Juan 12–13

Preludio a la entrada triunfal de Jesús

Jesús es ungido en Betania

Lea Juan 12:1–8. En Betania se preparó una fiesta para celebrar la victoria sobre la muerte. María ungió los pies de Jesús con un perfume muy costoso para demostrar su amor por Él. En esa ocasión, Judas demostró que no era discípulo verdadero de Jesús. Dijo que el perfume debió haberse vendido y el dinero obtenido debió haberse guardado en la bolsa del tesoro que él guardaba para todos los discípulos. Dijo que ese dinero debería haberse usado para alimentar a los pobres, pero la verdad era que él era ladrón y quería el dinero para sí mismo.

El complot contra Jesús

Lea Juan 12:9–11. Mucha gente acudió a ver a Lázaro cuando supieron que había sido resucitado de entre los muertos. Por medio de este milagro, mucha gente creyó en Jesús. Pero Satanás, el enemigo de Dios, alborotó a los líderes religiosos para que pelearan contra Jesús. Querían destruir a Lázaro porque él era una prueba viviente de que Jesús verdaderamente era la resurrección y la vida.

La entrada triunfal en Jerusalén

Lea Juan 12:12–19. Era la temporada de la Pascua, una fiesta anual que le recordaba a la gente cómo Dios los había salvado de la esclavitud y de la muerte. Mucha gente viajaba a Jerusalén durante este tiempo, ya que el centro de adoración a Dios se encontraba allí.

Jesús fue a Jerusalén para celebrar la Pascua. La gente tomó ramas de palmera que mecían ante Él al ir entrando en Jerusalén montado en un borrico. Lo hicieron para honrarle como Mesías y como rey. Algunos de ellos le llamaron Rey de Israel. Mas después, cuando Jesús fue arrestado, sus enemigos usaron esta circunstancia en su contra. Lo acusaron de tratar de constituirse como rey.

Hoy día, todos debemos ver a Jesús como nuestro rey—no como un rey terrenal o político, sino como el rey de nuestras vidas. Un rey es alguien que gobierna, y Jesús debe reinar en nuestras vidas. Honramos al Señor cuando lo obedecemos a Él y su Palabra. A través de nuestra conducta la gente conocerá la verdad de nuestra entrega a Él. Jesús debe ser rey de nuestra vida siempre.

Unos griegos buscan a Jesús

Lea Juan 12:20–26. Algunos griegos también fueron a ver a Jesús. Él sabía que en unos días más sería crucificado, enclavado en una cruz como un criminal. Pero debido a su muerte, no sólo los griegos, sino la gente de todo el mundo podrían ser salvos. Ellos lo considerarían como su rey para
siempre. Por la fe en su nombre, palabras y sacrificio, la comprensión y la experiencia de la salvación eterna estaría al alcance de las personas de todas las razas. Juan 12:24 puntualiza:

De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.

Jesús dijo que debemos seguirle a Él. Cuando lo hagamos dará comienzo la vida más grandiosa y tendremos la mejor experiencia.

Jesús anuncia su muerte

Lea Juan 12:27–36. ¿Cómo se sentiría usted si supiera que dentro de unas cuantas horas lo matarían por crímenes que no había cometido? ¿Cómo oraría usted?

Jesús quería orar a Dios para que lo salvara de dicho sufrimiento. Pero sabía que había descendido del cielo a la tierra a tomar forma humana para este solo propósito. Él iba a morir por los pecados de todo el mundo, por los pecados de usted y los míos. Por ello Él oró: “Padre, glorifica tu nombre.”

Cuán grande ayuda recibió Jesús cuando Dios le contestó desde los cielos con una voz que todos pudieron oír. Dios estaba con Él. Dios le ayudaría a pasar por esta terrible experiencia que le esperaba. Por medio de su muerte, el nombre de Dios sería honrado y glorificado.

Con la muerte de Jesús, el pecado quedó juzgado. Satanás fue derrotado. Jesús tomó sus pecados y el juicio de ellos sobre sí mismo. Sin embargo, cada persona debe tomar la decisión de creer en Él. De lo contrario, significaría no aceptar el sacrificio que Él hizo por nosotros.

Supóngase que usted tiene una deuda muy grande, pero alguien la paga por usted. ¡Qué tontería sería querer pagarla otra vez! Jesús pagó una gran deuda por usted cuando murió por sus pecados. Pero para recibir los beneficios de su muerte necesita aceptarle como su Salvador y Señor.

Incredulidad de los judíos

Lea Juan 12:37–50. Muchos no creían que Jesús era el Mesías porque Él no encajaba en los conceptos que ellos tenían sobre lo que haría el Mesías. Pero su incredulidad concordaba con la imagen que el profeta Isaías había dado del Mesías (Vea Isaías 53:1). Aunque algunos de los líderes aceptaron que Jesús era el Mesías, temían aceptarle como tal por lo que los demás les harían a ellos.

Muchas personas el día de hoy temen convertirse a Cristo por esa misma razón. Algunos son creyentes en secreto. Las palabras que ellos se negaron a escuchar serán las mismas con las cuales serán juzgados en el juicio final. A todos los que creen las palabras de Jesús y hacen lo que Él ha ordenado les irá muy bien. Pero los que no creen lo que Él dijo no tendrán vida eterna.

Jesús lava los pies de sus discípulos

Lea Juan 13:1–20. Durante la Pascua, se sacrificaban corderos por los pecados de la gente. Así que, en el día de la Pascua, Jesús, el Cordero de Dios iba a morir por los pecados del mundo. Pero antes debía enseñar una lección a los discípulos. Ellos habían estado discutiendo sobre quién sería el
mayor en el reino de los cielos. Jesús quería enseñarles que la grandeza mayor consiste en servir a los demás.

Se acostumbraba que un sirviente lavara los pies a los visitantes. O un amigo podía honrar a otro amigo lavándole los pies. Pero ninguno de los discípulos estaba dispuesto a hacer el trabajo de un sirviente y lavar los pies de los demás. Así que, ¡Jesús les lavó los pies!

¡Cuán avergonzados estaban! Jesús, el Hijo de Dios, estaba haciendo el trabajo que según ellos no hacían porque se consideraban demasiados importantes como para hacerlo. ¡Su Maestro estaba tomando el lugar de un esclavo! Si hemos de seguir a Jesús, necesitamos humillarnos a nosotros mismos y hacer todo lo que se necesite para ayudar a los demás. Esta es nuestra forma de “lavar sus pies”.

Jesús enseñó otra lección: debemos permitirle que nos limpie de nuestras faltas a diario. Los discípulos se habían bañado poco antes de ir al lugar donde estaban comiendo, pero se habían ensuciado los pies al caminar por las calles tan llenas de polvo. El ser salvo es como darse un baño. Cuando
aceptamos a Jesús como nuestro Salvador, Él lava nuestros pecados; desaparecen para siempre y se olvidan. Pero día tras día, al andar en esta vida, algunas veces “ensuciamos nuestros pies”. Hacemos cosas que no debemos. No necesitamos ser salvos otra vez, pero sí tenemos que llevar nuestras faltas a Él y permitirle que nos limpie.

Jesús anuncia la traición de Judas

Lea Juan 13:21–30. Jesús sabía cómo lo iban a traicionar. Judas, uno de sus mismos discípulos, se volvería en su contra. Uno de los problemas de Judas era que amaba el dinero. Era el tesorero y robaba de los fondos comunes. Aparentemente no era mucho, pero un pecado conduce a otro. Judas entregó a Jesús a sus enemigos por treinta piezas de plata. Vendió su propia alma. Vendió su lugar en el reino de Cristo. Sabemos que el dinero en sí mismo no es malo. El amor al dinero es lo que acarrea muchas dificultades. El apóstol Pablo advierte: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10).

El nuevo nacimiento

Lea Juan 13:31–35. Una vez más Jesús les habló a sus discípulos acerca de su muerte, que Él iría a donde ellos no podían ir en esa ocasión. Ellos deberían permanecer en la tierra y vivir de tal manera que todos los hombres vieran que ellos tenían algo diferente de los demás. Debían amarse el uno al otro, así como Él los amó. Todavía hoy este es un mandato muy importante que necesitamos obedecer diariamente.

La negación de Pedro

Lea Juan 13:36–38. Ya ha aprendido usted que Jesús era el Profeta y el Mesías prometido por Dios. Él muestra a los profetas las cosas que van a suceder. Después los profetas predicen estos eventos, o los comentan a la gente antes de que sucedan. Ya ha leído varias de las predicciones de Cristo. Él dijo que sería “levantado”, o crucificado. Judas lo traicionaría, y Pedro negaría que le conocía.

Pedro creyó que era muy fuerte espiritualmente, más que los otros discípulos. Jesús conocía bien a Pedro y de antemano le dijo lo que sucedería. Lo que pasó con Pedro ayuda a comprender nuestra naturaleza humana. Nuestra fortaleza espiritual está en el Señor

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