Provisión para las «necesidades materiales»

“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.”

Mateo 6:11

“Danos.” ¡Esto sí que se parece mucho más a las oraciones que solemos hacer! ¡Dame comida! ¡Dame una casa! ¡Dame un empleo! ¡Dame dinero! ¡Dame, dame, dame! Esta es la única clase de oración que saben hacer algunas personas. En realidad, esta gente no ora en absoluto, sino sólo cuando necesita algo, y entonces lo único que dice es: “¡Dame!”

¡Qué vergüenza! Esta gente cree que para lo único que sirve Dios es para darles las cosas que necesitan. En efecto, se imaginan a Dios como un almacén o granero donde se guardan las provisiones y al que acuden sólo cuando necesitan algo.

Dios ha prometido suplir todo lo que nos falta. Efectivamente, Dios tiene suficiente alimento para todos y “es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6); pero El quiere que lo busquemos porque lo amamos y no solamente para que nos dé lo que necesitamos.

Como usted ve, hay algo que Dios quiere de nosotros y que ciertamente podemos dárselo. Es nuestro amor y nuestra adoración (Hebreos 11:6).

CUESTION DE PEDIR

Las cuatro lecciones siguientes tratan de las necesidades del hombre. En efecto, Jesús mencionó el alimento, el perdón, la tentación y la liberación. En esta lección estudiaremos sobre la necesidad de alimentarnos, o mejor dicho, sobre las “necesidades materiales.” Llamamos “necesidades materiales” a todas las cosas que necesitamos para vivir, a saber: la comida, la ropa, la casa, el dinero. Queremos demostrar que Dios nos dará las cosas que necesitamos si buscamos primeramente su reino.

Dios se preocupa de nuestras necesidades. En efecto, nos escucha cuando oramos. “Y ésta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14). Así pues, podemos orar por cualquier cosa si añadimos las palabras: “Si el Señor quiere” (Santiago 4:15). Por consiguiente, no es malo desear “cosas materiales”; sí es malo seguir deseándolas cuando sabemos que no es voluntad de Dios que las tengamos.

Cuando oramos por “cosas materiales,” es bueno que recordemos lo siguiente:

  •  No tratamos de que Dios se preocupe de nuestras necesidades. Dios es amor y, por lo tanto, está más preocupado de nuestras necesidades que nosotros mismos. En realidad, quiere ayudarnos.
  • No le decimos a Dios algo que El no sepa, porque antes que le pidamos, El sabe de qué cosas tenemos necesidad (Mateo 6:8). Lo que El nos dice es que no usemos “vanas repeticiones” cuando oramos (Mateo 6:7).
  • No pedimos algo que Dios no pueda hacer, puesto que no hay cosa imposible para Dios.

Puede que usted se pregunte: “Pero si Dios se preocupa de nuestras necesidades más que nosotros mismos, y si sabe de qué cosas tenemos necesidad antes que le pidamos, y si tiene el poder de contestar la oración, ¿por qué, entonces, tenemos que orar? ¿Por qué no suple Dios nuestras necesidades sin que le pidamos?”

La respuesta a esta pregunta es una de las grandes maravillas del plan de Dios. En efecto, Dios ha optado por colaborar con el hombre en todo lo que hace. Por lo tanto, no es la voluntad de Dios ayudar al hombre a menos que éste quiera que lo ayuden. Por eso es necesario que oremos y tengamos fe. Así es como “desatamos” las manos de Dios, por decirlo así. Ponemos nuestra voluntad a disposición de la voluntad de Dios ¡y El contesta nuestra oración!

El pedir cosas materiales es sólo una pequeña parte de la oración. La alabanza y la acción de gracias deben venir primero. El nombre de Dios, su reino y su voluntad deben tener prioridad. Así era como Jesús oraba. En efecto, El no pasaba mucho tiempo pidiendo “cosas materiales”; cuando pedía, sus oraciones eran más bien cortas y sencillas. No le rogaba a Dios por nada, pues sabía que si buscaba primeramente la voluntad de Dios, sus necesidades serían suplidas.

Aprovecharse de Dios

Apliquemos ahora esta enseñanza a nuestras “necesidades materiales.” Conforme a la enseñanza de Jesús, todas las cosas que necesitamos nos serán “añadidas” si buscamos primeramente el reino de Dios. Pero debemos tener cuidado, no sea que nuestra búsqueda del reino de Dios sea solamente un “medio” para conseguir lo que necesitamos.

Algunos dicen: “Si le da a Dios el primer lugar, conseguirá un buen empleo.” O bien dicen: “Si paga sus diezmos, será rico.” Y otros dicen: “Si ora bastante, tendrá éxito en sus estudios.” Ahora bien, piense y luego pregúntese: “¿Hay algo de malo en esta actitud?” Sí; ¿no lo ve? Esa gente y los que siguen sus consejos se están “aprovechando” de Dios para conseguir lo que desean. No están buscando a Dios; lo que están buscando es un empleo, riquezas o el éxito. Pero “añaden” a Dios como algo conveniente para conseguir lo que desean.

Después que Jesús le proporcionó alimento a la gente, ésta lo siguió al otro lado del mar de Galilea. Pero Jesús les dijo: “Me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (Juan 6:26). Después dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre” (Juan 6:35). Finalmente, en Juan 6:66 se nos dice que muchos de los que seguían a Jesús “volvieron atrás, y ya no andaban con él.” Jesús quería que la gente lo buscara a El; ¡pero la gente buscaba sólo el pan!

Actuar como los incrédulos

Los hijos de Dios no deben actuar como los incrédulos en su búsqueda de las cosas que necesitan. Jesús dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre” (Mateo 4:4). Estas palabras fueron dirigidas a Satanás, quien lo estaba tentando a usar el poder de Dios para procurarse alimento.

La vida es más que un empleo; es más que la comida. Por eso es que Jesús nos enseñó a orar por lo que es más importante. En efecto, El dijo:

“No os hagáis tesoros en la tierra” (Mateo 6:19).

“No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).

“No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o que habéis de beber” (Mateo 6:25).

Luego, en Mateo 6:31-34 Jesús dijo algo que muestra la diferencia que hay entre el creyente y el incrédulo, entre el hijo de Dios y el hijo del diablo: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.” Finalmente, Jesús dijo: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.”

Buscar lo más importante

Jesús continuó su discurso, diciendo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).

¡Fíjese! El creyente busca el reino de Dios. ¡Y la comida, la bebida y la ropa son las cosas añadidas! La figura siguiente lo ilustra.

Ahora bien, todo esto parece muy bueno. Pero, ¿dará resultado? ¿Se le añadirán realmente las cosas que necesita al hombre que busca primeramente el reino de Dios? ¿No debería buscar primeramente sus medios de vida? ¡Seguramente Dios sabe que tenemos que comer y que también tenemos que sostener a nuestras familias! ¿Es malo ganar dinero? ¿Es malo ahorrar? ¿No debemos preocuparnos de nuestra esposa y de nuestros hijos?

Amigo, permítame asegurarle una cosa. Dios se preocupa de sus necesidades. Dios es amor y por lo tanto se preocupa por nosotros mucho más de lo que cualquier ser humano puede hacerlo. Así que, El quiere que usted se preocupe también; quiere que usted sostenga a su familia; que usted ame y cuide a su esposa y a sus hijos. En realidad, porque Dios se preocupa por esto, es por lo que nos enseñó a orar como es debido. Y es por seguir esta manera de orar por lo que se nos añaden todas las cosas que necesitamos.

Romanos 14:17-19 nos ayuda a entender mejor lo que Jesús estaba enseñando. En efecto, Pablo dice allí: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es probado por los hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.”

Lo que Jesús y Pablo enseñaban es que debemos “seguir” o “buscar primeramente” lo más importante. Si lo hacemos, Dios se preocupará de lo demás. ¿Parece muy simple? Lo es . . . ¡si usted tiene fe!

Los que buscan las “añadiduras” no están nunca satisfechos. Son como la mujer que venía a sacar agua del pozo, la cual tenía que volver día tras día a saciar su sed. Pero Jesús le dijo “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Juan 4:14). Con estas palabras se refería a una manera de vivir mejor que la de ir tras la comida y la bebida.

Los que buscan el reino de Dios tienen la promesa de que Dios les dará “día por día” las cosas que necesitan. En el reino de Dios la fe es una fe que se ejerce “día por día.” Por eso oramos, diciendo: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11).

CUESTION DE DAR

La medida de fe

Romanos 12:3 nos dice que debemos pensar de nosotros conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. A cada creyente Dios le ha dado fe para ayudarle a desempeñar su parte en el plan de Dios. A algunos Dios les ha dado más fe que a otros, porque ciertos dones requieren una fe más grande que otros.

En 1 Corintios 12:31 Dios nos dice: “Procurad, pues, los mejores dones.” Pero los mejores dones requieren mucha oración si se han de usar como es debido. Algunos dones enorgullecen a los hombres. Por eso fue que Dios permitió que Pablo tuviera un “aguijón en la carne,” pues él mismo dice: “Para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente” (2 Corintios 12:7).

Ahora queremos tratar de un don que Dios ha dado y que causa muchas tentaciones. Es el don de “repartir” o dar (Romanos 12:8) y son pocos los que lo tienen. ¿Por qué? Permítanos hablar de él.

Un cauce de bendición

El Señor tuvo duras palabras para los ricos. En efecto, dijo que “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mateo 19:24). ¡De veras son duras estas palabras!

En Santiago 5:1-6 se nos habla de los ricos que se han enriquecido por no pagarles a sus obreros. ¡Y después de enriquecerse engañando a sus obreros amontonan su dinero y no lo usan para ningún propósito bueno! “Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros” (Santiago 5:3).

El pecado de estos ricos no es el de ser ricos. Es el pecado de enriquecerse engañando a otros; es el pecado de usar sus riquezas en forma egoísta y no para hacer el bien.

No es mucha la gente que puede resistir la vida egoísta a la que llevan las riquezas. “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas” (1 Timoteo 6:9). Por eso, en la mayoría de los casos, Dios suple sólo lo que las personas necesitan. Porque si consiguen mucho, comienzan a desear las “cosas materiales” y a menudo se olvidan de buscar primeramente el reino de Dios.

Hay unos cuantos creyentes en quienes Dios puede confiar en que usarán correctamente las riquezas en la extensión del reino de Dios. Es a ellos a quienes Dios les da el don de “repartir.” ¡Qué gran don es éste, pero cuánto se necesita orar para usarlo como se debe!

Asimismo hay creyentes que saben ganar dinero. En efecto, ellos buscan primeramente el reino de Dios, y El los bendice en sus negocios. Pero estos creyentes no cometen el error de los ricos descritos en Santiago 5:1-6. No consiguen sus riquezas con engaños ni tampoco las amontonan ni las usan egoístamente. Al contrario, se consideran a sí mismos siervos de Dios, a quienes El les ha encargado que usen las riquezas en la extensión de su reino. Los hombres que tienen este don proporcionan el dinero que se necesita para llevar a cabo la obra de Dios. Son como una cañería por donde fluye el agua. Son un cauce de bendición.

Los que tienen el don de “repartir” no guardan las riquezas para sí, sino que dejan que éstas pasen por sus manos con destino a la obra del Reino.

Es importante saber que la misma regla que se aplica a los ricos se aplica también a los pobres. El pobre que consigue dinero engañando es tan malo como el rico que hace lo mismo. Y el pobre que usa sus centavos en forma egoísta es tan malo como el rico que hace lo mismo con sus riquezas. Lo importante no es la cantidad de dinero que usted da, sino la actitud con que lo da y su buena disposición de desprenderse de él. Por ejemplo, la viuda pobre que dio solamente dos monedas de poco valor, dio todo lo que tenía (Marcos 12:42-44). Jesús dijo que ella había dado más que todos. ¡Su “don de repartir” era más grande que el de los ricos! ¿Por qué? Porque ellos habían dado de lo que les sobraba. ¡Se habían dejado mucho más para sí! En cambio, la viuda pobre había dado de su pobreza. ¡Había dado todo lo que tenía!

¡La viuda dio todo lo que tenía! En realidad, se hace fácil dar cuando hacemos a Cristo dueño de todo lo que tenemos, porque entonces damos como El manda. En esto consiste el secreto del don de “repartir.” Dios está buscando hombres a quienes pueda encargarles que usen el dinero — sea éste poco o mucho — en la extensión de su reino. ¡Es a ellos a quienes les da el don de dar o “repartir!”

CUESTION DE ADORAR

El dinero parece ser la solución de muchas necesidades. Y aunque en sí mismo el dinero no es malo, el amor al dinero es raíz de todos los males. Por lo tanto, el uso que le damos a nuestro dinero es una buena prueba de cuáles son las cosas que consideramos más importantes . . . y de cómo anda nuestra vida espiritual.

La motivación de la ley

Todo creyente debe devolver a Dios la décima parte de lo que ha ganado. A esta obligación se la llama diezmar. Pero ¿por qué deben diezmar los creyentes? ¿Deben hacerlo porque la Biblia enseña que hay que diezmar? ¿O deben hacerlo porque se lo ordenan los reglamentos de su iglesia? ¿Qué los debe motivar a diezmar? En realidad, el diezmar es una forma de adorar a Dios. Diezmamos porque amamos a Dios y porque queremos darle gracias por suplir nuestras necesidades. Dar es adorar. ¡Y adorar es dar! Adorar es dar también de nuestro dinero y no solamente de nuestras palabras.

Jesús dijo, “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mateo 5:20).

Los fariseos, la secta religiosa más estricta en el cumplimiento de la ley, daban los diezmos, pero lo hacían sólo porque la ley se lo ordenaba. ¡Si no hubiera habido ley, no habrían dado los diezmos! Los fariseos diezmaban; pero no lo hacían de buena gana, puesto que hacían únicamente lo que la ley requería. Por consiguiente, sus motivos eran equivocados.

Algunos creyentes de hoy se parecen mucho a los fariseos de otros tiempos. En efecto, quieren la bendición que se recibe al diezmar; ¡pero no tienen mucho interés en Aquel que derrama la bendición! Estos creyentes “utilizan” a Dios como un “medio” para lograr sus “fines.” Conocen la promesa que Dios ha hecho a los que diezman y por eso dan un décimo de lo que ganan, esperando que Dios los haga ricos. Desde luego, Dios los bendice, porque El no quebranta sus promesas. Pero los motivos de estos creyentes son equivocados, y cuando nuestros motivos son equivocados, perdemos la bendición mayor que se recibe al dar generosamente.

La motivación del amor

Usted puede diezmar sin adorar; pero no puede adorar sin diezmar. La adoración hace que el creyente dé más que el diezmo. ¡En efecto, cuando una persona busca primeramente el reino de Dios se da a sí mismo a Dios junto con todo lo que tiene! Entonces viene a ser un administrador del dinero que recibe y lo usa todo conforme a la voluntad de Dios. El creyente que actúa así dice: “¡Todo es tuyo, Señor, y yo también lo soy. Usame a mí y a mi dinero como sea tu voluntad!” ¡Esto es mayordomía! Un mayordomo o administrador pertenece a su dueño o patrón. No tiene riquezas propias. Es responsable de los bienes de su patrón y debe usarlos como éste se lo ordena. El mayordomo no se preocupa por sus propias necesidades, porque sabe que su patrón las suplirá. Reconoce que las riquezas de su patrón son mayores que las suyas, y que si permanece fiel, nada le faltará. Qué hermoso cuadro de Cristo proveyendo para sus hijos. Nuestro Maestro cuida de nosotros — suple nuestras necesidades. Así también nosotros tenemos la responsabilidad de administrar cuidadosamente los bienes de nuestro Patrón celestial. Y siempre debemos recordar que todo lo que poseemos, incluso nuestro dinero, pertenece a Dios.

Así pues, lo que estamos diciendo en esta lección es que el creyente que busca primeramente el reino y la gloria de Dios no tiene que preocuparse en absoluto de sus “necesidades materiales.” Toda su vida es una vida de adoración y alabanza. ¡Dios cuidará de él!

También estamos diciendo que no se pueden separar la oración y la adoración de la vida espiritual del creyente. El orar como conviene cambiará nuestra actitud y ya no nos preocuparemos de nuestras necesidades. Porque a medida que busquemos primeramente y con toda devoción el reino de Dios, El suplirá todo lo que nos falta.

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