Verdades Fundamentales

¿Alguna vez en la vida nos hemos perdido? Tal vez perdimos el rumbo en un bosque, en una selva, o en una desconocida ciudad o villa. Caminamos sin cesar y luego, al pasar por un sitio que reconocemos nos damos cuenta de nuestro error, de haber caminado en círculos. En lugar de avanzar en una determinada dirección, dábamos vueltas y vueltas.

Esto puede ocurrir en nuestra experiencia cristiana. Muchos creyentes, tal cual lo hemos visto, rehúsan crecer. Otros parecen no hallar el camino. Quieren ir hacia delante, pero caminan en círculos. Hay un importantísimo principio que la Palabra de Dios enseña a los creyentes. Una vez sentado lo que hemos aprendido, debemos seguir adelante. No debemos aferrarnos a la misma lección. No debemos demorarnos en la etapa infantil de nuestro crecimiento. Debemos asegurar los fundamentos de nuestra experiencia cristiana, y después debemos empezar a edificar sobre las verdades fundamentales.

DESARROLLO ESPIRITUAL: EDIFICAR

Varias veces en el transcurso de nuestro estudio hemos acudido a las páginas de Hebreos 5: 11-14. Escribiendo a un grupo de seguidores de Cristo del primer siglo de nuestra era, el autor menciona su inmadurez. Quiere enseñarles verdades importantes. Pero esas verdades no pueden ser recibidas porque no han crecido más allá de la etapa de niños. Les dice que tiene que repetir una y otra vez las primeras lecciones del mensaje de Dios. No han utilizado la Palabra de Dios para crecer. Beben solamente leche.

Percibir la meta

Hebreos 6:1 elabora esta idea de seguir hacia delante y dice: “Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios.” La palabra que en el idioma original significa “edad plena, o una madura edad adulta.”

¿Qué progreso podría esperarse al construir un ediÞcio, si los obreros se ocuparan exclusivamente de perfeccionar los cimientos? ¡Ninguno! Hasta resulta absurdo formular la pregunta. De la misma manera, ningún maestro puede progresar con sus alumnos si debe repetir los rudimentos una y mil veces.

Grandes maestros en la era neotestamentaria, habitualmente dividían a sus alumnos en tres grupos: (1) los principiantes; (2) los que progresaban algo; (3) los que adelantaban más. La meta de los creyentes es pertenecer al grupo de los que progresan y avanzan espiritualmente, los que no requieren que se les repitan una y otra vez las primeras lecciones. Este debe ser su anhelo. El querer progresar.

Desde muchos puntos de vista hemos estudiado esta meta del crecimiento espiritual. Es el de llegar a ser como Jesucristo, y de aceptar nuestro papel bajo su señorío. Es crecer en entendimiento. Es ser maestro a veces y no siempre alumno. Recordemos que el desarrollo espiritual no se refiere a un total y completo conocimiento. No es perfección inmaculada. Pero sí requiere una fe creciente y responsable. Mientras más tiempo conozcamos a Jesús, mejor debiéramos entender quién creemos que es. Mientras más llevamos conociendo a Cristo, más completamente debiéramos reflejarlo en nuestras vidas. Todas nuestras faltas deberían desaparecer, y deberían aparecer y desarrollarse nuevas virtudes.

Saber cómo alcanzar la meta

“¡Vamos adelante! . . . Y esto haremos, si Dios en verdad lo permite” escribe el escritor en Hebreos 6:1,3. Observemos que este pasaje incluye al propio escritor. Su propósito es el de ir hacia adelante. No se trata solamente de una exhortación a los creyentes hebreos.

Hay algo importante que debemos señalar respecto al idioma original en Hebreos 6:1. La palabra que se traduce “vamos adelante” proviene del vocablo griego fero. Significa “llevar o cargar.” Está en voz pasiva y significa “seamos llevados” a una madura enseñanza.

Dos importantes enseñanzas se logran de este estudio semántico. En primer lugar, el ir hacia delante no se ejecuta solamente con el esfuerzo personal. El desarrollo espiritual se logra bajo el poder activo del Espíritu Santo. Esto lo hemos estudiado en varios lugares de este curso. El pensamiento que campea en este pasaje es el de nuestra sumisión personal a una influencia activa. El poder de Dios actúa para nuestro crecimiento. Solamente tenemos que rendimos y entregarnos a Dios.

Alcanzar la perfección o madurez cristiana sería tarea diÞcilísima si tuviéramos que lograrla solos. En lugar de ello, Hebreos 6:1, y muchos otros pasajes de las Sagradas Escrituras, nos dicen que hemos de ser llevados hacia esa meta.

Alcanzar la perfección o madurez cristiana sería tarea diÞcilísima si tuviéramos que lograrla solos. En lugar de ello, Hebreos 6:1, y muchos otros pasajes de las Sagradas Escrituras, nos dicen que hemos de ser llevados hacia esa meta.

¿Hemos procurado alguna vez remar en un bote contra la corriente? Es muy difícil hacerlo. En cierta medida el creyente debe luchar contra la corriente del mundo. Pero en los aspectos espirituales la fuerte correntada del Espíritu Santo empuja al creyente hacia el crecimiento espiritual. Valiéndonos de nuestra voluntad, debemos cooperar con los propósitos de Dios.

This passage explains further that an important reason for our obedience and progression is that God may “work in us what is pleasing to him.” The goal is our maturity and the glory and purpose of God!

La segunda cosa que debemos aprender de la palabra fero en Hebreos 6:1, es que este verbo griego está en una forma que indica una acción continuada. “Ser llevado” por la activa influencia del Espíritu Santo es una acción continua y continuada. No ocurre como resultado de una sola crisis. El crecimiento espiritual en Jesucristo no se produce en un solo instante. Es vital que conozcamos este hecho. La meta de esta acción del Espíritu Santo es el crecimiento espiritual rumbo a la plena madurez. De la misma manera nuestra entrega debe ser constante y continua. Podríamos traducir este pasaje de la siguiente manera: “Persistamos en dejarnos llevar hacia la meta del crecimiento espiritual.”

Partir: una necesidad para llegar

Atamos un bote o una canoa a un árbol o al muelle para que no sea arrastrado por la corriente. Pero debemos desatarlo si queremos salir a remar. ¡Cuán ridículo sería ver a alguien remar sin desatar previamente el bote! ¡Jamás llegaría a ninguna parte! Es preciso abandonar un sitio para llegar a otro.

Tal vez esta ilustración sea considerada cómica. Pensamos que nadie sería tan necio como para actuar de esa manera. Sin embargo, en la vida cristiana suele ocurrir. Todo creyente sabe perfectamente bien que debe avanzar hacia la plenitud de la madurez cristiana. La meta de su vida es alcanzar la plena estatura de Jesucristo. A pesar de ello, muchos creyentes siguen ocupados con los cimientos del edificio. Siguen empecinados en las primeras lecciones o enseñanzas.

Observemos la frase en Hebreos 6:1: “No echando otra vez el fundamento.” En el mismo versículo el escritor de la epístola dice: “ . . . dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo . . . ” La condición necesaria e imprescindible al progreso es la renuncia. A medida que los niños crecen y adquieren mayor madurez, deben abandonar sus viejos juguetes y sus costumbres infantiles. En este pasaje la palabra “dejando” se refiere a progresar de lecciones elementales a más profundos conocimientos, como los que pasan de un curso a otro superior en la escuela.

Claro está que sería necio edificar sin asegurarnos de la fuerza de los cimientos. El escritor de la Epístola a los Hebreos se asegura que sus lectores reconozcan su deber y obligación de progresar. Reconociendo esto procurarán a toda costa asegurarse de que los cimientos son seguros. Ahora sí pueden edificar y no repasar indeÞnidamente los cimientos. En este estudio echaremos una breve mirada a las verdades denominadas fundamentales. Nuestro propósito será que usted las establezca en su propia vida. No son nuevas, por cierto.

SEIS PIEDRAS EN NUESTRO EMBASAMIENTO

La Biblia afirma con toda claridad, en Hebreos 6:1-3, que ciertas doctrinas son más básicas o fundamentales que otras. Estas son consideradas “los rudimentos” o, en otras versiones y traducciones, “las primeras palabras” respecto de Jesucristo, o “las primeras enseñanzas.” La meta, recordemos, es alcanzar un verdadero desarrollo espiritual. Pero no podemos esperar lograr tal cosa a menos de habernos asegurado acerca de la bondad del verdadero fundamento de la doctrina cristiana. Una doctrina es un importante principio o creencia de la fe cristiana.

Antiguos escritos nos dicen que los creyentes del primer siglo de la era cristiana trataban estas piedras angulares como un catecismo. Un catecismo está formado por puntos elementales de la doctrina cristiana que se les enseña a los nuevos creyentes para prepararlos para el bautismo. Nadie sugiere, por supuesto, que estas piedras constituyen la totalidad de la enseñanza cristiana para los creyentes de la iglesia primitiva. Pero al menos constituyen un fundamento. Vemos que estas seis piedras se dividen básicamente en tres grupos dedos cada uno. Las dos primeras son las condiciones que se requieren para ser un seguidor de Cristo. Las dos siguientes son prácticas de la iglesia cristiana. Las doctrinas que se reÞeren al futuro conforman el tercer grupo. Las estudiaremos de acuerdo a esta disposición.

Condiciones para ser un creyente en Cristo

La primera piedra de nuestras condiciones fundamentales para ser seguidores de Cristo, es el “arrepentimiento de (o el dejar de lado las) obras muertas” (Hebreos 6:1). Es un acto de arrepentimiento o contrición. En este versículo el vocablo griego metanoein es el que en castellano traducimos “arrepentirse.” Este verbo griego tiene un claro y bien deÞnido signiÞcado a lo largo de la historia del lenguaje. Significa “cambiar de opinión o de mentalidad.” Es sumamente importante entender esto. En el Nuevo Testamento, la palabra “arrepentimiento” hace hincapié no tanto en la emoción, sino en la decisión. Mucha gente piensa en el arrepentimiento como una emoción, un derramar de lágrimas y otras manifestaciones externas de tristeza. Otros se imaginan el arrepentimiento como un rito religioso tal como “hacer penitencia.” Es posible llorar y hacer penitencia y, no obstante ello, no arrepentirse. El arrepentimiento es una decisión interior firme, un cambio de mentalidad.

La palabra traducida arrepentimiento en el Antiguo Testamento, signiÞca literalmente “dar vuelta” o “volver” o “volver atrás.” La palabra en el Nuevo Testamento pone énfasis en la decisión interior, mientras que la palabra en el Antiguo Testamento pone énfasis en la acción exterior. Uniendo los dos signiÞcados, la palabra arrepentimiento es “un cambio de mentalidad interior que se acompaña de un viraje exterior.” Mediante ello comenzamos a andar en una dirección completamente nueva. Este es el arrepentimiento que necesita el pecador para salvarse.

Ya hemos visto que el hombre pecador da su espalda a los propósitos de Dios para su vida. Cada paso que da, lo aleja de Dios. Todo pecador debe cambiar en dos sentidos: debe cambiar de mentalidad y debe cambiar de dirección. Debe volverse de sus pecados y dirigirse hacia Dios.

En Mateo 27:3,4 leemos que Judas se arrepintió. Pero aquí la palabra utilizada no es la palabra griega que hemos analizado. Es una palabra que significa “lamentar algo, sentir angustia.” Aparentemente no cambió ni su actitud interior ni su dirección exterior. El siguiente versículo dice que se ahorcó.

En todas partes del Nuevo Testamento, el arrepentimiento es la primera respuesta necesaria del hombre al evangelio. Dios así lo exige. El alumno escribirá en su cuaderno otros pasajes que enseñan esta verdad. Dichos pasajes incluyen, entre otros: Hechos 2:37,38; Hechos 20:20,21 y Lucas 13:3.

Además, es importante observar que esta primera piedra en nuestro cimiento cristiano describe un cierto tipo de arrepentimiento o cambio de rumbo. Es un arrepentimiento de obras muertas o inútiles. Bien sabemos que todo el mundo es “religioso.” Toda persona adora algo y hay infinidad de “obras” religiosas. La gente espera ganar el favor de diversos dioses por medio de obras religiosas. Pero son obras muertas e inútiles.

Colosenses 2:13 dice: “ . . . vosotros, estando muertos en pecados. . .” Los hechos del hombre lo separan de Dios. Si bien los hechos de los hombres tienen una forma, les falta la potencia siquiera de satisfacer las necesidades básicas del hombre, mucho menos satisfacer a un Dios santo.

La segunda piedra de las condiciones básicas para ser un seguidor de Cristo es creer en Dios. Jesús dijo en Juan 6:47: “El que cree en mí, tiene vida eterna.” Creer es depositar nuestra fe y confianza en alguien o en algo. Hebreos 11:1,2 nos dice que: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos.”

Una de las mejores explicaciones que figuran en las Sagradas Escrituras sobre la importancia que reviste creer en Cristo, la hallamos en Juan 3:14-21. Nos consta que todos admiran este pasaje y los creyentes en todo el mundo se han visto beneficiados por el mismo.

En el idioma original la expresión “creer en Dios” sugiere la idea de ser dirigido hacia. Nuestra fe es hacia Dios. El tiempo especial del verbo utilizado sugiere que descansamos en esa decisión.

Cierta vez un gran misionero procuraba traducir el Evangelio de Juan al idioma de la gente con que trabajaba. Pero en esa lengua no podía hallar una palabra para creer. (¡Bien sabemos cuántas veces aparece la palabra creer en el Evangelio de Juan!) ¿Qué podía hacer? Un día un amigo de entre los habitantes del lugar entró a la casa del misionero. Estaba exhausto de trabajar bajo el sol ardiente. Se dejó caer en un sillón, usando una palabra que en su idioma significaba: “Deposito todo mi peso sobre este sillón. No puedo sostenerme.” El misionero pegó un salto y dijo: “Esa es, justamente, la palabra que necesito.” ¿Estaba en lo cierto? Creemos que sí. La fe significa depositar todo nuestro peso y nuestra esperanza en Jesucristo como Hijo de Dios y Salvador nuestro.

Prácticas en la vida cristiana

Nuestro segundo par de verdades fundamentales tienen que ver con prácticas ordenadas por Dios en la iglesia cristiana. A veces se las denomina ordenanzas. Una ordenanza es una práctica que Dios ha mandado que la iglesia guarde. Por ejemplo, la Santa Cena o Cena del Señor es una ordenanza.

Según Hebreos 6:2, la enseñanza sobre los bautismos constituye una parte critica de nuestro fundamento cristiano. En las Sagradas Escrituras figuran muchos bautismos. Incluyen el bautismo de Juan como signo de arrepentimiento, el bautismo de Cristo y el bautismo del sufrimiento. Al creyente le incumben tres bautismos básicos. Son los siguientes: (1) el bautismo que lo incorpora al cuerpo de Cristo por medio del nuevo nacimiento; (2) el bautismo por agua como evidencia externa de la experiencia en Jesucristo; (3) el bautismo en el Espíritu Santo. Un detallado análisis de este tema significaría un estudio que iría más allá de los estrechos límites de este curso. Para cubrir esa necesidad sería altamente recomendable un curso sobre doctrina cristiana. Sin embargo, estudiando este curso el alumno logrará por lo menos un conocimiento práctico de esta verdad fundamental.

Gálatas 3:26-28 es un importante pasaje de las Sagradas Escrituras, que debemos recordar con relación a la unión de todos los creyentes con Cristo:

Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.

Más fácil de entender es el segundo bautismo que debemos conocer. Es un bautismo físico. Nos referimos al bautismo del creyente en agua. El bautismo tiene que ser signiÞcativo. No debe ser un vacío ritual (como lo sería el bautismo de un incrédulo). El nuevo nacimiento es un hecho interior e invisible. Pero la persona que experimenta los efectos de esta obra, tiene la obligación de exhibirlo de una manera física, haciéndose bautizar en agua.

Ningún pasaje ilustra mejor lo que es el bautismo por agua que Romanos 6:14. Este pasaje enseña que el bautismo es una identificación con la muerte, sepultura y la resurrección de Jesucristo. Las aguas en las que penetramos los creyentes semejan una tumba. Por fe abandonamos en esas aguas todo el resto de nuestra antigua vida. Cuando salimos de las aguas bautismales, nos identificamos con la resurrección de Cristo. “Como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” Le recomendamos que profundice sus estudios en este tema.

El tercer bautismo del cual debemos saber es el que Jesús prometió a sus discípulos: “Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:5). Juan el Bautista había profetizado eso en Mateo 3:11,12. “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento, pero el que viene tras mí . . . os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” En Hechos 2 leemos sobre los acontecimientos que vivieron los discípulos cuando fueron bautizados en el Espíritu Santo.

No debe ser causa de confusión el que esta experiencia en el Espíritu Santo sea expresada de diversas maneras. Es un derramamiento en Joel 2:28,29, es una llenura en Efesios 5:18, una lluvia tardía en Oseas 6:3 y Santiago 5:7. Hay pasajes específicos que nos hablan de otros creyentes (aparte de los primeros discípulos) que fueron bautizados en el Espíritu Santo: los samaritanos en Hechos 8:14-17, el apóstol Pablo en Hechos 9:17 y 1 Corintios 14:18, la casa de Cornelio en Hechos 10:44-48, y los discípulos efesios en Hechos 19:1-7. El bautismo en el Espíritu Santo lleva el propósito de exaltar a Cristo y estimular las dones espirituales y el fruto del Espíritu en nuestras vidas, además de brindarnos poder para el servicio de Dios.

La imposición de manos

Otra práctica que la Palabra de Dios considera como verdad fundamental, es la enseñanza sobre “la imposición de manos” (Hebreos 6:2). En la práctica judaica del Antiguo Testamento, este rito se aplicaba para transferir simbólicamente la culpa del hombre al animal que iba a ser sacrificado. También se lo utilizaba para transferir una especial bendición a una persona, o para significar que se lo separaba para una función especial. La práctica de estas dos últimas formas se proyectó a la vida neotestamentaria. Las veremos brevemente.

Jesús bendijo a los niños imponiéndoles las manos (Marcos 10:16). Otros imponían las manos sobre la gente para bendecirlos solemnemente en el nombre del Señor Jesucristo. Ocurrió muchas veces que los apóstoles imponían sus manos a las personas y éstas recibían el Espíritu Santo (Hechos 19:6).

La imposición de manos también se practicaba para asignarle a una persona una tarea especial. A veces a esto se le da el nombre de ordenamiento. Ordenar significa simplemente asignarle a una persona una posición o responsabilidad oficial.

El Espíritu Santo le asigna importancia al hecho de que contemos con un conocimiento básico de las ordenanzas cristianas del bautismo y de la imposición de manos.

Aspectos del futuro

Llegamos ahora a la última pareja de verdades en las seis piedras fundamentales de nuestra doctrina cristiana. Estas dos verdades son “la resurrección de los muertos y el juicio eterno” (Hebreos 6:2). Estas dos verdades, tomadas en conjunto, ponen énfasis en la permanencia de nuestras acciones presentes. Hablan de la significación de nuestra vida terrenal en el orden eterno. Estas son las dos piedras fundamentales que hablan en voz tonante de la responsabilidad actual del hombre.

Siempre ha sido tema de disputa, en todo el mundo, toda enseñanza que se refiera a la resurrección de los muertos. Aun en los días de Jesús, había un grupo de judíos que no creía en la resurrección. Es ésta una enseñanza que le impone al hombre una responsabilidad. Algunos preferirían no saber que habrá una resurrección. Sin embargo, en lo más profundo del espíritu del hombre existe la esperanza.

Para nosotros reviste particular importancia la resurrección de Jesucristo. 1 Corintios 15:12-28 es una sección de las Sagradas Escrituras que nos muestra la relación de nuestra resurrección con la de Jesús.

Pongamos énfasis en lo que Pablo dice al respecto en 1 Corintios 15:20: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.” En Hechos 4:2 leemos que se predicaba la resurrección de Jesucristo como prueba de que los muertos resucitarán.

El principal anhelo de Pablo era “conocerle [a Cristo], y el poder de su resurrección” (Filipenses 3:10). También nosotros debemos ansiar conocer a Jesucristo en el poder de su resurrección. Recordemos que en Romanos 6:4 aun el bautismo en agua vincula la resurrección de Cristo con nuestra VIDA NUEVA. ¡Alabado sea Dios!

El juicio eterno

La resurrección de los muertos y el juicio eterno son (como ya lo hemos dicho) las dos últimas verdades fundamentales. Hechos 17:31 es un versículo que habla muy claramente de ambas: Por cuanto [Dios] ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.

El hombre deberá enfrentar el proceso judicial de Dios. Será el juicio de Dios por medio de Jesucristo. Las Sagradas Escrituras registran no menos de siete juicios especíÞcos. Los anotamos a continuación:

1. El juicio de la cruz donde Cristo, como un substituto, soportó el juicio de Dios que debían soportar los pecadores a causa de sus pecados. En ese juicio el substituto fue ejecutado. De ahí que todos cuantos creen en su sacriÞcio son librados del castigo de la muerte eterna (Juan 5:24).

2. Juicio o castigo del creyente que persiste en una deliberada desobediencia. Ya vimos esto en la lección No. 4 de este curso, en la sección “Incorrecto ejercicio de la voluntad.” Recomendamos al alumno que repase esa sección. Observará particularmente la enseñanza que se recoge de Hebreos 12 (también 1 Corintios 11:21-32).

3. El juicio de Israel (Ezequiel 36:16-21).

4. El juicio de los creyentes en el Tribunal de Cristo. Convendría que el alumno volviera a la sección “Prepararse para la prueba final”, en la Lección No. 5, y repasara la lección y la enseñanza expuesta en esta área (2 Corintios 5:10).

5. El juicio de las naciones (Mateo 25:31-46).

6. El juicio de los ángeles caídos (Judas 6).

7. El juicio ante el gran trono blanco (Apocalipsis 20:11-15), donde se juzgará a los incrédulos.

Estas dos últimas verdades fundamentales revisten para nosotros gran importancia, pues nos ayudan a vivir con valores eternos en mente. No hay ejercicios especíÞcos involucrados con nuestro estudio de los juicios: sin embargo, el repasar las Escrituras a que se reÞere esta sección, nos será de ayuda para reforzar estas verdades.

SUMARIO

Recordemos que estas verdades que hemos estudiado brevemente, constituyen el fundamento de la experiencia cristiana. Hemos de avanzar en pos de un mayor desarrollo espiritual, no volviendo a colocar una y otra vez los cimientos como niños que construyen, luego destruyen y vuelven a construir castillos en la arena. Sin embargo, el creyente debe asegurarse de la fortaleza y resistencia de los cimientos. No podemos ediÞcar hacia arriba sin estar seguros de lo de abajo; es decir, de los fundamentos. Pero una vez asegurados de su bondad debemos abandonar los cimientos y dedicarnos al resto del ediÞcio. Creemos que el escritor de la carta a los hebreos les está diciendo a sus destinatarios, que tanto la doctrina cristiana como la experiencia cristiana son necesarias para el crecimiento espiritual.

El ladrón en la cruz, la mujer junto al pozo, el apóstol Pablo, el carcelero de Filipos, TODOS ELLOS tuvieron experiencias bien definidas, si bien notoriamente diferentes. También nosotros debemos saber que hemos tenido una experiencia real y auténtica con Jesucristo por medio del Espíritu Santo. La doctrina también es importante. Hay muchos creyentes, al igual que Apolos en el Nuevo Testamento, que enseñan con toda sinceridad, pero sin el conocimiento adecuado.

Hemos de progresar hacia el edificio propiamente dicho, que es el verdadero carácter cristiano. Lo que realmente cuenta en nosotros es la vida, el reflejo de Cristo en nuestras personas. Es el ediÞcio que ha sido erigido por encima de los cimientos. Puede ser visto por los hombres, que podrán gloriÞcar por ello al Padre.

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