El Hombre Confía en Dios: Fe

Una de las declaraciones más importantes de la Biblia sencillamente dice: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). ¿Por qué es importante esta breve declaración? Estoy seguro de que estará usted de acuerdo conmigo en que la vida de una persona está gobernada por lo que cree. En el caso de los creyentes, su vida está gobernada por la Persona en quien creen. La fe en Jesucristo y su oferta de salvación es de importancia vital para cada uno de nosotros y para toda persona en el mundo.

Admiramos el valor inquebrantable de la mujer cananea cuya hija fue sanada por la fe (Mateo 15:21-28). Nos maravillamos también ante la humildad del centurión romano que se sintió indigno de que Cristo entrara en su casa (Mateo 8:5-10). De igual manera, nos maravillamos ante la persistencia y seriedad de Bartimeo el ciego, que a pesar de la resistencia de la multitud, le pidió misericordia a Jesús (Marcos 10:46-52). ¿Acaso fue posible que una mujer cananea, un centurión romano, y un mendigo ciego tuvieran algo en común? ¡Sí! Lo que el Señor vio y recompensó en cada una de estas personas fue la fe. La fe de la gente causó una fuerte impresión en Jesús.

La fe es el elemento básico de la experiencia de conversión. Cuando una persona se arrepiente en verdad, debe poner su confianza en el Señor Jesucristo. Juan nos dice que a todos “los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). En esta lección estudiaremos los aspectos de creer y recibir en la conversión: cuando una persona se vuelve del pecado a Dios, pone toda su confianza en el Señor Jesucristo para el perdón y para el gran cambio que el Espíritu Santo lleva a cabo en su corazón.

LA IMPORTANCIA DE LA FE

Cada elemento de nuestra salvación constituye una obra sobrenatural que sólo Dios puede realizar. Examinemos estos elementos:

 

  1. La elección divina en el pasado.
  2. El sacrificio de un Salvador.
  3. La provisión de gracia común y salvadora.
  4. La obra del Espíritu Santo en el pecador.
  5. La obra salvadora de Dios inmediata en todos sus bellos aspectos.
  6. La obra preservadora del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
  7. La obra libertadora e impulsora del Espíritu Santo.
  8. La perfección final y presentación de los santos en gloria.

La única forma de recibir la maravillosa provisión de salvación hecha por Dios consiste en aceptarla por la fe. Los tesoros eternos provistos para nosotros por la gracia soberana de Dios están a nuestra disposición sólo por la fe.

Observamos, entonces, que no sólo nuestra experiencia de salvación depende del ejercicio de la fe, sino cada aspecto de nuestra vida cristiana. Nuestras acciones, en gran medida, son determinadas por lo que creemos. Creemos que Dios sabe todo lo que decimos, hacemos y pensamos: por tanto, tratamos de hacer todo lo que le agrada.

La relación de la fe con el arrepentimiento

En la lección anterior aprendimos que el acto de arrepentimiento comienza con una “reacción en cadena”. Pero el evento de salvación que se ha iniciado, el cual incluye los aspectos de arrepentimiento y fe (y otros aspectos de la salvación), es de tal importancia que trataremos de estudiar estos aspectos que ocurren al mismo tiempo. Mas para que el estudio de cada aspecto sea más conveniente, hemos adoptado el siguiente orden: arrepentimiento, fe, conversión, regeneración, justificación y adopción.

Las condiciones de la salvación consisten en darle la espalda al pecado (arrepentimiento) y volverse a Dios (fe). El arrepentimiento y la fe no tienen mérito alguno. Dios ya ha provisto todo lo necesario para la salvación. Pero por el arrepentimiento eliminamos el obstáculo para recibir el don de la salvación, y por la fe lo aceptamos.

El arrepentimiento se relaciona con el pecado y la miseria que produce, en tanto que la fe se basa en la misericordia de Dios. La fe es el medio por el que recibimos salvación (Romanos 10: 9-10). No puede existir la fe sin verdadero arrepentimiento, porque sólo quien está verdaderamente triste por sus pecados siente la necesidad de un Salvador y de la salvación de su alma. Por otro lado, no puede existir arrepentimiento piadoso sin fe en la Palabra de Dios, porque ¿de qué otra manera puede uno creer en la oferta de salvación y la amenaza del juicio eterno?

LA NATURALEZA DE LA FE

Definición de la fe

Hemos visto que la fe es una parte de vital importancia para nuestra vida cristiana. Y hemos observado que la fe determina, en gran escala, nuestras acciones. Pero ¿qué es la fe? Hebreos 11:1 da una descripción de uno de los efectos de la fe, pero no define el término. Para propósitos de nuestro estudio, definiremos la fe como “el acto voluntario y la actitud de una persona por los cuales pone su confianza total en un objeto, permitiendo que éste gobierne sus acciones”. En el plano espiritual ese objeto en el que se confía es Dios mismo, y el acto voluntario se lleva a cabo por oír y creer la Palabra de Dios.

La fe es tanto creencia como confianza. En el Antiguo Testamento el término creer se usa para traducir la palabra hebrea que significa “edificar o apoyar, hacer firme o fiel, confiar”. En el Nuevo Testamento se usa para traducir la palabra griega que significa “tener fe o confianza, poner la confianza en, comprometerse”, o bien otra palabra griega que significa “estar de acuerdo, descansar en, estar persuadido, tener confianza en”. Como estudiaremos después en detalle, creer, cuando se dirige a Dios o a Cristo como el objeto, incluye tres factores: 1) estar de acuerdo con la verdad que El dice o revela; 2) recibirle y confiar en El personalmente, y 3) comprometerse uno a obedecerle a El. La palabra creer se usa con frecuencia con la preposición en; por ejemplo: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31), para recalcar los factores de confianza y compromiso. Pero hemos de cuidarnos de no limitar el creer sólo a estar de acuerdo intelectualmente. La verdad acerca de Dios es necesaria, porque la Biblia dice que “es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Sin embargo, creer en Dios no basta: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2:19). Mas aunque los demonios creen, siguen siendo demonios.

La fe, por tanto, significa abandonar toda confianza en nuestros propios recursos y depender totalmente de la misericordia de Dios. Al ser dirigidos hacia la conversión, el Espíritu Santo nos ayuda a creer en la verdad de las Escrituras. De esta manera obtenemos confianza en la gracia de Dios. Esta es fe.

Al irnos familiarizando con las definiciones y descripciones de la fe, debemos recordar lo siguiente: La fe es la prisa del alma penitente que corre a echarse en brazos de la misericordia de Dios en Cristo”, la cual capacita a una persona para decir: En fe salvadora, dejo mi incredulidad y confianza en mí mismo para tomar a Cristo. Dejo mi eterno destino en sus manos confiadamente.

Clases de fe

La fe puede describirse de muchas maneras. Aunque normalmente consideramos la fe en relación con la experiencia espiritual, también existe una fe no religiosa con la cual estamos familiarizados. Por ejemplo, creemos en nuestros sistemas eléctricos, por lo que oprimimos interruptores y encendemos las luces. Tenemos fe en nuestros sistemas de tránsito, por lo que conducimos a altas velocidades en dirección a otros automóviles que vienen hacia nosotros en carreteras donde lo único que nos separa de ellos es una línea blanca pintada en ellas. Tenemos fe en nuestros sistemas bancarios, por lo que depositamos dinero en los bancos; abordamos un avión porque tenemos fe en los sistemas aeronáuticos y en la destreza de los pilotos. La fe no religiosa se hace evidente a diario en estos ejemplos y en muchos otros.

Pero también existe la fe intelectual. Bajo esta fe se puede creer algo acerca de Cristo, pero no en El. Muchos creen que Dios existe, pero esa aprobación mental no los lleva a la salvación. Otros creen que la Biblia es la Palabra de Dios pero nunca la leen ni se comprometen a seguir sus enseñanzas. A la fe intelectual le falta un factor de importancia vital: la acción. Santiago 2:18 nos describe esta clase en un lenguaje muy vívido: “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mí fe por mis obras.”

Pero la clase de fe más importante y completa es la fe viva. Se contrasta con la fe inactiva o muerta. La fe viva es el resultado de nuestra fe salvadora y se refiere al compromiso activo, obediente, de nuestras vidas a Cristo y sus propósitos. Por la fe viva descansamos en el poder del Espíritu que mora en nosotros para que nos dé fortaleza diaria. Pablo describe esta clase de fe en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí, y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

En contraste con la fe viva, la fe inactiva o muerta no produce acciones. De nuevo, Santiago dice acertadamente: “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:26).

Las buenas obras constituyen una de las cualidades de la fe viva. Así como una planta sana y vigorosa crece, madura y produce frutos, la fe viva siempre va acompañada de buenas obras. Las buenas obras no salvan a nadie, pero dan evidencia de la vitalidad de la fe. El creyente hace el bien porque, por la gracia de Dios, es bueno. Las buenas obras que son fruto del Espíritu ßuyen naturalmente de nuestra fe viva, porque su fuente es Dios (Gálatas 5:22).

LOS ELEMENTOS DE LA FE

Son tres los elementos básicos de la fe salvadora: conocimiento, asentimiento y confianza. La fe salvadora es el acto y actitud voluntarios de una persona por los cuales deposita su confianza plenamente en Cristo, permitiéndole que gobierne todas sus acciones. Este acto se realiza por oír y creer las verdades básicas acerca de la persona y obra de Cristo que se encuentran en la Palabra de Dios. Esas verdades nos motivan a entregar nuestro ser entero al Señor Jesucristo. Como el arrepentimiento, la fe se relaciona con el intelecto, las emociones y la voluntad.

Conocimiento. Supongamos que usted ha sido llamado a creer. Bien puede preguntar: “Pero en quién debo creer?” Observe que la Biblia no dice: “Cree” solamente, sino “Cree en el Señor Jesucristo” (Hechos 16:31; véase también Romanos 10:9-10). La fe también se basa en el conocimiento de Dios como se revela en la naturaleza y en las verdades de las Escrituras. La fe se desarrolla a través del conocimiento de las enseñanzas de las Escrituras respecto a la naturaleza pecaminosa del hombre, la salvación provista en Cristo, las condiciones de la salvación, y las abundantes bendiciones prometidas a los hijos de Dios. El conocimiento del Señor Jesucristo y el contenido de las creencias cristianas reveladas en las Escrituras constituyen un paso de importancia vital para la fe.

Asentimiento. Este se relaciona con un compromiso emocional. Una cosa es conocer las verdades bíblicas e históricas acerca de Cristo, y otra muy diferente creer que son verdad. Podríamos creer (intelectualmente) en la importancia de las cosas eternas incluidas en la salvación y no recibirlas en nuestros corazones. La fe es el asentimiento (aprobación) del corazón a la rectitud de lo que conocemos. El corazón dice sí a todo lo que Cristo es y ofrece hacer en favor nuestro. Hemos de hacer más que saber simplemente que todo ello es verdad: debemos aceptarlo para nosotros mismos.

Se ha dado el ejemplo de un joven que elogió a cierto predicador por el sermón que acababa de predicar. El predicador le preguntó: “¿Es usted creyente?” El joven respondió: “Sí.” Siguió el predicador: “¿Por cuánto tiempo lo ha sido?” El joven dijo: “Oh, por toda la vida.” Pero el predicador insistió: “¿Ha experimentado un encuentro personal con Cristo o ha demostrado su fe de alguna manera?” Sonriendo, el joven explicó: “Señor, no me convertí personalmente. Hace muchos años mis tatarabuelos se convirtieron a la fe cristiana. Ellos hicieron que toda la familia aceptara esta fe. Por tanto, todos los miembros de la familia somos creyentes; desciendo de una gran familia de creyentes.” El predicador respondió: “Muy bien. Pero supongamos que usted ve a una pareja joven desayunando en su hotel. Usted le pregunta al joven: ‘¿Por cuánto tiempo han estado casados ustedes?’ El le contesta: ‘No estamos casados: nuestros tatarabuelos fueron los que se casaron. Descendemos de familias que se casaron muy bien.’ ¿Acaso bastaría esa respuesta?” El joven comprendió y volvió a sonreír. Nuestro conocimiento de Cristo necesita el asentimiento del corazón para aceptarle en nuestra vida.

Confianza. Si una persona tiene conocimiento del evangelio y lo acepta como verdad, pero no se entrega a la persona de Jesucristo, no tiene fe salvadora. La fe cristiana consiste en mucho más que aceptar la revelación de Dios y su salvación como verdad. Es más que aceptar la necesidad que uno tiene de ella. La confianza representa el acto de la voluntad, la decisión por la que nos entregamos plenamente a Cristo y aceptamos sus instrucciones para nuestras vidas. Ciertamente nadie puede ser salvo si no se entrega totalmente a Cristo, motivado sólo por su libre voluntad.

LA EXPERIENCIA DE LA FE

Hemos considerado la importancia de la fe en la vida cristiana, además de su naturaleza y elementos. Pero este es un ejercicio infructuoso si no experimentamos la fe. Conozco a una persona que cree firmemente en la democracia, en los derechos humanos básicos, los derechos de los ciudadanos a la vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad y el derecho de participar en el gobierno. Esta persona obtuvo calificaciones sobresalientes en sus estudios de gobierno pero no puede disfrutar de estos derechos porque aún no es ciudadano legal del país en que vive. De la misma manera, aunque quizá comprendamos todo acerca de la fe, si no lo aplicamos y aceptamos lo que Dios nos ha provisto, somos como extranjeros para Dios. Al considerar la experiencia de la fe, recordemos esta verdad.

Grados de fe

Una relación viva con Jesucristo producirá el deseo de crecer en la fe. Observe la reacción de los doce discípulos al ejemplo que les dio Jesús de amor perdonador: “Auméntanos la fe” (Lucas 17: 5). Los doce comprendieron que para poseer amor y compasión divinos, necesitaban una capacidad espiritual mayor, una fe más grande para hacer lo ordenado por Jesús. La fe crece y se desarrolla. Por ello podemos hablar de grados de fe.

Observe también que cuando le escribió a la iglesia de Corinto, Pablo expresó la esperanza de que creciera la fe de los creyentes de manera que Dios pudiera realizar mayores obras entre ellos (2 Corintios 10:15). Y en su primera carta a los tesalonicenses les dijo que estaba orando para que se le presentara la oportunidad de ministrarles para suplir lo que le faltaba a la fe de ellos (1 Tesalonicenses 3:9-10). Su fe estaba en su infancia en aquel entonces, pero necesitaba crecer y madurar al enfrentarse a la oposición fiera y determinada. Sin embargo, para el tiempo en que Pablo les escribió su segunda carta, ya podía dar gracias a Dios porque su fe iba creciendo más y más (2 Tesalonicenses 1:3).

A menudo experimentamos situaciones que demandan mayor fe de la que tenemos. Pero al caminar con el Señor en obediencia y amor, nuestra relación mejorará y nuestra fe aumentará. Una vida de oración y comunión consistente y ferviente producirá mayor fe y las respuestas a situaciones aparentemente imposibles (Marcos 9:29). Ojalá que nuestras oraciones tengan la intensidad del necesitado padre de familia que dijo: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24). La fe es viva y dinámica, la fe viva crece.

La poca fe caracteriza a los niños espirituales, pero Dios espera que avancemos a una fe más grande y madurez espiritual. La poca fe nos impide realizar la obra de Cristo al mantenernos en un estado de ineficacia e incapacidad espiritual. La poca fe nos da margen para dudar.

En la introducción de esta lección vimos ejemplos de fe grande. Es significativo que sólo en dos ocasiones Jesús haya elogiado (alabado) la fe grande. En el primer caso, el centurión romano creyó que la autoridad de la palabra de Jesús produciría sanidad instantánea a su siervo, aun cuando se encontraba a una distancia considerable (Mateo 8:5-13). En el segundo caso, la mujer cananea insistió en pedirle a Jesús que sanara a su hija endemoniada aun cuando El no respondió a su primera súplica. Suplicó de nuevo, y una vez más le fue negada su petición. Sin embargo, en esta ocasión detectó algo diferente en el tono de Jesús que le dio esperanza. En su determinación ella expresó palabras que querían decir algo como: “Señor, quizá no sea yo una de tus seguidoras, pero soy una persona creada por Dios, y creo en tu mensaje. De tu abundante misericordia, concédeme sólo una pequeña porción.” Al reconocer que por su fe aquella mujer no se daría por vencida, Jesús alabó su fe grande y sanó a su hija.

Abraham demostró la fe grande. Aun cuando ya era viejo y su esposa no podía tener hijos, creyó en la promesa de Dios de que le daría un hijo a pesar de su incapacidad física. Abraham siguió confiando en Dios porque tenía una fe fuerte. Esa fe fuerte lo capacitó para estar “plenamente convencido” de que Dios cumpliría lo que había prometido (Romanos 4:18-21). La fe fuerte lo hace a uno perseverar hasta obtener la respuesta.

El escritor a los Hebreos describe la fe grande de otra manera en 10:22, donde dice que debemos acercarnos a Dios “en plena certidumbre de fe”. Esta exhortación se refiere a la confianza que debemos tener al acercarnos a Dios. La plenitud de fe se refiere a la confianza segura, a la convicción sólida, a la suprema confianza que tenemos en nuestro maravilloso Salvador.

Todo creyente experimenta diversos grados de fe en su vida. La mayoría hemos experimentado circunstancias que nos sacuden por momentos, en las que hemos reaccionado con poca fe. Cualesquiera que hayan sido las experiencias del pasado, podemos estar seguros de que será probada nuestra fe. La fe probada es aquella que demuestra su vitalidad. La prueba es para la fe lo que es el fuego para el acero: el calor del fuego refuerza el acero, y la prueba desarrolla la fortaleza y la resistencia de los creyentes. Al leer Hebreos 11, observe las actividades de quienes fueron probados y cómo pasaron la prueba. Algunos pasaron a través de muchas pruebas y por fe alcanzaron grandes victorias. Otros más que soportaron la prueba guardaron su fe, y en su muerte de mártir pasaron a una vida mejor. Incluso otros vivieron entre crueles burlas, azotes, cadenas y prisiones. Bien hubieran podido disfrutar de una vida normal, pero se negaron a hacer componenda con el mal. Estas personas dedicaron sus vidas a algo mejor y más duradero que las cosas de este mundo. Los santos del Antiguo Testamento esperaron por fe la venida del Mesías. ¡Murieron sin que se nublara esa visión! Ahora están esperando la venida de Jesús cuando, juntos, seremos perfeccionados en su presencia, nuestra salvación se completará.

Pedro dice que el propósito de la prueba consiste en demostrar que nuestra fe es genuina (1 Pedro 1:6-7). Santiago observa que cuando la fe se enfrenta a las pruebas con todo éxito, produce la capacidad para resistir (Santiago 1:3).

Dios nos permite ser probados de manera que podamos aprender a confiar en El totalmente a pesar de nuestras circunstancias. Al aprender a confiar en El para nuestras necesidades, aumenta nuestro amor hacia El y nuestra fe. La prueba sirve para fortalecer la fe y hacerla resistente a través de cada experiencia de la vida. De esta manera se vuelve preciosa, de mucho valor para nosotros.

La fuente de la fe

La fe salvadora tiene tanto un punto de vista humano como también divino. Desde el punto de vista divino, la fe es el don de Dios (Romanos 12:3; 2 Pedro 1:1). Por ejemplo, en el Evangelio según San Juan leemos: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). En la obra de conversión, la inßuencia de gracia del Espíritu Santo se implica fuertemente, porque sólo El puede impulsar nuestro corazón al arrepentimiento y hacia Dios (Hechos 3:19; Filipenses 2;12-13). En Hebreos leemos que Jesús es “autor y consumador de la fe” (Hebreos 12: 2). Aún más, el Espíritu Santo obra en la Iglesia en ocasiones especiales al operar el “don” de la fe (1 Corintios 12:9). Y este mismo Espíritu produce fruto en nuestras vidas, uno de los cuales es la fe. Por tanto, desde el punto de vista divino, la fe es dada por Dios.

Sin embargo, no debemos esperar pasivamente que el don divino de la fe caiga sobre nosotros. El hecho de que se le mande a la gente que cree implica que tiene la capacidad y la obligación de hacerlo. Todas las personas tienen la capacidad de poner su confianza en alguna persona o cosa. Cuando la fe se dirige a la Palabra de Dios y se pone la confianza en Dios y Cristo, se obtiene fe salvadora. Se produce por la Palabra de Dios (Romanos 10:17; Hechos 4:4).

Cómo mantener la fe

Ya estudiamos la importancia de la fe en la vida cristiana, así como su fuente. Sin embargo, la fe no puede dejarse al olvido. Necesita cultivarse. El tratar de mantener la vida y el crecimiento en la experiencia cristiana sin nutrir la fe equivale a tratar de conducir un automóvil sin combustible. Hay potencial pero no puede llevar a cabo sus funciones. Otra comparación que ilustra el mantenimiento de la fe es un paseo en bicicleta: el ciclista tiene que mantenerse en movimiento constante porque, si deja de hacerlo, cae. Examinemos lo que dice la Biblia respecto al mantenimiento de la fe.

En una inspirada declaración profética Habacuc dijo: “El justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4). En el Nuevo Testamento se repite esta misma declaración, “el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38). Esta verdad indica que la vida espiritual depende de la fe viva. Por ello el apóstol Pablo alienta a los colosenses a perseverar en su fe, firmemente establecidos en ella, sin moverse de la esperanza del evangelio que han oído, para que su salvación quede asegurada (Colosenses 1:23). Exhorta a los creyentes corintios a velar, a estar firmes en la fe (1 Corintios 16:13) al prepararse para la defensa del evangelio. Además, desafía a los creyentes de Efeso a que tomen el escudo de la fe para que puedan “apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6:16). Es evidente, por tanto, la necesidad de tener fe y de mantenerla. He aquí algunas formas en que podemos mantener nuestra fe:

  1. Oración
  2. Lectura de la Biblia
  3. Relación con otros que demuestran fe
  4. Testimonio
  5. Adoración en grupo

Por tanto, así como una persona natural requiere alimento y nutrición para mantenerse saludable, una persona espiritual necesita nutrición en la fe y ser ejercitado en ella. Pablo le exhorta a Timoteo a que siga la fe (1 Timoteo 6:11-12), y después le alienta: “Huye también de las pasiones juveniles y sigue. . . la fe” (2 Timoteo 2:22). Al mantenerse la fe, ésta crece en vitalidad y utilidad, ayudándonos a conformarnos a la imagen de Cristo. Sin embargo, hemos de recordar como factor más significativo que cuando estamos en unión con Cristo, EI intercede por nosotros para que no nos falle nuestra fe (Lucas 22:32). Mientras El mantenga el control, continuamos creciendo “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18).

Condiciones y efecto de la fe

“Al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23). Cuando depositamos nuestra fe en Dios, son ilimitadas las posibilidades que se nos abren. La fe es la llave que nos abre los recursos del cielo. Jesús dijo: “Si tuviereis fe… nada os será imposible” (Mateo 17:20). Sin embargo, la fe no puede ser separada de la voluntad de Dios. Juan dice: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14). Aquí Juan declara una condición para pedir y recibir. Algunas promesas de la Biblia son incondicionales. Sin embargo, la mayoría de las promesas son condicionales y requieren una respuesta apropiada de nosotros si deseamos recibir lo prometido. Debemos permanecer en Cristo, y su Palabra debe permanecer en nosotros (Juan 15:7); debemos ser obedientes (1 Pedro 1:14); y vivir por el Espíritu (Gálatas 5:16).

Los efectos de la fe son ilimitados. La fe echa mano de los recursos ilimitados del cielo para las muchas necesidades de la gente en la tierra. Además, la fe llena de gracia sus vidas todo el tiempo, cualesquiera que sean las circunstancias, impartiéndoles una paz que sobrepasa todo entendimiento.

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