Crecemos en comunidad
La vida humana es un milagro en el cual muy pocos reparamos. El bebé crece porque come y duerme. Aprende porque le enseñan muchas cosas quienes lo cuidan. Su crecimiento mental y físico continúa por muchos años hasta que finalmente llega a ser adulto. Entonces se dice que ha llegado a la madurez.
En la lección 2 aprendimos acerca del mandamiento de Jesús sobre testificar. A fin de testificar con efectividad, hemos de desarrollarnos espiritualmente. En esta lección usted estudiará cómo obtener la madurez espiritual. Dios desea que maduremos. Desea que crezcamos espiritualmente “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). Entonces podremos crecer en comunidad con otros.
Formas de crecimiento
Conozca las Escrituras
Los saduceos le contaron a Jesús una historia que ellos mismos habían elaborado. Le dijeron que cierta mujer se había casado y su esposo había muerto. Entonces se volvió a casar, pero su segundo esposo también murió. Lo mismo le ocurrió siete veces. Los saduceos le preguntaron a Jesús de quién sería esposa esta mujer cuando se produjera la resurrección (Mateo 22:28).
Esta historia había sido inventada con el fin de probar a Jesús. Los saduceos no creían en la resurrección. Querían que Jesús declarara algo contra las creencias de ellos. De esa manera sencillamente podían rechazar las enseñanzas de Jesús sin remordimiento de conciencia. Sin embargo, en lugar de
contestar la pregunta de los saduceos, el Señor fue a la raíz misma del problema. Les hizo ver su falta de conocimiento de las Escrituras. “Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mateo 22:29). Observe el orden que usó Jesús. Ubicó el conocimiento de las Escrituras en primer lugar y después el poder de Dios.
Aquí podemos aprender mucho. La gente se preocupa más por el poder de Dios, y no posee el deseo de conocer las Escrituras.¿Desea usted el poder de Dios en su vida? Entonces debe conocer y vivir las enseñanzas de las Escrituras. El apóstol Pedro dijo: “Desead, como niños recién nacidos, la
leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2).
El Salmo 119 tiene 176 versículos. En casi todos ellos se mencionan las Escrituras en una u otra forma. Entre otras cosas, estos versículos presentan la Palabra como nuestra defensa contra el pecado, nuestra guía, nuestra sabiduría, y nuestro gozo.
Si usted no lee regularmente la Palabra de Dios, puede pedirle a Dios que le ayude a obtener la sabiduría para leerla y comprenderla. En ocasiones no hacemos lo que debemos debido a nuestra negligencia. Ciertas cosas sólo el Señor las puede hacer en mi favor. Pero hay otras que sí puedo hacer. Por
ejemplo, en lo relacionado con la oración diaria y la lectura de la Biblia, tengo que sobreponerme a mí mismo y practicarlas. Para ello necesito accionar mi voluntad. Nadie me forzará jamás a hacerlo. Debo obligarme a mí mismo a hacerlo. Al comenzar a leer la Palabra diariamente, experimentaré el gozo, la satisfacción y el crecimiento que produce.
Los bebés crecen sólo cuando reciben la leche y la alimentación adecuadas de parte de sus padres. Lo mismo ocurre en la vida del creyente. Si usted espera crecer en el Señor tiene que permitirle que Él lo alimente a usted. Él le alimenta a través de su Palabra. Separe un momento en particular del día para este propósito, así como separa un tiempo para la comida diariamente. El Espíritu Santo le ayudará a comprender lo que usted lee y así crecerá en el Señor.
Piense en el Señor
La oración y la meditación, o el pensar en el Señor, constituyen otra ayuda para el crecimiento cristiano. El apóstol Pablo, en Filipenses 4:8, nos exhorta a llenar nuestras mentes de cosas buenas, de “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre”. Dios nos ha prometido en Isaías que nos guardará en perfecta paz si pensamos en Él (Isaías 26:3). El pensar en el Señor hace que nuestra fe en Él crezca.
También necesitamos orar para que Dios nos enseñe sus caminos y dirija nuestro andar. Él quiere que oremos por una mejor comprensión de su Palabra. Se nos instruye en Filipenses 4:6 que le pidamos a Dios lo que necesitamos. Leemos en Efesios 6:18 que debemos orar “con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. Cuando oramos por otros cristianos, mostramos un espíritu de comunidad hacia ellos. También debemos orar por aquellos que no conocen a Cristo, para que se acerquen a Él.
Que el amor cristiano lo gobierne
Los Diez Mandamientos fueron dados a los israelitas como uno de los sistemas de normas más antiguo para vivir en verdadera comunidad (Éxodo 20). Tratan sobre las relaciones entre Dios y su pueblo, y sobre las relaciones entre las personas. Todo lo que los israelitas hacían tenía que estar
en armonía con estas leyes. No se debía desobedecer ninguna de ellas. Sin embargo, a los israelitas se les dificultó observar estas reglas.
El pueblo que recibió estos mandamientos los desobedeció. Por ello envió a Jesucristo para que creara una manera de que la relación entre Dios y el hombre pudiera ser restaurada. Lea Romanos 8:3 y Gálatas 4:4–5. Estos versículos muestran la misericordia de Dios y su deseo de establecer perfecta
comunión (comunidad) con el hombre. Las relaciones del ser humano con su prójimo mejoran cuando establece la relación correcta con Dios.
Cuando yo era joven, se me asignó una tarea en la que debía trabajar con una persona mayor que yo, y experta en ese trabajo. Esa persona no era muy amigable. Decidí tratarla con amor a pesar de lo mal que me tratara. Cuando se dio cuenta de que su actitud negativa no me afectaba, cambió de actitud hacia mí. Correspondió a mi amor cristiano. De mi relación con ella aprendí muchas lecciones que todavía hoy me siguen ayudando. Una de ellas fue que nadie puede resistir una actitud de amor e interés por el bienestar del prójimo.
Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador ocurre un cambio en nuestras vidas. Nuestra perspectiva acerca de Dios, de la Biblia y de otras personas cambia por completo. Jesús hace en favor nuestro lo que no puede hacer la ley, los Diez Mandamientos. Pasamos a ser nuevas criaturas cuando entramos en comunidad con Él (2 Corintios 5:17). Él escribe su ley de amor en nuestros corazones humanos (2 Corintios 3:3). Esta nueva ley de amor nos insta a obedecerle porque le amamos. Nuestras relaciones con nuestros prójimos se rigen por su ley de amor. Nuestra conciencia queda limpia y nuestra mente renovada. Ahora hacemos por naturaleza las cosas que se nos ordenan en la ley.
¿Acaso alguien le ha tratado mal desde que se convirtió a Cristo ¿Ha sentido ira dentro de usted? Si permitió que el amor de Dios llenara su corazón, bien pudo perdonar a quien le ofendió. Si ya es usted cristiano, su naturaleza ha sido transformada por el poder de Dios. La ley de amor de Dios
se ha convertido en su regla de vida y de conducta. Esta es la forma de poseer un espíritu de comunidad.
Adore junto con otros
La adoración conjunta con otros cristianos le ayudará a crecer. Necesitamos reunirnos para estudiar la Palabra de Dios. La asistencia consistente a la iglesia y la enseñanza nos edifica en el Señor. Al compartir mutuamente nuestros problemas y alegrías con otros recibimos ayuda. Un principio básico de comunidad consiste en que nos necesitamos mutuamente. Necesitamos dedicar tiempo a la comunión con otros que aman al Señor como nosotros. ¿Se reúne usted con otros cristianos? ¿Participa de su regocijo cuando se sienten felices, y los alienta cuando están tristes? Si lo hace, está demostrando el espíritu de comunidad y amor en todo el sentido de la palabra.
Principios de crecimiento
Al madurar en nuestra vida cristiana por el estudio de la Palabra de Dios, la oración, la meditación en Dios, la adoración a Él y el amor a otros, Dios nos dirige hacia una nueva vida de santidad. En algunas partes la Biblia se refiere a ésta como estar separado. El Nuevo Testamento se refiere a dos clases de separación. Una, consagración a Dios, y la otra, separación del pecado. Ambas son de mucha importancia.
Consagración a Dios
Dios le está llamando a una consagración a Él. Quiere que se consagre o separe para el propósito que Él desee. Romanos 12:1 dice:
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.
Esta es la fase positiva de la separación. Lea ahora Hechos 13:2: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.” Lea también Romanos 1:1: “Pablo…apartado para el evangelio de Dios.” De nuevo, nótese que la separación se hizo para Dios. La consagración a Dios demanda una dedicación total o compromiso con Él, a fin de que nos pueda ayudar a vivir en santidad.
Separación del mundo
En 2 Corintios 6:14 leemos: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” Aquí resalta el mensaje de que la verdadera comunión (comunidad) no puede establecerse entre el creyente y el
incrédulo. No hay base firme para el espíritu de comunidad entre los cristianos y los inconversos. Observe las palabras “unáis en yugo”, “compañerismo” y “comunión”. Este versículo nos exhorta a no establecer estas clases de relaciones con los inconversos. Se refiere a relaciones muy estrechas como el matrimonio, o una sociedad comercial. No se refiere a los contactos diarios en el mundo.
A menudo nos relacionamos con personas que no tienen fe en Dios. A estas personas debemos ganarlas para Él. El secreto de ser hijo de Dios en medio de un mundo pecaminoso consiste en conocer a Dios. Debe usted permitir que el Espíritu Santo gobierne su vida. Aunque usted vive en el mundo, es ciudadano del cielo. Puede estar con incrédulos, ¡pero no debe ser como ellos!
Tolerancia y moderación
En ocasiones es muy difícil para los cristianos conocer las reglas de comportamiento que deben observar. Debemos permitir que la Biblia nos guíe en las áreas donde da direcciones específicas, y pedir al Espíritu Santo que nos guíe en las demás áreas.
Algunos cristianos dicen que ya no vivimos bajo la ley, por lo que somos libres para vivir de acuerdo con nuestras propias reglas. Otros asumen una actitud más legalista. Es decir, tratan de ganar el favor de Dios por las cosas que hacen o dejan de hacer. Tratan de agradar al Señor obedeciendo una lista de reglas en lugar de poner su fe en Cristo. Cualquiera de estas posiciones puede ser peligrosa. El cristianismo no consiste en un juego de reglas que se han de observar. Consiste en recibir a Cristo Jesús como Salvador y permitirle que se convierta en el Señor de nuestras vidas. Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).
Si el Señor Jesucristo es Señor de nuestras vidas, deseamos hacer las cosas que le agradan. No queremos hacer nada que dañe nuestro testimonio cristiano. No estamos sujetos a reglas legalistas, pero tampoco creemos que la gracia de Cristo nos autoriza para hacer lo que nos dé la gana. La ley de amor de Cristo nos ayuda a practicar moderación o equilibrio en nuestras normas de conducta. Dios trata con nosotros como individuos. Sabe muy bien lo que necesitamos. Él nos ayudará a ser moderados, o equilibrados en nuestra conducta cristiana.
Puesto que Dios trata con nosotros como individuos, hemos de ser cuidadosos y no juzgar a otros por nuestras propias reglas. Romanos 14 y 15 se refieren a ello en relación con ciertas comidas y la observancia de ciertos días. Sin embargo, los principios enseñados en este capítulo se aplican también a cualquier otra área cuestionable de nuestras vidas. He aquí algunos de estos principios:
1. “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano” (Romanos 14:13).
2. “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (Romanos 14:19).
3. “Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite. ¿Tienes tú fe? Tenía para contigo delante de Dios” (Romanos 14:21–22).
4. “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios” (Romanos 15:7).
Estos pasajes bíblicos dicen claramente que debemos ser tolerantes con quienes observan normas de conducta diferentes de las nuestras. Ser tolerante significa ser paciente y aceptar a otros aun cuando no estamos totalmente de acuerdo con ellos.
Dios sabe cómo tratar con nosotros como individuos. Trata con nosotros en un plano netamente personal. Lo hace porque desea que establezcamos una relación más estrecha con Él. Sabe muy bien en cuáles áreas necesitamos su ayuda. Quizá requiera algo de usted y algo más enteramente diferente de otra persona. Él puede impulsarnos a hacer ciertas cosas, e impulsarnos a no hacer otras. No debemos tratar de imponer sobre nadie que haga exactamente lo que sentimos que Dios nos dice a nosotros. Hemos de aceptar a otros cristianos tal como son y esperar que Dios los dirija. Hemos de ser tolerantes.
Jesús dijo que “con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (Mateo 7:2). Por tanto, no es de sabios ser ásperos ni críticos en nuestro juicio de otros. La tolerancia hacia otros es un ejemplo de la ley de amor, y está presente donde hay un espíritu de comunidad.