Pertenecemos a la iglesia de la comunidad
Chi Kim era huérfano. A pesar de sus escasos seis años de edad, vivía en las calles de Hong Kong. No le pertenecía a nadie.
Cierto día un buen hombre conoció a Chi Kim y lo llevó a una casa donde vivían muchos otros niños y niñas. Allí se le prodigó cuidado y se le enseñó acerca de Jesús. Muy pronto aprendió a leer y a escribir su nombre.
Después de unos meses Chi Kim fue llevado a la casa de una admirable familia china. Fue adoptado y comenzaron a tratarlo como hijo. Se sintió muy feliz porque al fin pertenecía a una familia.
El sentido de pertenencia es una de nuestras necesidades básicas. Cuando uno pertenece a una familia se siente cómodo y seguro. Cuando usted se convierte a Cristo, pasa a formar parte de la familia de Dios. En esta lección usted estudiará lo que significa pertenecer a la familia de Dios, la comunidad de creyentes que forman su iglesia.
Adoramos juntos
Como usted recordará, en cada una de las primeras lecciones dijimos que la iglesia no es un edificio, es un cuerpo de creyentes unidos con el fin de realizar la obra de Dios. Cuando aceptamos a Cristo pasamos a formar parte de su cuerpo. De su iglesia universal. Este cuerpo de creyentes se une para realizar la obra del Señor y adorarle juntos. Ellos forman grupos o iglesias en su comunidad. En el libro de los Hechos leemos acerca de la iglesia primitiva, y sobre cómo los primeros cristianos viajaron de lugar en lugar ayudando a formar nuevas iglesias en cada comunidad. Estos cristianos primitivos sentían un gran deseo de congregarse para adorar a su Señor.
Adorar a Dios significa rendirle su devoción a Él. Usted le ofrece honra y alabanza. Le adora a Él más que a cualquier otra cosa. Dios creó al hombre de manera que le agradara convivir con otros. Es natural para los creyentes sentir el deseo de unirse en adoración. Recibimos aliento cuando adoramos junto con otros, y también nosotros damos aliento.
Hay muchas formas de expresar adoración a Dios. En los Salmos se nos instruye que le adoremos de diversas maneras, dando palmadas, cantando al Señor, alabándole con nuestras voces, orando, usando instrumentos musicales, y de otras maneras. Cuando nos unimos con otros creyentes en la
adoración de estas maneras, nos es más fácil expresar nuestro amor y adoración a Dios.
Otra forma de adoración a Dios consiste en el servicio a otros. La verdadera adoración, una expresión de amor y adoración a Dios, conduce naturalmente a la expresión de amor y bondad hacia otras personas. Esta verdad se expresa en las palabras de Jesús registradas en Mateo 25:31–40, que ya hemos estudiado en otra lección anterior. Cuando servimos a otros, lo hacemos como para el Señor.
Disfrutamos de compañerismo juntos
En nuestra primera lección estudiamos que uno de los significados de comunidad es “compañerismo”. La expresión más alta de compañerismo se encuentra entre cristianos. La iglesia local constituye un buen lugar para el desarrollo del compañerismo con otros creyentes. A los jóvenes les gusta pasar un buen rato juntos charlando y participando en actividades de recreación. Los adultos también necesitan conocerse entre ellos y participar en actividades juntos.
Por medio de las actividades de compañerismo de la iglesia, se puede alcanzar a toda la comunidad. Las actividades enfocadas sobre los niños pueden atraer a otros niños. Un día de campo, un día de trabajo conjunto, o sólo una reunión informal, todos constituyen medios de conocer mejor a la gente.
Y al conocernos mutuamente, estamos mejor capacitados para ministrar a quien padezca necesidad.
Los Evangelios contienen muchos relatos de ocasiones cuando Jesús comía junto con otros. Él aprovechó estas ocasiones informales de compañerismo para compartir verdades espirituales profundas sobre el reino de Dios, o para ministrar y suplir las necesidades individuales. Todos necesitamos momentos de solaz, de camaradería, de conocernos mejor. Con frecuencia, los miembros de la comunidad que no pertenecen a
la iglesia local son dirigidos hacia la comunión con el Señor y la iglesia por este medio. El compartir, la preocupación mutua y el amor son acciones de comunidad.
Ministramos juntos
Una de las mayores ventajas de la asistencia regular a la iglesia consiste en el privilegio de estudiar junto con otros cristianos. En la mayoría de las iglesias celebran clases de escuela dominical o de capacitación bíblica. El estudio consistente de la Biblia le provee al creyente un buen trasfondo
y comprensión de la Palabra. Los pastores preparan sermones que nos ayudan a crecer y a madurar en la fe. Al ministrarnos de estas maneras a nosotros, recibimos a la vez la capacidad de ministrar a los demás.
Los capítulos 2 y 3 de la epístola a Tito contienen muchas referencias a la conducta y responsabilidad cristianas. En estos versículos el apóstol Pablo se refiere a las cosas que están de acuerdo con la sana doctrina o enseñanza. Se menciona el ayudar a las viudas, instruir a los jóvenes, y enseñar a los
empleados a someterse a sus patrones. Todas estas cosas forman parte del ministerio de la iglesia.
Cuando nos unimos a otros podemos realizar tareas que jamás podríamos hacer nosotros solos. Cuando mi esposa era niña y vivía en una granja en Canadá, los agricultores se unían para cosechar los campos, ya que en aquel tiempo no se usaba tanta maquinaria agrícola como hoy. Algunos dejaban
de trabajar en su propio sembradío para ayudarle a otro a cosechar su maíz o su trigo. Trabajando juntos y ayudándose mutuamente, muy pronto cosechaban todos los sembradíos. Solos no podían realizar ese trabajo.
El mismo principio se aplica a la iglesia. Por ejemplo, se necesitaba traducir la Biblia al idioma que se habla en Birmania. Era un proyecto demasiado complejo y grande para que lo realizara una sola persona o iglesia. Por ello un gran número de personas de muchas iglesias juntaron su dinero y
financiaron la traducción de la Biblia.
Al madurar usted en el Señor, le embarga un deseo intenso de ministrar a otros. Su mundo se amplía. Se torna usted más sensible ante las necesidades ajenas.
Cuando algunas personas oyen que otros se están muriendo de hambre, no les interesa. Creen que lo único que necesita esa gente es trabajar más para obtener más dinero y comprar alimentos. Pero cuando el cristiano oye ese mismo lamento, que las personas sufren hambre, se duele junto con ellas. Jesús dijo: “Porque todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas 12:48). Es decir, Dios le ha dado a usted muchas cosas, las cuales son la bendición de Él para usted. Sin embargo, se le pedirán cuentas de cómo usó todo lo recibido, y cómo respondió ante las necesidades de los demás.
Cuando usted oye o se da cuenta de que muchas personas se mueren de hambre en regiones muy lejanas, o que sufrieron algún desastre natural como terremoto o huracán, ¿se conduele usted? Una buena señal de su madurez radica en la forma en que tales noticias influyen sobre usted. Hágase a usted mismo las siguientes preguntas: ¿En realidad me importa lo que le pase a mi prójimo? ¿Tiene importancia para mí el que centenares de miles mueran en regiones muy lejanas? ¿Estoy verdaderamente interesado en participar en un ministerio mundial? ¿Le estoy ayudando a mi iglesia a ministrar a quienes padecen necesidades?