Un Reino que Buscar

“Venga tu reino.”

Mateo 6:10

La mayoría de los hombres hacen planes para su vida. Algunos quieren ser doctores o abogados. Otros quieren hacerse ricos y famosos. Por lo general, todos ellos tienen una clara idea en sus mentes de lo que llegarán a ser cuando hayan logrado las metas de su vida. ¡Son los que construyen sus propios reinos en este mundo!

Sin embargo, hay algunos que no tienen planes propios. Estos prefieren buscar una persona fuerte que esté construyendo un reino y ayudarle en sus propósitos. Se sienten felices con formar parte de los planes de otro.

Esto último es lo que hace un seguidor de Cristo. Este no construye su propio reino ni busca su propia gloria por alguna obra que haya hecho, por grande que ésta sea. Antes bien, busca la gloria de Dios y la venida de su reino. Su constante oración es: “Venga tu reino”; su único deseo, tener parte en la venida de ese reino. Por eso no sólo ora por la venida del reino de Dios, sino que también sale a cumplir la Gran Comisión de Jesús.

Una importante oración que un creyente debe hacer siempre es: “Señor, permíteme construir tu reino y no el mío.” Muchos creyentes están muy ocupados; pero si lo están es porque están construyendo sus propios reinos en vez del reino de Dios.

LA NATURALEZA DEL REINO DE DIOS

No hay reino como el reino de Dios ni hay rey semejante a Dios.

El reino de Dios ya está aquí; pero a la vez tiene que venir; es actualmente invisible, pero pronto será visible; está en nosotros, y sin embargo su gloria nos rodea.

El reino de Dios ocupa el primer lugar en la lista de cosas por las cuales debemos orar. Tiene la misma prioridad que la justicia de Dios. ¿Y por qué no? El reino de Dios es justicia. ¡Justicia de Dios! Así que el que busca el reino de Dios está buscando a la vez la justicia de Dios, y el que busca la justicia de Dios está buscando a Dios mismo. Porque no se puede separar a Dios de su justicia, como tampoco se lo puede separar de su reino. Por lo tanto, todo esto va junto: “TU nombre,” “TU reino,” “TU justicia.” Esto es, no se puede tener una de estas cosas sin las otras. Y el que busca primeramente a Dios, su reino y su justicia, está orando como se debe.

El lugar del reino

¿Dónde está el reino de Dios? ¿En el cielo? Sí; en el cielo. ¿En la tierra? No; pero lo estará. ¿En los hombres? Ciertamente, pero sólo en los que hacen de Cristo el rey de su vida.

¿Cómo puede ser esto? Bueno, podríamos explicarlo así: Un reino debe estar primero en una persona para que ésta pueda ser un buen súbdito en aquél. Hay muchos líderes que gobiernan por la fuerza. Sus súbditos los obedecen por temor; pero tales líderes pronto pierden sus reinos, porque éstos no están en los corazones de sus súbditos. En la primera oportunidad que tengan éstos se sublevarán, cambiando el antiguo líder por uno en quien puedan confiar y a quien puedan amar.

Esto ha sucedido una y otra vez y en todo el mundo. Un mal gobernante puede ser aparentemente respetado y alabado por su pueblo; pero la verdad es que sus súbditos sólo lo adularán para que no se enoje con ellos. Porque aunque lo alaban con sus labios, sus corazones lo odian, puesto que ya lo han desechado.

Por eso es que decimos que un reino fuerte y duradero debe estar en el hombre antes que éste pueda ser un buen súbdito de ese reino. Por eso es también que el reino de Dios es un reino eterno. Este comienza en el corazón de sus súbditos en el momento en que creen en Jesús. Así pues, podemos decir que el lugar del reino de Dios es en el corazón del hombre.

El reino de Dios está ahora en el corazón de los creyentes; pero llegará el día cuando Cristo reinará sobre un reino de creyentes e incrédulos. Este será un reino visible e incluirá a todas las naciones del mundo.

Lo único que el creyente encontrará diferente en esta etapa del reino de Dios será que lo que antes era “invisible,” ahora será “visible.” Pero la bondad del reino será la misma. Su justicia, su paz y su gozo en el Espíritu Santo no serán algo nuevo para el creyente. ¡Ha sido súbdito del reino de Dios desde el día de su nacimiento espiritual!

¡Qué gran día será aquel cuando venga el reino visible! ¡Qué dicha será para los que conocen la verdadera naturaleza del reino de Dios, para los que conocen y viven una vida de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo!

Sí; muchos se regocijarán en aquel día. Pero, ¿qué será de los que no conocen al Salvador? ¿Y qué de las naciones que nunca oyeron hablar de El? ¡No habrá gozo para ellos, a menos que vayamos y les digamos que Cristo salva!

¡Cuán ocupados debemos estar! ¡Cómo debemos orar! ¡Cómo debemos trabajar hasta que todo el mundo sepa que hay un reino que comienza en el corazón del hombre, un reino que todos verán cuando Cristo venga!

Debemos orar, pues, para que todos en todas partes acepten a Cristo como su Salvador. Debemos orar para que el reino de Dios llegue a los corazones de todos los hombres de todo el mundo. A la vez debemos estar preparados para ir a anunciar el evangelio o buenas nuevas de Jesús adondequiera que Dios nos diga. Nadie puede orar como debe si no siente un profundo clamor en su interior por ver salvos a los perdidos.

Es imposible orar como se debe, cuando la Gran Comisión no significa nada para nosotros. Jamás debemos permitir que nuestro trabajo, nuestros amigos o los cuidados de esta vida nos impidan hacer esta tarea. Los que oran diciendo: “Venga tu reino,” deben estar dispuestos a ir a todo el mundo y llevar el evangelio a toda criatura. El reino de Dios no podrá venir a los que nunca han oído las buenas nuevas, puesto que la fe viene por el oír.

El tiempo del reino

El reino de Dios ya está aquí. Pero no tiene fronteras, barreras de aduana, oficinas de inmigración ni bandera. ¡Es un reino que está en los corazones de los creyentes, pues Dios se sienta en el trono de sus corazones y desde allí gobierna su reino! Por eso Jesús dijo en Lucas 17:21: “El reino de Dios está entre vosotros.” Asimismo dijo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). En otras palabras, el reino de Dios es diferente de cualquier otro reino del mundo. Su reino es un reino espiritual. “El reino de Dios no vendrá con advertencia” (Lucas 17:20); es decir, la llegada del reino de Dios no es cosa que se pueda ver. Porque cuando está en el corazón, el reino de Dios no se puede ver, ¡excepto por medio de la vida y la conducta de sus súbditos! Y de esto trata el siguiente versículo de la Biblia, es decir, de la clase de vida que ese reino invisible produce: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).

Cuando el reino de Dios ya está entre nosotros, se nota. Si buscamos primeramente el reino de Dios, es decir, si le damos el primer lugar en nuestra vida, ello se refleja en nuestro hogar, en nuestro trabajo y entre nuestros amigos. No seremos el rey en estos lugares, ¡Dios será el Rey! La mayoría de los problemas que la gente tiene en su hogar, en el trabajo y con sus amigos, provienen del hecho de que estas personas quieren hacer su propia voluntad más bien que agradar a Dios. Cuando al reino de Dios le damos el primer lugar en nuestra vida, ¡se resuelve la mayoría de nuestros problemas! Nuestros hogares se convierten en lugares de felicidad; nuestro trabajo nos satisface; nuestros amigos encuentran más agradable tratar con nosotros por el hecho de que no somos egoístas. No es de extrañar que Jesús dijera que todas estas cosas nos serían añadidas si buscábamos primeramente el reino de Dios (Mateo 6:33).

El reino de Dios tiene que venir aún. “Ya” está aquí, pero a la vez “tiene que venir todavía.” Por eso oramos diciendo: “Venga tu reino. Por eso también gemimos para que llegue pronto el día en que “esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:53). Uno de los grandes motivos de gozo que tenemos al adorar a Dios es el cantar y hablar de las cosas que sucederán cuando venga Cristo. Un maravilloso pasaje de las Escrituras, 1 Tesalonicenses 4:13-18, termina con las siguientes palabras: “Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.” Así pues, la adoración consiste en compartir nuestra esperanza de las cosas venideras, en hablar con Dios sobre el reino que está en nosotros y en permitirle que nos revele algunos de los placeres de ese reino que aún tenemos que ver.

EL CRECIMIENTO DEL REINO DE DIOS

La oración y la adoración son cosas de las cuales disfrutamos maravillosamente. Sin embargo, debemos disfrutar de ellas con pleno conocimiento del plan de Dios. Trataremos de esto en la lección siguiente. Pero necesitamos tratar algo de este asunto en la presente lección, porque tiene que ver con el crecimiento del reino de Dios.

Jesús dijo que El edificaría su iglesia. La “iglesia” de Cristo es la gente, la gente que cree en Jesús. Dondequiera que hayan creyentes se hallará también la iglesia de Cristo. Los miembros de la iglesia son los súbditos del reino de Dios. Por lo tanto, cuando Cristo edifica su iglesia, está construyendo su reino. Este es el gran plan y obra de Dios. Y por este plan y obra, tenemos que orar.

La Gran Comisión

Para edificar su iglesia Cristo les dio a sus discípulos el mandamiento conocido como “la Gran Comisión.” Esta comisión está registrada en Mateo 28:19-20: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”

Hay cuatro partes en este mandamiento, a saber:
1. Id (a ellos).
2. Hacedlos discípulos.
3. Bautizadlos.
4. Enseñadles.

El cumplimiento de este mandamiento es una tarea que deberá mantenernos en oración hasta que Cristo venga. Estudiemos sus partes una por una.

Id (a ellos)

Esto no es un llamamiento, sino un mandamiento, pues la Biblia no dice: “Venid,” sino: “Id.” No se preocupe cuando ore, pensando en un “llamamiento.” Jesús llamó a sí a sus discípulos y después los envió afuera. El llamamiento de Dios es para salvación. Así fue como nosotros fuimos llamados para ser de Jesús. El llamamiento es el “venid” del evangelio. Pero el mandamiento es diferente. Jesús les está hablando a los que ya han oído su llamado y han venido a El. A éstos les dice: “¡Id!” “Id a las gentes de todas las naciones; id y hacedlos mis discípulos; id y bautizadlos; id y enseñadles.” No tenemos que esperar a que nos hable una voz del cielo. Ya habló una voz; y ésta fue la de Jesús, que dijo: “¡Id!”

Hacedlos discípulos

Este es el mandamiento de evangelizar o predicar el evangelio a las gentes. Dios nos ha enviado a hacer que los hombres crean que Jesús es el Salvador y Señor. Nos ha mandado que hagamos volver de su mal camino a gentes de todas las naciones. La gente no comienza a creer en Jesús porque sepamos argumentar ni porque tengamos buena educación. No; porque sólo cuando el Espíritu Santo toma las palabras que hablamos, la gente se siente culpable de haber pecado; cuando el amor de Jesús toca sus corazones, se arrepienten y creen. Esto quiere decir que debemos orar y pedirle a Dios que ponga en nuestra boca las palabras que hemos de decir.

Bautizadlos

Este es el mandamiento de hacer que los que han creído se comprometan públicamente a seguir al Señor. No es suficiente creer en nuestros corazones. Debemos confesar nuestra fe con nuestra boca y bautizarnos en agua. El mandamiento de bautizarse es muy claro. Es un testimonio público y una representación de lo que ha ocurrido en nosotros. Cuando creímos, morimos al pecado. Y esto es lo que les sugiere a los espectadores el hecho de que una persona sea sumergida en el agua. Asimismo cuando creímos, vinimos a ser nuevas personas, esto es, vinimos a ser hijos de Dios. Y esto es lo que les sugiere a los espectadores el hecho de que una persona salga del agua. Todo creyente debe bautizarse en agua porque el bautismo es un mandamiento del Señor.

Enseñadles

¡Qué gran tarea es ésta! ¡Cuánta oración y estudio requiere el enseñar a los recién convertidos a ser como Cristo! ¿Qué debemos enseñarles? No sólo a ser buenos miembros de la iglesia, conocer las doctrinas y reglamentos de ésta, recitar el Padrenuestro y cantar y orar, ¡sino también a ser como Cristo! A los recién convertidos (y también a los creyentes antiguos) se les debe enseñar el amor de Cristo, su manera de vivir y su Palabra.

El cumplimiento

El gran plan de Dios no se ha cumplido cabalmente todavía. Pero a cada uno de nosotros se le ha dado una tarea, para que cumplamos la parte que nos corresponde en ese plan.

Jesús cumplió su parte. En efecto, se hizo hombre, sanó a los enfermos y enseñó a los hombres las verdades del reino de Dios. Luego hizo lo que había venido a hacer; esto es, murió, y al hacerlo quitó los pecados del mundo. Cuando agonizaba en la cruz, exclamó: “¡Consumado es!” (esto es, todo está cumplido). ¡Sí; había acabado su obra!

Jesús les dio a sus discípulos una tarea que hacer, pues les dijo: “Id, haced discípulos, bautizad y enseñad.” Ellos obedecieron y el evangelio se difundió por todos los países. Uno por uno los discípulos murieron; pero cada uno pudo decir que había cumplido su parte en el plan.

El mandamiento de Jesús todavía está en vigor. Cada uno de nosotros tiene una tarea que Dios le ha dado, y por lo tanto, debe orar para saber exactamente cuál es su parte en el plan de Dios. Luego, cuando hayamos obedecido de lleno y nuestra vida llegue a su fin, podremos decir también: “¡Consumado es. He acabado mi tarea!”

Pablo dijo: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:8); esto es, le esperaba el premio de una vida de rectitud. El apóstol oraba con gran fervor para conocer a Cristo y ser como El. “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección” (Filipenses 3:10). ¡Qué objetivo! ¡Qué meta!

El deseo de conocer a Cristo y sentir en nosotros el poder de su resurrección debe ser también nuestra meta. ¡Por esto debemos orar diariamente! Y éste debe ser nuestro objetivo cuando adoramos a Dios en los cultos y en nuestras devociones privadas. Dios quiere terminar su obra en nosotros; pero sólo podrá hacerlo si nosotros queremos. Dios no quiere que esperemos hasta llegar al cielo para ser como Cristo. El quiere transformarnos ahora, y lo hará si somos fieles en la oración y la adoración.

LA GLORIA DEL REINO DE DIOS

Cristo en la asamblea de los creyentes

Sabemos que cuando Cristo venga lo veremos en su gloria. Pero hoy la gloria de Cristo está presente en toda reunión de creyentes y podemos verla cuando lo adoramos.

Dios le dio a Juan una visión de Cristo en medio de las iglesias. Leemos esto en Apocalipsis 1:9-20. En este pasaje se describe a Jesús como el que vive y está en medio de los siete candeleros, los cuales representaban las siete iglesias de Asia.

Todavía es cierto lo que dijo Jesús en Mateo 18:20, a saber: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” Si queremos ver la gloria de Cristo, debemos reunirnos en su nombre. ¡De veras El estará allí!

En Hebreos 10:25 se nos dice: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre;” es decir, no debemos seguir el ejemplo de los que tienen la costumbre de no asistir a nuestras reuniones. Ciertamente algo sucede cuando los creyentes se reúnen: ¡Cristo se hace presente! Los que no “asisten a la iglesia” se pierden la oportunidad de estar allí cuando El viene de visita. Porque El viene dondequiera que los creyentes se reúnan en su nombre. ¡Jesús anda en medio de los candeleros! ¡Y los candeleros representan las iglesias, las asambleas de los creyentes! ¡Piense! No importa si el grupo es grande o pequeño; si se reúnen en el nombre de Jesús, ¡El está allí! ¡Qué razón para adorar y alabar a Dios! ¡Qué razón para cantar y regocijarse! Jesús aprueba que los creyentes se reúnan. ¡El los visita!

Cristo en los actos de adoración

Cristo está presente cuando cantamos. En efecto, podemos sentir que su Espíritu se mueve entre nosotros cuando nuestras voces se unen en el canto. Pablo dice en 1 Corintios 14:15: “Cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento.” Frecuentemente llegamos a la casa de Dios con nuestras mentes llenas de muchos pensamientos, pensamientos que tienen que ver con nuestro hogar, nuestros amigos y nuestras familias. ¡Cuando cantamos, nuestras mentes se vuelven de los cuidados terrenales a los pensamientos que se refieren al cielo y a las “cosas de arriba,” y así recibimos fortaleza para acometer otra vez las tareas del diario vivir!

Cristo está presente cuando oramos. Otra vez Pablo nos dice: “Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento” (1 Corintios 14:15). Cuando entramos en nuestro cuarto, nos olvidamos de lo que nos rodea y le hablamos a Jesús, podemos sentirlo a nuestro lado. Recibimos fortaleza y bendición por su presencia. Cuando oímos a los que oran alrededor de nosotros, nuestros corazones se llenan de alabanza. ¡Sabemos que Cristo anda en medio de su pueblo!

Cristo está presente cuando se predica la Palabra de Dios. Podemos oír que nos habla. Vemos al predicador; pero oímos la voz de Jesús. “El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7). Debemos orar por nuestros predicadores, pues ellos son los ministros de la Palabra de Dios. ¡Debemos orar por ellos, porque el Espíritu Santo quiere hablarnos por medio de sus mentes y sus labios!

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