Provisión para las “Necesidades Espirituales”

“Y no nos metas en tentación.”

Mateo 6:13

¡Qué práctica es la oración! Cómo se relaciona con nuestra vida diaria! Y sin embargo, ¡cuánto necesitamos el poder de Dios en nuestra vida diaria para ser vencedores! Una cosa que debemos decir una y otra vez cuando oramos es: “¡No puedo resolver mi problema solo! ¡No puedo resolverlo solo! Necesito que me ayuden!”

En la lección 6 estudiamos que al Espíritu Santo se le puede llamar el Paracleto, esto es, el que es llamado a nuestro lado para ayudarnos. Para ser vencedores, tenemos que dejar que Cristo nos bautice con el Espíritu Santo. Así el Espíritu podrá ayudarnos.

En 1 Corintios 10:13 tenemos una maravillosa promesa. Ella es: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.”

Pero tenga presente que la “salida,” esto es, la victoria sobre la tentación, está en la ayuda del Espíritu Santo. Sin esa ayuda, usted no puede vencer. ¡Recuerde que usted no puede resolver su problema solo!

EL CAMINO A LA VICTORIA ESPIRITUAL

En las últimas dos lecciones tratamos acerca de algunas de las necesidades del hombre. En la primera de ellas dijimos que Dios “añade” las “cosas materiales” a los que buscan primeramente el reino de Dios; en la segunda estudiamos que los que buscan primeramente el reino de Dios pueden vivir en paz con otros en este mundo.

Ahora trataremos del conflicto que experimenta todo creyente que quiere agradar a Dios viviendo una vida de rectitud y santidad. Tenga presente que con la palabra “santidad” nos referimos a la pureza moral que Dios requiere de nosotros. Veamos un diagrama que describe esto.

Vemos nuevamente aquí que lo que buscamos es el reino de Dios. Como resultado, la santidad es lo que es añadida.

Todo ser humano tiene un conflicto cuando trata de vivir una vida correcta. Pero por lo que al pecador se refiere, él no sabe cómo resolverlo. En efecto, el pecador sabe distinguir lo bueno de lo malo; pero no tiene poder para hacer lo bueno. Por lo tanto, es incapaz de vencer el pecado por sí solo.

¡No así el creyente, quien sí puede resolver su conflicto! Porque al igual que en las otras lecciones, lo primero que aprendimos en ésta fue que no podemos resolver nuestros problemas solos. Necesitamos que nos ayuden. Y Cristo nos enseña que el camino a la victoria espiritual consiste en buscar la ayuda “de arriba.” Por eso es que la solución al problema de resistir la tentación es la misma que la del de suplir nuestras necesidades o vivir en paz. Triunfamos sobre el pecado buscando primeramente el reino de Dios. ¡Cuando nuestros intereses están en las “cosas de arriba,” Dios nos da fuerzas para vencer las “cosas de la tierra!”

El enemigo del creyente

Para orar como se debe con respecto a la victoria espiritual, necesitamos saber algo sobre nuestro enemigo y cómo lucha contra nosotros.

No son muchos los que han visto al diablo. Con todo es un ser muy real y su poder se siente por todas partes. Esto quiere decir que no vemos al verdadero enemigo contra el cual luchamos, sino sólo las cosas que él utiliza para vencernos. Y una de las cosas que el diablo emplea en su lucha contra nosotros es la tentación.

Hay varias cosas que debemos saber de la tentación. Al respecto, Santiago 1:14 dice: “Cada uno es tentado . . .” Por tanto, de este versículo podemos sacar dos conclusiones, que son:

  1. Todo hombre tiene deseos naturales. Si éstos no existieran, no podría haber tentaciones. Jesús mismo tenía deseos naturales.
  2. Todo hombre es tentado. Hasta Jesús fue tentado. Esto quiere decir que no es pecado ser tentado.

Luego, Santiago 1:14-15 prosigue: “. . . cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” De esto podemos aprender varias verdades más, a saber:

  1. Todo hombre es tentado cuando es atraído y seducido por sus concupiscencias. Pero por lo que a Jesús respecta, si bien fue tentado igual que nosotros, no fue atraído ni seducido por ninguna concupiscencia. El tenía deseos naturales, pero no concupiscencias.
  2. Ser seducido es ser inducido engañosamente a hacer lo malo mediante la satisfacción indebida de los deseos naturales. Es Dios quien dotó al hombre de deseos naturales; por consiguiente, éstos son puros y buenos. Pero Dios se complace en que los satisfagamos como es debido, esto es, que los satisfagamos conforme al propósito para el cual nos los dio.
  3. Las concupiscencias son deseos desordenados; en otras palabras, son deseos que se han desviado del propósito para el cual Dios los puso en el hombre. Por lo tanto, son malos.
  4. La concupiscencia es el principio del pecado, porque “la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado.”
  5. Pecado es todo lo que el hombre piensa, desea, dice o hace cuando cede a la tentación. En consecuencia, el hombre no peca cuando resiste la tentación; sí peca cuando cede a ella.

Los deseos naturales los tendremos siempre con nosotros. Y puesto que fue Dios quien los puso en nosotros, son buenos; no debemos, pues, avergonzarnos de ellos. Pero estos buenos deseos se convertirán en concupiscencias si no los mantenemos bajo control. Porque al convertirse en concupiscencias, estos deseos nos atraerán y seducirán.

Jesús fue tentado, pero no cedió a la tentación. Fue tentado, pero jamás fue seducido; esto es, jamás cedió a la tentación para satisfacer indebidamente sus deseos naturales.

Puede que usted se pregunte: ¿Tuvo Jesús los mismos deseos naturales que nosotros? Sí; Jesús tuvo los mismos deseos naturales que nosotros. Fue tentado en todas las cosas en que nosotros somos tentados. Puede leer sobre esto en Hebreos 4:15. Pero ¿cómo resistió Jesús la tentación? Orando siempre y sin cesar. Sus palabras al respecto fueron: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41). Recuerde que no es pecado ser tentado, salvo que permitamos que nuestros deseos naturales se conviertan en concupiscencias y nos lleven a pensar y hacer lo malo. Si nuestros deseos naturales se convierten en concupiscencias, entonces ya estamos empezando a pecar.

Así pues, nuestros pensamientos deben ser puros y nuestros deseos naturales deben estar bajo el control del Espíritu Santo. Una persona guiada por el Espíritu no dará ocasión a que sus deseos naturales se conviertan en concupiscencias, que la lleven a desear cosas pecaminosas y cometer actos pecaminosos.

Algunos creyentes piensan que cuando somos salvos, dejamos de tener deseos naturales; pero eso no es cierto. Dios nos muestra cómo podemos dominar nuestros deseos naturales y satisfacerlos con pureza y rectitud; pero no nos los quita. Si no tuviéramos deseos naturales que dominar, no haríamos ningún esfuerzo por vivir una vida santa. Los tiempos de tentación son oportunidades para que Dios manifieste su poder. Hagamos uso, pues, de la “salida” (1 Corintios 10:13) que El nos proporciona.

¡La gloria de una vida santa es el hecho de que ella tiene lugar en medio de la tentación! Es muy peligroso pensar que el creyente no tiene deseos naturales; porque si algún creyente cree esto, no va a reconocer que tiene tentaciones y, por consiguiente, no va a velar. Es más probable que llegue a ser un hombre de oración el creyente que sabe que tiene deseos naturales. Será éste el que se aprovechará de la fortaleza que nos da Dios por su Espíritu, para que dominemos nuestros deseos naturales. Los tiempos de tentación son, como ya lo dijimos, oportunidades para que Dios manifieste su poder. Porque cuando somos más débiles es cuando el poder de Dios se demuestra mejor.

Debemos velar en todo tiempo y no dar lugar a los malos deseos. Debemos recordar que el diablo es un ser muy real y que se vale de todo lo que puede para hacer caer al creyente. El diablo conoce los deseos naturales del hombre. Sabe que Dios los puso en el hombre para que éste los satisfaga en debida forma; pero también sabe cuán fuertes son estos deseos, por lo cual procura que los hombres sean seducidos por ellos cuando él los convierte en malos deseos. Por eso es que debemos estar en guardia contra el diablo.

Hay dos cosas que debemos recordar en cuanto a la tentación y son:

  1. Que cada uno de nosotros tiene deseos que lo tientan; pero Cristo nos da poder para dominarlos.
  2. Que hay un diablo muy real que nos tienta; pero Cristo nos da poder para resistirlo.

La armadura de Dios

La fuente de poder con que luchamos contra la tentación del diablo es la oración y la adoración. Repetimos una vez más lo que hemos dicho con respecto a las “necesidades materiales” y “sociales.” Esto es, que si queremos vivir en santidad, si queremos vivir victoriosamente o si queremos triunfar, debemos buscar primeramente a Dios, su reino y su voluntad. En otras palabras, buscamos al que es la fuente de todo lo que necesitamos.

Ahora bien, ¿qué beneficios recibimos de la oración y la adoración para que nos ayuden en la hora del combate? Recibimos varios beneficios importantes, a saber:

  1. Aprendemos a conocer a nuestro Capitán, Jesucristo, y a tener confianza en su dirección.
  2. Aprendemos cuáles son sus planes y su voluntad, de modo que podemos obedecer sus órdenes.
  3. El Espíritu Santo nos llena de poder para que, al llegar la hora del combate, tengamos fuerzas para luchar.
  4. Recibimos armas para la lucha y las instrucciones sobre cómo usarlas.

En Efesios 6:14-18 Pablo nos habla de nuestras armas: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.”

Note usted aquí dos cosas:

  1. Que la armadura, compuesta de armas defensivas, es una armadura espiritual que Dios le da al creyente para que con ella resista al diablo. La armadura consiste en la verdad, la justicia, el evangelio de la paz, la fe y la salvación.
  2. Que las armas ofensivas, la Palabra de Dios y la oración, son también armas espirituales. Ambas se usan con la ayuda del Espíritu Santo.

Note asimismo que en Efesios 6:18 se hace referencia dos veces a la oración. Usted no puede prescindir de la oración al prepararse para las batallas espirituales. Usted no puede resistir la tentación sin oración. ¡La oración nos da la firmeza, el poder y las armas con que triunfamos!

No basta con que usted tenga la espada en la mano, que el Espíritu Santo sea su ayudador y que haya orado para ir a la batalla. Usted debe tener puesta la armadura de Dios para cubrirse y protegerse. Usted debe tener la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo.

Por eso es que Jesús dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33). Si usted lleva puesta la armadura de Dios, el Espíritu Santo le ayudará a triunfar cuando use la espada de la Palabra de Dios.

Por tanto, ¡ore! ¡Ore! ¡Ore! Ore como Cristo dijo que debemos hacerlo. Ore por las cosas del Reino y podrá vencer.

El sitio de la victoria

Hay dos cosas que debemos saber con respecto a la vida victoriosa. La primera es que no podemos ser vencedores “en el mundo” hasta que aprendamos a ser vencedores “en nosotros mismos.” Dios nos ha dado armas espirituales para derribar las “fortalezas” del diablo y libertar a los muchos hombres que él mantiene cautivos; pero no podemos hacer esto hasta que nosotros mismos seamos libres del poder del pecado. ¡No podemos ayudar a otros a resistir a la tentación hasta que nosotros mismos hayamos aprendido el secreto de cómo resistirla! Y ese secreto consiste en hacer que la voluntad de Dios sea lo primero en nuestra vida. Cuando lo único que procuramos es que el nombre de Dios sea santificado, resistiremos la tentación de procurar hacer lo que a nosotros nos gusta.

La segunda cosa que debemos saber con respecto a las victorias espirituales es que éstas se logran en el campo de batalla, esto es, en el lugar donde tenemos que combatir con el enemigo. Algunos creyentes piensan que las victorias espirituales las conquistamos “de rodillas.” Pero cuando estamos orando, no estamos luchando contra el diablo. Cuando estamos orando estamos hablando con nuestro Capitán, estamos recibiendo un nuevo suministro de armas, estamos recibiendo nuestras órdenes de combate, estamos recibiendo poder y adquiriendo conocimientos; pero no estamos ganando la batalla. Por cierto que cuando oramos, llegamos a tener más confianza a medida que nos damos cuenta del gran poder que Dios nos está suministrando. Gritamos y alabamos a Dios por lo que sabemos que El nos ayudará a hacer; pero no estamos ganando la batalla.

¡Las batallas se ganan en el campo de batalla! Seremos vencidos una y otra vez, a menos que recibamos la fuerza y la sabiduría que Dios nos da cuando estamos de rodillas, y las llevemos con nosotros a la batalla. ¡Es por medio de la oración como nos preparamos para la batalla! Pero las “oraciones” de algunos creyentes no son nada más que repetidas confesiones de fracasos y súplicas a Dios para que los perdone. ¡No alcanzan la victoria porque no usan el poder que está a su disposición en la hora de la tentación!

EL CAMINO A LA MADUREZ ESPIRITUAL

La madurez espiritual se alcanza cuando buscamos primeramente el reino de Dios. Porque es por medio de la Palabra de Dios y de la oración — que no es otra cosa que una conversación con Dios — como llegamos a ser como Cristo. Y ser como Cristo significa ser espiritualmente maduros.

Hay tres etapas en el proceso de crecimiento del creyente. Este comienza como un niño espiritual y luego pasa por la etapa de adolescente espiritual hasta que llega a ser un adulto espiritual. Comparemos estas tres etapas con las tres leyes mencionadas en Romanos 7:23 y Romanos 8:2. Las tres leyes son:

  1. La ley de la carne.
  2. La ley de la mente.
  3. La ley del Espíritu.

El creyente que todavía está dominado por la ley de la carne es un niño espiritual. Estrictamente hablando, es una persona “sin ley” porque hace solamente lo que le parece. Su idea de la vida es: “Si algo parece bueno, hazlo.” A decir verdad, actúa como un inconverso.

El creyente que está dominado por la ley de la mente es un adolescente espiritual. Obedece la ley, pero no de corazón. Hace lo bueno sólo porque la ley lo exige, sea ésta la ley de su hogar, la ley de la iglesia o la ley de Moisés.

El creyente que está dominado por el Espíritu es un adulto espiritual. Obedece la ley de Dios porque ama a Dios. Le da al reino de Dios el primer lugar en su vida. Tiene justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.

El secreto del crecimiento

¿Cómo puede crecer un niño espiritual hasta llegar a ser un adulto espiritual? El secreto está en cómo orar. ¡Si el creyente ora correctamente, vivirá correctamente! Porque la oración correcta conduce a una vida correcta. ¡Y la vida correcta llega a ser una oración incesante! El niño espiritual no puede dominar su ira sin ayuda; ni puede dominar sus deseos por sí solo. Por eso los gobiernos del mundo procuran dominar la naturaleza carnal del hombre con leyes y castigos, aplicando éstos cuando aquéllas son violadas. Pero cuando la iglesia tiene muchos niños espirituales, trata frecuentemente con los violadores de la ley igual que como lo hace el mundo; esto es, establece “reglas” y “leyes” para dominar la desobediencia de los niños.

Cuando una persona obedece las leyes ya no es un niño, sino un adolescente. Actúa inteligentemente, como todo ser humano debe hacerlo, y responde a la razón. Lo mismo se puede decir del crecimiento espiritual. Porque cuando un niño espiritual llega a ser un joven espiritual, honra la autoridad de la iglesia y obedece las leyes de ésta. Es un buen “miembro de la iglesia” y se lo respeta por el hecho de ser obediente a las leyes.

Pero ser simplemente obediente a las leyes no es ser maduro, ni como ciudadano ni como creyente. Un ciudadano es “adulto” sólo cuando hace lo bueno, pero no porque la ley se lo ordena, sino porque cree en hacer lo bueno, sea que la ley lo demande o no. Esto es lo que distingue al hombre maduro y así es también en la vida del creyente. Este es espiritualmente maduro sólo cuando lo motiva el amor de Cristo. Entonces está lleno de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22, 23). No necesita ninguna “ley” que lo haga actuar como Cristo.

¿Cómo, pues, puede crecer un niño espiritual hasta llegar a ser un adulto espiritual? ¿Esforzándose por ser perfecto? ¿Luchando con sus deseos? ¿Obedeciendo “leyes”? ¿Estudiando? ¡No! La solución está en la oración y la adoración; esto es, en presentarnos delante del Hijo de Dios. El apóstol Pablo lo expresa en hermosas palabras en 2 Corintios 3:18, diciendo: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”; o en otras palabras, todos nosotros, como ya no tenemos la cara tapada con un velo, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor; y así nosotros mismos vamos llegando a ser más y más como Cristo, porque cada vez tenemos más y más de su gloria. Esto es lo que hace el Señor, que es Espíritu.

La santidad, la semejanza con Cristo, la madurez espiritual: ¡todas estas cosas nos llegan por medio del Espíritu del Señor! No las podemos recibir de otra manera que no sea orando correctamente. ¡No las podremos recibir hasta que procuremos primeramente santificar el nombre de Dios, buscar su reino y hacer su voluntad! Adoremos, pues, a nuestro Señor viviendo una vida correcta.

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