Jesucristo: Un Modelo de Crecimiento

¿Recuerda el alumno alguna vez en que realmente agradó a sus padres o maestros con una clara evidencia de crecimiento? ¿Ha visto alguna vez a un niño de pie al lado de su padre imaginándose tener la misma estatura que él? En cierta oportunidad visitamos un hogar en el cual dos niños varones habían marcado en una pared la estatura de su padre. Por debajo de esa marca había varias marcas y fechas que indicaban el progreso de los niños. Ya hemos visto que nuestro Padre celestial desea que maduremos de modo que podamos tener comuniún con él. Tenemos que crecer para cumplir el propósito que tuvo Dios al crearnos a su imagen.

Pero tal vez el crecer como creyente es algo difícil de entender. Hasta podemos preguntarnos qué aspecto tiene el crecimiento espiritual. Los niños a los que nos referimos en el párrafo anterior tenían una clara meta visual. Conocían a su padre. Podían medir su estatura. No les resultó difícil imaginar su propio progreso y adelanto hacia su semejanza.

Este es nuestro propósito en esta lección. Queremos definir claramente el crecimiento y la madurez espiritual en términos de metas que podamos visualizar. La Biblia es un libro abierto. Muchas veces Jesús enseñó por medio de parábolas, que no eran otra cosa que ilustraciones tomadas de las experiencias cotidianas de la gente. Hemos de descubrir que las normas bíblicas para el crecimiento son claras y se relacionan con cada uno de nosotros.

FIJAR UNA META HACIA LA CUAL CRECER

Ya hemos visto en Efesios 4:13 que Dios quiere que seamos «personas maduras.» En el lenguaje original del Nuevo Testamento significa «humanidad madura» es decir, una persona plenamente crecida o desarrollada.

La palabra estatura adquiere relevante importancia. Significa «altura o cualidad lograda por el crecimiento.» Jesucristo no nació entre nosotros como un ser humano ya crecido, sino como un bebé, que tuvo que crecer al igual que todos nosotros.

Puesto que Jesús tuvo siempre una perfección espiritual inmaculada, constituye un perfecto modelo para nuestro crecimiento en todas las áreas de la vida (2 Corintios 5:21). Si bien es cierto que no podemos esperar alcanzar una perfección espiritual inmaculada, el querer semejarnos a Cristo es una meta realista para nuestro crecimiento espiritual, porque afanarnos tras una meta que escapa a nuestra posibilidad de alcanzar nos ayuda a lograr más que si aspirásemos a una meta inferior.

Vemos, pues por qué a Jesús muchas veces se lo menciona como «hermano.» (Hebreos 2:11, 12, 17.) También vemos el importante papel que juega en una familia el hermano mayor, por la influencia que ejerce sobre los demás hermanos menores, por ser el primero en «madurar» en una familia.

Lee cuidadosamente Hebreos 2:10 y cópialo en tu cuaderno de apuntes. Vemos que Jesús, habiendo crecido o hecho perfecto, es capaz de guiar a otros hijos a la plenitud del propósito de Dios. ¿No constituye esto un estímulo en nuestras propias luchas y afanes para crecer como creyentes?

OBSERVANDO COMO CRECIO JESUS

Hemos visto que Jesucristo debe ser nuestro ejemplo, y su estatura nuestra meta. Para ser específicos, la Biblia nos dice que Jesús creció o maduró en cuatro áreas básicas.

¿Podemos relacionar estas cuatro áreas con áreas en las cuales debemos crecer nosotros? ¿Entendemos ahora por qué el versículo que aprendimos en 2 Pedro 3:18 nos dice que debemos crecer «en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo?» A medida que aprendemos mayores detalles sobre su vida, entenderemos mejor la meta y el propósito de nuestra madurez como creyentes.

Madurez Física

La Biblia nos enseña que el desarrollo de los creyentes en el aspecto físico involucra conocer a fondo el propósito del cuerpo. El desarrollo físico, para el creyente, entraña la conducta del cuerpo de una manera que agrade a Dios. Los siguientes pasajes bíblicos nos ayudarán a entender esta área y a formar hábitos físicos que coinciden con nuestra condición de seguidores de Cristo: 1 Tesalonicenses 4:3-8; 1 Corintios 6:9-15,18,19; 1 Timoteo 4:8; Gálatas 6:7,8. Escriba estos pasajes en su cuaderno de apuntes bajo el título de «Físico.»

Madurez Mental

La mente humana es un don maravilloso de Dios. Sin embargo, ¿nos hemos dado cuenta de cuán difícil resulta mantener la mente bajo control? Es muy fácil permitir que la mente divague, y aun tener pensamientos impíos y anticristianos. No es de extrañar que Pedro les dijera a los seguidores de Cristo: «dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio» (1 Pedro 1:13). Jesús nos enseña que la mente es un verdadero problema en el área de nuestras vidas.

Madurez Social

El desarrollo espiritual entraña el aspecto social de nuestra vida, tanto como los aspectos físico y mental. Podemos anotar muchas áreas de nuestra experiencia social: la familia, los amigos, el matrimonio, las relaciones con el gobierno, los vecinos, etcétera. Sería imposible anotar o analizar en este curso todos los pasajes de las Sagradas Escrituras que se refieren a esta área.

APRENDER ACERCA DE LA IMAGEN DE JESUS

Ciertos principios bíblicos suelen ser difíciles de entender. Ya descubrimos que Dios nos puso aparte para llegar a ser «muchos hermanos» (Romanos 8:29). Tal vez nos formulemos la pregunta: «¿Cómo puedo parecerme a Jesús?» La pregunta surge cuando recordamos que Jesús fue inmaculado, y Dios en forma humana. Entendemos un simple pero importante punto: es en el papel de siervos en que nos asemejamos a Jesús.

¿Entendemos ahora por qué Pablo, Santiago, Judas y otros se identificaron a sí mismos como «siervos de Jesucristo?» Esa es la forma para llegar a asemejarnos a Jesús. No somos salvados del pecado tomando en cuenta solamente nuestra salvación, sino que somos salvados para servir. Aceptamos una relación de obediencia a un Señor, Jesucristo. Jesús se transforma en nuestro amo, y nosotros, siervos amantes, entregados a su voluntad. La salvación con sus alegrías, su victoria y su libertad es m·s que una experiencia. Por medio de la salvación llegamos a comprender en toda su dimensión nuestro propósito. Somos creados para glorificar a Dios. Nuestra meta es asemejarnos a Jesucristo y ver restaurada nuestra comunión con Dios. Tal relación llena el más profundo deseo de un propósito en la vida. Todos nosotros debemos declarar con el apóstol Pablo: «ya sea que yo viva o muera, ahora como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo.» (Filipenses 1:20).

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