Una Ciudadanía Celestial

“En los cielos,”

Mateo 6:9

¿Por qué escribir sobre el cielo si estamos tratando de la oración y de la adoración? Pues, ¡por una razón muy buena! Si hemos de orar como conviene, tenemos que saber quiénes somos y adónde pertenecemos. Debemos tener una relación correcta con Aquel a quien oramos. Tenemos que hablar de las cosas que a ambos nos interesan. Es difícil que a un hombre que no sabe nada de agricultura le guste conversar con alguien que solamente habla de este tema.

Puede que algunos digan que no todos los que hablan del cielo van a ir allá. Esto es cierto. Pero también lo es que si uno no ora ni piensa en el cielo, ¡probablemente tampoco va a ir allá!

Si el cielo es un hermoso lugar que existe tan sólo en nuestra mente y no una gloriosa realidad, el referirnos a él cuando oramos sería totalmente inútil. No basta con creer que una cosa existe. O es o no es. El cielo es un lugar real y los hijos de Dios van a ir allá. ¿Por qué, pues, no referirnos a él cuando oramos?

NUESTRO CORAZON Y NUESTRO HOGAR

Nuestras oraciones y nuestra adoración serán aceptables a Dios sólo si nuestros bienes y nuestro hogar están en los cielos. La creencia en una vida en el cielo después de la muerte es una de las cosas que hacen que los creyentes sean diferentes de otras personas de este mundo. La fe en lo invisible y futuro separa al creyente del incrédulo, al hombre que ora del que no ora.

¿Recuerda lo que dice la Biblia acerca de Jacob y Esaú? Ambos fueron culpables de muchos errores. Mientras uno quería cosas que eran futuras e invisibles, el otro se interesaba solamente por lo que podía ver y disfrutar día tras día. ¿Qué dijo Dios acerca de ellos’? Podemos leerlo en Romanos 9:13: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.” La diferencia entre los hijos de Dios y los hijos del diablo consiste en el lugar de sus bienes. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).

La gente ora por las cosas que le son más importantes. Los primeros creyentes de la iglesia eran pobres, pero no desdichados; sufrían, pero no se quejaban. El cielo les era muy real. Era el lugar donde estaba su Padre; por lo tanto, era su hogar. No les importaba nada de lo de este mundo. Sus oraciones eran para pedir fortaleza, paciencia, fidelidad y amor para perdonar a sus enemigos. Si eran librados de peligros y persecuciones, se regocijaban. Si no, encaraban la muerte sin ningún temor. Sus perseguidores podían destruir sus cuerpos, pero no sus almas. Los creyentes sabían que cuando morían, se iban a su hogar. Por lo tanto esperaban estar en la casa de su Padre.

Ciudadanos del cielo

Generalmente podemos decir de qué parte del país es un hombre si lo oímos hablar. El lugar en que vivimos tiene mucho que ver con nuestros actos, con la manera en que hacemos las cosas. Es difícil que un extranjero oculte el hecho de que no es un verdadero ciudadano.

Así también usted puede reconocer prontamente a un ciudadano del cielo. Su manera de hablar revela quién es. Puede hablar de las cosas de este mundo; pero si usted espera un poquito, pronto estará hablando de Jesús y de “su hogar.” Su manera de hablar no será grosera ni ruda: será tardo para airarse; sus palabras revelarán a una persona veraz y cariñosa.

Usted puede conocer a un ciudadano del cielo por su manera de orar. El extranjero ora a sus dioses, pero sus oraciones son sin esperanza. Los extranjeros oran con miedo; los ciudadanos del cielo, con gozo. Estos saben que Jesús está vivo y que los oye, aun cuando no pueden verlo. ¡Saben con certeza que El está allí y que les contestará!

Usted puede conocer a un ciudadano del cielo por su casa terrenal. En ella no encuentra odio ni envidia. No hay libros ni revistas que contengan historias sucias o cuadros obscenos. Allí usted oye orar y adorar a Dios y cantar alabanzas a El. Es un lugar lleno de paz y felicidad. ¡En la casa del creyente puede haber un trocito del cielo!

Extranjeros y peregrinos

Los hijos de Dios están en el mundo, pero no participan en sus cosas malas. Son como un bote en el agua. Todo está bien mientras el agua no entre en el bote.

Los hijos de Dios son extranjeros en este mundo. Viven y trabajan aquí; pero no pertenecen a este lugar. ¡Son de otro país! No piensan como los ciudadanos de este mundo. No estiman las mismas cosas que ellos. Al contrario, sus intereses están en las cosas de arriba y no en las de la tierra

Así fue con Abraham. El vivía en una tienda, pero no la consideraba su casa. Abraham buscaba una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios. Esto hizo que su vida fuera diferente; más aún, que su manera de orar fuera diferente. Abraham tuvo riquezas, pero no las procuró. En cambio, su sobrino Lot procuró las riquezas y perdió todo lo que tenía. Abraham procuraba hacer la voluntad de Dios por sobre todas las cosas y Dios le suministraba todo lo que necesitaba. ¡De veras los ciudadanos del cielo oran por las cosas buenas!

Así fue también con Moisés, quien escogió antes ser maltratado con el pueblo de Dios que gozar de los deleites temporales del pecado. Moisés no oraba por sí mismo. No procuraba su propio bienestar, sino hacer la voluntad de Dios. Se regocijaba en el hecho de que el pueblo de Dios había sido librado del poder de Faraón. Se sentía feliz porque se iban a la tierra prometida. Esta esperanza hacía que no se cansara en su trabajo y que orara con abnegación.

Pablo raras veces oró por su liberación personal. Más bien oraba porque la palabra de Dios fuera bien recibida y para tener poder para predicarla. Su corazón y su hogar estaban en el cielo. En cierta ocasión dijo que prefería “partir” antes que “quedarse,” (Filipenses 1:23,24). Sin embargo, se quedó y oraba porque había mucho trabajo que hacer. Estaba dispuesto a ser un extranjero y a vivir en un país extraño, a fin de llevar las buenas nuevas de Jesús a los que no las habían oído. Estaba dispuesto a esperar un poco más aquí en la tierra para poder ayudar en el “provecho y gozo de la fe” a otros que, como él mismo, eran peregrinos en este mundo (Filipenses 1:25).

NUESTRA ESPERANZA PARA EL FUTURO

“Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos”(Romanos 8:24,25). Sería bueno que usted aprendiera estos versículos de la Biblia. Recuerde que la esperanza nos ayuda a aguardar pacientemente el cielo.

Vivimos aquí en la tierra sin haber visto el cielo. ¡Jamás hemos visto nuestro hogar! Vivimos en esperanza. Mientras estamos en la tierra hay muchas cosas que nos desalientan, porque participamos de la misma maldición que vino a todos los hombres por causa del pecado. Nos fatigamos; nos enfermamos; tenemos hambre y sed. Por eso gemimos. El pecador también gime, porque sufre igual que nosotros. Pero nuestro gemir y el del pecador son diferentes. El pecador gime sin esperanza; el creyente, con esperanza. Sabemos que un día dejaremos este mundo y nos iremos al cielo. La esperanza hace posible la paciencia. El pecador no tiene esperanza, ¡porque después del sufrimiento de esta vida se enfrentará a un sufrimiento aún mayor!

Los creyentes tenemos otra esperanza. Oramos porque el regreso de Cristo ocurra antes de nuestra muerte. Si Cristo viene antes de que nos muramos, nos iremos al cielo con él sin tener que morir. ¿No sería maravilloso eso? El regreso de Cristo era algo por lo cual oraban los primeros creyentes; el regreso de Cristo es algo por lo cual debemos orar nosotros también hoy y algo que asimismo debemos esperar.

El cielo no es una fantasía

Nuestras oraciones y nuestra esperanza no significarán nada si el cielo es tan sólo un sueno o una idea de nuestra mente. El cielo es un lugar real. Dios, nuestro Padre, está en el cielo.

Pablo dijo que fue llevado al tercer cielo (2 Corintios 12:2). Con estas palabras se estaba refiriendo al cielo donde está Dios. En el primer cielo están las nubes y vuelan las aves; en el segundo cielo están las estrellas; en el “tercer cielo” está el Padre.

Pablo dijo también que en el tercer cielo “oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12:4). Pablo, pues, no abrigaba ninguna duda sobre un cielo real. ¡Sí lo había visto! ¡No es de extrañar que quisiera más bien partir y estar con Cristo que quedarse en la tierra!

El Espíritu Santo hace muy real la verdad del cielo a los recién convertidos. Los primeros creyentes vivían con la idea del cielo en sus mentes. El libro de Apocalipsis se refiere a las cosas que sucederán en el cielo al final de los tiempos. Describe especialmente la gloria del Rey de reyes, cuyo trono está en el cielo. ¡Alabado sea Dios! ¡Cuando el cielo llega a ser real al creyente, la adoración y la alabanza son el fruto de su fe!

La muerte no es un fracaso de la fe

Tenemos que decir algo aquí sobre la muerte de los creyentes. Cuando nuestros seres queridos están enfermos, siempre oramos por su sanidad. Jesús sanaba a los enfermos y todavía lo hace. Pero no todos los creyentes enfermos se sanan. Algunos se mueren. ¿Es que su muerte es un fracaso de la fe?

Hay quienes consideran la muerte como una derrota. Oran por la sanidad y liberación de una persona. Y luego, cuando sobreviene la muerte en vez de la sanidad, actúan como si hubiera pasado algo terrible. Se sienten culpables, como si de algún modo hubieran fracasado en la oración y en la fe.

Pero, ¿cómo puede ser un fracaso el “irse al hogar celestial?” Si la muerte ha perdido su aguijón, que es el pecado, ¿por qué debemos mortificarnos con un sentimiento de culpa? ¿Por qué tiene que ser un desastre la partida de un creyente, puesto que sabemos que se va al cielo?

¿ Es acaso la muerte un fracaso de la fe? No. ¡Mil veces no! Hebreos 11:39, hablando de los que murieron y no fueron librados dice: “Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido.”

La muerte no es, pues, un fracaso de la fe. El verdadero ciudadano del cielo lo sabe. Pero los que tienen mucho interés en las cosas de este mundo olvidan esto. ¡Su oración no es perfecta, porque aman demasiado este mundo!

NUESTRA ORACION POR ESTE MUNDO

El mundo no es eterno, sino que se acabará. ¿Debemos orar por él? ¿Debemos tratar de mejorarlo? La Biblia nos dice que debemos orar por nuestros guías espirituales (1 Tesalonicenses 5:25; Hebreos 13:18) y por los que nos gobiernan (1 Timoteo 2:1,2). También nos dice que debemos amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen (Mateo 5:44). Así pues, la respuesta es: “Sí; debemos orar por este mundo.” No sólo debemos interesarnos en que los hombres vivan en un mundo mejor; sino también debemos procurar hacer que este mundo sea un lugar mejor donde vivir. Como seguidores de Cristo, esto es parte de nuestro trabajo.

Cuando hay poco interés en lo terrenal

Los ciudadanos del cielo deben ser buenos ciudadanos aquí en la tierra. En realidad, debieran ser los mejores ciudadanos del mundo. Los ciudadanos del cielo creen en el respeto a los gobernantes y en la obediencia a las leyes, y deben pagar sus impuestos. Un creyente que tiene que pagar una multa porque ha transgredido intencionalmente la ley es un mal testimonio para su “país.” ¡Y un creyente que fuera a la cárcel por un crimen cometido después de ser salvo, tendría muchas dificultades para hacer creer a sus compañeros de prisión que es un ciudadano de un reino de justicia!

Debemos orar para que Dios nos ayude a ser buenos ciudadanos. Algunos creyentes son tan “espirituales” que no sirven para nada aquí en la tierra. Desde luego, esto no debe suceder. Nosotros somos la sal de la tierra. Así como la sal mejora el sabor de los alimentos, así también los creyentes mejoran las condiciones de este mundo, haciendo que la vida en él sea más llevadera. La presencia de los creyentes en la tierra trae paz y gozo. Sus oraciones sostienen a los gobernantes. Su justicia fortalece a las naciones.

Cuando hay demasiado interés en lo terrenal

Desde luego, es posible que lleguemos a estar tan ocupados en los asuntos de este mundo que olvidemos por qué Dios nos puso aquí. Es cierto que somos la sal de la tierra; pero nuestra “salsedumbre” es el conocimiento de Jesucristo y la vida justa que El nos ayuda a vivir. No podemos ser la sal de la tierra si pasamos por alto el hecho de que somos extranjeros y peregrinos. Sólo podremos ayudar al mundo si lo ayudamos a comprender el plan de Dios. Por lo tanto, no debemos permitir que las cosas de este mundo nos hagan descuidar la tarea que Jesús nos ha dado.

Nosotros debemos orar por dos cosas. En primer lugar, debemos orar porque nuestros intereses no estén en las cosas de este mundo. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”(1 Juan 2:15). Esto es lo primero por lo cual debemos orar cuando pensamos en tratar de mejorar las condiciones del mundo y sentar un buen ejemplo en él.

En segundo lugar, debemos orar porque nunca dejemos de hacer la tarea que Dios nos dio. Cuando estaba en el mundo, Jesús dijo: “Entretanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo” (Juan 9:5). El es el ejemplo que nosotros debemos seguir. Jesús anduvo haciendo el bien; también nosotros debemos andar haciendo el bien. Jesús oró por los enfermos; también nosotros debemos orar por los enfermos. Jesús echó fuera demonios; también nosotros debemos echar fuera demonios. Jesús predicó el evangelio del reino; también nosotros debemos predicar el evangelio del reino. Sí; mientras estaba en el mundo, Jesús fue la luz del mundo. Fue tal como lo dijo. Pero Jesús dijo también: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:14), y: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19).

Así que, mientras somos extranjeros en este mundo, tenemos una gran tarea que hacer. Esta puede causarnos sufrimiento y dolor, pero también le causó sufrimiento y dolor a Jesús. Cuando moría en la cruz, Jesús se refirió a su obra en la tierra y dijo: “Consumado es” (esto es, todo está cumplido). Luego se fue al cielo, ¡a su hogar! Nosotros también tenemos una tarea que cumplir. Cuando la terminemos, podremos regocijarnos como Jesús y decir también: “Cumplido está.” Entonces también, como Jesús, podremos irnos a nuestro hogar celestial. ¡Qué gran día va a ser ése cuando todos lleguemos al cielo!

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