Ilustraciones de Crecimiento

Jesucristo es el principal modelo de madurez espiritual en toda la Biblia. Es nuestro hermano mayor. Tomó la forma de siervo y obedeció a su Padre a la perfección. Se humilló a sí mismo hasta la muerte en la cruz. Nosotros, los seguidores de Cristo, hemos de conformarnos a la imagen de Jesucristo. Esta es la eventual meta de la madurez espiritual. Esto ha sido revelado por la Palabra de Dios y por el Espíritu Santo. La “semejanza de Jesucristo” se aplica a las partes física, mental y social de nuestra vida como asimismo a la parte espiritual.

Pero también de otras maneras la Biblia ilustra nuestro desarrollo espiritual. En esta lección estudiaremos varias otras ilustraciones. Ellas incluirán la familia, la labranza y la edificación. Nuestro propósito es ver el concepto del crecimiento espiritual de la manera más clara posible.

Hemos visto alguna vez, seguramente, una montaña o un monte elevado. A la distancia nos parece que está cerca. Pensamos que podemos alcanzarla en poco tiempo. Pero al aproximarnos a la misma parece ampliarse la distancia que nos separa de ella. A veces a esto le damos el nombre de perspectiva o punto de vista. Procuramos ver nuestro tema desde varias perspectivas, desde varios enfoques. Permitámosle al EspÌritu Santo que nos brinde una perspectiva particularmente real.

CRECEMOS EN UNA FAMILIA

Toda vida humana proviene de padres. Tiene que haber un padre y una madre que le han dado vida, y que tienen la responsabilidad de cuidarla. El ser humano recién nacido requiere una gran dosis de cuidado.

Comenzamos como recién nacidos

¿Hemos observado recientemente a un recién nacido? Pensemos en la cantidad de cosas que hay que hacer para que la criatura se mantenga viva y con buena salud. Los padres proveen de buena gana las necesidades del pequeño, sabiendo que, eventualmente y con el tiempo, crecerá. Un nuevo creyente ha “nacido de nuevo” (Juan 3:3). Las Sagradas Escrituras se refieren a él como un niño. Debe alimentarse con alimentos espirituales para crecer de la infancia espiritual a la madurez espiritual.

Cambiamos de dieta

Las Sagradas Escrituras manifiestan, con absoluta claridad, que los creyentes no han de permanecer como niños espirituales, ni seguir bebiendo leche espiritual. Examinemos varios pasajes bíblicos que serán explicados en detalle más adelante.

Pero tal vez nos preguntamos cuál es la diferencia entre la leche espiritual y el alimento espiritual sólido. Preguntémonos de dónde proviene la leche. Sabemos que proviene de un cuerpo que ha ingerido alimentos sólidos que le permiten producir leche. La leche ha pasado por el sistema digestivo de otro: la madre, por ejemplo. La leche, para el creyente, es una verdad espiritual primaria, en contraposición a la más avanzada verdad espiritual. La comprensión de verdades más avanzadas se adquiere por la aplicación práctica de verdades primarias ya conocidas (1 Juan 1: 6,7).

Pablo continúa diciendo en este versículo: “Cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.” ¿Todavía nos acordamos de cuando un día guardamos los juguetes con que jugábamos y la ropa que usábamos de niños? No fue fácil hacerlo. El crecer puede ser doloroso.

Aceptamos distintos papeles

En muchos lugares de la Biblia leemos respecto de la preocupación de Dios para que el creyente alcance plena estatura espiritual. Es así que Dios quiere que el creyente conozca en profundidad el propósito que él tiene para con sus hijos. Los apóstoles compartieron este corazón ansioso del Padre. Particularmente Pablo y Juan procuraron guiar al creyente, al pasar de la niñez a adulto joven y a la paternidad.

¿Recordamos los cambios de deberes y obligaciones que sufrimos en nuestra familia a medida que crecíamos? ¿Somos nosotros mismos padres y madres? En caso afirmativo, el enfoque que tenemos de la vida difiere notoriamente del que teníamos en nuestra niñez o en nuestra juventud. El apóstol Juan escribe desde la posición de un padre espiritual en 1 Juan 2:12,13.

Podemos ver claramente en 1 Juan 2:12,13 que las situaciones son distintas en cada uno de los tres niveles de madurez. Los niños reciben el perdón de sus pecados; los jóvenes realizan un acto sobresaliente en su victoria contra el mal, y los padres conocen mejor a Dios que los demás. Los niños figuran como los más dependientes, los jóvenes como los más activos, y los padres como los más maduros. Los padres han alcanzado el pleno conocimiento de Dios y de sus propósitos.

Fácilmente se percibe que en este pasaje están representados los tres niveles de crecimiento en la familia de Dios. Las tres cosas incluidas en el proceso de nuestro crecimiento espiritual son alcanzar un nivel de conocimiento más alto, aceptar mayores responsabilidades, y realizar deberes más significativos. Tal como hemos visto, el crecer significa “abandonar,” abandonar las cosas infantiles para alcanzar mayor estatura.

SOMOS COMO UNA VALIOSA GRANJA

Sabemos que hay terrenos de labranza o de hacienda ganadera más valiosos que otros. Especial valor adquiere una buena tierra de labranza, bien regada, o una especial para pasturas. La vida del granjero gira alrededor de ese terreno. Lo limpia y lo ara, lo siembra y lo cultiva, lo riega y espera. La cosecha es su recompensa. Ha trabajado duramente por muchas horas. El granjero merece la alegría de una buena cosecha. ¡Cuán triste es cuando sus esfuerzos son vanos y la tierra o el clima le roban su recompensa!

Pertenecemos a Dios

La Biblia se refiere frecuentemente al pueblo de Dios como la viña o el campo del Señor (Isaías 5:1-7; Jeremías 12:10). Dios nos ha escogido y somos su campo. Cuidadosamente plantó su semilla en el terreno de nuestra vida. Espera y merece una cosecha. Espera nuestra madurez con la misma ansiedad que el granjero observa lo que ha sembrado.

Efesios 3:17,18 es una oración elevada por el apóstol Pablo para que los creyentes puedan hundir sus raíces en el amor, a fin de que ellos puedan “comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo.” Tener hundidas nuestras raíces en el amor de Dios significa que pertenecemos a Dios, y continúa la analogía entre los creyentes y una granja de gran precio. El amor de Dios, como buena tierra vegetal, ayudará al crecimiento. En este pasaje Pablo ora por lo que Dios espera de nosotros: desarrollo espiritual.

Desempeñamos nuestras responsabilidades

A los creyentes se los describe a veces como los cuidadores del campo de Dios. Tienen una responsabilidad que cumplir como labriegos en el campo de Dios. Recordemos haber leído en 1 Corintios 3 que Pablo plantó la semilla, Apolos la regó, etcétera.

La respuesta a la pregunta anterior significa que podemos preparar la tierra espiritual de nuestra vida para recibir la semilla de Dios. Tal vez nos formulemos la pregunta de cómo arar el campo de nuestra vida. Arar consiste en romper la tierra para eliminar su dureza. De esa manera tanto la semilla como la humedad pueden introducirse en la tierra y se producirá el crecimiento. El quebrantamiento en la vida del creyente es el resultado de responder en humildad a la convicción de Dios. Tal respuesta mantiene preparada la tierra vegetal de su corazón. El Espíritu Santo fielmente dirá o mostrará (convencerá de culpa) a nuestro espíritu cuando algo está mal.

¿Recordamos alguna fecha reciente en nuestra vida en que el Espíritu Santo nos convenció de culpa? Tal vez fuera por algo que dijimos. O pudiera ser que estábamos enojados o amargados con otro creyente. ¿Cómo respondimos a ello? ¿Pedimos perdón o nos disculpamos? ¿Resistimos al Espíritu Santo en esa ocasión? Una actitud de quebrantamiento en verdadera humildad, responde con arrepentimiento al dedo acusador de Dios.

Arrepentimiento significa “apartarse de.” En la siguiente oración hallamos una ilustración de quebrantamiento y arrepentimiento en respuesta a las acusaciones de Dios: Te doy gracias, Espíritu Santo, por señalarme este pecado. Siento en el alma haber cometido esta mala acción. Me arrepiento y me aparto de ello. Te doy también las gracias porque estoy perdonado por el precio del sacrificio de Jesucristo. Te alabo, Padre.

Por el quebrantamiento y el arrepentimiento la tierra fértil de nuestra vida se mantiene abierta y permeable, lo cual permite el crecimiento espiritual.

SOMOS UN EDIFICIO DE DIOS

Es posible que cerca de donde vivimos se levanta un gran edificio. ¿Supera a todos los demás en tamaño? ¿Está construido del mejor material? Sin duda fue edificado con la habilidad y la prolijidad de obreros especializados. Su perfección demuestra que fue edificado ajustándose estrictamente a los planos del proyecto. A la gente le gusta contemplarlo. Otros edificios son construidos más rápidamente, con menor capacidad técnica y con materiales no tan costosos. Son menos durables. Cualquiera puede ver la diferencia.

Vimos anteriormente que somos tanto el campo de Dios como el cuidador de su campo. Ahora comprendemos que somos tanto su edificio como sus edificadores. Resulta significativo que el hombre puede ejercitar su propia y libre voluntad en la elección de los materiales que utiliza en la edificación del edificio de Dios. En un sentido, el gran edificio sobre el cual estamos trabajando es la iglesia (el cuerpo de Jesucristo en el mundo, no un edificio físico). En otro sentido, nuestro propio cuerpo se asemeja un templo.

Cómo edificar el edificio de Dios

Todos los días debemos escoger cómo y qué edificar. El fundamento o cimiento no puede variar. Es Jesucristo, nuestro Señor. El Padre tiene un plan maravilloso para lo que debe ser nuestro edificio cristiano. Nos habla en su Palabra sobre las correctas actitudes, hábitos, palabras y carácter. El delineó cómo debía ser un creyente. Cuando edificamos según sus especificaciones (las Órdenes específicas que figuran en su plan), el edificio de nuestra vida será magnífico y duradero. Será como el gran edificio del cual hablábamos al principio. Si descuidamos el plan de Dios y escogemos materiales que no le agradan (madera, heno, hojarasca), nuestro edificio no sobrevivirá el fuego y jamás llegaremos a ser creyentes desarrollados.

Tal vez quiera acompañarnos en la siguiente oración: Padre, tu plan es el mejor. Los materiales que has escogido son los mejores. Quiero que el edificio de mi vida se construya de acuerdo a las normas que tú has establecido. Quiero conformarme a tu Hijo Jesucristo en mi cuerpo, en mi mente y en mi espíritu. Amén.

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