Juan 9–10

Jesús sana a un ciego de nacimiento

Lea Juan 9:1–12. Los discípulos creían que toda enfermedad era un castigo por el pecado. Pero, ¿por qué habría de nacer ciego un hombre? No podría ser por causa de pecado. Nació ciego antes de que pudiera cometer alguna maldad. ¿Sería acaso por el pecado de sus padres? Eso era lo que los discípulos creían.

Jesús les dio a conocer que la enfermedad y el sufrimiento no siempre son los resultados del pecado de una persona. Muchas enfermedades provienen de causas naturales y no tienen nada que ver con el pecado y el castigo. La ceguera de este hombre le iba a dar la oportunidad de ser sanado por Jesús
y salvado de sus pecados. Después de ello, era responsabilidad del hombre que había sido sanado creer en el Señor. Otros verían también el poder de Dios y creerían en Jesús.

En ocasiones no comprendemos por qué tenemos que sufrir. Tratamos de corregir cualquier causa natural de enfermedad y cuidamos nuestra salud, pero aun así nosotros y nuestros hijos sufren accidentes y enfermedades. No sabemos todas las razones por las que enfermamos o sufrimos. Algunas veces el sufrimiento pudiera ser el resultado de elecciones equivocadas. La palabra de Dios aconseja que escudriñemos nuestro corazón. Sin embargo, debemos tener la seguridad de que podemos acudir al Señor en oración en busca de ayuda y sanidad. Él nunca nos rechaza.

Los fariseos interrogan al ciego sanado

Lea Juan 9:13–34. Los enemigos de Jesús estaban muy enojados porque había sanado al hombre ciego un sábado. No estaban ni siquiera contentos de que el ciego hubiese sido sanado. Trataban de convencer a éste de que Jesús era pecador y finalmente lo echaron de la sinagoga (su iglesia).

El hombre que fue sano nos ha dejado un buen ejemplo. Él demostró más sabiduría y comprensión del propósito de Dios que los que acusaban a Jesús. Sus argumentos no pudieron convencer a estos líderes religiosos de que Jesús había venido de Dios, pero sí les podía decir lo que Jesús había hecho por él. Nosotros podemos hacer lo mismo.

Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo. (Juan 9:25)

Ceguera espiritual

Lea Juan 9:35–41. El ser arrojado de la sinagoga era algo serio, casi como declararlo a uno muerto. En un principio pudo parecer una contradicción. Jesús lo había sanado, pero ese gozo pareció desvanecerse cuando fue injustamente reprendido y expulsado por los líderes religiosos. Jesús fue a buscar al hombre para alentarlo. Le hizo ver que Él era el Salvador. El hombre creyó en Él y le adoró.

Jesús habló acerca de la ceguera espiritual. Los fariseos eran los culpables de su propia ceguera espiritual porque se negaban a aceptar la verdad. Pero el pordiosero ciego creyó en Jesús y fue sanado de su ceguera y salvado de sus pecados.

Si no queremos ser ciegos espirituales, debemos aceptar a
Jesús como nuestro Salvador personal. Jesús viene a nosotros y
abre nuestros ojos espiritualmente al estudiar la Biblia y al orar.

Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley. (Salmo 119:18)

La parábola del redil

Lea Juan 10:1–10. Una parábola es una historia corta en la que se usan cosas naturales para explicar verdades espirituales. En este pasaje Jesús se refiere a sí mismo como la puerta del redil. En tiempos bíblicos un pastor guardaba sus ovejas en un corral o en grupo durante la noche para protegerlas de las fieras. Este era el redil. Después que todas las ovejas estaban dentro, seguras, el pastor se sentaba a la puerta. Así protegía a sus ovejas. Ninguna fiera podía entrar mientras él estuviera ahí.

Un ladrón no trataría de entrar por la puerta, sino que brincaría la cerca para robar una oveja, si se podía. Jesús dijo que algunos líderes religiosos eran como ladrones. En realidad no amaban a la gente sino que trataban de sacar provecho de ellas.

Jesús dijo que Él no había venido para destruir, sino para dar vida, y vida en abundancia. La vida en toda su plenitud es maravillosa aquí en la tierra y sin fin en el cielo. Nunca antes se había ofrecido esta vida, menos aún experimentado. Está disponible en la tierra y continuará en el cielo. Jesús proclamó:

De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. (Juan 10:7–9)

Algunas personas tratan de acercarse a Dios por medio de profetas, santos, María, o afiliándose a una iglesia. Pero Jesús es el único camino, la única puerta de salvación.

Jesús dijo que el hombre necesitaba entrar. Así como la puerta estaba abierta para las ovejas, Jesús invita a todos a acudir a Él para obtener vida eterna. Pero Dios no forzará a nadie a ir a Jesús y pertenecer a su rebaño. Cada persona debe escoger por sí misma. Si una persona acude al rebaño de Jesús, será salva. Si no entra, no lo será. Así es de sencillo.

Jesús, el buen pastor

Lea Juan 10:11–21. En tiempos bíblicos un pastor siempre caminaba al frente de sus ovejas, y las llamaba mientras caminaba. Todas las ovejas conocían su voz, y lo seguían. Cuando algún pastor se acercaba con sus ovejas a otro pastor, las ovejas de éste último no seguían al primero porque conocían la voz de su propio pastor.

Jesús es el buen pastor que cuida a sus ovejas y las alimenta. Sus ovejas son también todos aquellos que creen en Él y le siguen. Jesús dijo que Él daría su vida por sus ovejas. Lo haría por su propia voluntad; nadie podía quitarle la vida. Durante ese tiempo algunas personas trataban de matarlo. Llegaría un día en que sería crucificado: lo enclavarían en una cruz de madera y lo dejarían ahí para que muriera.

Cuando llegara el tiempo oportuno para que muriera, Él pagaría en la cruz el precio de nuestro pecado: el pecado de usted y el mío, aún desde antes de haber nacido. Pero sabía que la muerte no era el final para Él. Él dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.
Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (vv. 17–18). Jesús resucitaría y probaría su poder sobre la muerte. Su resurrección probaría que Él era verdaderamente el Hijo de Dios.

De nuevo algunos se enojaron por lo que dijo, pero otros creyeron. Aquellos que no creyeron no eran de sus ovejas, porque sus ovejas escucharían su voz.

Los judíos rechazan a jesús

Lea Juan 10:22–42. Algunas personas querían matar a Jesús porque Él dijo que era el Hijo de Dios (v. 36) y les daba vida eterna a sus seguidores (v. 28). Otros le aceptaron como su buen pastor y le siguieron. Cada persona debe tomar una decisión respecto a Cristo; una decisión que tendrá consecuencias eternas.

Siguiente lección