Juan 18–19

El arresto de jesús

Lea Juan 18:1–11. Judas condujo a los soldados para que arrestaran a Jesús. Él tomó la horrible decisión de traicionar al Salvador sin pensar que Jesús sería crucificado. Cuando Judas vio las consecuencias, era demasiado tarde. Su remordimiento no fue un sincero arrepentimiento hacia el Salvador, sino de lo que había hecho. Durante el tiempo que Judas pasó con Jesús, nunca creyó o fue impactado por las asombrosas cosas de las
que fue testigo. Él tomó la decisión equivocada que le acarreó consecuencias eternas.

Lea los versículos 4 al 6 una vez más. Cuando Jesús dijo: “Yo soy”, los soldados retrocedieron y cayeron a tierra. No podían tomarlo prisionero a menos que Él se los permitiera. Pero Jesús no trató de escapar. Sabía que en el plan de Dios se había previsto que Él muriera por nuestros pecados. Jesús les dijo a los soldados que quienes estaban con Él deberían irse libres, porque al fin y al cabo lo buscaban sólo a Él. Aun cuando estaba a punto de morir, pensó en los suyos para que no sufrieran como Él sufriría.

Pedro estaba listo para pelear por su Señor. De hecho, desenvainó su espada y cortó la oreja de uno de los siervos del sumo sacerdote. Lucas dice que Jesús sanó a este hombre. Tal vez por ello Pedro no fue castigado por los soldados.

Jesús ante Anás

Lea Juan 18:12–14. Anás y su yerno, Caifás, habían sido sumos sacerdotes en diferentes ocasiones. Ambos habían tramado matar a Jesús. Lo estaban acusando de ser líder revolucionario. Le dijeron que si Él no moría, el gobierno romano ordenaría a sus soldados que mataran a toda la gente.
Por supuesto, no era verdad. Sólo de esta forma podrían lograr que los otros líderes religiosos pidieran la sentencia de muerte para Jesús.

Caifás dijo que era mejor que un hombre muriera en lugar de toda la gente. Él no sabía que estaba diciendo una gran verdad profética acerca de la muerte de Jesús. El Señor constituía el sacrificio por nuestros pecados; por medio de su muerte, la salvación estaba al alcance de todo ser humano.

Tal vez usted se pregunte por qué Jesús no nos podía salvar sin tener que morir. Dios odia el pecado. Así que todos los que hacen mal tienen que ser separados de Dios. El pecado tiene como consecuencia la muerte, y se requiere un sacrificio de sangre antes de que pueda ser perdonado. En el Antiguo Testamento ovejas, corderos y ganado eran ofrecidos como sacrificios para tomar el lugar del pecador; el inocente que muere por el culpable. Hebreos 9:22 confirma: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.”

Estos sacrificios de animales tenían que ser repetidos una y otra vez porque no podían quitar el pecado de manera permanente. Constituían sólo un arreglo temporal hasta que Dios sacrificara a su propio Hijo por nosotros. Jesús daría su sangre por nosotros. Si alguna otra cosa hubiese podido
salvarnos, Dios nunca hubiera permitido que su único Hijo muriera por nosotros.

Pedro niega a Jesús

Lea Juan 18:15–18. El otro discípulo que se menciona aquí es Juan, quien escribió este Evangelio. Él no trató de ocultar que era discípulo de Jesús, por lo que no experimentó problemas. Pero Pedro, quien creyó que siempre estaría listo 54para defender a Jesús, tuvo miedo. Pedro negó a Jesús.

Es fácil decirle a la gente que uno es cristiano cuando se encuentra entre otros creyentes. Pero no es tan fácil cuando todos los que lo rodean a uno son enemigos de Jesús. Él dijo:

A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos. (Mateo 10:32–33)

El sumo sacerdote interroga a Jesús

Lea Juan 18:19–24. Anás había sido antes sumo sacerdote, por eso aquí se le llama así, aunque más bien lo era Caifás en esa ocasión. Anás trató de hacer que Jesús dijera algo que ellos pudieran usar en su contra, pero Jesús no contestó sus preguntas.

Los soldados llevaron a Jesús a la casa de Caifás. Ahí fue juzgado por la corte religiosa llamada el Sanedrín. Este juicio fue ilegal. Se hizo en secreto, durante la noche inmediatamente después del arresto de Jesús. No había manera de llamar a ningún testigo para que hablara en su defensa. La mayoría del Sanedrín ya había decidido que Jesús debería morir. Sólo siguieron la forma de un juicio para poder enviárselo a Pilato con una acusación oficial.

Pedro niega a Jesús otra vez

Lea Juan 18:25–27. Tres veces se le preguntó a Pedro si él también era seguidor de Jesús, y tres veces negó a su Señor. Luego, un gallo cantó, tal y como Jesús lo había predicho. Cuando Jesús lo vio, Pedro reconoció que no le había sido fiel a su Maestro. Salió corriendo, llorando, arrepentido por lo que había hecho. Debemos tener cuidado para no juzgar a Pedro, el cual se había convertido en un líder entre los apóstoles. A través de la negación, Jesús mostro a Pedro lo débil que era por sí mismo. Lo mismo podría decirse de nosotros si quitamos la mirada del Salvador.

Jesús ante Pilato

Lea Juan 18:28–40; 19:1–16. El sanedrín no podía condenar a muerte a nadie, así que enviaron a Jesús ante el gobernador romano, Pilato. Lo acusaron de tratar de establecer su propio reino. Este acto era traición al estado, un crimen que se pagaba con la muerte.

Jesús no trató de defenderse contra esta falsa acusación. Le dijo a Pilato que Él era rey, pero que su reinado no pertenecía a este mundo. Su reinado es espiritual en las vidas de aquellos que le aceptan.

Jesús sentenciado a muerte

Durante toda la interrogación, Pilato no pudo encontrar ninguna razón para condenar a Jesús. Él se lo dijo a la gente, pero ésta gritaba más para que crucificara a Jesús. Pilato les dio a escoger entre Jesús o Barrabás, un ladrón, para que fuera libre. La gente escogió a Barrabás.

Pilato quería que Jesús quedara libre, pero temía al pueblo. Ellos amenazaban con informar al emperador romano si no hacia lo que ellos querían. Su puesto y su vida estarían en peligro. Él no quiso condenar a una persona inocente, pero le importaba más su propia seguridad. Así que, Pilato finalmente entregó a Jesús para que fuese enclavado en una cruz como un criminal.

Al igual que Pilato, todo el que escucha las enseñanzas de Jesús tiene que decidir lo que hará con Él. Algunos temen creer en Jesús como Salvador por lo que otros dirán o harán. Nuestro destino eterno depende de lo que hacemos ahora con su Hijo Jesucristo. No hay decisiones sin consecuencias. ¿Cuál es su elección? ¿Qué hará con Jesús?

Jesús enclavado en la cruz

Lea Juan 19:16–27. Jesús fue crucificado, o enclavado en una cruz entre dos criminales. Un letrero que colocaron sobre Él decía: “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos” (v. 19). Los principales sacerdotes no estuvieron de acuerdo con ello, pero Pilato no quiso cambiarlo.

Aun cuando Jesús se encontraba sufriendo en la cruz, pensó en los demás en lugar de pensar en sí mismo. Encargó a Juan, su discípulo, al cuidado de su madre. En los otros Evangelios leemos que aun oró por los que lo crucificaron para que Dios los perdonara.

La muerte de Jesús

Lea Juan 19:28–30. Cuando Jesús murió en la cruz, se cumplieron todas las profecías del Antiguo Testamento acerca de la muerte del Mesías por nuestros pecados. Todo sucedió tal y como los profetas lo habían predicho cientos de años antes, aun la de los soldados que echaron suertes por su manto y la de ofrecerle vinagre para tomar.

Cuando Jesús dijo: “Consumado es” (v. 30), quiso decir que había terminado la obra que Dios le había encomendado. Cuando murió, terminó de pagar por nuestra salvación. Las naciones del mundo podían creer en Jesús, ser libres de la carga de pecado, y tener vida eterna. Fue en realidad nuestro pecado lo que ocasionó la muerte de Jesús. Así que no podemos culpar ni a los compatriotas de Jesús, ni a Pilato, ni a los soldados que lo crucificaron. Fue el pecado, el nuestro, lo que le hizo ir a la cruz para salvarnos. El saberlo nos ocasiona tristeza por nuestros pecados. No queremos continuar haciendo las cosas que le causaron la muerte a Cristo. Por ello le pedimos a Dios que nos perdone nuestros pecados. Simplemente aceptamos lo que Jesús ha hecho por nosotros y somos salvos. Primera de Pedro 2:24 afirma: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.”

Profecías cumplidas

Lea Juan 19:31–37. La crucifixión era una forma de ejecución lenta, agonizante. Los soldados quebraban las piernas de las víctimas para apresurarles la muerte. A Jesús lo encontraron ya muerto y por ello no le quebraron sus huesos. Este fue el cumplimiento de una profecía. (Vea Salmo 34:20.)

Cuando los soldados le hirieron en el costado, con ello también ocurrió el cumplimiento de otra profecía. Zacarías 13:1 registra: “En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia.” También, 1
Juan 1:7 dice: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.”

 Jesús es sepultado

Lea Juan 19:38–42. José de Arimatea y Nicodemo eran líderes religiosos prominentes y miembros del sanedrín. Ellos no habían votado en favor de que mataran a Jesús. Hasta entonces habían sido discípulos de Jesús en secreto, pues tenían miedo declararlo públicamente.

Algunas veces es difícil hablar abiertamente de Jesús. Sin embargo, Dios prometió estar con nosotros. Él nos dio la justa medida de fortaleza y confianza. Cuando fue necesario, Dios les dio valor a José y a Nicodemo para pedir el cuerpo de Jesús y sepultarlo demostrando así su amor y respeto para Él. Así se cumplió otra profecía: que el Mesías estaría con los ricos en su sepultura.

Se acostumbraba sepultar a un muerto ungiéndolo con especias y colocándolo en una cueva o hueco en las rocas. Según los otros Evangelios, el cuerpo de Jesús fue colocado en la tumba de José de Arimatea. No había tiempo de terminar todos los preparativos para el sepelio porque ya era tarde cuando Jesús murió. El día de reposo principiaba con la puesta del sol. Así que el cuerpo de Jesús fue colocado en la tumba sin finalizar todos los preparativos para el entierro

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