Evidencia de Transformación Espiritual

Juntos hemos estudiado aspectos del desarrollo espiritual, progresos logrados en el desarrollo espiritual y finalmente, pruebas del crecimiento espiritual. Esta última unidad nos dio la vara para medir nuestro progreso. Quienes crezcan espiritualmente como creyentes, pronto comenzarán a asemejarse a Jesucristo, tendrán cada vez más de su carácter y de sus obras en sus vidas.

A veces nos sentimos algo descorazonados cuando contemplamos la meta. ¡Parece tan difícil e inalcanzable! Somos seres humanos. Resulta difícil medirnos por las normas y pautas que Jesucristo fijó a su propia vida cuando estuvo en la tierra. ¡Animo! Dios no solamente nos fijó las normas y pautas, sino que nos ayuda a alcanzar la meta. A Dios disfruta el tomar a su cargo personas débiles y mostrar, a través de ellas, su poder transformador. Esta es la gran esperanza de nuestro llamado en Jesucristo.

FUERZA EN LA DEBILIDAD

Los ornitólogos, es decir los que estudian la vida y las costumbres de las aves, nos dicen que las aves vuelan a mayor altura cuando viajan a lugares distantes que cuando hacen vuelos locales. Además, nos dicen que hay tres razones que explican este fenómeno. En primer lugar, al volar a mayor altura, ven a mayor distancia y se pueden orientar mejor. En segundo lugar, vuelan por arriba de las aves de presa que pudieran capturarlas. Y en tercer lugar, el aire más enrarecido en la mayor altura, les facilita el vuelo. Todas estas razones ayudan a las aves a alcanzar metas distantes.

De lo anterior el creyente puede aprender una valiosa lección. Cuando lo acometen las dudas, mira a la vida desde un nivel tan bajo, que no puede ver su camino y Satanás lo tienta. Solamente cuando se eleva al aire puro de las alturas de Dios en su vida, puede recibir la vista y la fuerza espiritual para alcanzar las metas que Dios tiene para él.

Es posible que se nos ocurra pensar que jamás alcanzaremos un crecimiento espiritual adecuado. ¡Somos tan débiles! ¿Cómo podré alguna vez parecerme a Jesús? Esta actitud puede ser un buen comienzo. Cuando una persona se siente fuerte y segura en sus propias capacidades, tratará de afirmarse sobre ellas. El creyente que reconoce sus debilidades, comprenderá mejor su necesidad de mirar a Dios en busca de ayuda.

La gloria de Dios

Hemos visto que el hombre, separado de Dios, procura demostrar su independencia y su rebelión acudiendo al pecado. Exalta la sabiduría humana y depende de la fuerza humana. Esa es la historia de todas las civilizaciones. Dios escogió el sacrificio de Cristo y la fe como medio de reconciliación con él. Esto fue un insulto al intelecto humano. En 1 Corintios 1:21 Pablo denomina el mensaje del evangelio “la locura de la predicación.” Es un mensaje de dependencia de Dios. El mundo rechaza esto. La verdad de este mensaje tiene una relación importante con este estudio. A continuación señalamos un pasaje importante de las Sagradas Escrituras relativo a este tema. Léalo cuidadosamente:

Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor (1 Corintios 1:26-31).

La vida del apóstol Pablo es un ejemplo de la revelación que Dios hace de su gloria por medio de la debilidad humana. Si bien es cierto que el apóstol Pablo contaba con una excelente educación, también tenía una serie de notorias debilidades. Una de ellas era un doloroso achaque físico, que le pidió a Dios que se lo quitara (2 Corintios 12:7,8). Además, muy poco decía el aspecto físico de Pablo. En cierta ocasión Dios le dijo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). A continuación escribió el apóstol:

De buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Corintios 12:9,10).

Dios nos hace así para que podamos glorificarlo a él. Tratemos de glorificar al Señor en todo cuanto hacemos y decimos.

El poder de Dios

Otro ejemplo de la manera en que Dios reveló su poder a través de la debilidad humana, lo tenemos en el caso del profeta Ezequiel, en el Antiguo Testamento. Era un sacerdote de treinta años de edad, cuando Dios lo llamó. Su nación estaba derrotada e iba camino de la total destrucción. El propósito y vocación de su vida (el sacerdocio) era prácticamente inútil. Trabajaba en una granja, en su calidad de cautivo. En los capítulos 1 y 2 leemos sobre el llamado que le hizo Dios en esas circunstancias. Le llegó en medio de una tremenda tormenta (Ezequiel 1:4). Seguramente Ezequiel tuvo que haber sido preso de la más grande confusión de su vida. Dios reveló su poder en la tormenta. Leamos la descripción del propio profeta en Ezequiel 1:28-2:3:

Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba. Me dijo: Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo. Y luego que me habló, entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba. Y me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel.

Muy interesante el nombre que Dios utilizó para Ezequiel, hijo de hombre. Es una palabra fuerte, que habla de la humanidad de Ezequiel.

El nombre figura con mucha frecuencia en el libro de Ezequiel. Dios recuerda constantemente a Ezequiel que quiere actuar a través de su humanidad. El nombre Ezequiel significa “aquel a quien Dios fortalecerá” o ‘aquel cuyo carácter es prueba personal del fortalecimiento de Dios.” Hoy en día describiríamos a tal persona, diciendo: “Si tal hombre alguna vez hace algo bueno, ¡la gente sabrá que tuvo que ser Dios quien lo hizo!” Ezequiel nos resulta un excelente ejemplo, tanto por su nombre como por sus acciones.

El poder de Dios transformó la personalidad de Ezequiel. Y fue solamente por ese poder transformador que el anteriormente débil y confundido Ezequiel pudo afirmar: “Y yo hice así como me fue mandado” (Ezequiel 12:7). Dios recibió la gloria de su prolongado y fructífero ministerio.

DUDA Y CONDENACION DE UNO MISMO

Muchas de las personas a quienes llamó Dios para su servicio, se sintieron incapaces de hacerlo. Tal sentimiento, en sí mismo, no es malo. Pero ocurre que a veces ese sentimiento traduce una falta de fe en el Dios que nos hizo. Semejante condición suele llevar a ciertos creyentes débiles a condenarse a sí mismos (es decir, declararse culpables). Dios conoce nuestras debilidades. Pero cuando él nos escoge, nos da la fuerza y el poder para cumplir su llamamiento. Si permitimos que la duda y la condenación de sí mismo logren que no cumplamos la voluntad de Dios, es porque carecemos de la fe necesaria en él.

Dudas respecto a nuestra capacidad

En Exodo 3 leemos que Dios llamó a Moisés para que lo sirviera. Moisés dudó que fuera capaz de servir a Dios. Cuando Dios en forma milagrosa le habló desde una zarza ardiente, Moisés le respondió: “Heme aquí” (versículo 4). Dios le dijo a Moisés que lo enviaría a la corte del rey de Egipto y que sacaría a su pueblo de ese país. Moisés contestó de inmediato: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (versículo 11). Dios, a su vez, le respondió: “Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte” (versículo 12). A continuación Moisés formuló una serie de excusas: “¿Qué les responderé?” (versículo 13). “He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz” (Exodo 4:1). Y finalmente: “¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (versículo 10). A eso le respondió Dios: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (versículos 11 y 12). Pero Moisés le dijo: “¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar” (versículo 13). Al llegar a este punto Dios se enojó contra Moisés.

Interesante resulta señalar la paciencia demostrada por Dios en todo este relato de su conversación con Moisés. Dios entendía claramente las dudas que albergaba Moisés y estaba dispuesto a agotar todos los recursos. Pero cuando Moisés siguió discutiendo con Dios, se tornó un asunto de falta de fe. Finalmente Moisés fue a Egipto y todos los días, a medida que Dios lo ayudaba, aumentaba su confianza. Llegó a ser uno de los grandes líderes de Dios.

Es posible que durante este curso el alumno haya comenzado a percibir cuál es el propósito que lo mueve como creyente. Hay un elevado llamado de Dios para su vida. La meta del crecimiento espiritual parece difícil. A medida que crece en Dios, comprende que se multiplican las obligaciones. Es bien posible que dude de sus capacidades, tal cual le ocurrió a Moisés, pero no debemos olvidar que cuando Dios nos llama, promete, al mismo tiempo, ayudarnos. Dios nos hizo en todas nuestras partes componentes. Nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Debemos superar nuestras incapacidades por medio del ejercicio de la fe en Dios. Dios es un Dios de poder, y su gloria se manifiesta al utilizar personas débiles para ejecutar su tarea.

Dudas provocadas por las acusaciones de Satanás

Luego de setenta años de cautividad, Dios posibilitó a su pueblo que retornara a Jerusalén. Fue escogido Josué como líder espiritual. Josué era el sumo sacerdote. (No confundir este Josué con el lugarteniente de Moisés que entró con el pueblo de Israel a la Tierra Prometida). Cuando el pueblo de Dios retornó a Jerusalén, de inmediato se dieron a la tarea de reconstruir el templo. ¡Espléndido! Pero pronto se desanimaron. Hubo oposición y quejas. Después de echar los cimientos, ¡el pueblo abandonó el trabajo por dieciséis largos años! Finalmente, Dios levantó a los profetas Hageo y Zacarías para hacer que la gente reiniciara su trabajo. En una visión especial, Dios le dijo a Zacarías cuál era uno de los principales problemas.

Las vestiduras viles que Zacarías observó que vestía Josué parecen representar los errores cometidos por Josué y por el pueblo. Sin embargo, el Señor respondió a los cargos formulados por Satanás: “Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?” (Zacarías 3:2). Los versículos 4 y 5 nos dicen que le fueron quitadas las vestiduras viles y lo vistieron con ropa nueva. La vestidura nueva incluía una mitra, símbolo de la autoridad con Dios. En los versículos 6 y 7 se le dice a Josué que debe andar en una nueva relación con el Señor. Luego, los últimos versículos de este capítulo, nos hablan de las bendiciones con que Dios bendijo esa relación.

Este pasaje nos habla bien a las claras de qué manera Satanás actúa sobre nuestras debilidades. Nos llama la atención sobre las mismas. Nos acusa. Esto hace que dudemos de nosotros mismos y nos sintamos desalentados. Muchas veces los creyentes simplemente renuncian. Pero llamamos la atención al hecho de que Dios hizo que se quitara las vestiduras sucias y se vistiera ropa nueva. Dios se ocupará de nuestras debilidades y de nuestras dudas cuando dejemos de escuchar las acusaciones de Satanás.

Lo que hace Satanás cuando acusa a los creyentes toma el nombre de condenación. Condenación significa “declarar a alguien incompetente o indigno,” o “juzgar y declarar culpable a alguien.” Romanos 8:1 nos dice claramente que: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” Juan dijo: “El que en él [Hijo de Dios] cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18). Satanás procura juzgarnos para obligarnos a mirar a nuestras debilidades. De esta manera nos mantiene alejados de la victoria. Dios transformará nuestras personalidades, por su divino poder, si tan sólo se lo permitimos.

Uno de los cuadros que la Biblia nos da sobre la victoria final de Dios sobre Satanás, lo tenemos en Apocalipsis 12:10,11. En este pasaje hallamos las siguientes importantes palabras:

Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.

TRANSFORMACION POR MEDIO DEL ESPIRITU SANTO

La Biblia es, para nosotros, notoriamente alentadora. Muchos de los hombres que Dios escogió para su servicio eran muy parecidos a nosotros. Moisés, Josué, Ezequiel, Pablo, Timoteo y muchos otros como ellos. Eran muy humanos y padecían de normales debilidades, pero el Espíritu de Dios habitó en ellos y los transformó. El libro de los Hechos nos relata dichas transformaciones. Los discípulos se dispersaron y desalentaron luego de la crucifixión de Cristo. La misma resurrección no les resolvió el problema. Pero cuando el Espíritu Santo se derramó sobre ellos, tal cual se los había prometido Jesús, las cosas cambiaron. Trabajaron y testiÞcaron con tremendo poder.

En Hechos 1:8 Jesús les dijo a sus discípulos: “Cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” El libro de los Hechos relata la historia de hombres transformados. Los discípulos eran personas sencillas. No contaban con una sólida formación intelectual. Eran hombres con sus propias y específicas debilidades. No obstante ello, con el poder del Espíritu Santo, “trastornaron el mundo entero.” Testificaron de Jesucristo. Fueron fuertes, aun cuando tenían que sufrir y hacer frente a la muerte.

También nosotros tenemos la misma oportunidad de testificar de Jesucristo por medio del poder del divino Consolador. Conocemos la meta de nuestra vida cristiana, pero somos demasiado débiles para alcanzarla basados en nuestra propia fuerza. Cuando nosotros somos débiles, Dios puede hacerse fuerte en nosotros. Su Espíritu puede hacer que logremos sostenernos sobre nuestros propios pies. Su Espíritu nos capacita para ejecutar las tareas que nos ordena que hagamos. Su Espíritu coloca en nosotros la naturaleza de Dios. Y esa naturaleza nos impele a la meta de asemejarnos a Cristo. La meta es un auténtico y verdadero desarrollo espiritual.