La comunidad del cristiano
Un jefe es la cabeza de su tribu. Un alcalde es el dirigente de un pueblo. Un policía mantiene la ley y el orden dentro de cierta área. El jefe o el presidente municipal no pueden intervenir en lo que se hace en la villa o pueblo cercano. El policía no puede aplicar la ley en otra área fuera de la de
él. Todos ellos tienen límites o linderos. No tienen ninguna autoridad fuera de sus propios linderos.
En el caso del cristiano es diferente. En Mateo 28:19–20 Cristo nos ordenó que fuéramos “a todas las naciones…” e hiciéramos discípulos. Este mandamiento es para nosotros también. No se nos ha impuesto un lindero que delimite el área donde debemos trabajar. Cristo nos envió al mundo entero. ¡En el mandato se incluye a personas de todas partes!
En la lección 1, estudiamos el espíritu de comunidad. En esta lección, estudiaremos la forma en que su comunidad se convierte en un lugar donde usted puede demostrar este espíritu. Pero recuerde que comunidad se refiere a un grupo de personas más que a un lugar. No importa a dónde vaya usted, ¡puede formar parte de una comunidad al compartir a Cristo con otros!
Las cuatro comunidades de Hechos 1:8
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. (Hechos 1:8)
En el pasaje antes citado, Cristo estaba dirigiéndose a sus seguidores. Les dijo que esperaran en Jerusalén el poder del Espíritu Santo. También les dijo que, después de recibir ese poder, serían testigos de Él. Un testigo es una persona que ha presenciado un evento y cuenta lo que ha visto. Jesús deseaba que sus seguidores les contaran a otras personas todas las maravillas que le habían visto hacer a Él: sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, morir por los pecados del mundo, resucitar de entre los muertos, y finalmente regresar al cielo victorioso. Ellos debían ser testigos de estos eventos. Primero debían comenzar en Jerusalén, de allí pasar a Judea y Samaria y aun más allá, hasta que dieran testimonio en todo el mundo. Jesús no les fijó linderos para dar su testimonio.
Jerusalén, su mundo personal
Debe usted comprender la ubicación histórica de Hechos 1:8. Jesús estaba en Jerusalén, hablando a sus discípulos y como a otros 500 seguidores. Les dijo que algo emocionante les ocurriría en el Día de Pentecostés. Estos seguidores no comprendieron cabalmente que su ministerio constituiría la
continuación del ministerio que Cristo había comenzado. Ni siquiera ha quedado en claro si comprendieron cabalmente que su Señor estaba por partir de entre ellos. Entonces de pronto, después de prometerles que serían llenos de poder al descender el Espíritu Santo sobre ellos, Jesús desapareció en el cielo y ellos ya no le pudieron ver.
La historia de lo ocurrido en el Día de Pentecostés, ha quedado registrada en Hechos 2:1–6. Lea estos versículos, y se dará cuenta de que los creyentes recibieron el Espíritu Santo, como Jesús lo había prometido. Las personas que los vieron y los oyeron se maravillaron.
Después Pedro tuvo la oportunidad de explicarle al pueblo lo que estaba ocurriendo (Hechos 2:14-32). Les recordó de la resurrección de Jesús y les dijo: “De lo cual todos nosotros somos testigos” (Hechos 2:32). Aproximadamente 3.000 personas respondieron a su mensaje y creyeron en Cristo.
El tercer capítulo de Hechos registra muchos milagros realizados. Los apóstoles testificaron que los milagros ocurrieron “por la fe en su nombre [Jesús]” (Hechos 3:16). El capítulo 4 cuenta acerca de la predicación de Pedro y Juan, la cual hizo que el número de creyentes aumentara a 5.000. El
mensaje siempre giraba alrededor de la muerte y resurrección de Jesús. En Hechos 3:15 y 5:32, Pedro declaró de nuevo: “De lo cual nosotros somos testigos”. Entonces, ellos se convirtieron en testigos en Jerusalén, así como Jesús les había dicho que lo harían.
Todo cristiano, hombre y mujer, tiene la responsabilidad de contarles a otros acerca de la nueva vida en Jesús. El evangelio fue extendido hasta lo último de la tierra por otros cristianos, y no sólo por los apóstoles (Hechos 8:1–4). Estas personas fueron llenas del Espíritu Santo. Las caracterizó un fuerte deseo de mostrar comunidad cristiana al mundo. Comenzaron a predicar o a compartir el evangelio en todas partes.
Pero ¿dónde debemos comenzar nosotros? Donde comenzaron los primeros cristianos de Jerusalén: en casa en nuestra comunidad, entre nuestros familiares y vecinos, entre las personas con quienes tenemos contacto diariamente. Que su mundo personal, su Jerusalén, su propia gente, con quienes usted vive, vea el espíritu de comunidad cristiana en usted.
Judea, su país
Al dedicarse los seguidores de Jesús a testificar fielmente en Jerusalén, los dirigentes religiosos se llenaron de celos y comenzaron a perseguir (castigar o causar dificultades) a los cristianos. Hechos 8:1 dice que todos los creyentes de la iglesia de Jerusalén comenzaron a sufrir cruel persecución. Debido a ello, todos con excepción de los apóstoles huyeron de Jerusalén y fueron esparcidos por las provincias de Judea y Samaria. Las
provincias eran territorios o divisiones del Imperio Romano. Lucas nos dice: “Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hechos 8:4).
Los cristianos fueron forzados a salir de Jerusalén y, como resultado, cumplieron la segunda parte del mandamiento de Jesús de ir a Judea como testigos. Jerusalén estaba situada dentro de la provincia romana de Judea. Las personas que la habitaban, eran judíos que necesitaban oír acerca de Jesús.
Muchos años antes Dios había llamado a un hombre llamado Moisés para que libertara a su propio pueblo de la esclavitud a que habían sido sometidos en Egipto. Moisés no se sentía capacitado para tal obra. Pero Dios le prometió que lo acompañaría y le daría las palabras que habría de expresar (Éxodo 3–4). Quizá fue bueno que Moisés no creyera que podría realizar la obra él solo. Por ello tuvo que confiar en Dios plenamente.
Quizá usted se sienta como Moisés. La respuesta que Dios le dio a Moisés se la ha dado a usted también. Dios le acompañará. Le ayudará. “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5).
Después que usted haya sido fiel al ministrar a su propia Jerusalén, debe permitirle a Dios que lo envíe a su Judea, su provincia, estado o país. En la vida cristiana, si es fiel en las cosas pequeñas, Dios le abrirá puertas mayores. Hay muchas maneras de alcanzar a otras personas. Por ejemplo, usted
puede comenzar por la enseñanza de una clase de escuela dominical en su iglesia. Puede ayudar a su pastor a visitar a los enfermos o a los presos. Puede llevar alimentos a un anciano, o a algún necesitado. Sí se encuentra lejos de su hogar, puede usted buscar la manera de mostrar bondad o contarle a alguien acerca de Cristo. Confíe en el Espíritu Santo y Él le ayudará a encontrar la forma de mostrar el espíritu de comunidad en su Judea, su país.
Samaria, sus países vecinos
De una cosa podemos estar seguros: ¡Samaria les parecía muy distante a los habitantes de Jerusalén! De hecho, los samaritanos eran considerados como extranjeros por los judíos. Los judíos no tenían relación alguna con los samaritanos aun cuando eran familiares. Con todo, leemos en Hechos 8 que después que Felipe fue lleno del Espíritu Santo fue a Samaria a predicar las buenas nuevas de Cristo. Hechos 10 nos cuenta que Dios le dijo a Pedro que fuera a una ciudad llamada Cesarea y le testificara de Jesús a cierto hombre. Pedro no quería ir, pero Dios le indicó que debía testificar tanto a judíos como a gentiles.
En el Antiguo Testamento se encuentra otro ejemplo similar en el libro de Jonás. El profeta Jonás era muy orgulloso y egoísta. Recibió un mensaje del Señor quien le ordenó que fuera a predicar a la ciudad de Nínive, ubicada en el país de Asiria. Jonás no quería ir a Nínive porque sus habitantes eran
extranjeros para él.
Pero Jonás no fue porque en realidad no tenía interés en esas personas. En lugar de ir a ese lugar, abordó un barco que iba en rumbo opuesto. Entonces el Señor hizo que se desatara una gran tormenta y el barco estaba a punto de zozobrar. Jonás le dijo al capitán que él, Jonás, había desobedecido a Dios. Le dijo: “Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará…” (Jonás 1:12). Al hacerlo, el mar se calmó de inmediato.
Entonces el Señor envió un gran pez para que se tragase a Jonás. Desde el vientre del gran pez, Jonás oró al Señor y le dijo que se arrepentía de su desobediencia. Después que el gran pez vomitara a Jonás, el profeta se preparó para obedecer al Señor. Fue a la impía Nínive, les predicó la Palabra del Señor y muchos se arrepintieron. El Señor salvó a la ciudad y le enseñó a Jonás una lección de obediencia.
Dios ama a todos. El Señor fue misericordioso con los habitantes de Nínive, y todavía hoy quiere ser misericordioso con toda la gente. Si le obedecemos, nos ayudará a llevar el evangelio a personas que habitan en países vecinos. Dios no favorece a unos y menosprecia a otros. Él perdona a todo aquel que le busca.
¿Cómo puede usted mostrar comunidad cristiana a personas que habitan en países vecinos al suyo? Primero, puede orar por ellos. Puede compartir su dinero o sus bienes para alcanzarlos con el evangelio. Posiblemente hasta pueda ir a ellos. No limite a Dios. Permítale desarrollar el plan que ha trazado para usted. No necesita mucho dinero para ganar a otros para Cristo. Si todos los cristianos obedecieran el mandamiento de Jesús, la
necesidad sería suplida. ¡El evangelio iniciaría su viaje hasta lo último de la tierra!
Lo último de la tierra, el mundo entero
El apóstol Pablo fue el más grande misionero que el mundo jamás haya conocido. Salió de Jerusalén, de Judea, de Samaria y fue hasta lo último de la tierra. En cada viaje misionero realizado alcanzó siempre un área más lejana del mundo conocido. Su primer viaje lo llevó hasta el Asia Menor, cerca
de su tierra, Palestina. Sus segundo y tercer viajes lo llevaron tan lejos como hasta Grecia. En su último viaje llegó hasta la distante Roma, y posiblemente hasta España. Verdaderamente Pablo sentía una preocupación que se extendía hasta lo último de la tierra, por contar a todos, en todas partes, acerca de Jesucristo.
Jesús dijo: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Los linderos de la comunidad son muy amplios. No tienen límites. Se extienden desde su mundo personal hasta lo último de la tierra. Alcanzan a todo
ser humano de todas partes del mundo. Extendamos nuestros brazos de amor y mostremos nuestro espíritu de comunidad cristiana al mundo entero.
Permítame contarle acerca de una joven de Inglaterra que tenía una idea de comunidad con alcances hasta lo último de la tierra. Su nombre era Gladys Aylward. En 1920, trabajaba como sirvienta de una familia rica de Londres. Sin embargo, sentía un gran deseo de contarles a los chinos el evangelio de Jesús. Pero ella ni se imaginaba dónde estaba China.
Finalmente se enteró de que podía viajar a China por tren. Compró un boleto y cruzó Europa, y después tomó otro tren para atravesar Siberia. Finalmente llegó a China después de muchos días y noches de viaje.
Gladys Aylward trabajó en China por más de cuarenta años contándole a la gente acerca de Cristo. En cierta ocasión ayudó a deshacer un motín en una cárcel. Ayudó a muchas personas a encontrar a Jesucristo como su Salvador. Cuidó de centenares de huérfanos. Durante la Segunda Guerra Mundial llevó a más de 100 de estos niños chinos a las montañas, a un lugar seguro, lejos del frente de guerra. Esta mujercita estaba llena
de un espíritu de comunidad que alcanzaba mucho más allá de su ciudad o país. Su comienzo fue muy humilde, pero su amor era semejante al divino. Abarcó desde Inglaterra hasta la lejana China.