Juan 2–4

Las bodas de caná

Lea Juan 2:1–12. Jesús, su madre y sus discípulos asistieron a una boda. De acuerdo con la costumbre, se servía vino durante la fiesta. Pero antes de que la fiesta terminara, el vino se acabó.

María, la madre de Jesús, le pidió que hiciera algo para que los recién casados no se sintieran apenados en su boda. Se necesitaría el poder de Dios, un milagro, para satisfacer esta necesidad. María sabía que Jesús podía solucionar este problema, así que pidió su ayuda.

Jesús aprovechó esta oportunidad para revelar la gloria de Dios y edificar la fe de sus discipulados. Transformó el agua en vino y así suplió la necesidad. El Hijo de Dios puede hacer cualquier cosa.

Jesús va al templo

Lea Juan 2:13–22. Cada año el pueblo de Dios iba al templo de Jerusalén para celebrar la Pascua. Sacrificaban corderos en memoria del cordero pascual que salvó a su pueblo de la muerte hacía mucho tiempo. Antes de que el ángel de la muerte pasara por la ciudad, Dios ya le había dicho a su pueblo lo que debía hacer. Cada familia había degollado un cordero y había rociado su sangre en la puerta. El ángel de la muerte no llegó a las casas marcadas con la sangre del cordero. En todas las otras casas, murió el primogénito de la familia. Esto prefiguraba o ilustraba que Jesús, el Cordero de Dios, salvaría a su pueblo de la muerte eterna.

La fiesta de la Pascua era muy importante en la adoración a Dios. Al conocer el trasfondo de la fiesta de la Pascua, todos deberían ser muy respetuosos y adoptar un espíritu de adoración en la casa de Dios. Pero en lugar de ello, algunos comerciantes estaban vendiendo bueyes, ovejas y palomas. Enojado por la irreverencia de ellos, los echó fuera del templo. Él esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Dijo a los infractores: “Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado” (Juan 2:15–1).

Cristo se negó a hacer milagros únicamente con el fin de demostrar a la gente quién era Él. Realizó todos los milagros para ayudar a la gente. Pero mencionó el más grande de los milagros con el cual probaría que Él era el Hijo de Dios. Habló de su cuerpo como el templo de Dios. La gente le destruiría, más tarde lo matarían allí en Jerusalén, pero en tres días se levantaría de entre los muertos. Sin embargo, la gente no entendió lo que Él quiso decir.

Lea Juan 2:23–25. Una de las razones por las que estamos estudiando este curso consiste en comprender quién es Jesús.

En Jerusalén muchas personas creyeron en Él cuando vieron los milagros que realizó. Creamos lo que la Biblia enseña acerca de Jesús.

Muchos dicen que creen en Jesús, pero no actúan como si de verdad creyesen. La fe y la acción van juntas. Si creemos que Jesús es el Verbo, entonces creeremos lo que enseñó. Si creemos que su vida es nuestra luz, le seguiremos a donde Él nos guíe. Si creemos que es el Cordero de Dios, le aceptaremos como el sacrificio por nuestros pecados.

Jesús y nicodemo

El nuevo nacimiento

Lea Juan 3:1–21. Nicodemo era un maestro y líder religioso, un hombre piadoso que temía a Dios. Nicodemo escuchó hablar a Jesús y sabía de los milagros que había realizado. Creía que las obras buenas que hacía le agradarían a Dios y que por ellas alcanzaría un lugar en el cielo. Pero Jesús le dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”

Jesús explicó que existen dos clases de vida: la natural, del cuerpo, y la espiritual. Nacemos con vida natural, pero recibimos la espiritual del Espíritu de Dios. Ya hemos aprendido en Juan 1:12 que recibimos esta nueva naturaleza, nacemos de nuevo, cuando aceptamos a Cristo Jesús como nuestro Salvador. Dios llega a ser nuestro Padre. Nacemos de Dios y llegamos a ser sus hijos. Pablo afirma: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

Jesús dijo que este nuevo nacimiento es “de agua y del Espíritu” (v. 5). En muchos pasajes la Biblia usa imágenes o lenguaje figurado, palabras con un significado diferente del que normalmente tienen. El “agua” se refiere al lavamiento del pecado. Este lavamiento forma parte de nuestra salvación. Tito 3:5 enseña: “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Jesús enseña: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3).

La limpieza espiritual se efectúa al escuchar y obedecer la Palabra de Dios. Cuando Jesús se refirió a nacer de nuevo en agua, creemos que Él quiso decir que nacemos de nuevo al escuchar la Palabra de Dios y al creerla.

La vida a cambio de una mirada

Lea Juan 3:14–21 una vez más. En cierta ocasión, el pueblo de Dios pecó y fueron castigados con mordeduras de serpientes. Dios amaba a su pueblo y, por tanto, le dijo a Moisés que fundiera una serpiente de bronce y la colocara donde todos la pudieran ver. Todo el que la vio, se alivió de la mordedura. Los que no miraron a la serpiente de bronce murieron.

Todo ser humano ha desobedecido a Dios y está condenado a morir. Pero Dios nos ama. Lo demostró al enviar a su Hijo a morir por nosotros. Jesús fue levantado en una cruz, como la serpiente de bronce. Todo el que mira a Cristo–es decir, cree en Él– es sanado de la mordedura de la serpiente del pecado. Aquellos que no creen en Él tienen que morir en sus pecados. Pero los que acuden a Él reciben vida eterna.

Jesús y Juan

Lea Juan 3:22–30. Las multitudes que antes escuchaban a Juan el Bautista, decidieron escuchar a Jesús. Muchos de los discípulos de Juan dejaron a éste para seguir a Jesucristo. Pero Juan no se entristeció por ello. Dios lo había enviado para que pregonara a las gentes acerca de Jesús. Por ello se sintió contento de que lo hubiesen dejado para seguir a Jesús.

La actitud de Juan y sus palabras demuestran que no era una persona egoísta, sino noble. Sus palabras constituyen un buen lema para nosotros. Jesús era quien verdaderamente le importaba a Juan en su vida. “Es necesario que él crezca, pero que yo mengue” (Juan 3:30).

El que viene del cielo

En Juan 3:31–36, Juan, el escritor de las buenas nuevas, nos da a saber que Jesús es el que descendió del cielo. Es mayor que cualquier otro ser humano de la tierra o que todos ellos juntos. Está lleno del Espíritu de Dios y tiene poder sobre todo, en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra. Juan 3:36 observa: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.

Muchos versículos de este capítulo se refieren a la vida eterna. La vida eterna no consiste en vivir por siempre en este mundo, sino en la vida sin fin de Dios. Si creemos en Jesús, tenemos vida eterna. Nuestro cuerpo puede morir, pero cuando suceda, nuestro espíritu se irá con Dios y viviremos con Él para siempre. Y así como el cuerpo de Jesús fue resucitado de entre los muertos, los cuerpos de aquellos que creen en Él un día se levantarán de entre los muertos para disfrutar vida eterna. De igual manera, cuando alguien rechaza a Jesús, por toda la eternidad esa alma vivirá alejada del gozo y de la presencia de Dios.

Jesús y la mujer samaritana

Lea Juan 4:1–42. Muchos de los que vivían en la tierra de Jesucristo no querían a los samaritanos, pero Él sí los amaba a todos. Él trató a todos por igual, al rico, al pobre, y a los de diferentes razas. La mujer samaritana era muy diferente de Nicodemo. Este era un buen hombre, pero tenía que creer en Cristo Jesús antes de poder obtener la vida eterna. Esta mujer, sin embargo, tenía serios problemas morales. Jesús sabía que ella había sufrido el rechazo de otros debido a su manera de vivir, pero quería salvarla. Al igual que Nicodemo, ella también fue salva al creer en Jesús. Jesús le dio a conocer que Él podía darle a beber del agua de vida, lo que ella necesitaba para satisfacer su sed espiritual. Aunque Él conocía la forma de vivir de esta mujer, Jesús nunca la avergonzó.

En el Evangelio según Juan la palabra “vida” se usa por lo menos 36 veces. De éstas, 17 veces se usa juntamente con la palabra “eterna”. Ya hemos aprendido que en Jesús “estaba la vida” (Juan 1:4); que quienes creen en Él nacen de nuevo y tienen vida eterna (Juan 3:5, 15, 16, 36); que da el agua de vida a aquellos que lo acepten (Juan 4:14).

Un aspecto sobresaliente del encuentro de la mujer samaritana con Jesús fue que ella no se ofendió por los comentarios de Él. En cambio, se enfrascó en una interesante conversación de contenido teológico. Ella se refirió a sus propias costumbres de adoración. Jesús le dijo que los lugares y las
costumbres para la adoración no eran lo más importante. Él le enseñó a la mujer una de las más grandes revelaciones de su ministerio: Lo importante consistía en que Dios era Espíritu y la gente debería adorarle como Él verdaderamente es. La afiliación con la iglesia y las costumbres religiosas por
sí mismas no agradan a Dios. Dios no se agrada a menos que la adoración sea verdadera. La adoración verdadera debe ser lo que la Biblia enseña y debe nacer de lo profundo de nuestro corazón. La adoración espiritual debe ser sincera y de acuerdo con el Espíritu Santo.

La mujer sabía que Jesús no era un hombre ordinario, porque le había dicho todo lo que ella había hecho. Cuando le dijo que Él era el Salvador a quien Dios había prometido enviar al mundo, ella creyó. Regresó corriendo a la ciudad para contar a la gente acerca de Jesús. Cuando les hubo contado acerca del Mesías que había venido a los suyos, todos corrieron al pozo para conocerlo.

Jesús se quedó con ellos dos días, enseñándoles el camino de la salvación. La gente decía: “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (v. 42).

Cada uno de nosotros debemos creer en Él y conocerle personalmente. Esta es una poderosa verdad que distingue al cristianismo de las demás religiones. La gente escuchó acerca de Jesús por primera vez a través de la mujer. Eso no era suficiente. Tal vez usted haya oído hablar de Jesús por medio de sus padres, de su pastor, o de algún amigo. Pero no es suficiente solamente oír acerca de Él por medio de otros o estudiar acerca
de Él. Usted necesita conocerle personalmente a través de los medios que Él ha escogido: la oración, el estudio de la Biblia, o en adoración. Si busca a Jesús, lo encontrará.

Jesús sana al hijo de un noble

Lea Juan 4:43–54. ¿Le ha pedido alguna vez a Jesús que sane a alguien? Un noble le pidió a Jesús que sanara a su hijo. Pero Jesús no fue hacia donde estaba el muchacho. Solamente le dijo al padre que su hijo sanaría. El padre creyó en las palabras de Jesús. Es maravilloso saber que Él todavía tiene el mismo poder que siempre ha tenido. Podemos ser sanados de enfermedad si sólo oramos y creemos en sus palabras.

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