Motivaciones para el Crecimiento

Crecer es una tarea difícil y al mismo tiempo emocionante. Recordamos el caso de un niño a quien la madre ayudó a plantar unas semillas. La señora quería que el niño experimentara el proceso del crecimiento. Un día el niño se acercó a su madre llorando, “ Mamá, mi semilla no quiere crecer. Todos los días la saco para verla ¡y no está creciendo!” No es de extrañar, nos decimos. Sin embargo, muchas veces somos así. El crecimiento requiere tiempo, dieta apropiada y buena tierra. Para el creyente la tierra es nuestro espíritu humano y nuestra voluntad. Si cooperamos con el Espíritu Santo, nuestro crecimiento será natural y continuo.

Muchas veces los padres y los maestros recurren a recompensas para estimularnos a crecer. Estos premios toman el nombre de incentivos. Incentivo es algo que nos mueve a la acción. La Biblia nos muestra muchos de los incentivos provistos para el desarrollo espiritual. Algunos son recompensas que logramos inmediatamente al comenzar a crecer. Otros los obtenemos sólo después de paciente espera. Pero cada uno de esos incentivos reviste importancia. Esta lección lleva la intención de mostrarnos algunas de esas recompensas bíblicas.

METAS DE ALCANCE INMEDIATO

A veces se acusa a los cristianos de ser “poco aterrizados.” Con ello quieren significar, quienes así opinan, que los creyentes piensan más en términos del cielo que de la tierra. La Biblia, sin embargo, exhibe un panorama equilibrado de cosas que se relacionan con el cielo y cosas que se relacionan con la tierra. Habla tanto del aquí  y ahora, como del allá y después. Crecer en Cristo ofrece recompensas maravillosas e inmediatas. El Espíritu Santo nos las presenta como incentivos para impulsarnos hacia nuestras metas en Dios.

Aspirar al crecimiento

Todo individuo quiere crecer tan pronto como sea posible. Llegar a ser adulto representa independencia. Será una etapa de deberes y de privilegios adicionales. La edad adulta espiritual representa un incentivo verdadero y real para el crecimiento espiritual. Vimos en 1 Juan 2:12,13, que el pasaje de “hijitos” a “jóvenes” y a “padres” reviste gran importancia.

El deseo de ser adultos, y el temor de no crecer, debieran obligarnos a tomar varias e importantes decisiones. Debemos estar dispuestos a separarnos y abandonar los hábitos, el lenguaje y el comportamiento infantiles. Recordemos que Jesús elogió un espíritu “infantil,” (Mateo 18:2-5). Pero hay una gran diferencia entre ser infantil, como lo quería Jesús, y ser animado.

Primera de Corintios (13:11) nos dice que debemos dejar atrás el lenguaje, los pensamientos y la mentalidad infantiles. Es posible que nuestra manera de ser infantil se pone de relieve principalmente en nuestras exigencias de que los demás hagan cosas para nosotros. Esta actitud revela egoísmo en lugar de preocupación por los otros, y es siempre tomar más bien que dar.

Además, debemos crecer a un nivel más elevado de conocimiento: el de la comprensión. Comprender significa avanzar más allá de la simple memorización, para poder aplicar conocimiento y verdad en el diario vivir de nuestra existencia. El niño aprende al comienzo solamente palabras, pero el hombre aprende qué cosas decir y en qué momento decirlas.

Existen tres grandes deseos para nuestro crecimiento espiritual. En primer lugar, nuestro Padre celestial ansia que alcancemos plena madurez como hijos. A raíz de ello, puede tener una más estrecha comunión con nosotros. Nuestra condición de adultos espirituales glorificará a nuestro Señor.

Un segundo deseo para nuestro crecimiento espiritual se refiere a la iglesia y a sus dirigentes. El apóstol Pablo expresa su preocupación en Colosenses 1:28. Dice que “anunciamos [a Cristo], amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jes ̇s a todo hombre.”

En tercer lugar, debido a su necesidad de crecer, la gente desea su propio desarrollo espiritual. La madurez es la terminación del crecimiento, el haber alcanzado la edad adulta. Debemos buscar ansiosamente el desarrollo espiritual para poder realizar tareas especiales y recibir privilegios también especiales (bendiciones) que requieren madurez espiritual.

Conocer el bien y el mal

¿Nos hemos detenido alguna vez para ver gatear a un bebé? Lleva a su boca todo lo que encuentra. Puede ser comestible o puede ser veneno. No tiene desarrollada su capacidad para juzgar entre lo que es bueno y lo que es malo para comer. También corre peligro cuando juega con diversos objetos. Un palo u otro objeto cualquiera puede dañar seriamente a una criatura. Al crecer, aumenta nuestra capacidad de usar el buen juicio. Este tipo de desarrollo nos ayuda a distinguir entre lo correcto y lo incorrecto.

Hay un peligro definido y bien concreto para los creyentes que no crecen. Muchas veces leen u oyen de falsas enseñanzas. Debido a su inmadurez no se dan cuenta de su falsedad. Son candidatos para el engaño. A Satanás le resulta fácil confundir a los creyentes pueriles o infantiles.

¿Vemos ahora por qué debemos crecer en nuestra capacidad de conocer la diferencia entre el bien y el mal ¡Reviste capital importancia, para cada uno de nosotros, distinguir entre el bien y el mal! Necesitamos crecer “en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,” (Efesios 4:15). De esta manera evitamos los desastres de la inmadurez.

El pasaje en Hebreos 5:14 nos dice que es por medio de la práctica, o la ejercitación, que la gente adquiere la capacidad para “el discernimiento del bien y del mal.” Nuestra palabra “gimnasio” proviene del vocablo griego “practicar” o “ejercitar.” De la misma manera que el atleta se ejercita en el gimnasio, así tenemos nosotros la necesidad de incrementar nuestra capacidad para distinguir entre el bien y el mal por medio de la práctica del bien. Debemos crecer por la práctica de la Palabra de Dios: examinar y hacer las cosas a la luz de la obra de Dios.

Recibir y servir

Una de las peores consecuencias de la inmadurez es que nos hace perder importantes mensajes. Muchas veces le decimos a un niño: “No te puedo explicar esto a ti, porque no lo entenderías.” Sin embargo, los niños quieren saber el “por qué” y el “cómo.”

Este es el clamor del escritor de la carta a los Hebreos: “Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír” (Hebreos 5:11). La Epístola a los Hebreos tuvo como destinatarios a gente que corría un grave riesgo espiritual. Estaban perdiendo su camino espiritual. Había un mensaje que podría haberles ayudado muchísimo. Pero su inmadurez impedía que lo recibieran.

En razón de que habÌa que repetir las primeras lecciones, no se podían dictar nuevas lecciones. ¡Qué triste! De ninguna manera resulta fácil la enseñanza plena de la doctrina cristiana. No se puede enseñar y aprender en un día. El apóstol Pablo también tenía un deseo para los creyentes efesios. Quería verlos crecer. Sólo entonces podrían REALMENTE entender lo maravilloso que es ser un creyente en Jesucristo.

Al adquirir madurez en esta experiencia cristiana, estaremos capacitados para recibir maravillosas enseñanzas por el Espíritu Santo. La Palabra se torna extraordinariamente real y, además, constituye un medio de enseñanza. El creyente no puede permitirse el lujo de perder grandes mensajes llegados de Dios por su Espíritu y por su Palabra, y por ello debe abrir su mente para recibir estos mensajes.

Dios quiere que maduremos y estemos bien equipados para su servicio. Esta es una gran razón por la cual en esta vida presente debemos procurar a todo costo el desarrollo espiritual.

METAS DE LARGO ALCANCE

¿Disfrutamos de los testimonios personales? Personalmente nos encanta escuchar los testimonios de creyentes mayores. A su edad han logrado probar la gracia de Dios. Además, están más cerca del final de sus vidas. Pronto habrán de ver directamente a su Señor. Ven la vida desde una mejor perspectiva. Para muchos de nosotros los incentivos que hemos estudiado parecen más reales. Pero la Biblia enseña claramente tanto las metas inmediatas como las metas mediatas para el crecimiento espiritual.

El apóstol Pablo testifica sobre el aspecto de la distancia en el proceso del crecimiento espiritual. “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7).

Pablo ve la vida cristiana como una carrera. Ve la necesidad de no perder de vista la meta. ¿Hemos participado alguna vez de una carrera o de alguna otra competición atlética? El ganador es habitualmente el mejor entrenado. Decimos: “Es capaz de correr toda la carrera. Su cuerpo ha sido fortalecido por el ejercicio.” De la manera que los atletas se entrenan para una competencia física, así también debemos entrenarnos para alcanzar las más distantes metas de una vida piadosa que requieren un gran desarrollo espiritual.

Un atleta bajo entrenamiento tiene que fortalecer su cuerpo para la carrera, por medio del ejercicio físico. La Biblia prescribe la disciplina, tanto física como espiritual, para la carrera de la vida. “Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha” (1 Timoteo 4:7,8). El creyente acepta duros encargos, porque tiene a la vista la meta final.

Ser útiles

El ser útiles puede ser clasificado como una meta algo distante. “Pero”, podrá preguntarse alguno, “¿no es ser útiles a Dios una meta inmediata?” En un sentido el creyente está siempre a disposición de Dios. La vida cristiana, desde un comienzo, es una vida de servicio. El nuevo creyente puede hacer obras para Dios. Sin embargo, a medida que maduramos en Dios, nos preparamos para mayores responsabilidades.

En nuestro hogar a los niños les hemos dado tareas que hagan desde su más tierna infancia. Lo hemos hecho así para enseñarles el sentido de la responsabilidad. La calidad de su tarea, al comienzo, dista de ser buena. Pero es bueno para ellos que trabajen. Al crecer mejora la calidad de lo que hacen. Puede confiarse en ellos para encargos más importantes.

Dedicaremos más adelante un capítulo entero al tema de nuestra utilidad. Por el momento bástenos saber que nuestra meta es ser totalmente útiles. Dios capacita a algunas personas para llevar a cabo ciertas y determinadas buenas obras y a otras otro tipo de obras. Nos quiere preparar para ejecutar toda índole de buenas obras que él disponga que hagamos. Debemos anhelar ser embajadores graduados para Dios, preparados para toda comisión que nos encargue, confiables y dispuestos.

Semejar a Jesús

Otra meta es parecernos cada vez más a Jesús. El creyente tiene un deseo inmediato para esto. Pero esta particular meta del desarrollo espiritual es un proceso que dura toda la vida. Como ya lo hemos visto, ésta es una obra del Espíritu Santo. El creyente debe decidir permitirle al Espíritu Santo que controle su personalidad, sus emociones, su intelecto y su voluntad. El Espíritu nunca cesa en su tarea de lograr la madurez del sumiso creyente para asemejarlo cada vez más a Cristo.

Asemejarnos a Jesús es una meta importante, a la cual dedicaremos íntegramente una lección en la Tercera Unidad. Aquí la trataremos brevemente. Jesucristo nos amó y compró nuestra libertad con su sangre. Conocerlo y asemejarnos a él es una meta de todos los días, hasta el final de nuestras vidas.

Para reflejar la gloria del Señor tenemos ante nuestra vista, permanentemente, su belleza, su plenitud y su obediencia. Física, mental y espiritualmente, debemos tener “puestos los ojos en Jesús” (Hebreos 12:2), para poder reflejar una dimensión de su semejanza ahora, y una mayor dimension a medida que maduramos en él. ¡Qué desafió para el resto de nuestra vida! Pero diremos más al respecto en la octava lección.

Prepararse para la prueba final

Hay un gran incentivo para la maduración de los creyentes que rara vez se menciona. Infinidad de evangélicos saben poco, por no decir nada, del juicio de Dios a los creyentes. Como experiencia personal, permanentemente viene a mi memoria un momento muy especial de cuando cursaba mis estudios preuniversitarios, y una vez retorné a clase luego de una ausencia de varias semanas. Entré justamente el día en que se tomaba una prueba de examen de la mitad del semestre. ¡Tremendo! No había leído el tema y ni siquiera sabía el área de material a ser cubierta. ¡Pero tenía que rendir la prueba! Esa será la situación con respecto a incontables creyentes. Nuestro Profesor celestial nos ha dicho con toda claridad cuáles son los requerimientos y cuidadosamente nos anunció el tiempo y el tipo de examen. Es importantísimo que los creyentes de hoy en día tomen en cuenta estas verdades. Afecta sus prioridades, sus motivaciones y la vida cristiana en todo respecto. Rogamos a Dios para que este estudio lo prepare y lo alerte para la prueba.

¡Lea los siguientes pasajes de las Sagradas Escrituras que describen este evento eternamente significativo!

Tú [que comes solamente legumbres], ¿por qué juzgas a tu hermano? … Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí (Romanos 14:10-12).

Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo (2 Corintios 5: 9,10).

Observemos atentamente las siguientes expresiones. En Romanos 14:10-12 “cada uno de nosotros” deberá comparecer en este juicio “y dará a Dios cuenta de sí.” En 2 Corintios 5: 8: “Confiamos”; versículo 9: “procuramos,” y versículo 10: “es necesario que todos nosotros comparezcamos.” ¡Estos son los pronombres de la familia de Dios! No se trata de “ellos,” sino de “nosotros,” pronombres utilizados con referencia al cuerpo de creyentes.

Otro asunto de importancia que debemos analizar en lo concerniente a nuestra comparecencia ante este tribunal examinador, es lo que hace a la opción. ¿Será por elección? ¿Podemos, de alguna manera, evitarlo? Romanos 14:10 dice que “todos compareceremos,” y el versículo 12 dice que “cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.” 2 de corintios 5:10 dice que “es necesario que todos comparezcamos.” La forma imperativa de estas expresiones no deja lugar a dudas sobre la certeza de que tenemos que comparecer obligatoriamente a la cita.

Debemos eliminar toda interpretación errónea sobre esta evaluación. Este tribunal nada tiene que ver con nuestra salvación. En realidad, como ya lo hemos expresado, es un asunto de familia. No habrá allí ningún incrédulo. La palabra bema, en el original griego, se refiere literalmente a una plataforma elevada como la que ocupaban los jueces deportivos en las competencias griegas, y desde la cual observaban a los contendientes y premiaban a los ganadores. Ese asiento específico era conocido como el “asiento de la recompensa” y nunca tuvo la connotación de una decisión judicial. No será un lugar donde entra en juego la salvación de los creyentes. Es un lugar de inspección, examen, recompensa y pérdida, sobre la base de la vida vivida en la tierra.

Hemos afirmado que todo creyente es llamado para ser semejante a Jesucristo. Jesús vivió su vida de acuerdo a la voluntad de su Padre y halló su completo gozo en ese cumplimiento. Tomó sobre sí mismo, según Filipenses 2, la forma de siervo. Los creyentes son llamados a asemejarse a él, a ser sus hijos y siervos. Vemos con toda claridad que este bema será el juicio del nivel de servidumbre que alcanzaron los creyentes bajo el señorío de Jesucristo. Esta verdad se hace cada vez más obvia y evidente a medida que hojeamos las páginas de las Sagradas Escrituras.

Todo labriego tiene que cumplir un cielo de comprar, sembrar, trabajar la tierra y esperar la recompensa de su trabajo con viva anticipación. A un gran precio compró Dios y labró la tierra de nuestras vidas y él espera resultados. Los resultados representar·n un factor importante en ese día de juicio.

Veamos dos pasajes escritos por el apóstol Pablo a dos iglesias diferentes, pero que contienen muchas enseñanzas similares dirigidas a esclavos y a siervos en las iglesias:

Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales . . . no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre (Efesios 6:5-8).

Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas (Colosenses 3:23-25).

En realidad estos pasajes están dirigidos a todos los creyentes. Nosotros somos siervos de Jesucristo. El nos promete que llegará el momento de la recompensa por nuestra fidelidad, pero nos advierte que recibiremos el pago por el mal que hayamos hecho.

Según Romanos 14:12 los creyentes deber·n rendir cuentas de sí mismos ante Dios. Cuenta es una palabra que sugiere poner sobre el tapete nuestras bendiciones y oportunidades y compararlas con las ganancias que presentamos a nuestro Dios. Este concepto también figura en 2 Corintios 5:9,10. Veamos nuevamente este pasaje de las Sagradas Escrituras. Dice que todos los creyentes deberán comparecer ante el Señor. En aquel momento se pasará revista a los resultados de toda una vida. Evidentemente esto no significa hacer un recuento de pecados. La sangre de Cristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado. El pecado solamente entra en escena en la medida que nos haya impedido ser un campo de buena tierra, un edificio valioso, y la imagen de Jesucristo que el Espíritu Santo procuró que fuésemos. Pero no tratemos livianamente este punto. Será un instante terrible. La preocupación por el “terror” de ese momento debe significar un notable estímulo a los creyentes, para que hagan la obra y cumplan la voluntad de Dios.

Aun en este curso, parte del incentivo para aprender es el examen o prueba. Pablo deja entrever claramente que el ser examinado por Jesucristo, que se dio a sí mismo por nosotros, será para algunos un verdadero mal rato. Será particularmente embarazoso y humillante para los creyentes que recibieron la gracia de Dios, pero que no produjeron fruto.

¿Recordamos nuestro estudio en 1 Corintios 3? Volvamos las páginas de 1 Corintios 3:9-15. En uno de los ejemplos, Pablo compara al creyente con un edificio. Cristo es el único y solo fundamento para este edificio. Por lo tanto, todos los creyentes comienzan con el mismo fundamento. El creyente empieza luego a edificar sobre ese fundamento y edifica, ya sea descuidadamente, o con fina artesanía; escoge bien sus materiales, o edifica con materiales baratos. Según el apóstol, algunos utilizan oro, plata o piedras preciosas; en tanto que otros usan madera, heno u hojarasca. ¿Podemos acaso dudar sobre el significado de esa comparación? Luego, el mensaje se torna directo (más que simbólico):

La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará (1 Corintios 3:13).

He aquí un cuadro claro. Todo creyente comienza a levantar su edificio sobre Jesucristo, el fundamento, cuando lo recibe como Señor y Salvador. Los materiales para su edificio toman forma de sus actividades, de sus actitudes, preferencias, prioridades, madurez, carnalidad, carácter cristiano o falta del mismo, cosas que hace que afectan a Dios y a él mismo, doctrina, uso de sus finanzas, mayordomía de sus bienes y de su tiempo, palabras, h·bitos, motivaciones, calidad de su servicio a sus semejantes, etcétera.

La lista parece interminable. Todos los días escogemos materiales y añadimos a la estructura. Pero llegará para nosotros el momento de la inspección. El examen de lo que hemos edificado será tan severo que el apóstol lo compara a una prueba de fuego.

Toda construcción in útil, descuidada, discrepante a Cristo, egoísta y carnal será rápidamente consumida. Algunos creyentes hacen un uso tal de sus vidas, que cuando sus obras sean probadas, nada quedará. Sus obras serán sin recompensa. Será como si nunca hubiesen edificado sobre su salvación. Otros experimentarán pérdida, pero hallarán que el fuego es impotente para consumir lo que permanece de auténticas obras. Esos serán recompensados. ¡Y qué mejor recompensa que saber que edificamos sabiamente sobre el fundamento que nuestro bendito Señor proveyó para nosotros a costa de su propia vida!

A decir verdad, toda porción de las Sagradas Escrituras que explica cómo desea Dios que viva el creyente, formará parte de la evidencia cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo. Así lo indican pasajes tales como Colosenses 3, Romanos 14 y 1 Corintios 4:1-5. Es probable que nos preguntemos: ¿Y esto, dónde me coloca a mí? Qué debiera hacer yo? He aquí varios puntos a considerar:

En primer lugar, no debe sorprendernos que una salvación tan costosa confiada en manos del hombre exija el rendimiento de cuentas. Leamos las parábolas del Señor y pensemos en ellas. ¿Cuántas de ellas se refieren a siervos a quienes se les encomendaron responsabilidades, y eventualmente se presentaron al Señor para rendir cuentas? Debemos plantearnos la siguiente pregunta: Esta reseña bíblica del tribunal de Cristo, ¿nos hace más conscientes de nuestra responsabilidad por haber recibido una salvación tan grande?

En segundo lugar, se infiere claramente de las Sagradas Escrituras, que el creyente que tiene clara conciencia del futuro tribunal de Cristo, puede efectuar cambios en las prioridades de su vida, que harán que el “examen” le sea más favorable. Por ejemplo, consideremos cuidadosamente el mensaje en 1 Corintios 11:31,32: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seriamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.”

Podemos examinar nuestras vidas en preparación para el futuro juicio. Podemos cambiar actitudes, revisar motivaciones, y redirigir nuestras energías hacia las cosas que importan mucho a los ojos de Dios. Sobre todas las cosas, podemos permanecer abiertos al Espíritu Santo, que nos guiará a una vida de servicio fructÌfera y espiritual.

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