Evidencia del Caracter Cristiano

Nos aproximamos al final de nuestro estudio. Esta última unidad tratará de las evidencias de que estamos en pleno crecimiento y desarrollo espiritual. Varias lecciones atrás relatamos la historia de dos niños que medían su crecimiento comparándolo con una marca hecha en la pared. La marca representaba la estatura del padre de los muchachos. Es normal e importante que contemos con medidas contra las cuales controlar nuestros progresos.

La palabra evidencia significa “algo que proporciona pruebas de una cosa.” Las Sagradas Escrituras contienen muchas claras enseñanzas sobre las evidencias cristianas. Bien sabemos que en los tribunales de justicia se presentan a menudo evidencias. Constituyen la prueba de la culpa o la inocencia de las personas sometidas a juicio. El juez o magistrado o (en algunos casos) un jurado formado por un determinado número de personas, debe pesar las evidencias. Tienen la responsabilidad de juzgar si las evidencias son o no son suficientes para tomar una decisión.

Alguien preguntó una vez: “¿Si estuviéramos sometidos a juicio por nuestra calidad de cristianos, ¿habría suficientes evidencias para condenarnos?” Esto es algo muy serio, ¿verdad? En un sentido la humanidad entera hace de jurado. Aún los incrédulos se dan clara cuenta si los seguidores de Cristo viven según lo que profesan ser. Esta lección trata de la más convincente evidencia de una vida cristiana madura: la manifestación del carácter de Jesús en la vida del creyente.

ASEMEJARNOS MAS A CRISTO

El creyente nace otra vez, como ya hemos visto, en el seno de una familia. El recién nacido espíritu (simiente) que está en él contiene la semejanza de Dios. Así como un bebé crece a semejanza de su familia, de la misma manera el creyente debe crecer a semejanza de Dios. Esa semejanza se vio en el rostro de Jesucristo. Jesús era Dios que vivía en forma humana. Dejó sentado un modelo que sirve a todo creyente como norma y pauta para el crecimiento espiritual.

Repasar las Metas

Repasemos las metas de nuestro crecimiento en el Señor. Para esto, pocos pasajes son tan claros en toda la Biblia como Romanos 8:29,30:

A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.

Lo que ya llevamos estudiado en este curso nos ha ayudado a entender cómo es ser semejantes al Hijo de Dios. En esta lección presentamos la más alta evidencia de todas. Es decir, el reflejo del carácter de Jesucristo en nuestro propio carácter y estilo de vida.

Otra importante descripción de la meta hacia la cual vamos en pos la tenemos en Efesios 4:13:

Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. (Cursivas del autor).

Observemos que el “conocimiento del Hijo de Dios” es un importante factor en el proceso del crecimiento espiritual. Hay tres niveles básicos de conocimiento. Podemos saber hechos respecto de personas con quienes no hemos entrado en contacto. El segundo nivel es cuando llegamos a conocer a una persona y trabamos relación con ella. Y el tercer nivel, el más importante de los tres, es cuando nos relacionamos estrechamente con una persona y llegamos a ser amigos cercanos.

Ahora haga una comparación entre su respuesta y la respuesta detallada dada al final de la lección. Es de esperar que esta sentida exclamación de Pablo también pueda ilustrar nuestro deseo de conocer a Cristo íntimamente, como medio de progresar espiritualmente a su semejanza. Es imprescindible que busquemos un conocimiento más estrecho de Cristo como ayuda para el crecimiento espiritual.

Pablo tenía como meta permanente de su vida el crecimiento espiritual. En Filipenses 3:12 afirma: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.” Sin embargo, pocos versículos después (Filipenses 3:15) Pablo se coloca en una categoría de desarrollo espiritual: “Todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios.”

Características de la vida de Jesús

Nuevamente decimos que nuestra meta es alcanzar la semejanza de Cristo. Dios quiere que lleguemos a ser como su Hijo. Podemos saber cómo es esa semejanza. Jesucristo vivió entre nosotros. “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). Aceptó su papel de siervo para cumplir los propósitos que Dios tuvo respecto de él. Ya hemos estudiado todo esto.

Repase este material en la lección No. 2. No continúe adelante antes de efectuar ese repaso.

Nuestro propósito es descubrir cuál es el carácter de Cristo. El carácter está conformado por las partes o rasgos de nuestra naturaleza esencial que nos distingue de los demás.

Cuando vemos el carácter de una persona, por sus palabras y sus hechos, vemos lo esencial de la persona. Los hijos de Dios cuentan con características básicas. Pueden provenir de distintas naciones, hablar distinto idioma y tener diferente color de piel. Sin embargo, cuando un verdadero seguidor de Cristo es estudiado u observado por un extraño, todos exhibirán los mismos rasgos. Ello prueba que todos ellos pertenecen a la familia de Dios.

Estudiar el carácter de Jesús demandaría toda una vida de esfuerzo. Es de esperar que eso haga precisamente usted. Pero en este curso simplemente llamaremos la atención sobre varios aspectos principales del carácter de Jesucristo. El primer rasgo que vemos en Jesús es su desprendimiento. Vivió toda su vida para la gloria y honra de su Padre. Juan 1:14 nos dice que cuando Jesús vivió entre nosotros, “vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre.” Cuando los hombres veían a Jesús veían la gloria del Padre.

En Hebreos 1:3 se habla de Jesús como de “la misma imagen de su [de Dios] sustancia.” Hasta los espíritus inmundos reconocían que era el Hijo de Dios (Mateo 8:29; Marcos 1:24; Marcos 3:11 y Lucas 4:41).

Aparte del carácter desprendido de Cristo, hubieron otras dos características prominentes en la vida de Jesús que nos sirven de modelo. A las dos se las nombra en Filipenses 2. Se trata de un pasaje que ya hemos estudiado. En el mismo se muestra a Jesús que tomó no solamente forma humana, sino también, por expresa decisión de su voluntad, el papel de siervo.

Estas cualidades del carácter de Jesucristo fueron notorias durante su ministerio. Hallamos muchos de los rasgos del carácter de Jesús de una manera más indirecta. Al leer y estudiar su vida vemos sus características de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.

A los rasgos que anotamos anteriormente se los llama, como ya sabemos, “fruto del Espíritu Santo.” Son lo que habremos de producir si nos entregamos a Dios y no a la naturaleza humano. Son algo así como ventanas de nuestras almas por las cuales Dios se revela al mundo. Jesús tenía todas las ventanas de su espíritu humano abiertas para exhibir al Padre al mundo entero.

SER COMO JESUS

Ser como Jesús resulta natural y, al mismo tiempo, difícil. Es natural, porque la propia “simiente” o naturaleza de Dios está en nosotros si hemos nacido de nuevo por el poder del Espíritu Santo. Esta simiente manifestará la semejanza de Dios a medida que crece en nosotros. Pablo expresó esta verdad cuando dijo que Dios, en amor, nos predestinó “para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efesios 1:5). Y es difícil “porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5:17).

Libre albedrío

Recordemos que Pablo dijo de Jesús, en Filipenses 2:7: “Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.” El espíritu del hombre, incluida la volición o voluntad, es el más elevado don del hombre. Está en todo creyente la simiente de la semejanza de Dios. Pero el creyente debe tomar la decisión de permitirle a Dios que su naturaleza se exprese brillando a través de él.

Es el deseo de Dios (expresado por medio del apóstol) que hagamos nuestras todas las virtudes y características que aparecen en las frases que usted encontró. Pero la elección depende íntegramente de nosotros. Pocos versículos más adelante (Efesios 4:1) tenemos el quid de la cuestión: “Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados.”

Hay una meta para la vida cristiana. También hay una norma. Pero es el creyente, individualmente, quien decide vivir según esa norma.

En numerosos pasajes de las Sagradas Escrituras se encuentra este principio de que es la voluntad del creyente la que determina los rasgos del carácter que exhibe en la vida. Cuando disponga de tiempo, le sugerimos que lea la epístola a los Efesios, versículo por versículo. Comprobará cuántas veces se hace un llamado a la voluntad. “Vestíos del nuevo hombre” (4:24); “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis” (5:15); “Vestíos de toda la armadura de Dios” (6:11), etcétera.

Este pasaje nos dice que Dios provee, pero que nosotros tenemos que querer hacer algo en nuestra propia vida respecto nuestra manifestación del carácter de Cristo. Es un pasaje largo, pero lo incluiremos en el texto:

Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su [de Dios] divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. (2 Pedro 1:3-8; cursivas del autor).

Observamos en este importante pasaje que el creyente tiene la responsabilidad de incorporar a su vida estos rasgos virtuosos. Además, se nos dice que Dios nos ha dado “preciosas y grandísimas promesas” y el “ser participantes de la naturaleza divina.” Vemos que es una cooperación entre nosotros y el don de Dios que está en nuestro interior. El poder para asemejarnos a Dios lo logramos por medio de nuestro nuevo nacimiento y nuestro libre albedrío. Tenemos que hacer algo para asemejarnos a Jesucristo.

Este equilibrio entre el don de Dios y la tarea que nos corresponde ejecutar a nosotros, lo vemos en otro importante pasaje de las Sagradas Escrituras: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12,13).

La salvación puede ser bien descrita dándole un sentido de totalidad: la consumación del plan de Dios para cada persona. A nosotros nos corresponde actuar, pero Dios debe capacitarnos y darnos el deseo de actuar. ¡Alabado sea el Señor por este maravilloso equilibrio!

Sometimiento al Espíritu Santo

En las lecciones 4 y 6 estudiamos el ministerio del Espíritu Santo. Recordemos que el Espíritu Santo fue el que capacitó a Jesús para llevar a cabo el propósito de su función humana. Jesús fue dirigido y ungido por el Espíritu. El hermoso carácter de Jesús solamente puede ser nuestro en la medida que el Espíritu controle nuestras vidas. El apóstol Pablo escribió a los gálatas: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25).

Cuando el Espíritu Santo controla la vida del creyente, producirá en él el carácter de Cristo El siguiente gráfico nos ayuda a visualizar las nueve ventanas de Gálatas 5:22,23, por las cuales vemos el carácter cristiano.

Recordemos que ser lleno significa “estar bajo el control o influencia de.” Mientras más permitimos al Espíritu de Dios que controle nuestras vidas, más semejantes a Jesús seremos en nuestro carácter y nuestra vida. Oportunamente el alumno debe leer íntegramente el libro de Hechos y subrayar toda ocasión en que se menciona que alguien fue llenado con el Espíritu Santo.

Estilo de Vida

Un día Jesús subió a un monte y se sentó a enseñar a la multitud que se había congregado para escucharlo (Mateo 5:1,2). Generaciones de creyentes han denominado estas enseñanzas con el nombre de “El sermón del monte.” Forman parte de este maravilloso sermón breves afirmaciones llamadas bienaventuranzas. La palabra bienaventuranza significa “la máxima felicidad o embeleso.” Lo que Jesús describió en estas breves afirmaciones fue un tipo o manera de vivir que de cumplirse redundaría en verdadera felicidad.

Cada una de las bienaventuranzas que aparecen en Mateo 5:3-10, describe una actitud del corazón y del carácter que el Espíritu Santo producirá en los creyentes que le permiten hacerlo. Estas actitudes producen crecimiento espiritual. Veamos brevemente las bienaventuranzas, en un espíritu de autoexamen, para ver en qué medida hemos sometido nuestros corazones al Espíritu Santo.

“Bienaventurados los pobres en espíritu” (v. 3). El Espíritu Santo nos ayudará a tener permanente conciencia de nuestra necesidad. Esta actitud de dependencia en Dios producirá ricas recompensas.

“Bienaventurados los que lloran” (v. 4). Se refiere a una actitud de tristeza por todo aquello que impide que Cristo sea glorificado en nuestras vidas. Es la piadosa tristeza de la confesión y del arrepentimiento.

“Bienaventurados los mansos” (v. 5). La propia naturaleza y actitud de Jesús demuestran humildad y sumisión a la voluntad de Dios. La humildad es la característica más fácilmente reconocible de un siervo de Jesucristo.

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (v. 6). Esta es la cualidad de la obediencia. De la misma manera que lo dijo Jesús, debe decirlo el creyente: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10:7).

“Bienaventurados los misericordiosos” (v. 7). He aquí la generosa actitud del perdón y de la gracia de Dios. Es inadmisible que los creyentes alberguen sentimientos de amargura y resentimiento en sus corazones. Nuevamente aquí es una cualidad obvia de la vida cristiana.

“Bienaventurados los de limpio corazón” (v. 8). Si lo más íntimo de nuestros corazones no está ocupado con deseos de naturaleza humana, mejor será nuestra visión de la realidad de Jesucristo.

“Bienaventurados los pacificadores” (v. 9). He aquí la característica de un corazón generoso que se preocupa y se compadece de los demás.

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia” (v. 10). He aquí la cualidad de regocijarse en todas las cosas. El creyente puede reconocer el amor y el cuidado del Padre en cada paso de su experiencia.

El carácter de Cristo en la vida de un hombre es la mayor evidencia de que dicho hombre es un creyente espiritualmente desarrollado. La Biblia nos dice que los creyentes fueron llamados cristianos por primera vez en la ciudad de Antioquía. Hasta ese momento y por varios años más, se los conocía simplemente como “los del Camino.” Antioquía era por aquel entonces la capital universal del tráfico de esclavos. Los esclavos adquirían el nombre de sus amos agregándole la partícula “-iano.” Tal vez el mundo incrédulo vio en esta gente “esclavos de Cristo.” Sea o no sea así, lo cierto es que no hay mayor honor que ser llamado cristiano. Nosotros sabemos que la palabra cristiano denomina a “un siervo del Señor Jesucristo.” Significa estar conformado a su propia imagen y naturaleza.

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