Una relación familiar

“Padre nuestro”

Mateo 6:9

La oración debe comenzar con un claro concepto de quiénes somos. En Romanos 12:3 Pablo nos recomienda que ninguno de nosotros “tenga más alto concepto de sí que el que debe tener.” Desde luego, éste es un buen consejo. El ególatra se hace a sí mismo rey de todo, por lo cual no cree que necesite orar. Pero nosotros, los que creemos en Dios y lo amamos, tendremos más confianza al orar si entendemos realmente que somos hijos de Dios.

La Biblia nos dice en Romanos 8:15: ‘Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”

¡Qué maravilloso es ser hijo de Dios! ¡Qué maravilloso es pertenecer a una gran familia en la que nuestros hermanos son creyentes de toda raza, nación y tribu! ¡Qué maravilloso es saber que nuestro Padre nos ama y suple todo lo que nos falta!

Podemos, pues. acercarnos confiadamente a nuestro Padre por medio de la oración. Por supuesto, debemos hacerlo con respeto y humildad. Pero no hay por qué tener miedo. ¡Sabemos que nuestro Padre nos ama!

LA PATERNIDAD AMOROSA DE DIOS

¡Padre nuestro! ¡Cuánto significan estas palabras! Porque Dios creó al hombre. Y cuando pensamos en el maravilloso plan que Dios ha tenido desde la creación del mundo, sentimos de inmediato algo agradable en nuestro corazón.

Dios es un Dios de amor. Pero el amor no puede estar en una persona sola, porque debe ser compartido con otra; de otro modo, no es amor verdadero. Por eso es que Dios creó al hombre a su imagen y lo puso en un huerto. Todas lo días Dios y el hombre andaban juntos y conversaban. Era ciertamente algo maravilloso. Dios quería compartir su amor con el hombre. Asimismo quería recibir el amor del hombre. Pero Dios quería que el hombre lo amara voluntariamente. Por eso le dio la facultad de escoger, facultad que conocemos con el nombre de “libre albedrío.”

Pero el pecado entró en ese mundo feliz. Satanás tentó a Eva, quien, engañada, le creyó su mentira, y Adán y ella desobedecieron el mandamiento que el Señor les había dado. La comunión que había entre Dios y el hombre se interrumpió, porque el pecado se interpuso entre ellos. Ya no pudieron seguir compartiendo su amor. El hombre fue echado del huerto y Dios le enseñó a ofrecer sacrificios hasta que viniera el Salvador que quitaría el pecado del mundo.

La única clase de adoración que el hombre conocía en aquellos días era la del sacrificio por el pecado. Y lo único que entendía de Dios era la ley. La relación entre el hombre y Dios se basaba en la obediencia de esta ley.

Después aparecieron los profetas y hablaron de un Salvador que vendría. Este Salvador se llamaría Emanuel, que quiere decir “Dios con nosotros.” El vendría al mundo y quitaría el pecado. Asimismo traería gozo y amor para que el hombre volviera a andar y conversar con Dios. El Salvador haría posible que el hombre adorara a Dios en espíritu y en verdad.

Por fin llegó Jesús y vivió una vida sin pecado sobre la tierra. Cuando los impíos lo crucificaron, vino a ser el “Cordero” de Dios, esto es, vino a ser el “sacrificio” en el cual fueron cargados los pecados de todos los hombres. Jesús sufrió la pena del pecado, que es la muerte. Cuando murió lo pusieron en una tumba. Pero puesto que no había cometido ningún pecado, la muerte no lo pudo retener. En consecuencia, se levantó de la tumba, venciendo así al pecado y la muerte. Después les dijo a sus discípulos que fueran por todas partes a contar las buenas nuevas. Tenían que ir a decir a todos los hombres que Dios y el hombre podían compartir su amor otra vez. ¡Dios y el hombre podían andar juntos otra vez!

Fe que salva

¿Cómo puede ser esto en su caso? ¿Cómo puede salvarle su fe? La Biblia dice: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9). ¡Gloria a Dios! ¡Piense en ello! Si usted cree en Jesús y lo invoco, ¡será salvo! Pero primero tiene que invocarlo. Por eso Romanos 10:11-13 dice:

“Todo aquel que en él creyere no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo.”

Así pues, la salvación comienza con la oración, porque viene a los que invocan al Señor. Por lo que a usted respecta, su salvación comienza cuando usted confiesa sus pecados al Señor y se arrepiente. Comienza cuando usted cree que Jesús es el Salvador, el Hijo de Dios que se levantó de los muertos. Comienza cuando usted confiesa con su boca y cree en su corazón. ¡Comienza cuando usted hace la oración de fe! ¡Aleluya!

Fíjese que Romanos 10:12 dice: “No hay diferencia entre judío y griego.” Dios no hace acepción de personas. El quiere que todos sean salvos, que todos lo invoquen, ¡que todos hagan la oración de fe!

Aquí necesitamos discutir un poco más sobre el plan de Dios. Este no terminó en la cruz ni en la resurrección. Eso fue solo la primera parte. Como usted puede ver, la muerte y la resurrección de Cristo hacen posible que todos los que creen lleguen a ser hijos de Dios. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). ¡Hijos de Dios! ¡En esto consiste el plan! Dios quiere hijos que lo amen y llamen “¡Padre nuestro!”

Lo que Dios quería en el principio lo quiere hoy también: es decir, Dios quiere compartir su amor y tener comunión con el hombre. Es esto lo que hace que la adoración sea tan importante. Dios quiere hijos que lo adoren y amen, porque sólo los hijos de Dios pueden adorar a Dios. Sólo los que creen en El pueden hacer la oración de fe. Así pues, la oración comienza con el acto de confesar y creer, y lleva a la adoración de Dios, nuestro Padre.

Cuando se acabe el mundo, todos los que han creído en Jesús y son hijos de Dios se juntarán en el cielo. Apocalipsis 21:3 nos dice que entonces una gran voz proclamará: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” ¡Eso es! Este es el plan que Dios ha tenido desde el principio. Este es el plan que ya ha empezado a cumplirse para los que creen. Porque todos los que lo invocan con fe pueden empezar a tener comunión con Dios de inmediato. Pueden compartir con El en oración y adoración. Pueden compartir de inmediato el amor de Dios in este mundo. ¡No tienen que esperar hasta llegar al cielo!

Fe que guarda

Lo maravilloso del amor de Dios es que nunca falla. Dios nos amaba cuando todavía éramos pecadores; pero no podía tener comunión con nosotros porque nosotros no lo amábamos a El. Pero cuando creemos que Jesús es el Hijo de Dios que murió y resucito por nosotros, entonces sí podemos volver a compartir el amor con Dios. Podemos otra vez adorarlo y hablar con El. La fe hace posible que seamos hijos de Dios. Mientras mantengamos nuestra fe en Jesús, nada podrá destruir el amor que hay entre Dios y nosotros.

Por supuesto que si dejamos de creer en Jesús se interrumpirá la comunión que tenemos con El. El amor verdadero tiene que ser voluntario. Por eso Dios nos ama voluntariamente; pero si dejamos de creer en El, el amor que le profesamos se desvanecerá y, en consecuencia, se acabará nuestra comunión con Dios.

Así como somos salvados por fe, somos guardados también por fe. Si mantenemos nuestra fe, mantenemos nuestra salvación; si dejamos nuestra fe, se termina la base de nuestra relación con Dios. Cuando la fe se acaba, nuestro amor por Dios se acaba también y volvemos a ser pecadores e incrédulos.

Por medio de la oración invocamos a Dios para ser salvos. Por medio de la oración se restaura el amor entre nosotros y Dios. Y por medio de la oración mantenemos nuestra comunión con el Dios vivo. El amor tiene que ser compartido; pero cuando dejamos de compartir nuestro amor con Dios, nuestra relación con El se termina. Sin embargo, por medio de la oración y la adoración nuestra fe y nuestro amor permanecen firmes.

LA FRATERNIDAD DE LOS CREYENTES

El titulo de esta sección es “la fraternidad de los creyentes.” La palabra “fraternidad” significa “hermandad” o “parentesco entre hermanos.” También significa una “asociación de hermanos.”

¿Qué es lo que hace posible que los creyentes sean hermanos? ¡El hecho de tener un mismo “Padre”, por supuesto! El día que nos arrepentimos de nuestros pecados y confesamos que Cristo es nuestro Salvador, ese día llegamos a ser hijos de Dios ¡y miembros de la fraternidad de los creyentes!

Todos los que son hijos de un mismo padre son hermanos. Cuando decimos “Padre nuestro”, estamos confesando que todos los hijos de Dios son nuestros hermanos. “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que El sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). ¡Piense en esto! Todos los verdaderos creyentes son hermanos nuestros. Desde el principio el plan de Dios ha sido que El sea el Padre de “muchos hermanos”, entre los cuales Cristo es el “Hermano Mayor.”

Las cosas viejas pasaron

Dios divide a los hombres en dos grupos, ¡solamente dos!: los que son de su familia y los que no lo son. Dios no ve a los hombres como el mundo los ve. No dice: “Este es europeo, ése africano; éste es blanco, ése es negro; éste es rico, ése es pobre; éste es educado, ése es ignorante; etc.” ¡No! Así es como el mundo clasifica a los hombres. Pero Dios no juzga a nadie según la carne, es decir, no piensa de nadie segué lo que sea en este mundo. El solamente ve dos grupos: los que son sus hijos y los que no lo son. Por lo tanto, mira a los hombres y dice: “Este es hijo mío; pero aquel no es hijo mío.” Con todo, somos nosotros los que decidimos a cual grupo pertenecemos.

Debemos ver a la gente como Dios la ve. En la familia de Dios no hay lugar para los prejuicios. El mundo divide a los hombres en naciones, razas, tribus y culturas, porque los ve según la carne. Pero nosotros debemos ver solamente dos grupos: los que son hermanos nuestros y los que no lo son.

Las cosas nuevas comienzan

Puede que usted diga: “¿Cómo puede ser esto? No podemos ser todos iguales en la familia de Dios.” Es cierto, y Dios nunca ha pretendido quitar las cosas que nos hacen diferentes unos de otros. ¡Lo que Dios quiere hacer es más bien llenar nuestros corazones de su amor hasta el punto de que no tomemos en cuenta estas diferencias!

Así pues, los mejicanos seguirán siendo mejicanos; los alemanes, alemanes; los negros, negros; y los blancos, blancos. Dios no nos pide que cambiemos de nacionalidad ni de raza ni de tribu, porque El hace que las diferentes clases de personas puedan vivir juntas en paz y amor. ¿Cómo puede ser esto? Siendo una familia, una familia unida por el Espíritu Santo y la oración. Es cierto que la familia que ora unida permanece unida. Esto es cierto en el grupo familiar de los padres con sus hijos. Lo es también en la gran familia de Dios, familia que abarca a todo el mundo y está compuesta de muchas razas y naciones. ¡La oración cambia las cosas!

Muchos no son hijos de Dios porque se niegan a creer en Cristo como su Salvador. No pueden orar a Dios ni decirle: “Padre nuestro.” Tampoco son hermanos de los que creen. Cuando un creyente se encuentra con una persona que es incrédula no debe llamarla “hermano.” ¿Por qué? Porque esa persona no tiene el mismo Padre que el creyente ni es de su familia. Jesús les dijo a los que se negaron a creer en El: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Juan 8:44).

Por otra parte, si un creyente se encuentra con otro creyente, aun cuando éste sea de nacionalidad o raza diferente, siente amor por él de inmediato porque es un hermano. Es un miembro de su familia. Para el hijo de Dios lo que lo separa de otros hombres no es la raza ni la nacionalidad, sino más bien el hecho de que ésos son incrédulos. El hijo de Dios no puede sentirse “como en su casa” con ellos, porque no son de la “familia.”

LA RESPONSABILIDAD DE LOS HIJOS

Ganar hombres

¿Qué hacen los hijos de Dios mientras están en la tierra? ¿Por qué los mantiene Dios aquí? Hay una buena razón y es que la familia de Dios no está completa todavía. Dios no quiere que ninguno perezca. Al contrario, ¡quiere que todos formen parte de su familia! Sólo los que oyen lo que Jesús hizo por ellos pueden creer. Por lo tanto Dios les ha dado a sus hijos un trabajo que hacer. Les ha dicho que vayan por todo el mundo y cuenten a todos las buenas nuevas acerca de Jesús. ¡Qué trabajo! ¡Qué responsabilidad!

Pero no estamos solos en la ejecución de esta tarea. Jesús está sentado a la diestra de Dios orando por nosotros. Cuando fracasamos está allí para oír nuestro clamor y hablarle a Dios acerca de nuestra necesidad. ¡El defiende nuestra causa!

El Espíritu Santo hace que tengamos conciencia de quiénes somos. El nos hace adorar a Dios y regocijarnos en el hecho de que somos sus hijos. Este conocimiento nos asegura que sí podemos hacer lo que Dios nos ha pedido que hagamos. Sin miedo alguno clamamos: “¡Padre nuestro!”

El Espíritu Santo ora por nosotros cuando no sabemos orar como conviene. Cuando el plan de Dios no es claro y su voluntad nos parece incierta, el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos indecibles. ¡Qué gran ayudador nos es!

Cuando oramos para que los hombres sean salvos, el Espíritu Santo ora frecuentemente por medio de nosotros, en lengua desconocida, llevando nuestra carga y ayudando a nuestra oración. El Espíritu Santo, orando en lenguas conocidas y desconocidas, nos anima y fortalece para que salgamos con poder espiritual a testificar y ganar hombres para Cristo. El Espíritu nos ayuda a orar, así como a adorar a Dios. ¿Para qué? ¡Para ayudarnos a realizar nuestro trabajo!

Adorar a Dios

¿Qué es la oración? Es una relación con Dios, relación que unas veces se expresa con palabras, y otras, sin ellas. Ya que la hemos mencionado aparte de la adoración, podemos decir que la oración tiene que ver más con las necesidades de la gente, mientras que la adoración tiene que ver más con la alabanza a Dios.

Ciertas palabras como “arrepentirse,” “pedir,” “buscar,” “llamar,” “echar,” “clamar,” “creer,” y “suplicar” describirían la oración. En cambio, otras como “alabanza,” “acción de gracias,” “meditación,” “estudio,” ”honra,” “gloria,” y “regocijo” describirían la adoración. Estas son las actividades de los hijos de Dios en la oración y en la adoración. Y si a éstas añadimos la lectura de la Palabra de Dios, tenemos dos maneras en que los miembros de la familia de Dios pueden comunicarse con El.

La oración nos lleva a la misma presencia de Dios; la oración traerá a Jesús, el que defiende nuestras causas, a nuestro lado cuando hayamos pecado; la oración nos traerá poder cuando necesitemos liberación. Sobre todo, la oración mantendrá el amor fluyendo entre nosotros y Dios mientras lo adoramos. Aprenderemos mas adelante cómo orar “en todo tiempo”; pero aquí será suficiente decir que al hijo de Dios la oración le debiera ser tan natural como la respiración.

Consideremos una cosa más antes de terminar este capítulo. No debemos tener miedo cuando nos presentamos delante de Dios. Recuerde que El es nuestro Padre. Un niño puede tener miedo de los extraños, pero no teme a su padre. Por eso la Biblia nos dice que cuando oremos nos acerquemos confiadamente a Dios. Asimismo el Salmo 100 nos dice que vayamos ante su presencia con regocijo y que entremos por sus atrios con alabanza. Tenemos que darle gracias y bendecir su nombre. La presencia de Dios no parece un lugar temible, ¿verdad? Más bien parece un hogar, un lugar donde se reúne la familia. Y eso es lo que Dios quiere que sea; ¡porque El es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos!

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