Dios Quiere que Crezcamos
La mayoría de los padres y de las madres observan ansiosamente el crecimiento de sus hijos. Señalan y comentan con orgullo cada nuevo signo de crecimiento que se produzca. También los niños ansían el día en que sean mayores. Luego son lo suficientemente desarrollados como para
aceptar sus plenos derechos y asumir sus deberes en el seno de la familia. Tanto desde el punto de vista de los padres como del de los propios niños, nada hay más triste que una falta de crecimiento normal.
Lo mismo cabe decir cuando aplicamos lo anterior a la vida espiritual. Dios quiere una comunión siempre creciente con el hombre. También el hombre la desea y se siente perdido si no cuenta con ella. Aun cuando no entiende ni sabe qué es lo que necesita, busca esta relación con Dios. Pero no puede hallarla a menos que acepte a Jesucristo como su Salvador. Luego, ya como creyente, no puede experimentar el nivel de comunión que Dios desea, a menos que acepte y acate lo que Dios le tiene deparado, es decir, el propósito de Dios para su vida. Y ese propósito es el de conformarse a la imagen de Jesucristo. Podemos decir, por lo tanto, que el crecimiento espiritual llena los deseos tanto de Dios como del hombre.
El crecer es divertido pero difícil. Todos recordamos felices circunstancias cuando alcanzamos la edad adulta. Tampoco podemos olvidar las dificultades que tuvimos. Este curso, conforme el Espíritu Santo lo utilice para enseñarle, le ayudará a crecer. Puede esperar que sea un verdadero
desafío. A medida que crezca, tomará cada vez más clara conciencia de nuevos derechos y de mayores obligaciones y deberes en la familia de Dios. Todos nosotros deseamos que tal cosa ocurra. Que el siguiente versículo de las Sagradas Escrituras sea nuestro lema: «Cuando yo era
niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño» (1 Corintios 13:11).
Dios Desea que Crezcamos
Comenzaremos nuestro curso sobre el crecimiento espiritual considerando las razones que movieron a Dios para crear al hombre. ¿Nos hemos preguntado alguna vez, por qué, después de todo, creó Dios al hombre? Tal vez se nos haya ocurrido también preguntarnos: ¿Qué es lo que Dios
espera exactamente del hombre?
En la Creación
Varias veces Dios suspendió el proceso de la creación del mundo para contemplar su propia obra y cada vez vio que era bueno. Al sexto día, Dios creó al hombre de acuerdo a lo planeado. El hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27). Entonces Dios pudo mirar de
nuevo su obra y vio que era muy buena (Génesis 1:31). Sin el hombre la creación era incompleta. La creación del hombre completó el plan de Dios. Por medio de la comunión entre Dios y el hombre, satisfizo una necesidad básica de este último. Por medio de esta comunión el hombre podía
crecer en Dios, glorificarlo y completar el propósito de su creación.
«Temer a Dios» significa respetarlo y reverenciarlo. Por cierto que ello incluye reverenciarlo por el propósito que tuvo para con el hombre.
De la Caída a la Redención
Desgraciadamente la historia de la creación no termina con el cumplimiento del hombre del glorioso propósito que Dios tuvo para con él. Debido al pecado, el hombre cayó y se vio impedido de tener comunión con Dios y de glorificarlo. Los pensamientos del hombre caído se alejaron
totalmente de Dios. Sus deseos lo apartaron de Dios. Sus acciones a menudo fueron ofensivas a Dios. El pecado arruinó al hombre, impidiéndole la comunión con Dios que era justamente el propósito que tuvo Dios al crearlo.
Pero Dios amó al hombre y proveyó de antemano un plan de salvación. El plan de Dios consistió en restaurar la destruida comunión, valiéndose del sacrificio de su Hijo Jesucristo. Dios envió a su propio Hijo a morir por el hombre, para redimirlo y reiniciar la comunión perdida.
La semejanza de Dios en el hombre se vio dañada por la caída. Pero por medio de Jesucristo, Dios vuelve al hombre a su semejanza. Este es uno de los grandes temas del Nuevo Testamento. Nos asemejamos a Dios a medida que crecemos en la semejanza de Jesucristo.
De la Redención a la Madurez
La madurez puede ser definida como «el estado de haber completado, por medios naturales, el proceso de crecimiento y desarrollo.» Otra definición sería: «Perteneciente a una condición de pleno desarrollo como una persona de edad madura.» Como habremos de ver, los procesos naturales
que llevan a la maduración, pueden ser obstaculizados o facilitados. El ministerio de la iglesia de Jesucristo es el de ayudar a todo creyente a ser una persona madura a semejanza de Jesucristo. Esta verdad básica la leemos en Efesios 4:11-16, texto al cual habremos de dedicar más adelante casi un capítulo entero.
Deseo de Crecimiento del Hombre
Hay en lo profundo de cada hombre un verdadero anhelo por descubrir su razón y propósito de ser. Gran parte del desasosiego que afecta a la gente lo provoca la búsqueda de hallar sentido a la vida. Todo hombre necesita una meta. Aun los que no son salvos, se sienten ligados con el destino y la eternidad. El hombre busca y anhela una satisfacción que solamente puede hallar en plenitud cuando logra la comunión con Dios. La personalidad humana sólo puede adquirir su pleno desarrollo en una relación Dios-hombre que agrada a Dios. En tanto los hombres permanezcan separados o apartados de Dios, su deseo de crecimiento espiritual no será cumplido.
Existe una vaciedad en el interior de toda persona no salva que es como una señal de alarma colocada allí por el Creador. Cuando el hombre no cumple con los propósitos que Dios tiene para con él, experimenta una gran aflicción espiritual, que puede ser comparada al dolor físico provocado por la pérdida de un brazo o de una pierna. Muchas veces la gente halla en el pecado un escape para dicha aflicción espiritual. Lo temporal de este escapismo puede compararse con el alivio que ciertos medicamentos dan al dolor físico. La negativa del hombre de su necesidad de conocer y servir al
Creador, es un acto pecaminoso que impide el crecimiento espiritual.
Nuestro espíritu humano se parece, en cierto sentido, a la naturaleza de Dios. Solamente en nuestro espíritu somos verdaderamente semejantes a Dios. Es nuestro más preciado don, y es nuestro espíritu el que exige propósito.
Podemos afirmar que toda persona nace con una perentoria necesidad de crecer hacia una determinada meta. A menudo la persona siente esta necesidad en términos de intelectualidad, riqueza o posición social y promoción. Pero en realidad esta necesidad únicamente puede ser satisfecha por una adecuada relación con el Creador. La satisfacemos a medida que más nos asemejamos a él. Sólo entonces somos capaces de tener una verdadera comunión con Dios. La necesidad o deseo de crecer de todo hombre es una cualidad que sólo llega a ser un deseo divino, cuando el hombre concentra su atención en lograr el crecimiento espiritual.
Dirección del Deseo de Crecimiento del Hombre
¿Hemos presenciado alguna vez los esfuerzos destinados a ponerle dique a un río torrentoso? A veces resulta casi imposible hacerlo, por el tremendo poder y la fuerza de las aguas que complican notoriamente la tarea. Ese movimiento hacia delante tomó el nombre de dinámica. «Dinámica» es, por lo tanto, una fuerza interior que exige movimiento.
Dios ha colocado esta fuerza en el hombre. Pero al mismo tiempo Dios le permite al hombre escoger la dirección que habrá de darle a dicha fuerza. Podemos decir que el río del deseo que hay en todo hombre se desplaza en diversas direcciones buscando su curso. Las Sagradas Escrituras hablan del hombre sin Dios como «fieras ondas del mar» (Judas 13). Los que no son salvos utilizan esta fuerza dinámica con propósitos egoístas, que en última instancia son insatisfactorios. Nosotros los creyentes, por otra parte, debemos aprender a usar esta dinámica para buscar la madurez en Dios.
Dirección Basada en la Vida de Jesús
Jesucristo vino a nuestro mundo como revelación de la preocupación de Dios de que halláramos nuestro verdadero propósito. Jesús es un modelo de la correcta relación «Dios-hombre». Su integridad fue el resultado de una vida en correcta comunión con su fuente. Su vida, su muerte y su resurrección le abrieron al hombre el camino para cumplir plenamente su propósito. Lo que el pecado le robó al hombre, Cristo se lo devolvió. Por medio de la fe depositada en Cristo nacemos en la familia de Dios y descubrimos la correcta dirección para la dinámica de nuestro espíritu.
Dirección Basada en la Seguridad de la Salvación
Algunas personas creen que el hecho de haber nacido de nuevo constituye la meta Þ nal del creyente. ¡Pero el mero conocimiento de que somos creyentes no nos garantiza de ninguna manera una vida cristiana dinámica! Un vivir dinámico supone crecer y estar en permanente movimiento.
De la misma manera que un bebé recién nacido crece porque tiene vida, así también ocurre con el nuevo creyente. Ahora tiene la posibilidad de moverse en la dirección que Dios quiere que se mueva. Pero el crecimiento no es automático; el creyente tiene que querer crecer hacia la madurez cristiana.
Su primer paso hacia la madurez espiritual debe ser el creer que la muerte y la resurrección de Jesús fueron para el perdón de sus pecados. Su segundo paso es reconocer y confesar a Jesucristo como Señor de su vida. La persona que cree y confiesa, recibe el Espíritu de Cristo en su espíritu
humano como Maestro y Señor. Sólo entonces el Espíritu Santo le otorga un impulso o anhelo dinámico hacia el verdadero propósito del hombre. En la prosecución de este anhelo, el hombre hallará numerosos obstáculos. Pero a través de todos esos obstáculos, el hombre puede progresar con la ayuda del Espíritu Santo en pos del crecimiento espiritual en Cristo.
La frase que en 1 Corintios 3:23 dice: «Vosotros (sois) de Cristo», implica que Jesucristo es nuestro Señor y Maestro.
Dirección Basada en el Conocimiento del Crecimiento Natural
Nuestra vida en Cristo es semejante a una semilla. En la Biblia muchas veces se usan ilustraciones de plantas y de labranza para explicar el crecimiento y la madurez espiritual. Cuando nacemos de nuevo lo hacemos a partir de una simiente incorruptible. La Biblia describe esta especial simiente en 1 Pedro 1:23.
En 1 Juan 3:9 se habla de la simiente de Dios que permanece en nosotros los creyentes. Bien sabemos que en toda vida la energía potencial para el pleno crecimiento yace en la pequeña semilla. Por ejemplo, la energía potencial para el pleno crecimiento de la planta de trigo yace en la semilla de trigo. Resulta difícil imaginar y creer que un enorme árbol provenga de una pequeña semilla. Pero así ocurre. La naturaleza de la planta, contenida en la semilla, puede verse solamente por el proceso de crecimiento..
En el creyente recién nacido, la energía potencial para alcanzar la semejanza de Dios es la Palabra de Dios. Su nueva vida es una fuerza dinámica que puede, por crecimiento espiritual, avanzar hacia la madurez espiritual.
Debemos recordar que de la misma manera que Dios puede hacer crecer las semillas naturales, así también puede estimular el crecimiento de la simiente que yace en nuestro interior. Así como Dios requiere del labrador el trabajo necesario para lograr el crecimiento de la semilla natural, así
también requiere que el esfuerzo del creyente sea parte del proceso de crecimiento de la simiente espiritual que cada uno de nosotros tiene en su interior.
Observe particularmente, a través de la definición de madurez espiritual en este texto, que alcanzamos la plenitud espiritual por un proceso que es similar a los procesos naturales. La imagen de Dios en el hombre «el espíritu del hombre» es una fuerza dinámica que estuvo destinada a que
fluyera entre los márgenes de una apropiada y maravillosa comunión entre la criatura y su Creador. Y si bien es cierto que tal propósito fue destruido por el pecado, ese propósito puede ahora ser restaurado por medio de Jesucristo.
La Biblia nos dice con inconfundible claridad, que hay una vara para medir nuestro crecimiento espiritual como creyentes.
Es posible que nos hayamos planteado la siguiente pregunta: ¿Por qué será que el proceso del crecimiento espiritual no es un proceso más fácil? Nuevamente la respuesta la tenemos en la naturaleza. La semilla tiene muchos enemigos naturales. Puede ser enterrada demasiado
profundamente o demasiado superficialmente. El viento la puede arrebatar. La tierra puede ser pedregosa o llena de semillas de cardos. Muchos labriegos deben enfrentar tareas al parecer imposibles para lograr una cosecha. Permanece el hecho real de que la semilla siempre producirá, dadas ciertas condiciones óptimas.
El mayor enemigo de la semilla de semejanza a Dios del hombre, es Satanás. El es el enemigo de toda semejanza o reflejo de Dios en el mundo. Ideó la tentación que provocó la caída del hombre de su propósito original. Dirige una estrategia a escala mundial que procura mantener alejados del
evangelio a los hombres no salvos. Además, también entra en sus planes evitar que los creyentes evangélicos crezcan a semejanza de Jesucristo, es decir, evitar que alcancen la meta de la madurez espiritual.