hay grados: una persona puede ser más santificada que otra.
Estos pasajes aclaran que la santificación posicional es una posición que Dios ha provisto en Cristo para quienes han nacido de nuevo. No se presenta como una experiencia que debemos procurar después de nuestra conversión, porque forma parte de la experiencia de la conversión.
Dos porciones bíblicas presentan la posición bíblica completa sobre la santificación posicional y progresiva. En la primera (1 Corintios 6:9-20) Pablo habla de lo que los creyentes corintios eran antes de aceptar a Cristo. Les recuerda que en el momento de su conversión fueron lavados, santificados y justificados (v. 11), lo cual sacó a luz la necesidad de una vida pura y de la posibilidad de vivir en pureza. Observe que Pablo se refiere al lavamiento, a la santificación y a la justificación en tiempo pasado; estas obras eran el resultado de su experiencia de salvación. En Colosenses 3:1-10, sin embargo, Pablo vincula la posición del creyente con la obra de Cristo terminada y asegura que esta experiencia debe producir una vida piadosa en contraste con su antigua manera de vivir. Su nueva manera de vivir, su conducta de acuerdo con el Espíritu, se caracteriza por el progreso en semejanza a Cristo al avanzar hacia un conocimiento más completo de Dios.
La santificación progresiva tiene varias implicaciones. Primera, está bajo desarrollo, puesto que al creyente se le amonesta a llegar a ser progresivamente más como Cristo. Segunda, puesto que es una experiencia progresiva, se implica que es para toda la vida. Por tanto, no conduce a la perfección absoluta en esta vida.
Estos pasajes enseñan que la perfección es tanto posicional como progresiva. Somos perfectos o completos en Cristo por su provisión de gracia y somos considerados perfectos porque tenemos un Salvador perfecto y justicia perfecta. Pero en nuestra propia experiencia proseguimos hacia la perfección (Filipenses 3:15; Hebreos 6:1).
En el Nuevo Testamento se registra el mandamiento de Cristo de ser perfectos (Mateo 5:48). Si éste se reifere a una perfección sin pecado, entonces nadie ha alcanzado jamás esa posición. Sin embargo, resulta claro según el contexto que Jesús deseaba que sus seguidores fueran como su Padre celestial en la demostración de amor a amigos y enemigos. Observe la forma en que Pablo trata la idea de la perfección en Filipenses 3:12, 15. En un versículo dice que no se puede alcanzar la perfección, pero en el siguiente dice que es perfecto. Fácilmente se puede comprender cuando se reconoce que en cuanto a posición él era perfecto al momento de aceptar a Cristo, pero en su experiencia diaria y continua luchaba por alcanzar la perfección. Colosenses 1:28; 4:12; y Hebreos 12:23 representan la perfección como una meta futura que se ha de alcanzar al final de la vida.
Quienes creen que el hombre puede alcanzar una perfección sin pecado hacen mucho hincapié en la capacidad de la persona para vivir perfectamente. Pero a la vez hacen menos hincapié en la santidad de Dios y la seriedad del pecado. Tienen la tendencia de tratar el pecado como si fuera algo ajeno a nosotros. Pero la Biblia enseña que el pecado es principalmente un resultado del espíritu humano.
Estoy convencido de que pecamos más por nuestros pensamientos impíos y actitudes rebeldes que por actos externos. La perfección es completa porque estamos en El, pero a la vez es incompleta porque aún somos humanos. Creo que sólo hay dos clases de perfección: absoluta y relativa. Lo absolutamente perfecto no puede mejorarse; por tanto, sólo Dios posee este tipo de perfección. Pero la perfección relativa sencillamente cumple el propósito para el cual fue designada. Este tipo de perfección está al alcance del ser humano.
Los grupos cristianos que sostienen la posibilidad de que el creyente sea absolutamente perfecto en esta vida creen que la santificación es una experiencia decisiva. En algún momento después de la conversión, creen ellos, los creyentes reciben la perfección instantáneamente por la fe y en una confirmación acompañante por el testimonio del Espíritu Santo. Insisten en que por esta experiencia se destruye instantáneamente la antigua naturaleza. Este punto de vista es conocido como el perfeccionismo. Se basa principalmente en Romanos 6. Sin embargo, un examen cuidadoso de Romanos 6:1-11 muestra que esta es la experiencia posicional en la que el creyente se identifica con Cristo. Si no fuera así, ¿por qué insiste (6:11) en que una persona necesita considerarse muerta al pecado y viva para Dios? La persona absolutamente muerta no necesita “considerarse” muerta. Está muerta independientemente de toda “consideración” o pensamiento.
En Romanos 7, Pablo revela su propia condición: como inconverso (vv. 7-13), y como salvo (vv. 14-24). Encuentra victoria sobre una vida de derrota, no en la destrucción de la antigua naturaleza, sino por medio del Señor Jesucristo (7:25). En el capítulo ocho, sin embargo, muestra que el Señor Jesús hace real esta victoria en el creyente por medio del Espíritu que mora en el corazón. (Véase en particular 8:1-17.) Primero, el Espíritu Santo libra al creyente de la ley del pecado y de la muerte, es decir, del control de la antigua naturaleza. Por ello puede vivir “conforme al Espíritu” y fijar su mente “en las cosas del Espíritu” (vv. 4-5). La victoria sobre la ley del pecado y de la muerte, sin embargo, no significa la destrucción total de las antiguas acciones pecaminosas por el poder del Espíritu que mora en el corazón (v. 3). Esto es algo que cada creyente tiene que hacer repetidamente cuando se despierten los deseos de la naturaleza pecaminosa para tentarle. “Haced morir” se refiere a la debilitación del poder del pecado. También significa hacer morir nuestras acciones pecaminosas para que no continuemos en pecado habitual. Para obtener la victoria en esta área se necesita la gracia de Dios y la capacitación del Espíritu Santo. (Compárese Romanos 8:13 con Colosenses 3:5, 8-10.)
RECEPTORES DE LA SANTIFICACION
Las personas santificadas son las escogidas o electas de Dios. A quienes El escoge en la eternidad, los santifica en el tiempo. Quienes son electos y redimidos también son santificados. Quienes componen una generación escogida vienen a ser el pueblo santo de Dios. La santificación incluye a la persona total: intelecto, emociones y voluntad (1 Tesalonicenses 5:23). “Habéis sido por él enseñados . . . renovados en el espíritu de vuestra mente” (Efesios
4:22-23); por tanto, la mente renovada es hecha progresivamente más como Cristo, recta y santa. Las emociones o afectos son hechos santos: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal”
(Romanos 12:10). Finalmente, la voluntad se rinde a la voluntad de Dios, lo cual le da al creyente el poder de alcanzar el propósito de Dios: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Además, Pablo exhorta a los creyentes de Roma: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios. . . y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”
(Romanos 6:13). La santificación es para todos aquellos que componen la iglesia. Como la esposa de Cristo, la iglesia es el sujeto de esta obra: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificara, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:2526). Todo ello fue apropiado para que pudiera presentarse la iglesia a sí misma en toda su belleza, “gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (v. 27).
LA EXPERIENCIA DE LA SANTIFICACION
La Biblia enseña que el bautismo en el Espíritu Santo es una experiencia que sigue a la regeneración (Hechos 2:38). Observamos una variación de este modelo en Hechos 10:44-46, sin embargo, en la cual la casa de Cornelio experimentó ambas en la misma ocasión. El propósito del bautismo en el Espíritu consiste en dar poder para el servicio (Hechos 1:8). En contraste con ello, el propósito de la santificación consiste en producir en una persona la clase de vida recta que reßeja su relación con Dios y le hace crecer espiritualmente.
Algunas personas, sin embargo, consideran la santificación como una experiencia de crisis separada que ocurre en la naturaleza espiritual de la persona. Creen que en alguna ocasión después del nuevo nacimiento la persona es hecha perfecta instantáneamente y libre de todo pecado. Dicen que esta experiencia, que envuelve una decisión de ser santificado, conduce al alma a un estado de santidad perfeccionada, e incluye la libertad del pecado y la corrupción, y perfecta dedicación a Dios. Insisten en que esta perfección instantánea es el resultado del bautismo en el Espíritu Santo (que según ellos es lo mismo que la santificación). Examinemos su posición.
Estos “perfeccionistas” se refieren a 1 Juan 3:8-9 como apoyo de su posición. Lea ese pasaje. Queda bien claro que Juan está hablando de una persona que continúa en pecado o que lo practica repetidamente. Ningún creyente verdadero puede hacer tal cosa. Pero Juan no dice que un creyente no peca nunca. Al comparar este pasaje con 1 Juan 1:8-2:2 comprendemos lo que quiso decir el escritor. Su propósito consistía en desafiar a los creyentes a andar en la luz y a procurar una relación de obediencia y buen propósito con Dios.
Como si quisiera prevenir cualquier malentendido, Juan les dice a sus lectores: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso” (1 Juan 1:10) y en 1 Juan 2:1-2 observa que “Jesucristo el justo. . . es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.” (Observe que Juan se incluye con otros creyentes.)
Vemos entonces que la santificación ni es una experiencia de crisis decisiva, ni una experiencia por la que el creyente es hecho perfecto sin pecado. Tampoco es capacitación para el servicio. El propósito de la santificación consiste en llevar al creyente más cerca de un estado en el cual su naturaleza sea conformada a semejanza de Cristo. Al andar con el Señor, el creyente continúa creciendo y desarrollándose, y el Espíritu Santo continuamente le da luz (1 Juan 1:7). Al andar en la luz, la sangre de Cristo lo purifica de todo pecado. Al reßejarse en él la gloria del Señor, gradualmente es cambiado. Porque se halla en el proceso de ser transformado a su imagen en un mayor grado de gloria (2 Corintios 3:18). Por ello podemos decir que la santificación no es una cierta experiencia, como el bautismo en el Espíritu, sino un proceso por el que nuestra nueva naturaleza desarrolla en nosotros una semejanza a Cristo.
Medios de la santificación
Dos partes entran en juego en la santificación de una persona: Dios y el hombre. Del lado divino, Dios el Padre santifica (1 Tesalonicenses 5:23, 1 Pedro 5:10). El Hijo también santifica (Hebreos 2:10-11; 10:10; 13:12). Somos santificados por su Espíritu Santo (1 Pedro 1:2, Romanos 8:13) quien produce en nosotros el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). Del lado humano, el hombre no puede santificarse a sí mismo. Pablo declara que incluso en el creyente Dios toma la iniciativa (Filipenses 2:13). Sin embargo, hay medios definitivos que una persona puede emplear en la obra de santificación. Primero, la persona debe depositar su fe en Cristo (Hechos 26:18). Cuando uno cree en Cristo, es santificado en cuanto a posición. Esta obra ocurre en el momento de la regeneración, porque Cristo nos es hecho santificación (1 Corintios 1:30).
El siguiente paso consiste en seguir la santidad. Se nos advierte solemnemente que sin santidad no podremos ver al Señor (Hebreos 12:14). La búsqueda de la santidad nos conducirá a la Palabra de Dios, porque ésta nos revelará el estado de nuestros corazones y el remedio para nuestro fracaso (Juan 17:17). La Palabra predicada también toma parte para señalar la necesidad de la santidad (Efesios 4:11-13) y desafiar a los creyentes a buscarla (1 Pedro 1:15-16). La entrega de nuestra vida a Dios es la condición suprema de la santificación práctica (Romanos 6:13, 19-22; 12:1). Entregarse por completo a Dios significa que una persona debe separarse, por lo que “será instrumento para honra, santi]ficada, útil al Señor, y dispuesta para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21).
Otro medio que Dios usa para purificarnos es la aßicción (Hebreos 12:10-11; Salmo 119:67, 71). En ocasiones Dios permite que nos sobrevengan experiencias dolorosas. Pero cuando pasan estos momentos difíciles, observamos que han producido quietamente el fruto de la verdadera bondad en nosotros al aceptarlos en el espíritu correcto. Dios lo hace, dice el escritor, “para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:10).
La santificación produce una creciente victoria sobre el pecado. Esta a su vez resulta en mayor poder en nuestra vida y mayor fruto. Pero debemos cooperar para mantener el progreso espiritual. Debemos descansar en Cristo en obediencia y devoción. La santificación no es un concepto, sino que envuelve a una persona viviente, Jesucristo, y nuestra continua relación con El. Al permanecer en compañerismo con El, continuamos progresando en la santificación.
Un estribillo que cantamos a menudo expresa lo que sucede cuando permitimos que el Espíritu de Dios tome el control de nuestra vida y nos conforme a la imagen de Cristo. Hagamos del mismo nuestra oración para concluir esta lección.
Que la belleza de Cristo se vea en mí,
Toda su hermosa pasión y pureza.
Oh, tú, Espíritu divino, Toda mi naturaleza refina.
Hasta que la belleza de Cristo se vea en mí.